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Martín Demichelis: del amor de familia en Múnich al desafío de su vida, qué tiene en la cabeza el candidato número 1 a entrenador de River
Para el dueño de un exitoso andar en Bayern, volver al Monumental es una hipótesis mucho más grande que un nuevo trabajo; “hay que saber preguntar y escuchar”, reflexiona
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Disciplina, orden, respeto, sacrificio, puntualidad, organización y salchichas con chucrut, desde las 7 de la mañana. Martín Demichelis se ríe, siempre sonríe, el modo que entiende combatir su profunda timidez. En Alemania, en Munich, tiene una vida perfecta. Amor, trabajo, salud, dinero, reconocimiento. Dirigió el Sub 19, ahora conduce el segundo equipo, el que está a la sombra del más grande de Alemania. En Bayern Munich, de pantalones cortos, ganó 14 títulos. Como Marcelo Gallardo, la estatua que se despide del Monumental, del otro lado del mostrador.
Nacido en Justiniano Posse, una pequeña localidad cordobesa, sólo extraña la pasión. Lo tiene todo: casado con Evangelina Anderson, padre de Bastian (12), Lola (8) y Emma (5), vive bajo el paradigma del acento alemán. Imposible de replicar en las pampas: ese es el desafío más grande que debe agobiarlo por estas horas. River es su primera casa, la Argentina es su país y el contexto, tal vez, el ideal: ser el sucesor de la etapa más maravillosa.
¿Abandonar la felicidad, detrás de un sueño? Micho, a los 41 años, no se desborda por hipótesis descabelladas: todo lo pasa por el cerebro. Pensativo, analítico, alemán por adopción. “Entendí que no hay éxito sin disciplina. La disciplina es la base de todo”, descubre. Y va más allá. “Como entrenador hay cosas que no voy a transar jamás: el respeto, el esfuerzo, el sacrificio, la puntualidad, la organización, todas esas características con las que me formaron como jugador, como persona y que ahora me están formando como entrenador. No puedo pedirles a mis jugadores salir a especular. En Bayern la filosofía está bien definida y la idea no la voy a transar. Después, todo es posible. El fútbol te permite ganar sin pasar la mitad de la cancha. Pateás de atrás y hacés un gol y ganás. ¿Es posible? Sí, es posible. ¿Probable? Es muy poco probable”, contaba, en una antigua charla con Clarín.
Adora los números, la matemática. Hubiera sido contador o administrador de empresas si el fútbol lo cerraba las puertas. Fue a Carlos Paz, de vacaciones, algunos años atrás. En la ciudad turística, Evangelina Anderson compartía cartel con Jorge Guinzburg, una obra matizada de humor y fina ironía. Allí nació el amor, la familia y una aventura compartida que, en una de esas, aterriza en Núñez.
Admira a Manuel Pellegrini, el maestro del fútbol, de 69 años. Lo disfrutó en Manchester City, en Málaga. En River. “Tiene sus momentos de nerviosismo. Pero en su mayor porcentaje, Manuel siempre mantiene la calma. Eso es lo que necesitamos, que un entrenador, en tiempos difíciles, sepa mantener la tranquilidad. Solo cuando se retire se verá el legado que deja, es el que más me representó en mi carrera”, sostiene. Un espejo, el Ingeniero.
“Hay que saber preguntar y escuchar”, entiende. Dos verbos que parecen imposibles de replicar en la Argentina de hoy. “Me habría gustado que Marcelo se quedara 25 años más en el banco de River, es el mejor de la historia. Ahora, si me preguntan, sueño con dirigir a River…”, le decía a TyC Sports, meses atrás. “¿Quién que elige esta profesión no sueña con dirigir al club de su niñez? Yo además tuve la posibilidad de jugar, crecer y salir campeón”, decía el hombre que, de adolescente, cargaba camiones de bebidas, una ayuda para su padre. Camionero y… de Boca.
Al viejo le costaba ir a verlo al Monumental. No quería: se negaba. Tuvieron, en esos años, unos cuantos chispazos. Martín, en cambio, siempre tuvo la banda roja sobre la piel. Se convirtió en hincha por el consejo de un empleado de su padre. “Porque en los años ochentas, en los años de mi infancia, River arrasaba”, recuerda el joven que no sólo jugaba en el mediocampo –más tarde, en la defensa– millonario. También, trabajaba con las acreditaciones de prensa. Un futbolista disciplinado, un empleado aplicado.
En las carpetas de la escuela secundaria llevaba las imágenes de Enzo Francescoli y Ariel Ortega. También a Diego Maradona, vestido de selección. Siempre quiso ser como Fernando Redondo, algo más que un referente.
El 28 de abril de 2002 está en los archivos de historia. River-Racing, en el Monumental. Ramón, de un lado; Mostaza, del otro. Se acaba la faena y Angel Comizzo es expulsado por un exabrupto. El gigante no tiene más cambios: alguien debe ir al arco, hay un tiro libre ideal para la Academia. Enzo Pérez, seguramente, se inspiró en Demichelis, que se puso los guantes y el uniforme negro. Las piernas le temblaban. “Fui al arco, armé la barrera. La pelota pegó en la barrera… Y después, el pase de Ricardo Rojas y la eterna corrida de Pipino Cuevas… Ese gol es uno de los más gritados en la historia del Mundo River”, sonríe.
Aquel gol inolvidable de Cuevas a Racing
El relator gritaba “hacelo, Cuevas. Hacelo”. El pícaro paraguayo, al final, lo hizo. Más tarde, todos fueron a abrazar al joven zaguero, convertido en el tiempo en el hombre de la portada.
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