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Fútbol era el de antes
No deberá pasar mucho tiempo: cuarenta, cincuenta años, nomás. Así vivían, se escribirá entonces, los hombres y las mujeres de la década del 10. Somos un párrafo rápido en un manual escolar del futuro, y entonces, el River de Gallardo –que hace más de un año no puede reinventarse– será el River de Labruna, el Huracán de Cappa –que fue hermoso pero duró menos de 19 partidos– será el Huracán de Houseman y Avallay. Algo cambia en el presente cuando se hace pasado: es como una realidad retroactiva, una buena mentira con delay. Ortigoza tendrá el aura del Lobo Fischer. El Fabbiani de Newell’s será Carlovich con televisión.
“El fútbol fue siempre fútbol cuando se lo jugó bien. Hoy, por ejemplo, no habría punteros para explotar a Bernabé. ¡Quieren jugar sin wines!”, se indigna Arsenio Erico en el diario Crónica, octubre de 1970, o sea: en el alba de la década del wing. “Yo empecé a ver fútbol en 1909 y me acuerdo de que se jugaba de forma confusa, pues todos corrían detrás de la pelota. Ahora hemos vuelto a esa época primitiva, pero con la diferencia de que en estos momentos se busca no perder”, se entristece Américo Tesorieri, archivo del diario El Pueblo, diciembre de 1956, o sea: en aquellos momentos en los que jugaban el Racing de Corbatta, el Independiente de Grillo y el River del estribillo, la canción eterna de Muñoz, Moreno, Labruna, Pedernera y Loustau.
Borges solía decir que el presente siempre es atroz. La frase, obviamente, no era literal. “No creo en la edad de oro ni en la belle époque –le contó en 1971 a Clarín–. Para quienes tuvieron que vivirla, la belle époque no fue una época particularmente feliz. Nadie se siente feliz en el presente. La felicidad corresponde más bien al pasado, a la nostalgia, a la esperanza”. La felicidad corresponde más bien a una zona que la memoria elige resguardar, defender, hasta deformarla, quizá: una tarde en la que el sol tenía el filo de una daga mientras el Mencho Medina Bello pateaba más fuerte que Ronaldo o una noche de barro y lluvia en la que el Perro Arbarello la metió de rebote contra Mandiyú. Sebastián Torrico será eterno para todos, pero más para un chico que ahora tiene quince años, dieciséis: a un cuarentón acaso se le agolpe con los superhéroes del ascenso del 82. Para el chico, en cambio, Torrico será más que un arquero: será su máquina para viajar en el tiempo, el túnel que lo llevará directo a una esquina, un olor. “Hay mecanismos para que el tiempo regrese y el fútbol es uno de ellos”, escribió el mexicano Juan Villoro. Luego, cada generación tiene su máquina. Riquelme , Bochini , Batistuta , Boyé.
“El fútbol ha progresado mucho –nos desarma Alfredo Di Stéfano , hace siete años, en una nota con Olé–. Ahora no son sólo dos o tres los equipos que juegan bien al fútbol: ahora son muchos más. Antes la agarraba De la Mata y se gambeteaba a siete tipos. Hoy, ese fútbol no se ve. Hoy se juega mejor”.
Hace unos años se disputó en la Argentina una nueva edición de la Copa América. Para el puntapié inicial la organización invitó a un ex capitán, que charló con El Gráfico después de haber prologado el debut. La revista le preguntó qué le parecía el fútbol de ahora, si iba a la cancha aún, y Jorge Brown respondió “tajantemente, casi con desprecio: ´Noooo, fútbol era el de antes´”. La historia la contó el periodista Jorge Barraza en su libro “El fútbol de ayer y de hoy”, y después de que el capitán de Alumni dijera eso y acaso se fuera (porque fútbol actual no veía) la selección argentina le ganó en el Viejo Gasómetro, el 3 de noviembre de 1929, a Perú. El primer gol lo metió Carlos Peucelle. Los otros dos los hizo Adolfo Zumelzú, que entonces jugaba en Sportivo Palermo y se retiró en Tigre cuando el profesionalismo empezaba a clarear.
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