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Messi siempre quiere jugar: el capitán de la selección argentina acelera hacia un nuevo estadio en su carrera
La recuperación de su lesión avanza, y en el predio de la AFA confían en su presencia ante Uruguay, el viernes en Montevideo
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¿Qué mueve a Lionel Messi a cruzar el océano? Jugar al fútbol. La sencillez –la obviedad– del razonamiento puede presentarse como un indicio: Messi viajó desde París, el domingo a la noche, para jugar los dos partidos que tiene por delante la selección en las últimas fechas de este año, el mejor de su carrera con la Argentina. Por eso, la pregunta que vale no es si el viernes va tener minutos ante Uruguay el viernes en Montevideo: la cuestión es determinar si será titular o ingresará luego desde el banco de suplente.
“Está bien, está bien”, responden mecánicamente desde la burbuja que la selección tiene montada en Ezeiza, después de una jornada en la que el capitán tuvo tramos de entrenamiento diferentes: primero se movió con el resto del grupo –de 35 jugadores, la convocatoria más extensa de la era Scaloni, aunque Nicolás González no viajó desde Italia por tener coronavirus– y luego trabajó con Leandro Paredes, que se recupera de un desgarro. De todas maneras, pese a las lógicas precauciones que se toman desde el cuerpo técnico que comanda Scaloni, notan una evolución favorable. “Falta bastante para el partido”, advierten, con el cuidado de no dar dos pasos juntos e ir día a día. De fondo, aunque no se hagan manifestaciones públicas ni siquiera desde el cuerpo médico, subyace el conflicto latente con PSG, que no dudó en manifestar en boca de Leonardo, su director deportivo, el desacuerdo con el viaje de los dos jugadores lesionados.
Las ganas del capitán, siempre dispuesto a jugar, pueden hacer el resto y resolver el dilema. ¿Aunque Argentina camine con placidez hacia la clasificación, a solo seis jornadas del cierre de las eliminatorias, y Uruguay esté jugando con fuego y necesite los puntos como el agua? Incluso en medio de ese escenario, Messi apunta a ser parte del equipo que juegue en la capital uruguaya. Sabe que cuando termine este viaje volverá a París con un margen de dos meses y medio sin partidos de la selección: luego del partido ante Brasil del martes, Chile será el siguiente rival, recién el 27 de enero. Pero aquí y ahora, trabaja para jugar. La recuperación que realiza para mejorar el estado de su rodilla izquierda y las molestias en los músculos isquiotibiales de esa pierna incluye un tratamiento médico que busca regenerar el tejido muscular lesionado a través de la aplicación de plasma rico en plaquetas, que se obtienen de su propia sangre. Eso fue a buscar el jueves pasado a Madrid, donde se lo vio caminar por la calle a la salida del centro médico donde ya se trató años atrás.
Así, a nadie deberá llamarle la atención que ahora, con 34 años, vuelva a pisar una cancha uruguaya como cuando tenía 18 recién cumplidos. Porque fue Uruguay el primer país que visitó como integrante de una selección argentina. La primera vez que cruzó el Rio de la Plata con el escudo de la AFA en la ropa no fue tan lejos del predio de Ezeiza que recién acababa de conocer: ocurrió para jugar el segundo partido de su vida con la camiseta de Argentina. El primero, se sabe, había sido el martes 29 de junio de 2004 ante Paraguay para aquella selección sub 20 que dirigía Francisco Ferraro. Las crónicas recuerdan su ingreso, la camiseta grande y el golazo en la cancha de Argentinos Juniors que no falta en ningún documental. Enseguida empezaría su gira mundial con la selección, que ya cumplió 17 años y no tiene fecha de fin de fiesta: el 3 de julio, aquel chico tímido llegó por agua a Colonia con sus compañeros para jugar en el estadio Supicci, donde acomodó otros dos goles en un 4-1 menos inolvidable que el 8-0 a los paraguayos.
Sus otras presencias en Uruguay tuvieron muchos más reflectores encima que aquella noche en el Supicci, está claro. Poco más de un año después (el 12 de octubre de 2005) entró en el segundo tiempo de la derrota por 1-0 ante Uruguay en el Centenario, cuando la selección de Pekerman ya estaba clasificada para Alemania 2006 y los locales buscaban lo mismo. Cuatro años más tarde, con Diego Maradona como su entrenador, fue parte del triunfo por 1-0 en el mismo escenario, la noche en que la selección abrochó con dramatismo el pasaje a Sudáfrica 2010. De su última visita, en 2017, se recuerda más la foto con su amigo Luis Suárez, en la que promocionaban la candidatura conjunta para el Mundial 2030, que el partido en sí mismo: un 0-0 en el tortuoso camino clasificatorio hacia Rusia 2018.
Ahora, con la estadística propia repleta de estadios visitados, pisará uno por primera vez: el partido del viernes se jugará en el “Campeón del Siglo”, tal la grandilocuente denominación del campo de Peñarol, que será sede del clásico. ¿Será su última vez como futbolista de la selección en aquel país? Esa pregunta es más difícil de responder que la que abre este artículo: “No sé qué pasará después del Mundial. No lo pienso. Pasará lo que tenga que pasar en ese momento”, le dijo, una semana atrás, al diario Sport, de Barcelona. Porque Messi siempre quiere jugar al fútbol.
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