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Menotti-Bilardo: aquella chispa que rompió una amistad y creó dos mundos
Escrito como una novela basada en hechos reales, "Bilardo-Menotti. La verdadera historia" cuenta que antes de liderar las dos corrientes de pensamiento que dividieron como nunca el fútbol argentino, Menotti y Bilardo fueron amigos y compartieron largas charlas futboleras. El texto recorre los momentos turbulentos de la pelea, el papel del periodismo, la vida paralela de ambos protagonistas con un punto culminante al consagrarse campeones del mundo, el estilo de cada uno como entrenador, sus enfrentamientos tanto afuera como dentro de una cancha de fútbol, la relación de ambos con Maradona y el legado que dejaron. Una historia de pasión llena de anécdotas y testimonios.
¿Cómo se puede contar la verdadera historia del enfrentamiento entre Bilardo y Menotti? La respuesta puede leerse en este libro: los periodistas Nicolás Cayetano y Néstor López, uno bilardista y el otro menottista, se unieron para investigar hasta los detalles más pequeños y las historias desconocidas. Y plasman un trabajo riguroso y electrizante, de esos que no se olvidan. Los prólogos de Víctor Hugo Morales y Ángel Cappa abren el juego. LA NACION comparte con su audiencia un capítulo de la obra, a continuación.
Palabras cruzadas
Cayetano: Néstor, ¿y si hacemos un capítulo con las frases que Menotti dijo sobre Bilardo y las que Bilardo dijo sobre Menotti?
Néstor López: Me gusta, está lleno. Hubo una época en la que se tiraban seguido.
C: En Google deben estar esos cruces.
NL: No, señor, en Google puede haber algunos. Pero los diarios empezaron a digitalizarse en los años noventa, con suerte… Para hacerlo bien y completo, hay que ir al archivo, sentar el culo horas, días. Buscar y buscar…
C: Ahh…
NL: ¿Qué pasa? ¿Acaso ustedes los bilardistas no son metódicos, obsesivos, detallistas? C: Sí, pero yo te dije que no soy tan fanático, ¿te acordás…?
NL: Jajajaja. Dejá, yo me encargo. Hay que dedicarle tiempo, porque estos tipos se metieron con todo: la música, el cine, la cultura, la política. No dejaron tema sin tocar para pelearse.
Carlos Bilardo no lo podía creer. Lo había leído a la mañana y ya eran más de las diez de la noche, pero seguía sin poder creerlo. César Luis Menotti, como está contado en el capítulo 2, lo había criticado en una nota que había salido en el diario Clarín por cómo había organizado una gira por España al frente de la Selección. A él, a Bilardo, le dolió mucho esa derrota ante el Valladolid, pero mucho más le dolieron esas palabras del Flaco en un periódico que había apoyado desde sus páginas el estilo de juego del equipo nacional durante los ocho años que fueron desde 1974 hasta 1982. Leyó y releyó aquella entrevista, sobre todo esa respuesta de Menotti en la que decía que los jugadores se conocieron en el avión, jugaron al día siguiente de llegar y así se estaba regalando el prestigio de la Selección. Apenas si pudo dormir un par de horas.
A la mañana siguiente, previsiblemente helada por ser el 5 de julio de 1983, pleno invierno de Buenos Aires, Bilardo saltó de la cama aún con la frase de Menotti en la cabeza. Desayunó con Gloria casi sin hablar y puso en marcha el auto rumbo a Ezeiza. Su Selección estaba dando los primeros pasos y ese martes el plantel estaba citado en el complejo deportivo de la Federación de Empleados de Comercio, muy cerca del actual predio de la AFA que aún no existía. Casi no saludó a nadie al llegar. Lejos de su habitual cordialidad y buen humor con los empleados, el Narigón pasó por el vestuario y se metió en la cancha designada para el entrenamiento. Solo, enojado, clavó la vista en el césped recién cortado que aún conservaba parte de la helada con la que había amanecido y hacía que el verde se confundiera con algunas manchas blancas. Miró hacia la nada y se dijo a sí mismo: «¿Pero cómo puede ser? Si yo nunca lo critiqué mientras él era el técnico de la Selección. ¿Cómo puede ser que haga esto?». Bilardo sentía una traición, una estocada. Estaba convencido de que Menotti no había sido leal, de que no había respetado los códigos tácitos. Para él era una falta grave y estaba convencido de que no la iba a dejar pasar así nomás.
