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Miguel Ángel Russo: “El liderazgo no viene por la fuerza, viene a través del diálogo”
A los 67 años, íntimo y reflexivo el entrenador del campeón Rosario Central: “Hoy, el dinero supera al amor por el fútbol”, alerta en tiempos agitados
- 17 minutos de lectura'
¿Creemos que conocemos a Miguel Ángel Russo? De las personas solo sabemos lo que nos dejan ver. “No sé si jugué alguna vez al fútbol con mi papá, si pateamos una pelota… No lo sé, no tengo ni idea, no guardo ni un recuerdo. Mi papá murió antes de que yo cumpliera 5 años”, comenta con una mirada que acompaña el viaje imaginario. “Dios me quitó algo tan importante como crecer sin un padre, pero la vida me compensó con muchísimas cosas –continúa–. Con muchas personas que me han protegido, que me han cuidado y eso para mí es invalorable. No reniego. Sí, me hubiese gustado tener una charla para preguntarle si estaba contento con lo que hice en mi vida. Dios sabrá por qué, ¿no?”. El tiempo no borra todo. “En esa época no se sabía tanto de las enfermedades, él andaba por los 25 años… no sé qué pasó. Y yo tampoco nunca quise remover esa historia. La vida es así, la acepto y punto”. En Russo asoma mucho más que un entrenador campeón, y él abre la hendija.
La vida le ha dejado cicatrices a Russo, pero le cuesta mostrarlas y detesta la autocompasión. En febrero de 2018 lo operaron en Bogotá por un cáncer de próstata, cuando dirigía a Millonarios, tarea que no desatendió, entre sesiones de quimioterapia, hasta conquistar el título colombiano. Nunca habló de lucha. “Confié en los médicos y no me asusté porque fui medio inconsciente. Yo seguía para adelante. Todo se cura con amor, en definitiva creo mucho en eso”, aclara. Y asume que esa marca la mira cada día. “Los controles son clave porque uno nunca sabe por dónde te puede volver a aparecer. Y los controles son preventivos. No estoy curado, sí estoy bien y debo seguir con todos los estudios periódicos. Hoy ha avanzado muchísimo la ciencia, y eso abre la esperanza de los pacientes. A mí me gusta estar cerca de ellos, porque yo también lo soy. Hace unos días estuve en el hospital Vilela, y no te digo que me molestó que haya habido prensa, pero prefiero el silencio. Porque el enfermo debe sentirse cómodo y no invadido. Yo estuve ahí, y sé que al enfermo de cáncer no le gusta la exposición. A mí no me gustó. Hay que sentir lo que atraviesa el otro, ponerse en su lugar, y por supuesto el que pasó por ahí lo entiende mucho mejor. A mí me pasó lo mismo, y me ayudó mucho Joan Manuel Serrat [tuvo cáncer de vejiga y pulmones en 2004, 2010 y 2013] en la primera charla que tuve con él, y fue clave para mi cabeza. Para asumir, para aprender a transitar. Entonces yo trato de repetirlo con el que me necesita. Yo no quiero ser ejemplo ni soy héroe de nada. Siempre con mucho silencio”. Y Russo hace silencio.
La entrevista con Miguel Ángel Russo se terminó de acordar el miércoles de la semana pasada, horas después de su visita al sector de oncología del Hospital de Niños Víctor J. Vilela, en Rosario. Él propuso la charla para el sábado, al día siguiente de la final contra River por el Trofeo de Campeones. El cronista se sorprendió… ‘Pero, ¿bajo cualquier circunstancia Miguel?’. Es que una derrota podía cambiar los ánimos… Miguel, confirmó. Central perdió y Miguel estuvo el sábado, puntual. “Las derrotas me duelen, como me dolieron siempre desde que estoy en el fútbol. Es un dolor natural. Saber aceptar la derrota forma parte de este juego, hay que saber perder. Sí, con los años, he notado que el análisis post derrota lo realizo con más calma. Y las victorias, como la Copa de la Liga, tienen un sabor muy especial; las disfruto mucho interiormente porque sé lo que cuesta conseguirlas y nadie sabe si llegará otra”.
-¿Necesitabas salir campeón con Central?
