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Messi se va de Barcelona después de un viaje de 20 años entre hadas y ogros: del niño tímido al hombre indomable
Lionel Messi es tan argentino como el dulce de leche, pero su vida se construyó en Catalunya. Dará un paso al vacío, como cualquiera que se desprende de las mejores páginas del álbum familiar. Eso confirma el hartazgo: nadie se lanza por la ventana si la casa no está en llamas. Llegó en 2000 con 13 años, lleno de miedos e ilusiones y con un estricto régimen de inyecciones para despabilar ese físico flacucho. Se marcha en 2020, con 33, convertido en leyenda viviente, uno de los principales influencers del planeta. Del primer contrato firmado con Carles Rexach en una servilleta al burofax sobre el escritorio del presidente Bartomeu para transformar en un maremoto a ese oleaje que jugueteaba con el naufragado Barcelona. En definitiva, hacer lo que nadie espera siempre ha sido la especialidad de Messi. Pero esta fascinante liturgia no tendrá final de hadas.
Goles, títulos, récords de toda clase, Balones de Oro, Botines de Oro, emprendimientos económicos, una familia y tres chavalitos catalanes que han crecido cantado las estrofas infantiles de "Joan petit quan balla". Todo en dos décadas y sin dejar, jamás, de hablar en rosarino y aspirarse las eses. Porque pese al viaje del niño al hombre, Messi no aprendió más que un puñado de palabras en catalán. Barcelona siempre estuvo a sus pies. Se ganó esa reverencia en la cancha, y por los años de los años, será insuperable. Allí se fue moldeando una personalidad primero huidiza, durante años enigmática, y rebelde desde hace un tiempo. Sorprendente transformación.
Messi creció: evolucionó en la cancha para superarse. Y cambió afuera. Era el silencio ausente de pretensión. Por años no tuvo tatuajes ni se vistió según los dictados del planeta fashion. Durante mucho tiempo transmitió una extraña inocencia, como si no acabara de entender por qué a su paso despertaba una afiebrada revolución. Alguna vez escribió Jorge Valdano... "Alcanzar esos niveles de celebridad sin confundirse es imposible, salvo que uno sea un superdotado o un autista". Quizás, Messi transitaba algo inconsciente de quién era. Un genio que se reservaba su expresividad para la cancha. Después, volvía a la burbuja, casi estacionado en la niñez. Aunque ya no fuera un chico.
Nadie le había escuchado un reproche ni le había visto un ademán de fastidio. Su cruzada, reservada, llevaba algo quijotesco. No había necesitado ser bravucón o transgresor, rasgos que tantas veces en la Argentina parecen imprescindibles para trepar a la idolatría. Su personalidad discreta abría la grieta: insulso e inexpresivo para muchos, educado y prudente para otros. Por esa corrección, y la imperdonable falta de títulos con la selección, aquí los corazones permanecieron blindados. Mientras Barcelona se arrodilló a la veneración.
Pero desde hace aproximadamente cuatro años apareció otro perfil. Desplegó otro estilo. Cambiaron los tonos, aparecieron los señalamientos. Por redes sociales, con algún comunicado, incluso en las canchas o en ciertas conferencias o zonas mixtas a las que antes evitaba concurrir. "Qué desastre que son los de AFA…, por Dios!", posteo en su Instagram porque un vuelo se había demorado en la Copa América del Centenario 2016. Comenzaba la conversión. Claro que sin ser un pendenciero, sí se involucró en discusiones con colegas, con árbitros, vio una tarjeta roja, le hizo gestos a entrenadores y empezó a marcarles la agenda a los dirigentes con sus declaraciones. Aun con razón, aun desgastado, aun furioso, nunca antes había caído en desplantes o groserías. Messi advertía que ya no se era el niño con mirada angelical.
Este es un nuevo escenario. Ahora se trata de un contrato, cláusulas y millones. Messi tiene derechos, sueños, obligaciones y no puede ser rehén de nadie. Para resolverlo, elige confrontar. Tal vez en los últimos años Messi ha sido víctima de un entorno que se fue desprestigiando. De la ausencia de sólidos y genuinos liderazgos en la cancha y afuera. Se quedó sin Puyol, sin Xavi, sin Mascherano... Sin Pekerman, sin Joan Laporta, sin Guardiola, sin Sabella... Se cansó, también, de que lo tratemos de amargo vendepatria.Él heredó el mando y en el ejercicio aparecieron reacciones insospechadas. Gestionar la adversidad lo irritó. A Barcelona llegó en puntas de pie un niño tímido y se va a los portazos un hombre indomable.
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