Se mantuvo alejado del lugar donde los jugadores fueron llegando. Trataban de sacarse el frío con saltos o piques cortos o haciendo bromas con el resto del cuerpo técnico. Cuando Bilardo vio que estaban todos, se arrimó. Con la frente arrugada de la bronca, se paró frente a esa veintena de jugadores que lo miraban lo más quietos que podían, a pesar del frío. Les dijo que quería decirles unas palabras antes de comenzar el entrenamiento y ahí sí, por fin, descargó toda esa bronca que lo estaba quemando por dentro. El vapor que salía de la boca de todos los presentes se esfumaba muy rápido en el aire matinal de Ezeiza, pero el de Bilardo parecía mucho más denso. Ni lo nombró a Menotti. Se refirió a él como «el anterior entrenador». Con los ojos bien abiertos y algo enrojecidos, contó lo que había salido publicado en el diario apenas veinticuatro horas antes de esa reunión. Les explicó lo que significaban para él esas palabras, les afirmó que ese «ataque» los incluía a todos, les contó que él nunca había hecho una cosa así, les pidió que estuvieran atentos ante este tipo de situaciones, los convenció de que estas críticas les tenían que servir para unirse como en una trinchera, les aseguró que esa era la mejor forma de formar un grupo humano y les prometió que no se iba a callar nunca más, que de ahora en más estaba dispuesto a responder… «golpe por golpe». Esa fue la frase que utilizó Bilardo ante la mirada de un grupo de jugadores que no se esperaba empezar el entrenamiento de esa manera y ni se imaginaba que estaban presenciando el comienzo de una controversia que estaba a punto de transformarse en la grieta más profunda que alguna vez haya dividido el fútbol argentino en su historia.
La práctica de fútbol posterior a aquella charla fue normal. Bilardo estaba en plena búsqueda de un funcionamiento que todavía no podía meter en la cabeza de sus jugadores. Como esas máquinas que todavía no arrancan del todo bien, el Narigón trataba de aceitar los movimientos que en la cancha se veían trabados, descoordinados. Con el pitazo final, cerca del mediodía, terminó el entrenamiento y los jugadores quedaron liberados. Agotados, física y mentalmente, se fueron yendo rumbo a la ducha caliente que necesitaban para sacarse el frío, reponer fuerzas y desandar el camino a sus hogares. Bilardo se quedó un rato más parado en medio de la cancha, miraba cómo sus colaboradores desarmaban toda la parafernalia de conos, pecheras, redes y pelotas que estaba desparramada por el césped húmedo. Miraba y pensaba. Y también sabía que a lo lejos lo esperaba un grupo de periodistas dispuestos a hablar con él, a preguntarle cómo veía al equipo, a cuestionar —o no— a los jugadores convocados, a intentar saber cómo seguía esa semana de entrenamientos. Pero él no quería hablar de eso. El Narigón solo quería empezar a cumplir con lo que les había prometido a sus jugadores. Estaba a punto de comenzar el «golpe por golpe».
Quizá sorprendidos, los periodistas se mostraron muy complacidos por la disposición del entrenador de la Selección a hablar con ellos. Algunos tomaron sus libretas de apuntes en una mano y la lapicera en la otra, otros apretaron el rec del grabador, no había teléfonos celulares ni sala de conferencias ni nada de eso. Ahí parados a un costado de una de las canchas del complejo deportivo rodearon a Bilardo y empezaron a escuchar las frases más fuertes que alguna vez dijo Bilardo en contra de Menotti.
«Es fácil hablar desde afuera. El que quiera volver… que vuelva y hable desde aquí. Además, no entiendo a los que se titulan hombres de izquierda y andan a los abrazos con los militares», arrancó su monólogo el Narigón. Los periodistas no podían creer que estuvieran ante semejante declaración. Decir esa frase en julio de 1983 era una declaración de guerra. Faltaban pocos meses para que la Argentina volviera a la democracia, después de siete años oscuros de una dictadura sangrienta y asesina. El pueblo estaba empezando a conocer las atrocidades que habían ocurrido durante esa dictadura: el terrorismo de Estado, las desapariciones, las torturas, los centros de detención. Bilardo sabía que le estaba clavando una espada en el corazón a Menotti. En ese momento, decir que alguien había estado «a los abrazos» con los militares era desprestigiarlo y herirlo en lo más profundo de su ser. Y más a un militante de izquierda como Menotti. Sin dudas, esas palabras no fueron espontáneas. Bilardo había pensado muy bien qué decir, quizá durante la noche de insomnio, quizás a lo largo de todo el día desde que leyó el diario. Y se despachó a gusto.
