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Marco Van Basten recuerda el golazo que nadie olvida y que definió la Euro 1988: “Tu software te dice instintivamente qué hacer”
Con 59 años, el crack de Países Bajos rememora un momento único de su carrera
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Fue otra Eurocopa realizada en Alemania: la de 1988. La octava en el historial desde su primera disputa en 1960. Tiempos diferentes realmente. Sólo contaba con 8 países participantes en lugar de los 24 actuales. El Grupo A tenía a Alemania, Italia, España y Dinamarca. El Grupo B contaba con Unión Soviética, Holanda, Irlanda e Inglaterra. Todos contra todos por zona y los dos primeros avanzaban directo a las semifinales. Curiosamente, los finalistas serían los dos clasificados por el Grupo B: Holanda y Rusia, vencedores de Alemania (2-1) y de Italia (2-0) en la instancia previa.
Holanda tenía a sus tres joyas, las que jugaban en el Milan, de Italia: Marco Van Basten, Frank Rijkaard y Ruud Gullit. Sólo se permitían a tres extranjeros por equipo en esa época. El otro equipo de Milán, Internazionale, había apostado por el tridente alemán: Lothar Matthaeus, Andreas Brehme y Karl-Heinz Rummenigge. Desde el Sur, Napoli le hacía frente con su as de espadas: Diego Maradona.
La Eurocopa 1988 se disputó en dos semanas, de 10 al 25 de junio. Quince partidos en total, sin encuentro por el tercer puesto. Ese 25 de junio, Holanda accedía a su primera final. Ya había sufrido dos grandes desilusiones en Mundiales al caer en las de 1974 y 1978, con Alemania y con Argentina, respectivamente. Para Rusia, en cambio, era distinto: había conquistado la primera Euro de 1960, en Francia (venciendo a Yugoslavia por 2-1) y caído en las de 1964, en España, frente al local por 2-1, y en la de Bélgica 1972, con Alemania por 3-0. Tenía al que era considerado el mejor arquero del mundo: Rinat Dassaev.
La final del 88 se desarrolló en el Olímpico de Munich. Malos recuerdos para los tulipanes por aquella derrota en la definición del Mundial 74 de la Naranja Mecánica al comando de un tal Johan Cruyff, uno de los grandes de la historia. Rusia ya le había ganado en el debut (etapa de grupos) por 1-0, pero Holanda creía ciegamente en la dupla Gullit-Van Basten. Demasiada calidad, enorme talento. Goles asegurados. No llamó la atención que de una combinación entre el 12 (Van Basten) y el 10 (Gullit) naciera el primer tanto, a los 33 de la etapa inicial. Pero lo mejor, lo más increíble, sucedería en el minuto 54. El gol imposible. El que desafío las leyes de la física y de la lógica.
“Tu software te dice instintivamente qué hacer” es la curiosa explicación que encuentra Van Basten como explicación a esa volea inentendible que infló la red soviética ante la consulta de L’Equipe, hoy, a sus 59 años. Aquella tarde, uno de los primeros que se le acercó para festejar fue su compañero Jan Wouters, que en medio de los abrazos tuvo margen para preguntarle “¿Cómo hiciste para pegarle desde ese punto ciego?”, recibiendo la sincera respuesta del 9: “No tengo idea. No sé qué hice”.
Se dijo de todo sobre aquella volea atípica. ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo lo hizo? ¿Cuántos de cien intentos similares serían efectivos? Todas preguntas para Van Basten. Porque vale poner en contexto la situación que terminó con el entrenador holandés, el legendario Rinus Michels, tomándose la cabeza en vez de gritar el gol. El golazo, no de otro partido, sino de otra galaxia.
