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Messimanía desatada en París: un día inolvidable con la llegada del crack, la locura por verlo y... las cifras disparadas de reventa y merchandising
Hinchas dispuestos a esperar horas y a volver si no lo veían, precios de entradas que se multiplican en el mercado negro, cientos de millones de euros por ventas de productos... Lionel Messi revoluciona a una ciudad acostumbrada a los grandes personajes.
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PARÍS.– Oh, là, là… ¡Qué semana ésta en París! Cuando los pocos habitantes que por milagro no partieron de vacaciones esperaban vivir unos días de absoluta paz, les cayó el mundo en la cabeza: en menos de 24 horas, a los inolvidables triunfos de los equipos de handball y vóleibol en la última jornada de Tokio 2020, se sumó el anuncio de la inminente llegada de Lionel Messi a Paris-Saint-Germain. Resultado: desde el lunes los medios de comunicación se volvieron locos y un millar de hinchas invadió las inmediaciones del estadio en el exclusivo distrito 16 de la capital; otros varios centenares decidieron montar guardia en el aeropuerto de Le Bourget, a 22 kilómetros de la ciudad, y toda Francia se pegó al televisor para ver llegar al ex crack de Barcelona.
Y Messi llegó por fin. Después de días de lluvia torrencial, el cielo estaba cubierto y la temperatura era agradable cuando el avión que traía a su familia se posó en Le Bourget. Gentleman, pisó tierra francesa con una camiseta que era toda una declaración de amor: “Ici c’est Paris” (”Esto es París”), canto emblemático de la hinchada de PSG. Hermoso gesto, la verdad, que consiguió emocionar a más de uno de todos esos jovencitos que, a pie firme, lo esperaban desde hacía dos días.
Y todo indicaba que seguirían esperándolo por lo menos hasta este miércoles a las 11 de la mañana (las 6 de la Argentina), cuando el crack dará su primera conferencia de prensa.
“Si no viene hoy, mañana llego aquí a las 8 de la mañana y no me muevo”, había asegurado poco antes Roland, un chiquilín de 17 años, obligatoriamente enfundado en la camiseta azul con ribetes rojos y blancos de PSG, al igual que el resto del consistente grupo de hinchas que montaban guardia en las inmediaciones del estadio. A esas horas, Lionel Messi se encontraba todavía haciendo su control médico no lejos de ahí, en el exclusivo Hospital Americano de París, ubicado en el elegante suburbio de Neuilly-sur-Seine, allí mismo donde murió Aristóteles Onassis el 15 de marzo de 1975.
Pero no hizo falta que Roland regresara este miércoles. Porque una vez más, en un gesto digno de un auténtico hidalgo, Messi apareció a las 19.45 en el Parc des Princes. Llegó a bordo de una camioneta negra con vidrios polarizados, escoltado por dos motos de la policía francesa y algunos guardaespaldas.
En todo caso, los cantos y consignas vociferados con el entusiasmo de la juventud rompen desde el viernes pasado el absoluto silencio que reina en el exclusivo distrito XVI de la capital, en cuyos 7,8 kilómetros cuadrados se concentra la mayor cantidad de riqueza del país. Allí, al límite de otro elegante suburbio, Boulogne-Billancourt, se erige desde 1972 el desangelado edificio de cemento gris del legendario Parc des Princes (en el parque existente desde 1897) sede del poderoso club de la capital.
“¿Qué es Messi para mí? Una nueva estrella para la capital”, dijo Roland a LA NACION —cuya corresponsalía se ubica a escasas dos cuadras—, señalando las que ya figuran en la camiseta de PSG, símbolo de los campeonatos de la liga nacional que ganó Paris.
Y ya que hablamos de camisetas, no sería superfluo señalar que, según Vincent Chaudel, economista del deporte, el club de los qataríes espera pagar con creces el salario de Messi con parte de las ganancias del merchandising generado por el futbolista, estimadas en 250 millones de euros.
“PSG vende actualmente un millón de camisetas de Neymar por año. Con Messi espera vender un millón y medio”, explicó. Ya el lunes, en efecto, el club comenzó a fabricar esos productos derivados, que venderá en la imponente boutique que tiene en la avenida de los Campos Elíseos y en un pequeño local cerca del estadio.
Su llegada a París puso en marcha un mercado negro de reventa de entradas para el partido del sábado próximo de PSG con Strasbourg en el estadio parisino, donde Messi será presentado al público, aunque no jugaría. Anoche, cada ticket se cotizaba en torno a los 1000 euros.
En todo caso, como decíamos al comienzo de esta nota, para París —e incluso para Francia— estos últimos siete días serán probablemente inolvidables. La tristeza provocada por el fracaso de un héroe nacional del deporte, el yudoca Teddy Riner, en su intento de obtener el oro individual en Tokio, fue de a poco remplazada por las 10 medallas doradas, 12 plateadas y 11 de bronce que obtuvieron los franceses en total en los Juegos Olímpicos, con una remontada coronada con las victorias de los equipos de handball y vóleibol en la última jornada. El orgullo creció aun un poco más cuando, al día siguiente, la alcaldesa de la capital, Anne Hidalgo, recibió del organizador japonés la bandera olímpica, anunciadora de los próximos juegos, que la Ciudad Luz organizará en 2024.
Sin tiempo para cantar “cocorico”, expresión que —imitando el canto del gallo “galo”— alude para los franceses a su marcada inclinación por el chauvinismo, les llegó el último e inesperado regalo: Messi a París. Casi demasiado.
O tal vez no. En Francia, una célebre publicidad de chocolates afirma: “Quelques grammes de finesse dans un monde de brutes” (”algunos gramos de dulzura en un mundo de brutos”)... En un planeta azotado por incendios, inundaciones, pandemias y dictadores que secuestran, encarcelan y asesinan, el deporte siempre consigue crear la ilusión de un mundo mejor.
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