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Martín Caparrós, a fondo: fútbol en tiempos de coronavirus, Boca, Messi, Maradona, Riquelme y Macri
Martín Caparrós (62 años) no recuerda cuándo fue por primera vez a la Bombonera, ni tampoco se lo había preguntado en algún momento, pero sí tiene muy presente las circunstancias en las que decidió hacerse hincha –y con el tiempo fanático– de Boca. "Me enteré de que Boca existía a los 5 años, leyendo un diario de vacaciones en un hotel de Mar del Plata con mi tía Rosita. Estaba en el baño, donde había un diario viejo que decía que Roma le había atajado un penal a Delem y que Boca iba a salir campeón. Yo no entendía mucho, pero dije que si iba a ser campeón a mi gustaba. Por puro triunfalismo, en diciembre de 1962 me hice de Boca", expresó en charla telefónica desde su departamento en Madrid.
Su elección resistió ante un cambio de ruta familiar. "Cuando mis padres se separaron, mi papá nos empezó a llevar con mi hermano a la cancha. Pero era difícil conseguir que nos llevara a la Bombonera, le quedaba más cómodo el Monumental, algo que mi hermano y yo detestábamos. Nunca dudé de que iba a ser de Boca", agregó el autor de más de 30 libros, referente en el género crónica, novelista periódico, articulista en el diario El País y The New York Times. Entre tanto trajín narrativo, en 2005 escribió "Boquita", le puso letra al hincha que lleva adentro.
Cultor del trabajo de campo, pasa la mitad del año dando vueltas por el mundo para documentar sus historias, percibir en primera persona los ambientes, ponerle el ojo a los hechos y captar la pulsión humana.
"Estamos en el momento del gran triunfo de la muerte. Pensando y pendientes de eso. La muerte siempre está ahí, pero tratamos de hacernos los distraídos y muchas veces nos sale mejor que ahora. Todo lo que hacemos es para zafar en última instancia de la muerte. Nos encerramos, los países se paran y todo se deshace por el lógico miedo a la muerte", es su reflexión sobre estos tiempos de coronavirus.
–En Sinfín, tu último libro, planteás la utopía de derrotar a la muerte y ahora te encontrás con la sorpresa de que nunca los muertos fueron contados con tanta puntillosidad.
–Hay un detalle curioso con el libro "Sinfín": todo ocurre entre 2060 y 2070, cuando hay una serie de avances técnicos que permitirían armarse una vida después de la muerte. Transferir los cerebros a grandes computadoras donde te arman una realidad virtual para que tu cerebro siga viviendo ahí. Una de las grandes empresarias que permite que se instale este sistema tiene el berretín de hacer de vez en cuando un partido de fútbol con gente de carne y hueso, algo que es muy difícil de sostener porque los partidos de realidad virtual son muchos mejores. Si en un solo partido podés juntar a Pelé, Messi y Maradona, obviamente te va a salir un partido impresionante. Me hacía gracia porque en estos días se empezaron a transmitir por televisión partidos virtuales, algo que hasta hace poco era un delirio. Como están las cosas, durante varios meses los partidos van a ser virtuales y suceder en la televisión. Me hacía gracia como que de algún modo esto estaba anticipado en el libro.
–El coronavirus desafía la antropología y sociología del fútbol. No solo por ser un deporte de contacto, sino porque los hinchas están acostumbrados a gritarse los goles a la cara, a salpicarse de saliva.
–Sí, parece que otra vez los argentinos fuimos precursores en algo malo. Nosotros empezamos con los partidos en los que no pueden ir los hinchas visitantes. Ahora no van a poder ir las hinchadas en todo el mundo. Quisieron copiarnos, pero nos entendieron mal. Somos unos incomprendidos, ya sabemos.
–Esto no pasa tanto en otros deportes. Nadal por ejemplo se preguntó por qué no se puede jugar si el rival está del otro lado de la red.