Como hombre de fútbol, el Narigón no se quedó en la crítica política y también incluyó las cuestiones de la pelota en su respuesta, en su «golpe por golpe». Los periodistas ni preguntaban, apenas daban abasto a anotar todo lo que estaba diciendo Bilardo. «Es muy lindo hablar de un fútbol y después hacer lo contrario. En Argentina 78 podrían haber jugado de 10 varios jugadores como Alonso, Maradona, Bochini y Patricio Hernández. Sin embargo, jugó Kempes, que hasta un tiempo antes no estaba en los planes. Como Fillol. Ese Mundial se ganó haciendo el fútbol que el técnico decía que no servía para nada. Esto es lo que llamo pregonar una cosa y después hacer otra», siguió el Narigón. Otra estocada. Otro golpe directo al mentón. Como dice la vieja expresión popular, Bilardo lo corrió por izquierda a Menotti. Al hombre que siempre pregonó un estilo de juego que respetaba la historia del fútbol argentino, le retrucó que hizo todo lo contrario. Es muy difícil decir si tenía razón o no Bilardo en esa crítica, porque la Selección había jugado muy bien al fútbol en el Mundial 78, con un ataque constante, una salida desde el fondo prolija y una asociación permanente de sus jugadores para triangular y progresar en el campo. Y, sobre todo, con una contundencia en el ataque que pocas veces se le había visto a un equipo argentino. Es cierto que Kempes terminó jugando de 10 y que quizá Maradona y Bochini podrían haber representado mejor el estilo de Menotti. Tan cierto como que Kempes fue la máxima estrella del Mundial, el mejor de todos. Pero más allá de estas consideraciones, Bilardo le criticó a Menotti que no puso a un 10 como Alonso —jugó muy poco ese Mundial porque se lesionó a los pocos minutos de haber entrado en su primer partido—, Maradona, Bochini o Patricio Hernández. Estaba clarísimo que el «golpe por golpe» no iba a ser liviano.
Y sin nombrarlo, como había hecho cuando habló con los jugadores hacía un par de horas, Bilardo atacó a Menotti con una frase en la que involucró a otros personajes populares de ese momento: «El técnico anterior habla mal de Sofovich, de Sapag, de Palito Ortega. Siempre tiene un problema con alguien». En ese momento, Gerardo Sofovich era el guionista estrella de la televisión argentina, además de hacer cine y teatro de revista; Mario Sapag rompía todos los récords posibles de rating televisivo con un programa de humor en el que imitaba a cantantes, políticos, deportistas, escritores y al mismo Menotti, y Palito Ortega vendía millones de discos con su música liviana y efectiva. Estaba claro que la estrategia de Bilardo era ponerse de un lado y enfrentar a Menotti desde la vereda más popular del país.
Ya para terminar, casi sin responder preguntas, el Narigón miró a los periodistas que lo rodeaban, tomó aire. Infló el pecho y largó una frase perfecta para terminar con su ataque feroz a Menotti: «Este país necesita que se hable menos y se trabaje más. Estamos cansados del verso». Nadie lo sabía, pero estaba comenzando una nueva era en el fútbol argentino. Una era signada por la división entre el menottismo y el bilardismo.
Cuando estas palabras de Bilardo explotaron en la prensa argentina, Menotti estaba en otro tema. No entendía qué pasaba porque en ningún momento pensó que lo que había expresado en aquella entrevista de Clarín le podía hacer tanto daño a su sucesor en el cargo de entrenador nacional. Lo había dicho al pasar, como si se tratara de una crítica constructiva desde el lugar de alguien que había pasado por esos problemas y se había encargado de aportar soluciones. Cuando lo fueron a buscar para que respondiera, apenas si soltó una frase: «Es la reacción de una mujer embarazada, con el perdón de todas las mujeres embarazadas». Despectivo, como quitándole valor a las acusaciones, el Flaco no se preocupó en responder con su verborragia habitual. No se defendió. Quizá no se dio cuenta de la dimensión que estaba tomando el enfrentamiento. Dejó pasar el tema. Pero eso no sirvió para aplacar la disputa. El «golpe por golpe» que les advirtió Bilardo a sus jugadores ya había comenzado y de a poco se fue transformando en un tema nacional.
