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Mauricio Pineda, de hacer un gol en un Mundial a vivir en el campo y alejarse por completo del fútbol
Mauricio Pineda cumplió todos sus sueños ligados a la pelota de fútbol. Debutó en Huracán, jugó en Boca –el club del que es hincha–, vivió seis años en Italia, llegó a la selección argentina, colgó de su pecho una medalla plateada en los Juegos Olímpicos y se dio el gusto de gritar un gol en un Mundial. Podría inflarse el pecho y decir: "Yo hice el tanto que sirvió para ganarle a Croacia 1-0 en Francia 1998". No son muchos los que guardan privilegios como ése. Pero no, perfil bajo, lo suyo va por otro lado. Una vez realizado, a los 29 años, dijo "basta". Dio un portazo y desapareció de los radares futbolísticos. En adelante poco se supo del ex lateral izquierdo. ¿Qué fue de él? "Yo me alejé del fútbol por completo y opté por otro estilo de vida. Me fui a vivir al campo y nos entregamos a la tranquilidad absoluta".
No se lo tragó la tierra. Pineda eligió un camino diferente rodeado de verde y naturaleza en Santo Tomé, que cuenta con 25.000 habitantes. A unos metros del río Uruguay y en el límite con Brasil. Lejos del ruidos de las grandes ciudades, estuvo muchos años sin tocar una pelota. Hoy, a los 44 años, disfruta de andar a caballo en la mansedumbre correntina con su esposa Macarena y sus hijos Luca y Malena. Y resulta la contracara de aquellos jugadores que no encuentran la manera de reconstruir su vida después de cumplir el gran sueño deportivo. "Tuve suerte porque suele ser difícil salir adelante en esa transición. Con mi mujer tomé la decisión hace 10 años y nos vinimos. Al principio vivíamos un mes acá y un mes en Buenos Aires, hasta que fuimos padres. Nosotros allá residíamos en un country, y tampoco es que teníamos una vida divina. Queríamos criar a los hijos con un desarrollo social como el que yo había tenido: jugando en la vereda, yendo al club en bicicleta, caminando por la calle con tranquilidad. Creo que en Buenos Aires todo eso fue perdiéndose. Acá siempre alquilábamos, pero hace un año construimos nuestra casa. Vivimos con la puerta abierta, no cerramos con llave y los chicos se van en bici a la casa de sus amigos", explica el ex jugador para LA NACION.
–Un cambio total, al 100%...
–Mirá, viví 10 años maravillosos en el fútbol, pero se terminó y empecé algo nuevo. Te cuento esto: cuando me casé, a mi suegro casi que lo conocí directamente en la boda. Un día me llamó por teléfono para explicarme la posibilidad de invertir en el campo. ¡Lo compré sin ver! Afortunadamente le hice caso. A partir de ahí lo mío fue vida de pueblo, vacas y campo. Me dediqué durante más de 10 años a la ganadería.
–¿Qué tareas hacías?
–Lo importante es la forma de manejar al personal. El que enlaza es el peón, el capataz, pero uno tiene que estar recorriendo, viendo las vacunaciones, llevando los números. Hay una frase que dice: ‘El ojo del amo engorda el ganado’. Si vas y no mirás… andá a saber. Yo de lunes a viernes me instalaba en el campo. Hoy vendí todas las vacas y aparecieron otras inversiones: los pinos en esta zona rinden mucho. Sinceramente, esta es una vida que me llena.
–¿Qué es lo que más disfrutás de esa tranquilidad?
–Ver cómo mis hijos crecen en paz. No tenemos grandes cosas en el pueblo: no hay cines, no hay lujos, no hay un shopping. Pero estamos felices. Dos veces por semana, a las 20.30, me voy a jugar al fútbol con los muchachos y después comemos un asado. Me queda a 10 minutos de mi casa. Mis hijos van a las clases de tenis, danza o inglés y todo lo hacemos de manera sencilla. Yo soy muy porteño, me crié en San Cristóbal y amo a Buenos Aires, pero hoy elijo esto.
–¿Te interesaría hacer algo ligado al fútbol profesional?
–No, no. Para hacerlo tenés que estar en el runrún de Buenos Aires. En su momento Jorge Cyterszpiler, que había sido mi representante, me ofreció trabajar con él, pero no quise. Son elecciones de vida. Lógicamente que en lo económico hubiese sido una tranquilidad. Aunque cuando pongo las cosas en la balanza me quedo con esto que vivo hoy. Nunca di ese paso: yo me retiré del fútbol y desaparecí del mapa. No hice el curso de técnico, nada, nada. Creía que había otra vida después del fútbol profesional.