–Claro, pero hay que ver si las figuras del tenis se bancan jugar sin alcanza-pelotas. Van a tener que ir a buscarla ellos. El fútbol es el deporte que más contacto social produce, el que más está impuesto en la sociedad desde hace 100 años. El otro día comentaba con amigos que la próxima vez que empiece una epidemia en algún rincón del mundo, lo que hay que hacer es llevarse a los 12 mejores equipos a una isla desierta para que jueguen dos veces por semana. Hacerlo con previsión y tiempo para que no se contagien. Así no seguimos viendo partidos del Mundial ’86.
–Da la sensación de que el futbolista la está pasando mal. No solo porque no se entrena ni juega, sino porque también lo cuestionan si no se recorta el sueldo, si no hace beneficencia.
–Es injusto agarrársela con todos los futbolistas, pero los más conocidos ganan tanta plata que a la menor provocación todo el mundo se acuerda de ellos. Cuando las cosas van bien y te hacen gritar goles, les perdonás cualquier cosa. Cuando eso no ocurre, se te empieza a hinchar la vena y los acusás de ganar 100 millones de dólares y de donar solo tres con 20. Pero esta pandemia también demuestra que los grandes que parecen intocables también son alcanzados. Escuchamos hablar de Guardiola porque había donado un millón de euros a un hospital de Barcelona y al rato escuchamos hablar de él porque se murió la mamá. Ahí pensás, ya nadie está a salvo.
–¿Tiene algo de igualitario esta pandemia?
–Sí, en primera instancia, después se ve que hay gente que tiene un tratamiento infinitamente mejor. No es lo mismo estar confinado con pileta, gimnasio y 14 habitaciones que en un departamento de dos ambientes.
–¿Imaginas algún tipo de fútbol cuando pase la pandemia, en lo relativo a la industria, al espectáculo?
–No creo que cambie mucho. ¿No van a tocarse ni a escupir? No creo que eso suceda. Cuando vuelva el fútbol vamos a seguir bastante confinados y será una tabla de salvación para muchos. Así como fue desesperante no tener fútbol durante estos dos meses, cuando vuelva, el fútbol va reinar entre los que seguiremos confinados. Va reinar como nunca porque no podremos ir al cine, a un concierto, a un restaurante, pero sí se podrá ver partidos. Para algunos será el momento soñado.
–Esta pandemia revaloriza al hincha. A todos les da tristeza jugar a puertas cerradas.
–Para el negocio del fútbol, hace tiempo que el hincha es una escenografía, lo mejor que se puede poner alrededor de una cancha. Lo que el negocio necesita es a la televisión. Por cada 60.000 personas que van a la cancha hay millones y millones que lo miran por televisión. El fútbol se juega para la televisión y los hinchas son la mejor escenografía posible. Esto es así desde hace mucho tiempo, pero el hecho de que ahora no estén realza mucho el papel, el lugar del hincha. El otro día me preguntaba si no iban a poner unos maniquíes, creo que algo así ya se hizo en Bielorrusia. Queda muy feo un partido con tribunas vacías. Lo otro que no sabemos es cuán necesario es el hincha en la tribuna para el futbolista. ¿Qué va a pasar cuando jueguen ante un cemento frío? Se va escuchar todo lo que dicen, que será un papelón. ¿Estarán más aplastados, tranquilos, nerviosos, menos competitivos? Ser local no significará nada, salvo para conocer que el pasto está un poco más alto en la banda izquierda. Es un cambio muy fuerte. Cuando escribí el libro Boquita hablé con jugadores y exjugadores, y una de las cosas que más intrigaba era saber el peso que tenía la 12 en la Bombonera. Una mitad me decía que era decisiva y la otra mitad que no le importaba nada.
–Escribiste, comentaste varios partidos que Messi jugó en Barcelona. Da la sensación de que es un futbolista al que se puede abordar desde varios géneros: la crónica, la novela, la ficción.
