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Mis experiencias en el Santiago Bernabéu, un estadio mágico donde nunca dejan de suceder milagros
Jugué tres veces en ese estadio, todas con el Tenerife, y no me puedo quejar
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En 1994, desde Sudamérica veíamos el Real Madrid como algo inaccesible y muy lejano. Una especie de leyenda construida sobre la base de escuchar relatos de historias que sonaban increíbles. Por eso recuerdo el respeto con el que entré por primera vez al Santiago Bernabéu, ese estadio que para mí representaba casi un templo. Estar ahí era único y en cuanto lo pisé sentí sus dimensiones, pero no por el tamaño del edificio en sí -aunque cuando hay público parece que las tribunas se vienen encima- sino por las sensaciones. Uno sabe que en su interior vive toda una colección de recuerdos, de goles, de jugadores, de equipos, de títulos. Que hay espíritus dando vueltas, que hay magia, que hay mística...
En esta edición de la Champions League pudimos apreciar en toda su dimensión lo que provoca en propios y extraños ese encanto tan particular del Bernabéu. En tres eliminatorias que parecían absolutamente perdidas -PSG, Chelsea y Manchester City-, un equipo a la deriva que daba la impresión de estar más cerca de tirar la toalla que de dar vuelta la situación encontró algo, un hecho mínimo, una razón oculta, para aferrarse a ella y resucitar cuando nadie lo esperaba.
Soy de los que creen que los componentes esotéricos no tienen nada que ver con el fútbol. El juego tiene sus propias reglas y hay que hacer las cosas lo mejor posible para alcanzar un buen resultado. Pero aunque pueda sonar contradictorio, también acepto que no todo es explicable ni cabe dentro del corsé de la teoría, sino que existen variables que en momentos determinados impulsan a un equipo a priorizar cuestiones más relacionadas con el carácter que con el juego y lograr reacciones que están fuera de toda lógica. Y que también el azar cumple un rol.
Sin embargo, los “milagros” que hemos visto esta temporada en el Bernabéu no pueden ser encuadrados en el marco de la casualidad, lo fortuito no puede repetirse tantas veces. La expresión utilizada hace muchos años por Jorge Valdano, aquella sobre el miedo escénico, fue muy gráfica al respecto. Igual que la frase de Juanito, el delantero a quien la hinchada del Madrid homenajea en el minuto 7 de cada partido, cuando en un italiano cocoliche y previo a una serie que el equipo debía revertir contra el Inter dijo: “90 minuti en el Bernabéu son molto longos”. Y realmente lo son para los 22 jugadores que están en la cancha.
Imagino que vestir una camiseta como la del Real Madrid obliga a estar al compás de la historia, a reescribirla de manera permanente, y también a sentir que la hazaña está siempre al alcance de la mano. En un partido se producen situaciones que invitan a la frustración, que llevan a dejar de creer, y se necesitan instrumentos psicológicos para lidiar contra ellas. El Madrid sin dudas los posee. Es un equipo que se crece ante la adversidad y permanece inmune a lo que sucede alrededor. Maneja como nadie los momentos en los que las cartas parecen echadas. Se despoja del temor al riesgo, saca de su interior la cara más instintiva, más salvaje, y va al frente con atrevimiento y desenfado para remontar el partido, más aún si este se juega en el Bernabéu.
Por contra, al adversario le cuesta estar a tono. Se retrae, se acobarda, es consciente de que el milagro puede darse en cualquier instante y exagera la prudencia. Un primer gol en contra tiene un impacto impresionante en su comportamiento emocional porque sabe que la avalancha es inminente, y entonces el siguiente cae casi por decantación. Lo admitió Marquinhos, el defensor del PSG, que habló de su desconcentración tras el tanto del empate.
Jugué tres veces en ese estadio, todas con el Tenerife, y no me puedo quejar. La primera fue para una revancha por cuartos de final de Copa del Rey después de haber ganado 2 a 1 en la ida. Era una circunstancia muy particular. El público estaba muy exaltado pero al revés: cargaba contra sus propios jugadores porque las cosas no funcionaban. Es curioso lo que sucede en el Bernabéu. El espectador del Real Madrid es más analítico que fervoroso, incluso algo frío. Sin embargo, en momentos puntuales el estadio vibra, se enciende, entra en ebullición, y cuando eso pasa se siente en la cancha.
Ocurrió aquella noche, pero en contra de ellos mismos. Los jugadores se vieron condicionados, perdieron los nervios, y nosotros, que teníamos un muy buen equipo, aprovechamos esa tensión y ganamos 3 a 0. Hice los últimos dos goles, aunque solo en los breves momentos de los festejos, tomé conciencia de dónde estaba. Los jugadores, en general, nos centramos en la pelota y el juego, en lo que tenemos que hacer cuando empieza el partido, y el disfrute llega después, cuando todo termina.
La segunda vez fue un empate 1 a 1 por la Liga. En aquella ocasión tuve una tarde inspirada, le di el pase de gol a Dertycia y el programa El Día Después me eligió como jugador de la fecha. En la tercera conocí el efecto contrario: nos ganaron casi caminando, un 4-2 inapelable.
Sentir la magia del Bernabéu, en todo caso, es una experiencia inolvidable, y no tengo dudas que en ella radican buena parte de los “milagros” que se han repetido esta temporada y que seguramente seguirán sucediendo. Porque también por este tipo de cosas el fútbol es tan pero tan grandioso.
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