–¿Tenés un fuerte compromiso social en Santo Tomé? Remarcás lo que les cuesta a los chicos de ahí seguir un camino…
–Tuve un proyecto para prepararlos en lo futbolístico, pero se frenó. Acá todavía el potrero existe y hay materia prima. Es cuestión de pulirlos y darles una chance. Yo moriría por sacar a uno de ellos y arrimarlos a un club. Pero en relación a ese proyecto surgió una cuestión: tenés que acompañar el entrenamiento con una fruta, una verdura, una pasta. No podía llevar a comer al que jugaba bien al fútbol y dejar de lado a sus hermanitos. Y te soy sincero: no me daba el bolsillo para todo. ¿Le das de comer a uno porque juega bien, que tenga la panza llena y el otro con ruido? No, no es así. Hoy también trabajo como Secretario de Deportes, trato de ser el nexo entre las entidades locales y la municipalidad, así que quiero ayudar. He hablado con gente de Lanús y Boca para ver si podemos preparar algo en Santo Tomé. Pero también les digo a los chicos: ‘Para progresar en la vida hay que estudiar, o tener una profesión. Con un título sos alguien’.
–Y si tu hijo te dijera que quiere seguir el camino de futbolista, ¿qué le dirías?
–Sólo le prohibí dos cosas: una, tener una moto, y la otra es jugar al rugby. Porque esto último me da miedo cuando no estás bien preparado. Después puede hacer lo que se le antoje. Aunque lo que menos salió es futbolista: hace tenis, básquetbol, muchos deportes con la mano. Es habilidoso para todo, pero tiene otra vida. Yo a su edad moría por jugar al fútbol, en verano me la pasaba corriendo todo el día atrás de la pelota. Él es diferente en eso.
–¿Cuál fue tu mejor momento como jugador?
–Desde que debuté fui parejo, pero desde la llegada de Veira a Boca, hasta los seis meses antes del Mundial 1998, me sentí muy bien. Físicamente hacía la diferencia. Recuerdo que en 1997 le ganamos 6-1 a Gimnasia, y Manteca Martínez metió cuatro goles. Al otro día un diario lo calificó a él con un 10 y a mí también. ¡Y yo jugaba de lateral! El otro día, buscando unas cosas, encontré en una caja unos botines que entregaba "Fútbol de Primera" al mejor jugador del partido. Después tuve puntos de vista diferentes con el Bambino, quedó en claro que yo no iba a ser parte del proceso, y me fui a Udinese. Yo estaba en las listas de Passarella para la selección, siempre muy justito, pero estaba. Y quería pelear por un lugar en Francia.
–Recientemente contaste algunos casos de propuestas de coimas en el fútbol italiano. ¿Te dejó un mal sabor el paso por ese país debido a eso?
–Los primeros seis meses en Udinese fueron fantásticos y me fue muy bien. Ahora me preguntaron por qué hablaba de esto después de 20 años, pero no entiendo cuál es la sorpresa. Tampoco nadie jamás me lo preguntó, sumado a que yo desaparecí del ambiente. A la Juventus, que es gigante, la hicieron descender en su momento. Luciano Moggi, que era el Director General, era un Dios del fútbol. Pero fue sancionado y nunca más volvió a ser directivo. Cayó mucha gente, eh. En 2002, Udinese, que se había salvado del descenso una fecha antes, jugó en la última contra la Juve, que precisaba ganar sí o sí. El Inter de Cúper iba primero y perdieron en Roma contra Lazio. Juventus le ganó a Udinese por 2-0 y fue campeón, je. Yo venía disputando todos los partidos como titular, y por algo no jugué… No quería hacer papelones. Unos días antes decía 'me tiró' y no jugaba. Siempre fui muy claro. Y si me lo hubiesen preguntado antes lo hubiera dicho sin problemas. Es algo que salió a la luz. Todo está comprobado.
–¿Cómo fue tu experiencia en Italia con Giuliano Poser, el médico que le cambió la dieta a Messi?
–El tipo descubría qué te hacía bien y qué te hacía mal. Debo haber sido el primer argentino al que atendió. Lo mío era curioso, porque tenía el colesterol muy alto por una cuestión familiar. ‘Mauricio, si querés, comé carne todos los días’, me decía. Era otra época en la que el jugador no se cuidaba tanto.
–¿Vos cumplías con lo que el profesionalismo exigía?
–Hoy yo no hubiera podido ser un futbolista profesional. Mirá, hasta los 18 años no había tomado una gota del alcohol. Pero después empecé a salir y le agarré el gustito. Y lógico que lo disfrutaba. No me arrepiento de nada. En Italia estaba soltero e hice la vida que quise. Podía salir, ir a bailar, tanto en Udinese como en Napoli y Cagliari. Ciudades con sólo un equipo. Entonces éramos muy conocidos. Y de 20 jugadores del plantel tal vez había 10 casados y 10 solteros. De esos, éramos cuatro o cinco los que salíamos. Era muy disfrutable y me di mis gustos. Son elecciones de vida, aunque obvio que te pasa factura en lo físico. Yo no era Riquelme, sabía de mis limitaciones y las escondía lo mejor posible. Mi estado físico era clave.
–Te retiraste a los 29 años, ¿llegaste a perder el amor por el fútbol?