“La mejor opción”
Instinto, planeado y ejecutado pueden ser términos que suenen a excusa o argumentos sin sustento. Lo “Decidí intentarlo cuando me convencí de que era la mejor opción”, confiesa hoy Van Basten. “Si tienes la oportunidad de parar y controlar el balón, sin un defensor a tu alrededor, es mejor correr menos riesgos. Si tienes una opción más fácil, deberías intentarla... Pero la mayoría de las veces, como en esta acción, hay defensores alrededor que intentan perturbarte, contrarrestar tus ideas, tus movimientos, tus decisiones. En el fútbol, como en el deporte en general, siempre estás calculando probabilidades. En cada uno de los 5400 segundos que dura el partido, el balón, tus compañeros y tus oponentes están en movimiento. Todo esto te hace pensar como una máquina, calculando constantemente para tomar la mejor decisión. Y así, en el momento en que llega esta pelota, tus sensaciones, es decir tu propio software, te dicen instintivamente qué hacer...”
La jugada fue simple, con un final impensado. Intercepción de Arnold Mühren, apertura sobre la izquierda a Adri Van Tiggelen y un centro “llovido y pasado”. Gullit se lleva dos marcas (Serguei Aleinikov y Vagiz Khidiatoulin) con su movimiento y después es Van Basten contra el lateral Vasili Rats. Mano a mano. Y detrás, el mejor arquero del mundo. Pensemos en una pelota que cae más allá del vértice del área chica y a un metro de la línea lateral del área grande. La distancia es como la de un penal, pero en un punto oblícuo y con un defensor que salta para obstruir el remate. ¿Qué dicen los números en modo algorítmico? Que tiene 0,06 de posibilidades de convertir. Es decir, seis tiros de 100 irían adentro. La lógica indica bajar la pelota y buscar a un compañero que llegue de atrás.
“No sé si estos balones que caen de esa manera son más fáciles de conectar, depende de los jugadores, pero, en general, los buenos futbolistas interpretan mejor la trayectoria del balón que los jugadores promedio”, apunta Van Basten a L’Equipe. Toma la opción de pegarle. Es lo que le indica su software. Porque no es una situación desconocida para él. “Me entrené mucho para realizar este tipo de gestos técnicos: en la calle cuando era niño, en el césped, pero también en la playa o en el agua…”
La pelota supera al arquero Rinat Dassaev y baja de golpe detrás de su 1,86m. Golazo. En 2016, el arquero dijo que “ese gol fue un golpe de suerte”. Aunque admite no haber estado parado en el mejor lugar. “Estoy muy en el primer palo. Un metro más al centro y lo hubiera detenido. Pero sucedió demasiado rápido. Fue una fracción de segundo y tomé la decisión equivocada”, dijo entonces.
El legendario gol de Van Basten
Hay otra perla que el propio Van Basten contó en su autobiografía (2019). Aquel junio, con sus explosivos 23 años, todavía tenía el tobillo con movimientos limitados. Es que lo habían operado de ligamentos en noviembre de 1987. Seis meses nomás desde su paso por el quirófano, una veintena de partidos desde su regreso. Con los lógicos temores del caso. O sea, que cuando impacta esa volea de todos los tiempos, su tobillo no tenía la elasticidad natural que recuperó algunos meses más tarde. “En ese momento mi tobillo no estaba bien, pero me alcanzaba para jugar”. ¡Y vaya si le alcanzó! Convirtió ese gol en condiciones precarias. Y no era chiste la lesión: el tobillo, a los 59, lo tiene bloqueado: “No puedo correr ni jugar al fútbol”, apunta.
Fueron cinco goles los que marcó en esa Eurocopa. Participó en 7 de los 8 goles de Holanda. Cerró el año ganando el Balón de Oro, premio que cosechó en dos ocasiones más: 1989 y 1992. Con Ajax, su primer club, logró tres ligas, otros tres títulos de la Copa de Holanda y una Recopa de Europa entre 1982 y 1987. Con Milan, conquistó tres scudettos, dos Supercopas de Italia, dos Champions League, un par de Intercontinentales y otras dos Supercopas de Europa entre 1988 y 1993. Marcó 283 goles. Pero ninguno como el de esa volea que desafió su propio software y que imaginó de chico volando entre las olas en los veranos familiares.
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