-Uno busca siempre ser campeón… pero tampoco sentía una necesidad imperiosa de pagar nada. Uno le da a la gente lo que puede… por eso, ahora que disfruten. El cariño de la gente nace de los esfuerzos que hemos hecho… Siento que la gente de Central quería que el equipo saliera campeón, claro, y también quería que me tocara a mí. Y eso se los agradezco muchísimo porque significa que los hinchas se dieron cuenta desde el primer momento de lo difícil que iba a ser esta etapa.
-¿Tu quinto arribo al club fue el más traumático?
-Recuerdo que algunos amigos me decían ‘¿para qué te metes en ese quilombo, Miguel’… Sabía que tenía mucho para perder. Estábamos a cinco puntos del descenso, venía muy deteriorado Central, estaba muy mal su fútbol amateur, los jugadores que se habían promovido a Primera yo ya sabía que se debían vender… El panorama no era el mejor, pero bueno, mi relación con Gonzalo Belloso es muy profunda, viene desde hace mucho tiempo, y se fueron generando esas pequeñas sociedades donde él trabajó tranquilo en su área y yo trabajé tranquilo en la mía. Con apertura, con diálogo, llegaron mejoras estructurales, las obras que están en marcha en el estadio, por ejemplo, y todo lo que falta por hacer.
-El hincha se acostumbra al éxito. Ahora pedirá más, querrá que llegue Di María…
-Vamos a jugar Copa Libertadores, eso es muy importante para el club, pero tampoco habrá que olvidar el torneo local porque el torneo local es clave. Hay cosas, como los promedios, que no te pueden volver a pasar. Y para que venga ese tipo de jugadores, el club debe estar bien armado. Ojalá se dé, y para eso la función de Gonzalo [Belloso] y mía es poner a Central lo más alto posible en formación, desarrollo, infraestructura y competitividad.
Russo nació en Villa Diamante, Valentín Alsina, en el partido de Lanús. ¿Carencias? Casi todas. “Si tomabas el tren, las estaciones eran Villa Diamante, Villa Caraza, Villa Fiorito y después la Salada. No era París, Nueva York…, no. Me eduqué ahí, la gente grande te formaba… y por más que quizás ellos hacían alguna cosa mala, a vos no te las permitían”, resume. Aquellos años tuvieron un vecino ilustre… que más tarde sería popular. “Con Diego jugamos juntos una final de papi fútbol en un club que está a una cuadra del policlínico de Lanús. Los dos, casi, casi, ya estábamos en Primera. Nacimos muy cerca, en barrios muy cercanos… De chiquitos ya jugábamos en equipos de gente más grande, por plata, y ahí también nos cruzamos y nos enfrentamos”.
Sin padre de familia, todo fue cuesta arriba en la infancia. Los días de semana transcurrían entre la villa y los potreros, y el fin de semana se abría un universo de fantasía. Aparecía la abuela paterna y lo invitaba a Miguelito a un viaje de ficción… “Era una señora con muchas relaciones, pero ya venía de un círculo distinguido desde Capri, donde estaban sus orígenes. Con mi Nona tuve una relación muy fuerte, yo era su primer nieto… Había fallecido su hijo, mi padre, y más allá de todos los cuidados de mi madre, mi abuela fue importante para incorporarme cultura. Yo era muy chiquito y los fines de semana íbamos al teatro Colón, a museos, me explicaba los cuadros y me hablaba de sus pintores, me llevaba a tomar el té a Harrods Gath y Chaves, me enseñaba a usar los cubiertos… Después, volvía a mi Villa Diamante…”
La madre de Russo nuevamente se casó cuando Miguel tenía 12 años. Tuvo seis hermanos más, son ocho en total. La menor cumplió 50 y él, claro, es el mayor. De su primer matrimonio, con Cecilia, nacieron Natalia e Ignacio, delantero, surgido en las inferiores de Central, que estuvo a préstamo durante este año en Patronato por decisión del entrenador… su papá. Las charlas que le faltaron a Miguel con su padre, abundan con “Nacho”. Y con Pedrito, su único nieto, el hijo de Natalia. “No me engaño: a media que uno va avanzando en la vida… los logros se disfrutan más también. Y además, en los últimos años mi nieto me ha acompañado siempre… A partir del campeonato con Millonarios, los dos títulos en Boca y este con Central… ¡Ya suma cuatro! Es una experiencia única para él, y para mí, ni qué decir… Y a través de él, la familia se realza; nosotros tenemos un perfil familiero muy alto y todo lo disfruto mucho más con ellos”.