En los siguientes años, con Bilardo en la Selección y Menotti siguiendo con su carrera de entrenador, se vino una andanada de frases de uno a otro. La pelea fue creciendo y nunca fue solo futbolística, siempre incluyó otros temas de consideración social. Cuando Argentina logró el campeonato del Mundo en México 86 con Bilardo como entrenador, ya estaban en igualdad de condiciones y ya el mundo futbolero vernáculo estaba dividido en dos. Hasta que un día los protagonistas principales de esta controversia decidieron dejar de hablar del otro. «No, dejá, de eso no hablo», era la respuesta que daban tanto Menotti como Bilardo ante cada pregunta de un periodista que quería avivar la llama. No hacía falta que hablaran, ya estaban los encargados de hacerlo de un lado y del otro. Pero antes de que pasara esto, dejaron una serie de frases para el recuerdo:
- Bilardo: «Un médico tiene que estar concentrado doce horas para que el paciente no se le muera: yo solo les pido 90 minutos a mis jugadores».
- Menotti: «El fútbol es tan generoso que sacó a Bilardo de la medicina».
- Bilardo: «Todos los técnicos son bilardistas».
- Menotti: «El 98% de los argentinos prefiere mi fútbol y no el suyo».
- Bilardo: «Menotti es un rabanito, rojo por fuera y blanco por dentro».
- Menotti: «Un tipo al que le gustan los Wawancó y no sabe la última vez que fue al cine no puede hablar de cultura».
- Bilardo: «Si a mí me dicen que hay que acostarse a las seis de la mañana, entrenar a las cuatro de la tarde, no conocer al rival o no preparar jugadas, estoy en contra. Esto no es solo vivir de la inspiración y lo que salga. Eso hace Menotti».
- Menotti: «Junto libros, no papeles, cuestión que a Bilardo le cuesta entender. Tengo acceso a todos los sectores pensantes del país y no creo que él pueda decir lo mismo».
- Bilardo: «El fútbol profesional es ganar. Yo soy como Muhammad Ali: durante el partido no tengo amigos y al rival, si puedo, lo piso y lo mato. El fair play es un invento de los británicos».
- Menotti: «El Estudiantes que dirigió Zubeldía retrasó la evolución del fútbol argentino al menos diez años».
- Bilardo: «Alonso, Kempes y Fillol entraron al Mundial 78 sin haber formado parte de toda la previa. ¿Quién los puso?». Menotti: «Bilardo es un cobarde y un enano mental».
- Bilardo: «Menotti tenía un periódico a favor que me mataba».
- Menotti: «Bilardo no puede hablar de mi fracaso en la Selección. Se olvida de que él llegó por ser un técnico barato y yo me fui por ser caro».
- Menotti: «Nunca me sentaría con la persona esa. Me atacó, me mató a mí y a mi familia». Menotti: «Con Bilardo como entrenador, la Selección no jugó en Buenos Aires, en Mar del Plata, en Mendoza, en el país, porque Bilardo le tiene miedo a la gente. La verdad es muy clara: a nadie le gusta cómo jugaba esa Selección».
Hay más, por supuesto. Se podrían hacer varias páginas de este libro con recopilaciones de frases. Pero no es la idea. Aquí, en este breve recuento, está claro el tenor de la disputa. Era la época en que hablaban uno del otro. Eso cambió cuando Bilardo dejó de ser el entrenador nacional, después del Mundial 90. En ese momento los dos dejaron de referirse a su «rival». Bilardo se empezó a pelear con los menottistas y Menotti con los bilardistas. Incluso algunas peleas trascendieron los medios y llegaron a la Justicia, como la querella que le inició Víctor Hugo Morales a Menotti y terminó en un juicio oral que ganó el ex entrenador nacional.
