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Las dudas de Lionel Messi: hasta dónde puede llegar su enojo con Barcelona tras la debacle de Lisboa
Lionel Messi duda. "Harto" y "enojado" fueron dos de los adjetivos que usó para graficar sus sentimientos luego de la debacle de Lisboa, donde Bayern Munich sepultó su sueño de volver a levantar la ‘Orejona’ con Barcelona, el trofeo de la Champions League. Con esas sensaciones a flor de piel, el capitán del seleccionado argentino hizo en auto los 163 kilómetros que separan Cerdanya, el lugar elegido para las vacaciones familiares en los Pirineos catalanes, de su domicilio en Catelldefels. Allí vio cara a cara a un viejo ídolo del club que, cómo él, portó la cinta de capitán. Ahora es el nuevo entrenador. Es Ronald Koeman.
El rosarino transmitió sus dudas sobre el futuro. La prensa española avanzó que dijo sentirse "más afuera que adentro" del proyecto deportivo del club, que ahora encarna el ex DT del seleccionado holandés. Hay un punto en favor del recién llegado al banco de suplentes azulgrana: tiene sangre culé. Está identificado con los colores. Y tuvo palabras elogiosas para el jugador franquicia, que medita su futuro como si estuviera delante de una margarita: "Messi es un jugador tan importante que, como entrenador, siempre quieres tenerlo en tu equipo", dijo Koeman en su primera conferencia de prensa.
Esas palabras, sumadas al intercambio cara a cara de ayer, no parecen ser suficientes, por ahora, para contrarrestar una cadena de desaguisados deportivos e institucionales que minaron la relación de Messi con los colores que defendió durante toda su carrera profesional. El tobogán descendente comenzó en enero, con la salida de Ernesto Valverde como entrenador, y su reemplazo por ‘Quique’ Setién, recomendado por el director deportivo, Eric Abidal, y cuyo mejor antecedente era ser admirador de Johan Cruyff. Le siguió una discusión que se tornó pública con el propio Abidal, quien había levantado el dedo acusador contra el vestuario y había dicho que algunos futbolistas no se entrenaban al 100%. Este Messi en versión más combativa que artística, le respondió en nombre de sus compañeros. Le siguió el llamado "Barcelonagate": la contratación de una empresa dedicada a formar opinión en las redes sociales que terminó erosionando la imagen de personas vinculadas con el club, incluidos Gerard Piqué y el propio Messi.
Los errores de planificación se trasladaron a la cancha: Barcelona perdió la Liga con Real Madrid y recibió un mazazo de Lisboa de parte de Bayern Munich. Para colmo, Josep Bartomeu, el presidente de la junta directiva, no tuvo mejor idea que desnudar al ídolo: dijo en una entrevista que muchos futbolistas habían cumplido su ciclo y que probablemente fueran transferidos. Hablaba de Piqué, Sergio Busquets, Iván Rakitic y Luis Suárez, entre otros. Todos, segundos violines de aquella orquesta que comandaba Messi. Todos, contemporáneos de la ‘Pulga’. Escuchando las palabras del presidente, el argentino entendió que se quedaba solo.
Messi tiene por delante tres semanas antes de la reanudación de LaLiga. Más allá de las dudas, o de las broncas particulares que tenga, sólo saldrá de la Ciudad Condal si algún club paga su cláusula de 700 millones de euros. La cifra, que ya era prohibitiva antes del coronavirus, parece imposible de alcanzar en el mercado actual. Más, si se tiene en cuenta que el astro argentino tiene 33 años y que su sueldo anual en España supera los 50 millones de euros netos. Ni París Saint-Germain, ni Manchester City ni Internazionale tienen pensada una inversión semejante por un futbolista que queda libre en junio de 2021 y con quien pueden empezar a negociar en apenas cinco meses.
El año Messi en Barcelona será toda una transición. La temporada real irá de septiembre a marzo de 2021, cuando se realicen las elecciones. Lo más probable es que Bartomeu consiga llegar a esa cita electoral con Messi en el equipo. El fierro caliente lo heredará quien lo suceda en el cargo. Y el frente político tampoco está cerrado: Joan Laporta, ex presidente y uno de los posibles candidatos, no se decide porque los números no cierran. Barcelona parece la tormenta perfecta: necesita una nueva generación de futbolistas porque sus dirigentes entienden que muchos de los actuales ya lo ganaron todo y no pueden dar más. Sin embargo, en las cuentas bancarias no hay dinero. Y muchos de los fichajes de las últimas temporadas (Coutinho, Dembelé y Griezmann, por citar algunos) no están amortizados.
El colmo es que ese club que quiere mantener a Messi ahora busca a futbolistas que formó en La Masía. Pero los debe pagar a precio de oro. Eric García es un ejemplo: juega en Manchester City con Guardiola, pero quiere volver a Cataluña. Barcelona apenas ofreció una tercera parte de lo que quieren los ingleses. Y el defensor sigue en la Premier League. En el fondo, el hartazgo y el enojo de Messi tal vez encierren algo de duelo. La paliza de Lisboa fue el final de un proyecto deportivo que lo tenía como nave insignia.
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