Cuando dice “ellos”, son todos sus afectos. Le gusta decir que es la gente que lo cuida. Mónica, su mujer actual, sostén emocional. Y los amigos, esa cofradía con rutinas impostergables. Con bares y restaurantes de culto. Como “Centralito de Pizzas”, sobre la calle Avellaneda; como “Refinería”; como la Escauriza, de cara al río, como “Mediterráneo”, frente a la plaza Alberdi. Si Lanús y La Plata están grabadas en su vida, Rosario es su lugar en el mundo. “No hay otra ciudad futbolera como Rosario. Con sus desbordes, sí, pero única. Hay algo que le agradezco a Rosario, y es que acá no dejo de hablar de fútbol. Es fútbol todo el día de todos los días. No hay lugar ni persona que no me hable de fútbol, y a mí eso me revive permanentemente. Me obliga, me hace crecer. No hay otra ciudad con esta pasión, una idiosincrasia futbolística irrepetible. Después, hay una realidad en toda Argentina, no es Rosario sola. Ojalá encontremos la tranquilidad que nos hace falta, pero insisto, no solo en Rosario, sino en todo el país. Rosario también tiene muchas cosas buenas, no me gustan los prejuicios, acá hay mucha gente buena, sana, como en toda la Argentina. Y como en toda la Argentina, nos merecemos vivir de otra manera”, advierte.
-Tu identificación con Estudiantes y Lanús es lógica. Ahora, ¿por qué creés que te adoptaron casi como propio en Vélez, Boca, Millonarios, Central…?
-Yo he sido el mismo en los distintos clubes, solo han pasado los años. Estudiantes ha sido mi formación como hombre, y por eso le estaré agradecido siempre, porque primero moldeó a la persona y luego al futbolista. Y me empezaron a formar también como entrenador, quizás de manera inconsciente, con Bilardo y Manera, y fue Lanús el que me terminó de consolidar como entrenador… Estuve cinco años. La gente de Lanús dice ‘antes y después de Miguel Russo’… Vélez fue el primer equipo donde salimos campeones, Boca y la Libertadores 2007… he tenido logros en muchos lugares y también momentos malos que no supe resolver. Creo que no hay una forma: tengo una manera de trabajar, una forma de comunicar, una guía de respeto… Los empleados de cada club por los que pasé me tratan con mucho cariño y esos gestos los valoro especialmente, creo que dicen mucho.
🇺🇦😍 ¿Es cábala?
— Diario La Capital (@lacapital) December 20, 2023
Así cenaba Miguel Russo en el bar "Centralito de Pizzas" de calle Avellaneda junto a dos amigos luego de la consagración de Rosario Central en la Copa de la Liga.
Los tres aparecen sentados de la misma manera que la vez anterior cuando fueron a este mismo bar. pic.twitter.com/wdyWe4ZgZk
-Central es… ¿desbordante?
-La gente de Central es muy especial, tiene esas cosas… son tan pasionales. Central es un club difícil si no lo entendés. Me gusta salir a andar en bicicleta, y a veces me disfrazo un poco… Yo estoy agradecido con ellos. La pasión que sienten por su club no se ve en muchos lados. Para mí es un placer tocar una cancha de fútbol... y la de Central, mucho más. Esto es Central…, ya lo he dicho, es único. No tiene otra explicación.
Miguel Russo cuenta que reza todos los días por Carlos Bilardo, pero no puede ir a visitarlo. El Doc lo puso en Primera, le enseñó casi todo y solo con los años, cuando el discípulo fue entrenador, entendió por qué no lo llevó a México ‘86. A ese Mundial. “¿Vos me preguntás si yo hubiese jugado en un equipo de Russo, en un equipo mío…? … Jajaja… y, tuve a monstruos a mi lado, como Trobbiani, Ponce y Sabella… Bilardo y Manera me decían: ‘Vos quitala, dáselas a ellos y después ponete atrás de ellos, porque van a gambetear, y si la pierden, vos vas a estar cerquita para recuperarla’. Y tenían razón, el fútbol son sociedades. Esto funciona así, es un juego de equipo. Ellos me hicieron pensar mucho, me invitaron a ir desarrollándome y hasta el día de hoy hay pequeñas cositas, especialmente con los volantes, que vienen de esa época y me sirven para ayudar a mis jugadores a organizarse”.
