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Marcos Rojo, el líder en la Copa Argentina que abre una vacante en Boca para la final de la Libertadores
A Jorge Almirón le duele la pérdida del zaguero y debe definir al reemplazante de cara al partido decisivo del Maracaná
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Cuando Marcos Rojo sintió que llegaría a tiempo al cruce contra Kevin Macedo, delantero de Palmeiras, durante el desquite definitivo por las semifinales de la Copa Libertadores, el tiempo del Mundo Boca se detuvo. Es que, por el contrario, en esa milésima de segundos la conclusión mayoritaria llevó a imaginar la infracción y la consecuente segunda amarilla, acaso lo que sucedió. El escalofrío era inevitable. Por lo que estaba pasando: el valioso triunfo 1-0. Por lo que debían aguantar: casi media hora con un hombre menos y la necesidad de que los paulistas no consiguieran más que el empate. Sin embargo, aun en ese contexto, muchos se situaron en el estadio Maracaná anticipadamente: el capitán ya se perdía la final. Si, incluso, el propio defensor caminó al vestuario mirando el cielo con los ojos humedecidos, agarrándose la cabeza y tocándose el pecho ante el banco de suplentes. Segundos de lamento, él también ya pensaba en Río de Janeiro.
Se bajó solo de un hondazo. Al resto, también. Porque Boca estará allí el 4 de noviembre como tanto anheló, pero Rojo no podrá pasar más allá de un palco. No tener al pilar zurdo de la defensa es (casi) arrancar la definición con desventaja. Todos conocen el significado de contar con un hombre de 33 años que porta la espalda ancha del que acumula la experiencia europea y de selección, por ejemplo, durante dos mundiales: para Germán Cano, el argentino infalible que tiene Fluminense en el área rival, no es lo mismo que en su nuca sienta la respiración de un jugador semejante que la de otro defensor xeneize que pueda suplirlo.
Escuchar sus órdenes o diálogos tienen otro peso. Para el compañero y para el rival. Si lo sabrá Jorge Almirón, que tanto lidió (por momentos, continúa) con Guillermo Fernández y su otro perfil, mucho más bajo y sereno, para ser dueño de la cinta. No obstante, Rojo no sólo se mete en su equipo por la importancia del liderazgo, sino también por su jerarquía indiscutible. Aunque su combo incluya el precio de la imprudencia en determinadas jugadas -se salva de ser expulsado más seguido-, al entrenador le duele la pérdida.
Este domingo, desde las 21.10, su conjunto se juega la supervivencia en la Copa Argentina ante el duro Talleres, en Mendoza. En las casi tres semanas que restan, por contexto (cuartos de final de una competencia que, sin haber jugado la final continental, le urge ganar) y por la calidad individual y el estilo bien marcado (con juego interno y vértigo en la ofensiva), el elenco cordobés es la prueba más exigente de cara a noviembre. Es un rival que ayudará en la idea sobre cómo contener y lastimar al elenco carioca.
Entonces, Almirón quiere poner lo mejor que tiene en el plantel. Léase: el equipo que, evidentemente, encontró durante las semifinales (ambos cruces con Palmeiras los afrontó con los mismos once nombres), lo conformó e hizo sentir cómodo a los propios futbolistas, según comentó el técnico.
Así las cosas, a excepción de la imposibilidad de utilizar a Luis Advíncula y Frank Fabra, convocados a sus selecciones, el DT tiene la oportunidad de repetir otras piezas para asentarlas y trabajarlas, con el agregado de poder ubicar en la zaga a la opción que crea más conveniente o que mejor esté hoy en su prioridad para reemplazar a Rojo. Sin embargo, el N°6 será de la partida. Ahí está el punto: se expone todo el significado que el exdefensor de Manchester United tiene para Almirón.
Porque, primero, antepone el hecho de que, de no levantar el título en Brasil, ganar la Copa Argentina o la Copa de la Liga (perdió cinco de ocho encuentros) o bien ingresar mediante los tres mejores de la tabla anual de puntos de la Primera División pasan a ser ventanas vitales para que Boca clasifique a la edición internacional de 2024. Y, segundo, alimentar al plantel con el optimismo, la confianza y el buen humor que causaría meterse en la semifinal del certamen federal, en la que espera Estudiantes. Entonces, la Libertadores sale de foco, pero al mismo tiempo se mantiene: “Marquitos” era imprescindible para el entrenador.
En ese sentido, volviendo al mítico Maracaná, la primera opción parecía ser Nicolás Valentini. Por una gran actualidad y el detalle no menor de ser zurdo al igual que el capitán. Ahora bien, el martes pasado, en la derrota 3-4 ante Belgrano, fue uno de los rendimientos más bajos. Sorprendió su nerviosismo, desconcentración y falta de firmeza, algo que lo estaba destacando.
Eso sí: Bruno Valdéz desentonó similarmente y los interrogantes sobre quién es el idóneo para reemplazar a Rojo, por lo tanto, están en la cabeza, a toda hora. Aunque hay un hecho que puede marcar (o no) una pista: en San Pablo, cuando Almirón decidió protegerse mejor con cinco defensores, su elección fue el ingreso del paraguayo por sobre Valentini.
Si bien se insiste con que en Río, probablemente, se vea la estructura que afrontó ambos compromisos con Palmeiras, Fluminense es otro rival. Y aunque esta noche supere a Talleres, la gran prueba de este período para consolidar mucho de aquella formación, para la final también se abre el abanico de intentar reemplazar al expulsado con ambos centrales como acompañantes de la fija de Nicolás Figal.
Marcos Rojo dejó atrás hace tiempo la rotura de ligamento cruzado del año pasado y las posteriores molestias musculares que lo azotan cuando acumula demasiada inactividad. De nuevo, está en gran forma física. Todo es lamento. Almirón ya lo extraña tanto que no quiere probar a su reemplazo: el capitán es el primero en su equipo.
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