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Messi y el dilema de Barcelona: ¿quién se anima a decirle mu a la vaca más sagrada?
En la India hay un problema: nadie sabe qué hacer con las vacas viejas. Una ley promulgada en 2019 castiga hasta con pena de muerte a quien se atreva a deshacerse de ellas. El problema es central en un país donde cada año tres millones de vacas se vuelven improductivas. Se les termina la vida útil, ya no dan leche. No sirven. Pero sucede que son sagradas para la religión hindú, simbolizan la vida: si hasta existe "el Día de la Vaca"... Entonces andan por las calles, libres, sin que nadie pueda tocarlas; las llaman "las vacas errantes".
La única vez que estuvo en India, Lionel Messi fue tratado como las vacas. Llegó el 30 de agosto de 2011 para jugar un amistoso con la selección argentina: dos mil personas lo esperaron en el aeropuerto de Calcuta y acompañaron el trayecto del ómnibus hasta el hotel en motos, mientras la ciudad lucía imágenes suyas por todos lados. Allí, todavía hoy, lo idolatran a niveles que desbordan la imaginación: hace poco un hombre pintó toda su casa con retratos del mejor futbolista del mundo, por ejemplo.
Nada distinto a lo que sucede en Barcelona, donde lleva 15 años protagonizando historias de película, que lo llevaron a ser el mejor futbolista de todos los tiempos del club. Es, con diferencia, el mayor símbolo de una era dorada e inigualable. Conviene ponerlo en contexto ahora, cuando el club –envuelto en una crisis incalculable– se asoma a una situación límite. ¿Qué hacer con la vaca más sagrada de todas?
La duda corre por los despachos de un club que perdió la brújula hace tiempo. No porque nadie se proponga tirar a Messi por la ventana, ni mucho menos. Ni porque alguien crea que ya "no sirve". Más bien, lo contrario: el problema es cómo gestionar la dificultad actual para no perder en el camino a su estrella, el último de la vieja guardia, el que si se lo propone puede ayudar a que el club vuelva a ser competitivo en serio en la Champions League, el torneo del que Bayern Munich acaba de echarlo con una patada que dolerá por mucho tiempo. Pero en el club saben que la vaca más sagrada de todas debe aceptar que haya cambios, para evitar que ella misma se convierta en "una vaca errante" más pronto de lo que todos quieren.
Messi tiene tiempo en estas mini vacaciones para masticar su futuro, mientras el club se deglute a otro entrenador. Quique Setién se irá después del humillante 8-2, pagando platos que él rompió sólo en los bordes. Asumió en enero e intentó volver a la filosofía de juego marca registrada en la casa: posesión de pelota, sociedades en todas la cancha, presión alta. Pero con un plantel mal conformado, con mayoría de referentes +30 y atléticamente inferior a las otras potencias europeas, su idea claudicó pronto. Ni siquiera pudo ganar el campeonato local. "Un equipo mal entrenado", repiten desde Barcelona quienes viven de cerca el día a día del club. El capitán no ocultó en estos meses sus diferencias con el DT que menos tiempo lo habrá dirigido. "Como venimos jugando, no nos alcanza para ganar la Champions", dijo, predictivo, viendo el panorama que se presentaba ante sus ojos antes del parate por coronavirus.
La introspección del capitán
A los 33 años, el dueño de seis Balones de Oro tiene una vida familiar sólidamente armada en Castelldefels –en las afueras de la ciudad–, un motivo central para permanecer allí. Varias veces dijo que cualquier decisión profesional debe contemplar la vida de su mujer y los tres hijos de la pareja, que nacieron en Cataluña. En ocasiones como la actual, tan desfavorables, ése parece el mayor argumento para seguir, más que cualquier cosa que ocurra en el Camp Nou. Pero sucede que el paso del tiempo no es gratuito: ahora Messi se enfrenta al dilema de cambiar o morir, en términos futbolísticos.
La vida es circular: fue Pep Guardiola, cuando asumió en 2008, quien cortó de cuajo el mando de un vestuario enviciado por los años y la gloria ya pasada. En su primera conferencia de prensa anunció que se sacaba de encima a Ronaldinho y Deco, las vacas sagradas de entonces (al año siguiente también extirpó a Eto’o), y giró la manija para el lado de Puyol, Xavi e Iniesta, criados en el club. Y de Messi, claro, un chico de 21 años al que sus mayores tutelaron de la mejor manera.
