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Martin Odegaard, el capitán de la Premier League: el “otro noruego”, que comparan con Messi y que necesita “sentirse en casa”
“Sos el mejor pase de la historia o sos una mierda”, reflexiona el volante del Arsenal, la revelación de la Liga inglesa; el valor de ser querido y la explosión
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A los 16 años, nadie es una estrella. Hasta al más pintado se les cae las medias si debe entrar, solo, sin estar de la mano de papá y mamá, en la Casa Blanca. En Real Madrid, la cuna del fútbol mundial. Hasta a los más talentosos, los más atrevidos, se les mueve la estantería. Más aún a un joven nacido en Buskerud, una pequeña ciudad de Noruega, rodeada de castillos, pintada de nieve. Otro mundo: le temblaron hasta las gambetas.
Martin Odegaard es un volante sensacional. La rompe en Arsenal, es la revelación… de la revelación de la temporada, el líder de la Premier League. Es el otro noruego: detrás de los millones y los goles del gigante, Erling Haaland, de 22 años, que pasó de Borussia Dortmund a Manchester City en 75 millones de euros y compite por el trono mundial del futuro. Martin es más modesto, pero juega de maravillas y su historia está inspirada en la reseña de Dibu Martínez, el campeón del mundo, el mejor arquero del año.
La primera vez que el hombre de Mar del Plata tomó su vida en un puño, que alzó la voz, que abandonó definitivamente la timidez, optó por la decisión que transformó su destino. Adiós a los bellos cuentos de actor secundario: adiós a Oxford United, Sheffield Wednesday, Rotherham United y tantos otros destinos tan pintorescos como alejados de la mesa chica del fútbol mundial. Arsenal lo usaba y lo dejaba, hasta que aterrizó en Aston Villa, la pequeña casa de Birmingham que lo lanzó a la fama. El noruego, de 24 años (zurdo, un 10 de los de ahora, artista y laburante), armaba las valijas casi en la misma sintonía.
De Stromsgodset, de Drammen, a Real Madrid. Cuatro millones de euros desembolsó el gigante, con el ojo clínico de un ejército de sabuesos que recorren el mundo detrás de un pequeño crack solitario. Había hecho pruebas en otros gigantes: Liverpool, Manchester United, Bayern Münich, hasta en Arsenal. Un adolescente que miraba hacia arriba: hacia la última butaca del Santiago Bernabéu. Bajó al Castilla, pasó por Heerenveen y Vitesse (11 goles, 12 asistencias en 39 partidos), en Países Bajos, anduvo por Real Sociedad (su mejor versión, con siete gritos, nueve asistencias y 36 encuentros), iba y volvía. Hasta que aterrizó en Heathrow y se instaló en Arsenal. Dos temporadas bastaron para convertirse en genio, figura y capitán.
En Drammen Strong, una entidad de barrio, construyó el oficio del box to box, con la gambeta como aliada. Tenía 5 años y era entrenado por su padre, Hans Erik, futbolista de otro tiempo, sobre el césped sintético. El club quedaba a 100 metros de su casa. En tiempos de calores extremos en nuestro país, por allí es habitual jugar con temperaturas menores a los 10 grados bajo cero. Arropado hasta los dientes, pisaba el balón. A los 15 jugaba con los de 20. En enero de 2015 fue presentado en Real Madrid, en mayo hizo su debut: los últimos 30 minutos por Cristiano Ronaldo, en un choque contra Getafe. Un baile histórico: 7-3, con tres del portugués y la joya más joven en debutar en la historia merengue, con 16 años y 157 días.
Se fue, volvió. Volvió a abrir la puerta, otro portazo. Lesiones crónicas en la rodilla derecha, cierta timidez en los momentos cumbres y un mareo existencial en su vida nómade hicieron el resto. Siete temporadas abriendo y cerrando valijas. Un martirio.
Ya jugaba en la selección, ya había terminado a distancia la escuela secundaria, obligatoria en el extraordinario sistema educativo noruego. Los libros se trasladaron a casa: su padre le enseñaba tácticas y paciencia, estrategias y perseverancia. “Mi mayor cualidad es el talento que tengo para entrenar. Confío en el trabajo y en entrenar mucho. Siempre hago horas extras de entrenamiento con mis compañeros o solo. Ese es mi gran talento”.
Lo tomaban mitad en serio, mitad como un negocio de publicidad en el Madrid. Decía Carlo Ancelotti por esos días: “Cuando Florentino (Pérez) compra a un futbolista noruego simplemente hay que aceptarlo. Además, el presidente decidió que jugaría tres partidos con el primer equipo como un golpe de relaciones públicas”. La autoestima de Odegaard caía al descenso.
“En el fútbol moderno no hay término medio. O sos el mejor pase de la historia o sos una mierda”. El noruego se enfada con el sistema. Casemiro, Kroos, Modric, sinceramente, le hacían la vida imposible: ni Zidane, ni Ancelotti querían maquillar ese mediocampo ganador por naturaleza. Los 40 millones que pagó Arsenal (el gigante que empieza a despertar) parecen hoy, ahora mismo, un vuelto. Mikel Arteta, el joven entrenador que pasa con vértigo de sistemas audaces a cerrojos inexpugnables, lo adora. “Si alguien busca a un profesional perfecto, él no está lejos”, supone. “Es joven, pero tiene suficiente experiencia internacional. Cada día que pasa, se acerca más a su mejor nivel. El techo no lo veo. Con el nivel que tiene, con su talento y sus ganas, siempre es un poco mejor. Es un gran jugador, un líder”, lo elogia. “Está un poco loco”, lo describe el volante, con cierta complicidad.
Un noruego caliente, que juega con su cabeza y sus botines, no es tan habitual. Desea cierta estabilidad, como la que suele ofrecer su país en general. “Estoy muy satisfecho de cómo me van las cosas en el Arsenal. Estoy feliz aquí. Dije muchas veces que busco estabilidad, pero no la encuentro. Creo que será importante encontrar estabilidad a largo plazo, pero en este momento solo me estoy enfocando en el ahora”, advierte. “Hizo bien en irse del Madrid: lo único que tenían que hacer era ponerlo”, lo defendió más de una vez, Haaland.
Su zurda, alguna vez, fue comparada con los más grandes. Lionel Messi es de otra dimensión, pero… “Me gusta su estilo, claro. Es el mejor jugador y puedo aprender muchísimo de él viendo cómo hace las cosas, pero es de otro nivel y no quiero ni comparar mi juego ni nada con él… es increíble”, se sorprende, mucho antes de la explosión de Qatar.
Atrás quedaron otros récords, como ser el jugador más joven en debutar en Noruega, con solo 15. En esos tiempos, prefería los estudios sobre la “Play”, lo seducía solamente “el FIFA”. Allí, solía elegir como entrenador a Arsène Wenger, hasta que un día, por las vueltas de la vida, compartió una cena con el francés y con su padre. “Fue… ¡wow!, pero también extraño. Es Arsène Wenger, ¿sabés? Es una leyenda que crecí viendo por la tele, y ahora estoy sentado frente a él comiendo un bife. Estaba tan nervioso que pensaba: ‘¿Me estará analizando? ¿Va a juzgarme si me como las papas fritas? Quizás debería dejarlas…”, contaba, con un fino humor que describe su personalidad.
Ahora tiene los pies sobre la tierra. Y las valijas guardadas en el armario. “Al fin, me siento en casa”, resume la vida de un trotamundos, el noruego que no practica esquí ni prefiere el handball, pero que precisa un abrazo contenedor, el calor de sentirse querido.
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