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Miguel Barbieri, el salto de Defensores de Belgrano a Racing y un "enfermo del fútbol"
Así se considera el zaguero, que analiza los aspectos del juego en todas las categorías; "Es muy difícil que me enfrente a un jugador al que no lo conozca, miro mucho y me gusta conocer a los rivales"
En el ambiente del fútbol suele repetirse que una de las claves para que un futbolista trascienda es aprovechar las oportunidades. Miguel Barbieri tiene bien claro cuáles fueron esas puertas que se le abrieron para lograr lo que pocos: a los 22 años, saltó de Defensores de Belgrano, en la B Metropolitana, a un grande como Racing. Una: “Por lo general en esa categoría un defensor se suele asentar a los 25 como mínimo. En Defe se lesionaron tres centrales, el equipo había descendido a la C y no trajeron tantos jugadores, prefirieron mantener la base. Ahí me tocó jugar muy joven”. Dos: “Subimos rápido a la B Metropolitana, que se televisa. Justo fue un año que no se podía jugar de noche en provincia de Buenos Aires, por seguridad. Los televisados eran a las 21. Sólo Atlanta, Defensores y Español tienen luces en sus estadios en la Capital Federal. Así que nos televisaron todos los partidos de local”. Tres: “Con Luciano Goux (37) hicimos una linda zaga, el me daba mucha contención. Fuimos la valla menos vencida del campeonato. Y me tocó hacer muchos goles ese torneo. Justo ahí se armó por única vez la selección de la B Metropolitana, que fue una vidriera”. Así, se armó un boca a boca que lo llevó del barrio de Belgrano a Avellaneda. “Nunca me imaginé llegar a un club como Racing y que termine pasando todo esto. Sí tenía la ilusión de escalar, pero no pegar semejante salto”, cuenta el zaguero que el sábado pasado convirtió su primer gol con la Academia.
–¿Por qué arrancaste en Defensores?
–Jugaba en Argentinos Juniors, pero me dejaron libre. Estuve por dejar el fútbol porque no lograba quedar en ningún club. Llegué a Defensores de Belgrano porque me quedaba cerca del colegio de River, donde fui desde sala de 5 hasta tercer año. Me probé como enganche, pero era un enganche sin ganas. Era chico y estaba un poco desilusionado conmigo mismo. Ahí en Defensores no se me cruzaba por la cabeza llegar a Primera División, ganar plata por jugar al fútbol. Iba por inercia. Fui suplente en novena y octava división hasta que en séptima me empezaron a poner como defensor. Ahí hice el click, me puse objetivos, plazos y le metí con todo. En Quinta me subieron a Primera. Y bueno, acá estamos.
–Decís que en las inferiores no pensabas en ganar plata por jugar al fútbol. ¿Es distinto al chico que llega a la pensión desde el Interior detrás de ese sueño?
–Yo a veces tengo entredichos con los que dicen que la gente más humilde siente más la camiseta porque viene de abajo y tiene que ganarse el pan para la familia. A veces puede ser más meritorio el pibe que no tiene la necesidad de tener un sueldo de futbolista porque la familia puede bancarle una carrera hasta los 20 años, de psicólogo o de médico, y ganar un sueldo profesional. Por ahí una persona humilde sí necesita ese sueldo de futbolista, y quizá lo piensa más como un trabajo que como una pasión. Yo he ido a entrenar días con lluvia que solo había siete chicos de mi categoría, íbamos a correr a un parque, entrené con dos pelotas cuando éramos treinta pibes, o viajábamos a jugar a Don Bosco en un micro escolar todos muertos de frío. Yo quiero mucho a este deporte y la meta de poder llegar fue mucho más fuerte que la obligación que tienen algunos chicos para llegar y salvar a la familia. El amor al fútbol es mucho más fuerte que esa necesidad.
–Hay más prejuicios: el del futbolista que viene, se entrena tres horas y se va a la casa.
–Hay muchos cuidados y muchas dificultades que nadie ve. Si vos venís a entrenar tres horas, te vas y volvés al otro día y te va bien es porque tenés muchísima suerte y sos un privilegiado. Con eso no te alcanza para jugar bien y triunfar. Hay que cuidarse mucho. Siempre terminás con un golpe, una contractura, un dolor. La gente dice: vas, entrenás dos horas y ganás cien lucas. No es así. Por ahí pasás tres semanas seguidas concentrando. La carrera es muy corta, dura quince o veinte años como máximo. Y la tenés que aprovechar. Por lo menos es mi manera de verlo, aunque sé que soy un poco obsesivo.
–¿Cómo es esa obsesión?
–Soy un enfermo del fútbol, básicamente. Miro todos los partidos que pueda, sea la categoría y el país que sea: de Europa, de Colombia, del ascenso, lo que sea. Me apasiona el juego, la táctica, el análisis, ver jugadores. Es muy difícil que me enfrente a un jugador al que no lo conozca, miro mucho y me gusta conocer a los rivales.
–Eso te debe ayudar a la hora del aprendizaje.
–Todo suma, sí. Porque cada vez que miro un partido es para tratar de entender determinados movimientos o decisiones, siempre con la intención de aprender.
–Si sos tan puntilloso, deben ser semanas difíciles para ser defensor de Racing. ¿Preocupa que les conviertan tanto?
–Cuando reviso los partidos, los llamo a mi viejo y a mi hermano y les digo: mirá las cagadas que me mandé acá y acá. Pero creo que son cosas grupales, que con trabajo se pueden mejorar. Por ese lado estoy tranquilo porque no me parece que las fallas sean individuales. Estamos a prueba y error. Ahora trabajamos toda la semana las fallas que mostramos con Atlético Tucumán. Con Sarmiento nos llegaron una vez y nos convirtieron, pero con Atlético y con Quilmes sí tuvimos bastantes fallas.
–¿Cuánto tiene que ver Diego Cocca en este 2017 de Racing?
–Mucho. Nos cambió la mentalidad. Habíamos tenido un semestre con malos rendimientos en 2016, donde no habíamos demostrado estas ganas, esta jerarquía para ganar los partidos o la confianza para dar vuelta un partido como lo hicimos contra Quilmes o Godoy Cruz. No teníamos esa fortaleza mental que nos ha dado Diego, que además potenció a muchos jugadores. Él sabe lo que es ganar en este club y eso aporta. Diego lo dijo el otro día: el estado de ánimo es contagio. Nos tiene a todos en puntitas de pie porque sabemos que en cualquier momento nos toca jugar y hay que rendir. Ahora estamos con mentalidad ganadora, fuerte, nos queremos llevar todo por delante.
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