Desde los años noventa en adelante, cuando a Menotti le preguntaban por Bilardo, se limitaba a decir que de eso no hablaba. El Narigón, en cambio, a veces se encargaba de contar que antes del Mundial 86 no podía ir a los actos escolares de su hija porque lo mataban en todos lados. Incluso, como él dijo varias veces ante un micrófono, cuando en el colegio tomaban lista, a su hija la llamaban solo por el nombre, Daniela, «porque decir Bilardo era para problemas». Y eso se lo achacaba al Flaco, pero sin nombrarlo. Es como que en algún momento hicieron un acuerdo tácito y dejaron de atacarse. Aunque siempre hubo referencias indirectas de uno hacia el otro, de ida y vuelta. Y además estaba la prensa, el resto de los entrenadores, muchos jugadores y algunos dirigentes que avivaban el menottismo y el bilardismo sin necesidad de que los líderes de ambos bandos movieran un solo dedo.
Una tarde primaveral de fines de los años noventa, Menotti recibió en su oficina del microcentro porteño a dos periodistas de un diario que llegaron hasta ahí, puntuales, para hacerle una entrevista pactada con anterioridad. El encargado de abrir la puerta de la oficina fue Héctor, el secretario del Flaco en aquel momento. Y la escena fue sorprendente. Menotti, sentado en un sillón de la recepción, miraba atentamente un programa de televisión que conducía Bilardo en la señal Fox Sports. Desparramado en su asiento, con un cigarrillo entre los dedos de la mano derecha, con la cabeza apoyada sobre el puño izquierdo, Menotti miraba con atención a su «rival eterno» hablar sobre fútbol. Los periodistas se acercaron sin hablar, como no queriendo romper la escena que seguramente formaría parte de la nota que debían escribir esa misma tarde apenas dejaran ese recinto y se metieran en la redacción.
El encargado de romper el silencio fue el entrenador. Ante una frase de Bilardo, largó una carcajada bien de su estilo, acompañó la risa con todo su cuerpo, se sorprendió ante la presencia de sus visitantes y largó una frase sin filtro, sin pensar: «Este tipo no tiene amigos, si tuviera alguien que lo quisiera, le diría que no hiciera más estos papelones en la televisión».
Los periodistas saludaron, Menotti apagó el televisor y se fue a sentar detrás de su escritorio. «Flaco, ¿podemos contar eso que pasó cuando llegamos?», inquirió uno de los visitantes. «Ni en pedo, de Bilardo no hablo. Y no me pregunten nada sobre ese tema, por favor», fue la respuesta. Durante la nota hizo referencia al también ex entrenador nacional, campeón del mundo como él, pero sin nombrarlo. Y dejó una frase que sí salió en la nota. «El menottismo no existe, los que se dicen menottistas solo defienden una idea de juego que es anterior a que yo naciera. Eso no es menottismo, es el buen gusto por el fútbol, es la historia del fútbol argentino», dijo sabiendo que estaba poniendo el título de la entrevista. Ya hacía un tiempo que no hablaba de Bilardo. Ya hacía tiempo que Bilardo no hablaba de él. Pero al mismo tiempo los dos sabían que la grieta continuaba y ellos la alimentaban a su manera, defendiendo una forma de ver la vida y el fútbol mientras se oponían fervientemente a la otra manera, la opuesta.
Bilardo condujo un programa de radio en La Red durante veinte años. En todo 2007, el periodista que conducía el programa anterior al suyo era abiertamente bilardista. No se cruzaban al aire, pero se veían todos los días, de lunes a viernes, por lo que fueron armando una relación. El periodista estaba ante uno de sus referentes futboleros, que además mostraba su estilo sencillo, de barrio. Bilardo le preguntaba por su familia, el periodista intentaba sacarle temas referidos al fútbol porque entendía que era la mejor forma de aprender sobre ese juego que tanto lo apasionaba. Una noche, en medio de las tantas charlas que tenían en los pasillos de la radio, ya cuando sintió que tenía la confianza suficiente como para sacar el tema, el periodista le preguntó por qué no le hacía una entrevista a Menotti al aire en su programa. «Sería un golazo, Carlos. Al día siguiente todos los medios estarían hablando de su programa», trató de entusiasmarlo. «No, no, no, es imposible, es imposible. Pasaron muchas cosas, no podemos hablar», fue la respuesta de Bilardo. Y casi quince años después todavía recuerda la cara de disgusto que puso el Narigón al imaginar una posible charla con Menotti.