Ahora se impone un tajo semejante a aquel, aunque el escenario es ostensiblemente peor. Para empezar, el club vive una crisis institucional severa, con el presidente Josep María Bartomeu enfrentado a los principales jugadores. En febrero, la Cadena Ser denunció que una empresa contratada por el club creaba cuentas en las redes sociales para defender la imagen de Bartomeu y dañar la de los futbolistas. El "Barçagate" llegó a los tribunales y el presidente negó ante los capitanes cualquier acción maliciosa contra ellos. Messi sigue desconfiando.
¿Qué autoridad tiene Bartomeu ahora para impulsar la renovación del plantel, a un año de que venza su mandato? Si no la tiene él, dañada como está su reputación en el entorno del club, ¿podrá transferirle la responsabilidad de la limpieza al nuevo entrenador? Y en ese caso, ¿quién querrá hacerse cargo de ese trabajo? Allí anida otro de los grandes problemas: encontrar alguien que, además de la espalda necesaria (Mauricio Pochettino, por ejemplo, muy mencionado en estas horas), tenga la fortaleza necesaria y la venia del club para ajustar a fondo. "El que venga tiene que pactar con Messi, convencerlo del cambio y lograr subirlo a su barco. Y luego hacer la limpieza y cambiar la dinámica de trabajo", ponderan desde las oficinas del club ante LA NACION. Como si fuera tan fácil.
En el interminable terreno de supuestos, llegado a ese punto se abriría una nueva duda, tal vez la más importante de todas: ¿tendrá ganas Messi de empezar de nuevo, a esta altura? El final de su temporada 2020 mostró buenos números individuales (31 goles y 26 asistencias en 44 partidos), pero él los desprecia. Siempre resalta los logros colectivos: ninguno cosechó esta vez Barcelona, algo que nunca había sucedido desde aquel deslumbrante inicio de la era Guardiola (seis títulos sobre seis posibles en la primera temporada). Como capitán, Messi jamás levantó la Orejona, el trofeo de la Champions: en 2015, última conquista del club, la cinta la llevaba Xavi.
Los +30 y un presupuesto al límite
Empezar de nuevo, para él, significaría aceptar el desmembramiento del núcleo duro del vestuario. Hay demasiados jerarcas +30: además de él, están Luis Suárez, Piqué, Busquets, Jordi Alba y Arturo Vidal. Además, hay una cuestión presupuestaria pesada en el medio: solo Messi, Suárez, Griezmann, Piqué, Busquets y Alba se llevan cerca del 70% de la masa salarial del plantel, el más caro de Europa. La demora de un cambio de aires, frenada por años más de lo aconsejable, desembocó en la catástrofe de Lisboa. Los futbolistas antes eran eso: ahora son atletas que juegan al fútbol. Y en ese sentido, Barcelona da demasiadas ventajas, aumentadas por ese carácter autogestivo de un plantel malacostumbrado a no exigirse a fondo en la preparación. Levante puede disimular esa condición, Bayern Munich, no. Un dato: al final del primer tiempo del viernes, el equipo catalán había cometido apenas tres faltas, contra 12 de los alemanes: abrumados, Messi y sus compañeros no llegaban ni a cortar.
En sus años como entrenador en el Camp Nou, Guardiola asumía que a Messi había que leerle los silencios para saber qué quería. Aquella versión del 10 creció, maduró, evolucionó: hace rato que Messi dice lo que piensa en voz alta, y es consciente del peso que sus palabras tienen. Tanto que, hablando o dejando de hacerlo, su pulso es plenipotenciario en Barcelona: ninguna decisión importante se toma sin, al menos, tener en cuenta su gusto. Concesiones que no nacieron ni morirán con él: las grandes estrellas suelen disponer de un radio de acción difícil de limitar.
El rosarino se asoma a la última gran decisión de su carrera. Su contrato vence a mediados de 2021, pero hace un mes él mismo puso en el freezer las charlas para encaminar la renovación. Quería esperar, ver, auscultar. El diagnóstico está sobre la mesa, que cruje como nunca, lo que tal vez acelere los tiempos. Al final, con todos los elementos a la vista, será él quien determine dónde poner las energías finales de su prodigiosa carrera. Es una pregunta con respuesta de opción múltiple: puede luchar para estirar la vida con sus viejos amigos de vestuario, apostar a reinventarse en el Camp Nou,–abriéndole camino a la nueva generación, hasta ahora frenada–, o buscar un nuevo destino lejos de Cataluña.
Cualquier camino que elija tendrá una caja de resonancia planetaria, a tono con los tiempos. Se sabe: cuando una vaca sagrada mueve una pata, tiembla toda la tierra.
Colaboración: Juan Irigoyen (desde Barcelona)
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