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Messi o las dudas, el riesgo de un equipo despersonalizado
¿Qué sería de la Argentina sin Lionel Messi? Asusta pensarlo. Se necesita hasta de una versión discreta del capitán para colorear a un seleccionado que envidia la estructura colectiva de Alemania, Brasil o España. Mantener un estilo reconocible durante un tiempo prolongado siembra confianza y pertenencia. Eso distingue a un buen equipo, pero la Argentina de Jorge Sampaoli todavía no consigue escapar de las ráfagas. Paradójicamente, a su selección le falta rock and roll. Electricidad y potencia para escapar del sopor del vals. A la Argentina le sobró previsibilidad, en los recorridos y en la ejecución. Otra vez se entregó a los ritmos de Messi, que naturalmente no puede sostener la intensidad todo el tiempo, y nuevamente sus vacíos no los completó ningún liderazgo alternativo.
La dependencia del capitán siempre es un peligro porque esconde un defecto colectivo: la despersonalización. Si el crack no brilla, al equipo se lo devora cierta opacidad. ¿Tan difícil es jugar con Messi? Mientras los manuales y Barcelona lo desmienten, la Argentina robustece la duda. Lo alertó Dybala, no se rebeló Lo Celso. El movimiento es la clave; con él en la cancha, está prohibido caminar. Hay que darle opciones y éstas aparecen con dinámica y desplazamientos. Pasan los años, los entrenadores, los mundiales… y apenas con Sergio Agüero comparten acordes.
Desordenar a una defensa tan amurallada como la rusa reclama paciencia. Presión muy alta, especialmente ante las pérdidas. Y una ambición constante. La Argentina completó esos casilleros. Pero también exige desequilibrio individual y movimientos de ruptura para aparecer por lugares inesperados para el rival. Acá la selección apenas fue intermitente. Parecía que no le iba a alcanzar para ganar, pero sí para convertir en figura al arquero Akinfeev. Como sucedió contra Uruguay, Venezuela, Perú… porque uno de los déficits que arrastró el equipo albiceleste desde el calvario de las eliminatorias fue su enemistad con el gol. A minutos estuvo el grito de volver a quedar atragantado.
La Argentina estuvo atada nuevamente a la voluntad de Messi. Cuando al partido ya se había vaciado, el rosarino inventó una habilitación para Pavón- estaba adelantado- que le permitió al Kun Agüero ganar un duelo que parecía archivado entre insulsas estadísticas. Cuando el capitán se activó, el equipo salió de la modorra de sus buenas intenciones sin corriente contínua. Cuando el crack se recostó en intervenciones apenas esporádicas, la selección se redujo a un bosquejo prolijo y aburrido. Sin Messi, nadie se asumió como bastonero de la partitura. Cada vez que Messi dejó el cincel, la obra se detuvo. La selección se paraliza sin su restaurador.
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