–Para ficción mucho no da porque consigue hacer lo imprevisible de manera regular y sostenida. Hace muy previsiblemente lo imprevisible, todo el tiempo. En esta discusión Messi o Maradona, me da la impresión de que Maradona siempre estaba al borde del abismo, hacía cosas que parecía que no iba a poder. Estaba a punto de caerse, pero seguía. Eso lo hacía increíblemente dramático, uno respiraba después de verlo. En cambio, Messi nos acostumbró a que todo lo que hace parece razonable, lógico, pero en realidad lo que hace es imposible, no lo hace nadie más. Messi lo consigue de manera tan sólida y tranquila, que uno dice ‘mi vieja con tacos altos también lo haría’. A diferencia de Maradona, es muy poco dramático.
–Del vínculo de Messi con la Argentina, con el argentino futbolero, ¿creés que quedará una relación histórica tensa, de desencuentros, o pensás que se modificará en el futuro?
–Da la impresión de que mucho no queda para que se modifique. Ver qué pasa en el Mundial 2022. Creo que eso es terriblemente injusto con Messi y pone en evidencia la fuerza del azar, de la casualidad. De haber entrado cualquiera de los cuatro remates que pasaron a 20 centímetros del arco de Alemania en el Mundial 2014, Messi sería un Dios.
–El hincha argentino no solo diferencia a Maradona de Messi por el título mundial del 86. También por tener personalidades opuestas. Maradona es el arquetipo de la viveza criolla. Messi se fue de chico a España y parece más formateado por la cultura europea.
–Messi es poco argentino en el mal sentido de la palabra. Lo curioso es lo argentino que sigue siendo. Hace 20 años que está en Barcelona y sigue hablando en un argentino cerrado, toma mate, come asados. No se le pegó nada de lo europeo, salvo esa especie de seriedad que al argentino le disgusta. Pero desde la última Copa América se argentinizó, se lo vio más protestón. Consiguió entre él y varios más que Barcelona se convirtiera en un cabaret a lo Latorre. Nunca hubo tanto lío en el vestuario de Barcelona como ahora que Messi es capitán. En Barcelona tienen terror a que Messi se vaya. Pero volviendo a la relación que tenemos con Messi, siempre pensé que lo vimos como al pibe que un día podía jugar para nosotros, como uno nuevo en el barrio, al que no vimos crecer ni desarrollarse como parte de algo nuestro. Lo curioso del otro lado es que Messi se siente absolutamente argentino. Ahí está el cortocircuito.
–¿Recordás cuando fuiste por última vez a la cancha de Boca?
–[Piensa, duda, hasta que se ayuda con algún recuerdo personal que rebusca entre sus pertenencias] En marzo de 2019, en un 3-0 contra Tolima por la Copa Libertadores. Fui con mi hijo, como siempre en los últimos 25 años. Sigo siendo socio, pero voy poco a Buenos Aires, no más de una semana, y trato de que coincida con un partido de Boca.
–¿Qué te genera Riquelme como dirigente? ¿Curiosidad, confianza, liderazgo?
–Honestamente, me pone nervioso. Adoro a muy pocos dioses, y uno de ellos es Juan Román Riquelme; los otros no sé quiénes son. Me da miedo de que no le vaya bien. Es el jugador que más me importó ver. Lo seguí hasta cuando estuvo en Villarreal y cuando terminó su carrera en Argentinos. Vi mejores jugadores, pero esa emoción de verlo en la cancha de Boca, parar la pelota y levantar la cabeza, no la tuve con ningún otro futbolista. Por eso me pone nervioso que quizá no le vaya bien para algo que no está preparado, aunque declarando también es un maestro. Eso no quita que sea un tipo complicado, cuando lo quise entrevistar para el libro Boquita, no me dio bola. Por ahora arrancó de manera extraordinaria.
Qué tristeza mirar un partido a ver si un equipo pierde. Qué alegría que ese equipo no te decepcione y sea lo que debe ser: pic.twitter.com/5lPDlIJPju&— martín caparrós (@martin_caparros) November 23, 2019
–Después de que River perdiera la final de la Copa Libertadores, tuiteaste "qué tristeza mirar un partido a ver si un equipo pierde. Qué alegría que ese equipo no te decepcione y sea lo que debe ser". Y pusiste el gif de unas gallinas. ¿Fue la reacción despechada de un hincha de Boca que había perdido cinco series contra River?