–No sé si lo perdí. Tuve algunos problemas físicos y en mi etapa final en Colón ya no estaba bien. Traté de volver en el Globo, que estaba en la B, pero nunca lo cerramos. Iba a ir gratis, eh. Me dije: ‘Si no me quieren, aún estando en el ascenso, chau…’. Y todos mis sueños ya los había cumplido: Huracán, Boca, del que era hincha, viví en Italia seis años, había jugado en la selección, un Mundial, los Juegos Olímpicos. Justo se dio de comprar el campo y le puse punto final. Quise aprender en ese nuevo mundo que me apasionó. Y así fue: aprendí a querer a los animales, a levantarme a las 7 de la mañana y andar a caballo. No sufrí para nada la transición. Acá soy muy feliz.
Pineda jugó 12 partidos con la camiseta de la selección argentina y convirtió sólo un gol, el de la victoria frente a Croacia el 26 de junio de 1998 en el estadio Parc Lescure (Burdeos). A los 36 minutos del primer tiempo definió de zurda ante la salida del arquero Drazen Ladic y corrió a abrazarse con Gabriel Batistuta. Previo a ese evento, el ex lateral ganó la medalla de plata en Atlanta 1996 como parte de un plantel repleto de estrellas: Cavallero, Bossio, Ayala, Sensini, Zanetti, Chamot, Pablo Paz, Simeone, Gustavo López, Bassedas, Almeyda, Hugo Morales, Gallardo, Ortega, Claudio López, Crespo, Marcelo Delgado. En la definición por el oro el equipo de Daniel Passarella cayó ante Nigeria por 3-2.
–¿Qué valor le das a la medalla plateada?
–Está guardada en una mesita de luz, porque es un recuerdo hermoso. No es poco haber conseguido esa medalla, ya que para mí era un gran sueño estar ahí luciendo los colores de mi país. Tal vez aquellos que jugaron cientos de partidos con la Argentina lo ven de otra manera, no sé. Yo cumplí los 21 años y me hice mayor en Atlanta, y los chicos me lo festejaron allá. forma parte de un momento inolvidable.
–¿Imaginaste alguna vez que ibas a jugar un Mundial?
–Nooo, nunca. ¡Si a los 15 o 16 años ni siquiera jugaba en las inferiores de un equipo! Hacía fútbol sala en Boca. Cuando me fui a probar en cancha de 11, no sabía en qué puesto hacerlo. Me probé de volante, me eligieron de 7 y terminé siendo marcador de punta por izquierda. Increíble. Nadie hubiera imaginado que a los 22 años iba a estar en un Mundial. A mí me cobijó mucho Passarella, me puso debajo de su brazo y me tuvo amor y cariño para confiar en mí en la selección. Eso sí, jamás fui titular. Contra Holanda, cuando ingresó Overmars, Daniel me dijo ‘entrá vos y marcalo’. Él sabía que yo daba el 200% en cada partido.
–¿Cuántas veces les mostraste a tus hijos el gol contra Croacia?
–No tantas, ¿eh? Me llena de orgullo, pero más veces les mostré el gol que me hizo Ronaldo con Inter en 1998. Habían expulsado a nuestro arquero de Udinese y me mandé al arco… fue muy gracioso. Pero quería hacerle ver a mis hijos que hay que animarse a hacer las cosas y no tener vergüenza de nada. En 2014 fuimos al Mundial de Brasil con Luca, él tenía apenas 8 años, y compartimos juntos esa hermosa experiencia.
Holanda, en cuartos de final, le puso fin al sueño argentino tras el golazo de Dennis Bergkamp a pocos minutos del final. En la soleada tarde de Marsella, Pineda había ingresado por Almeyda cuando restaban 22 minutos. En poco tiempo el equipo estuvo cerca de vencer y terminó cayendo.
–Ya clasificados, con poco por jugar y mirando lo que venía, ¿deberían haber perdido ese partido contra Croacia para tener un camino más sencillo en las rondas siguientes?
–A la distancia ves que Croacia llegó a semifinales habiendo salido segundo en nuestro grupo. Es cierto, en octavos ellos jugaron contra Rumania y después con una Alemania que no estaba muy fuerte. Aunque Croacia tenía un muy buen equipo con estrellas como Boban, Sucker, Prosinecki y no podemos hablar con el diario del lunes. Pero ojo que con el empate Argentina también quedaba primera, eh. Creo que para ser campeón no podés estar especulando. Nosotros teníamos un equipazo terrible y honestamente nos teníamos mucha confianza.
–¿Lo de Inglaterra fue tan hermoso como desgastante?
–No debe haber nada más motivante que ganarle a Inglaterra en un Mundial. Y más por cómo se dio, por haber estado en desventaja. No se le puede echar la culpa al partido anterior. Creo que eso motivó mucho más a todo el plantel. Que quede claro: nadie nos pasó por arriba. Holanda nos sacó, pero Batistuta un rato antes rompió el palo y se definió por una genialidad de un rival.
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