En 1975, Bilardo promovió a Primera a tres pibes de las inferiores pincharrata: José Luis Brown, Patricio Hernández y Russo. Miguel compartía la pieza con la Bruja Verón padre… “Recuerdo cada mesa de fútbol en mis orígenes como jugador en Estudiantes: abría bien grandes los ojos al escucharlos a Bilardo, a Pachamé, a Verón al hablar de aquellas Libertadores que habían ganado, de la Copa del Mundo, de Manchester… Yo en 1975 compartía la pieza con Verón. Escuchar a los propios protagonistas de los grandes episodios del fútbol tienen un sabor muy especial. A mí me educaron en Estudiantes, pero no solo en Primera, sino desde las inferiores, me enseñaron hasta cómo invertir y cuidar la plata. Hoy… cambió la vida, la sociedad, la educación y hay que saber adaptarse. A los chicos hay que llegarles de otra forma para que entiendan. Para que entiendan la necesidad del esfuerzo, pero con un estilo no tan ‘dictatorial’ como fue conmigo. Pero ojo, yo estoy eternamente agradecido de que conmigo hayan sido muy drásticos en la manera de criarme futbolísticamente, digamos. El no era un no, y punto. Ahora hay que hablar más y convencer. Estamos en la era de WhatsApp, pero solo la charla transmite lo que uno siente.
-Pertenecés a una generación donde los jugadores jóvenes no se levantaban de la mesa hasta que los grandes daban permiso. ¿Cómo son los pibes hoy?
-Tenés que adaptarte… sino quedás lejos. Hoy, el dinero supera al amor por el fútbol… Quizás no en los chicos, pero hoy en día es difícil encontrar padres sensatos, tranquilos… Antes era más usual. Antes venían padres que me decían: ‘¿Cómo se porta? No cómo juega… Porque avisame y me lo llevo y lo levanto una semana a las 5 y lo hago trabajar en el campo y después te lo mando’. Hoy no existe eso, porque cambió la sociedad. Antes era la mamá y el papá, y ahora hay un montón de gente alrededor del chico. Y no solo su representante, sino las consecuencias de los matrimonios disueltos, entonces están las parejas nuevas, los padres se vuelven a juntar y aparecen otros actores… Hay muchas situaciones que antes no ocurrían porque la vida era distinta. Pero es así, no valen lo lamentos. Hay que saber acomodarse y esa, sí, creo que ha sido una virtud mía. No pensar con la cabeza de mi época, no ponerme como ejemplo de nada ni contarles lo que yo hice, sino acomodarme a los tiempos modernos. Soy el mayor de 8 hermanos y tengo un montón de sobrinos de la edad de muchos de mis jugadores, y también mi hijo es futbolista y me hace los mismos planeos que los demás jugadores, y todo eso a mí me ha hecho crecer en el trato diario con las generaciones actuales. Entender la realidad es la clave, especialmente en el factor humano.
-Pero son más rebeldes, más contestatarios…
-Nunca hay que dejar de pensar en sus emociones, aunque a mí me toque tomar decisiones duras. Para tener un buen grupo hay que alimentarlo, cuidarlo. El liderazgo no viene por la fuerza, viene a través del diálogo. Y de las decisiones, sí, de tomar decisiones, aunque tanto se me haya caído por esa expresión. Pero no pasa nada, no es una expresión para salir del paso, es la vida misma. Todos vivimos tomando decisiones sobre nuestras vidas. Ahora, algunas de las mías repercuten sobre el jugador, y yo debo cuidarlo públicamente, no exponerlo. En la intimidad, sí, hablamos y decimos todo.