–Estaba tristemente feliz de que River perdiera esa final de una manera tan gallina. Gallina en el sentido literal de la palabra, de cuando River perdió la final de la Copa Libertadores de 1966 contra Peñarol. Contra Flamengo fue la refundación del concepto de gallina. Eso, por supuesto, me dio mucho placer, sin dejar de lado de que mi posición frente a todo eso era patética, la del despechado que la mira de afuera habiendo querido estar en esa final. En esto último también hay que ser honesto.
–Escribiste Boquita en 2005, en parte como una reacción por una Bombonera que iba cambiando por la gestión macrista. Finalmente hubo 25 años de poder macrista. ¿Qué Boca ves que haya quedado?
–Macri lo dijo claramente cuando asumió: "Yo quiero hacer un club ABC1". Y en buena medida consiguió convertir a Boca en el club más caro de la Argentina, el más excluyente del país. Las plateas, los palcos, son muy ABC1, y se fueron achicando las populares, el espíritu de lo que Boca siempre había sido. A groso modo, se armaron dos grandes polos: palcos y plateas para gente con suficiente guita para pagar los abonos más caros de la Argentina por un lado, y barras y gente complicada por el otro. A toda la gente que quedaba en el medio, que es la mayoría, cada vez le costó más ir a la Bombonera. Unos lugares eran muy caros y los otros muy violentos. Cuando Macri empezó a hacer campaña para Jefe de Gobierno de la Ciudad yo decía fíjense lo que hizo en Boca. Cuando tenga poder en otro ámbito iba a tratar de hacer algo parecido. Reconozco que gracias a Carlos Bianchi tuvo una serie de éxitos deportivos inmejorables.
–Cuestionaste a Maradona porque siendo súper chavista operó para el macrismo en las elecciones de Boca.
–Al Maradona futbolista le pedimos un montón de cosas que nos pudo dar y por eso le estamos agradecidos. Pedirle coherencia es pedirle peras al olmo.
–Si tuvieras que volver a escribir sobre fútbol, ¿qué enfoque elegirías?
–Me da mucho placer el desafío de contar un partido, de encontrar una óptica distinta. Hay que encontrar el punto para que lo que está alrededor cobre sentido. Me paso el partido buscando ese puntito, esa cosita. En definitiva, contar de una manera diferente algo que sucede miles de veces y que el lector ya lo vio por televisión. El desafío final es hacer todo eso en poco más de 20 minutos. Toda esa adrenalina de ir escribiendo mientras se juega y el riesgo de que se vaya todo al carajo porque en el minuto 86 hubo un gol que cambia todo. Me gusta esa dinámica, me calienta ser periodista por un rato.
–"Ahora el periodismo parece ser contarle a muchos lo que no quieren saber", manifestás en un video de la campaña de El País para conquistar suscriptores. Se puede interpretar como una crítica al periodismo, que cuenta banalidades, o también una exaltación del oficio, que cuenta cosas de las que mucha gente se resiste a conocer.
–Durante mucho tiempo se dijo que el periodismo era contar lo que alguien, sobre todo poderoso, no quería que se supiera. Por eso ahora digo que el periodismo parece contar lo que muchos no quieren saber. Hace unos meses hice una nota sobre la lista de las notas más leídas en seis o siete diarios de América Latina. Y era patético, uno se pregunta para qué labura de esto. A partir de eso yo digo que está el peligro de dejarse llevar por porquerías que solo consiguen clics, pero también está posibilidad de seguir haciendo el mejor periodismo posible para contar lo que muchos no quieren saber. Si uno asume que lo que la mayoría quiere leer son cosas de la farándula, de sangre, de porquería, bueno, habrá que apechugar y tratar de seguir contando lo que de pronto no quieren saber, pero vale la pena contar.
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