La misma cara que puso cuando un periodista le nombró al Flaco en medio de una charla informal varios años después. Bilardo era el secretario técnico de la Selección que conducía Alejandro Sabella. El equipo nacional había empatado en Quito contra Ecuador por las Eliminatorias para el Mundial de Brasil 2014, faltaba algo más de un año para esa Copa del Mundo y en el mismo viaje fue a jugar un partido amistoso contra Guatemala, con Messi, Agüero, Higuaín y todas sus estrellas. La mayoría de la prensa se volvió de Quito a Buenos Aires, muy pocos periodistas siguieron hasta Guatemala. Y allí, en el lobby de un hotel de lujo rodeado de palmeras, había muy poco por hacer. Bilardo, que no tenía muy claro cuáles eran sus funciones, se aburría en su habitación y bajaba a hablar con quien sea que anduviera por ahí. Y por ahí andaban los únicos cuatro periodistas que habían seguido viaje. Así se armó una charla muy amena en la que se destacaba el ex entrenador campeón del mundo contando anécdotas. Hasta que uno de los periodistas, en un aparte, le preguntó por Menotti y al Narigón se le desfiguró la cara. Lo miró fijo y le dijo que era imposible que algún día se amigara con Menotti, volvió a decir que la pasó muy mal por las críticas que recibía mientras era técnico de la Selección, pero dejó un reconocimiento que nunca antes había hecho: «Lo que reconozco es que nunca se metió con mi familia. Y yo nunca dije nada de la familia de él. El tema era entre nosotros dos, mano a mano. En eso fuimos leales».
Nunca se sabe bien de dónde salen algunos rumores que, a veces, se transforman en mito dentro del ambiente futbolero. Y mucho más desde que la comunicación está gobernada por las redes sociales. Es el caso de un rumor que nació en Twitter, pasó al resto de las redes y llegó a algunos portales de noticias en noviembre de 2017. «Bilardo le ofreció a Menotti sentarse a tomar un café para charlar de fútbol y dejar atrás la grieta», palabras más, sinónimos menos, decían los que dicen saber todo lo que pasa en el fútbol tras bambalinas. Tanto se habló, tanto se especuló, tanto se rumoreó, que Menotti habló del tema en Radio La Red, durante una extensa entrevista. «Lo dije hace mucho tiempo. Para eso tiene que haber una relación. Las diferencias sustanciales no son por cómo juega cada uno, son por cosas personales. No tengo ningún interés en sentarme a hablar con alguien que no me resulte satisfactorio y prometedor», se atajó el Flaco. Y luego se explayó: «Sería demasiado imbécil si tuviese un problema por el fútbol, o por si a alguien le gusta el blues y a mí, la milonga». Bilardo, enterado de estas palabras de su «enemigo», esperó con ansiedad el momento de abrir su programa nocturno en La Red y se despachó a gusto: «El que escribió no me conoce o estaba borracho. Tengo amigos y enemigos. No, ni loco. No tengo nada que hablar». Y cerró el tema con una frase contundente: «Nunca hablaría con el señor este, no quiero nada».
Unos meses después, cuando Menotti ya era director de Selecciones Nacionales de la AFA, se conoció la noticia sobre la enfermedad de Bilardo. Y el Flaco le dedicó unas palabras que recorrieron el mundo. «Las diferencias que pueda haber en los estilos de vida no tienen nada que ver con esto. Yo deseo que Dios lo proteja, lo ayude, y que pueda salir bien de esta circunstancia que le toca pasar», dijo Menotti en una entrevista radial. Con voz entrecortada, visiblemente emocionado, aceptó una repregunta y siguió hablando del tema: «Mi profundo deseo es que salga adelante. Es un hombre de fútbol, yo he tenido varias charlas en su momento con él y quiero que esté bien. Eso no quiere decir que no tengamos distintas visiones sobre estilos de vida y sobre el fútbol. Pero una cosa no tiene que ver con la otra».
Bilardo nunca respondió este gesto de Menotti. Su enfermedad no se lo permitió. No habló más públicamente de eso ni de nada. Así que se puede decir que esas fueron las últimas palabras cruzadas entre ambos entrenadores campeones del mundo con la Selección argentina. Fue como se cerró un círculo volviendo al punto de partida. Y en el medio quedó el menottismo, el bilardismo y la controversia que se transformó en grieta. Una grieta que quizá no se cierre nunca.
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