-Cuando empezaste como DT en Lanús, en 1989, solo te ocupabas de tácticas. Ahora, antes que nada, debés gestionar emociones…
-El entrenador debe vivir sin desconectarse nunca de la realidad. Yo hablo con todos para aprender. Si considero que lo apropiado es un psicólogo, hablo con un psicólogo, y también con gente común, digamos, porque hay gente muy perspicaz e intuitiva, sin un título. El fútbol no cambia, es un estado permanente que refleja los cambios del mundo. Y nosotros, que vamos adentro, vamos acomodándonos también. Y mucho más en un país como el nuestro, que ahora está en un proceso de búsquedas nuevas. Un país que, entre tanto deterioro, ha provocado que la desconfianza entre las partes sea cada vez más grande. Hoy es muy difícil que uno le crea al otro, en todos los campos, no solo en mi profesión. Lograr la confianza del otro es mucho más difícil que hace años, entonces hay que saber elegir los momentos, los tiempos, las palabras, los tonos, el lugar y encontrar las situaciones propicias… Yo vivo en el presente, insisto, nunca en el pasado.
-¿Les gusta el fútbol a los jóvenes? ¿Tienen la curiosidad de preguntarte cómo fue jugar con Maradona en la selección, o cómo ganaron con Riquelme la Libertadores de 2007?
-Algunos sí, pero también hay que saber despertarla a esa curiosidad. Nosotros jugábamos en la calle, y cuando salía tu mamá a la vereda, una vecina le contaba que los nenes estaban jugando allá o a la vuelta. A la tarde escuchábamos que alguna mamá gritaba ‘a tomar la leche’, y parábamos de jugar e íbamos 15 o 20 a tomar la leche a la casa de uno. Bueno, todo eso desapareció, el chico ya no juega en la calle. Y los chicos necesitan de la contención de los clubes de barrio, porque antes la vereda y la calle cumplían un montón de roles. Y ahí se hablaba de fútbol, y ahí empezabas a aprender y a preguntar sobre fútbol. Desapareció todo, por las obligaciones de los chicos, por la urgencia de la sociedad, por la inseguridad de las calles. Ya nada es lo mismo. Por eso hoy hay que apoyar a los clubes de barrio, que son el lugar que cubren un montón de falencias. Que sean formadores, educadores, un sano lugar de reunión. Cuando todo eso falla, lo notan y lo sufren los entrenadores de inferiores, y más tarde, también llega a nosotros en Primera.
-Vigente a los 67 años, cuando la mayoría de los técnicos son Sub 50…
-Alguna vez, hace unos años, me llegó algún comentario del tipo ‘¿y este viejo qué hace acá...?’ En el fútbol uno vive aprendiendo, es un deporte donde todo cambia constantemente y hay que habituarse. Escuchar, aprender. Mi generación tenía esa particularidad que hoy se ha perdido: en un café con el ‘Coco’ Basile o el ‘Pato’ Pastoriza, yo me callaba la boca y estaba cinco horas escuchándolos hasta que me atrevía a preguntar algo… Bilardo me ha explicado jugadas de fútbol durante horas, y si hoy lo veo al ‘Coco’ [Basile], me cuesta levantarme de la mesa para irme… Ellos siguen viendo el fútbol de otra manera, con otro significado. Hoy existen las redes y otros modos de comunicación, lo sé. Pero yo elijo aquello, esa comunicación. Y no tengo problemas en hablar con los entrenadores jóvenes, y les hago preguntas, y los felicito cuando me parece apropiado. Mis puertas para hablar de fútbol estarán abiertas siempre y con todo el mundo. Hoy mandan las redes sociales, los video-análisis y está bien, es todo real eso. Pero no es la única realidad. Muchas cosas pasan por las sensaciones, la interacción, la intuición, el contacto. Y para mí, eso nunca pasa de moda.
-Van 16 equipos, ocho países y tres continentes. ¿Y el futuro del DT Russo?
-Por ahora quiero seguir compitiendo, al más alto nivel. Un día tendré que dejar, pero por ahora no me apuro. El cáncer me enseñó que el día a día es inigualable… Es una bendición ver crecer a los demás… ¿Para qué apurarse? Una mañana diré hasta acá llego, punto. Y listo. Fue igual como futbolista, y así será como técnico. Con naturalidad, no va a ser calculado. No habrá análisis previo, será por las sensaciones. Yo me guío mucho por mis sensaciones. Una mañana voy a decir hasta acá llegué, y no habrá marcha atrás.
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