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Marcelo Gallardo está sentado a la mesa de dos emblemas millonarios como Labruna y Ramón Díaz
“Pase lo que pase, a Gallardo hay que hacerle dos estatuas, no una”. Las palabras del presidente Rodolfo D’Onofrio soltó hace algunos años es lo que ya se escucha a cada paso en los pasillos del Monumental. Es una energía que quizás nunca antes se había vivido en la rica y extensa historia de River. Una sensación de poderío y vitalidad diferente, atípica, situada muy lejos de la normalidad del fútbol argentino. Para los dirigentes, los hinchas y hasta para sus dirigidos, hoy Marcelo Gallardo no es Napoleón. Es Napoleón, Alejandro Magno, Julio César, Gengis Khan, Atila y cualquier otro estratega militar que haya dejado su marca en la historia mundial. Y en ese final, todo se multiplica exponencialmente.
Gallardo dejó su huella eterna en Núñez. Es histórico, único, épico. La obtención de la segunda Copa Libertadores de su ciclo, en Madrid y ante Boca, fue sólo el broche de oro -la perfección hubiera sido en el Monumental y los incidentes de aquel 24 de noviembre de 2018 se lo impidieron-. Fue la estrella que le faltaba al árbol de Navidad millonario para reconfirmar (otra vez) que el Muñeco estaba allí para cambiar la historia, para devolverle la estirpe y la memoria al club que lo formó y a depositarlo en un pedestal mundial en el que nunca había estado. Seguramente nadie le hubiera recriminado nada en caso de un resultado negativo porque es difícil borrar tan rápido el pasado reciente. La gloria siempre estuvo de su lado y quizás por perseguir el destino sin claudicar en el camino, a pesar de los escollos y tropezones que aparecieron en su ruta.
Su estilo metódico, obsesivo, intenso, detallista y perfeccionista quedará grabado a fuego. Su búsqueda constante de desafíos, la renovación continua frente al paso del tiempo, la capacidad de potenciarse con la adrenalina de los momentos decisivos, el poder de convencimiento que logró en sus jugadores, la identidad y el sentido de pertenencia y la consolidación de un grupo humano que nunca se resquebrajó son los grandes pilares de su trabajo. El legado que se perpetuará en Núñez. “¿Qué hay después de Gallardo?”, es la pregunta que resuena y retumba en Núñez. ¿Quién podrá reemplazarlo cuando decida partir? Hoy, tras la confirmación, parece ser una pregunta que no tiene respuesta.
El Muñeco logró instalarse para siempre en la memoria, los registros fotográficos, las filmaciones, las paredes del museo y las vitrinas junto con Ángel Labruna, uno de los grandes ídolos millonarios, son parte del patrimonio de River. Lo había hecho como jugador, con la casaca número 10 en la espalda, cuando levantó la Copa Libertadores 1996, la Supercopa 1997 y otros seis títulos locales. Este final no hace más que erigirlo por encima de cualquier otro personaje de la historia millonaria.
Apostó fuerte y arribó en junio de 2014 para asumir una conducción técnica –su segunda experiencia tras el debut en Nacional de Uruguay- que era un fierro caliente por la renuncia de Ramón Díaz , quien se fue tras salir campeón. Y lo hizo de la mano de sus amigos Matías Biscay y Hernán Buján, otros riverplatenses desde la cuna como él que se criaron en el club, con una idea clara: que River vuelva a ser River, tal como prometió D’Onofrio en su primer slogan de campaña presidencial.
Y, a pesar de los altibajos futbolísticos, lo lograron. Siempre se mantuvo en pelea, conformando equipos competitivos. Con aciertos y errores, con buenas y malas decisiones, con partidos mejores y peores. Pero con una línea de trabajo indeleble: perfil bajo, humildad, compromiso y guardia alta -quizás el punto que más cuestionamientos le trajo-. La unión entre todas las esferas (dirigentes, plantel, cuerpo técnico e hinchas) es otro pilar central, al que el entrenador siempre hace alusión frente a los micrófonos: “Hay una gran comunión entre el equipo y los hinchas, que se sienten representados. Esperemos jugar un partido a la altura para que el hincha siga agradecido con nosotros como lo hizo hasta ahora”, dijo alguna vez Gallardo tras alguna coronación y sin duda que logró imponer esa mística, porque aun con resultados poco agradable, como los de los últimos meses, el respeto por lo logrado fue más fuerte que cualquier traspié.
Gallardo transformó en algo casi minúsculo todo lo que logró con los botines en los pies. No porque así lo sea, sino porque su ciclo como director técnico es el más importante y exitoso del club: superó a Ramón Díaz en la tabla con 14 títulos y los logró en ocho años y medio. Y siete de ellos son internacionales, el gran karma de la historia de River: hasta su llegada, el club solo había podido conseguir cinco desde su fundación. Y hay dos Copas Libertadores, las mismas que se habían conquistado desde la primera en 1960.
El reposicionamiento de la institución de Núñez en el plano mundial es otra deuda saldada. Un sol radiante y un cielo celeste puro después de años y años de nubes, tormentas y temporales que parecían interminables. Y los continuos éxitos ante Boca fortalecen y enaltecen al DT: lo eliminó en semifinales de la Copa Sudamericana 2014 y fue campeón; repitió en los octavos de final de la Copa Libertadores 2015 y la conquistó; se quedó con la Supercopa Argentina 2017 en Mendoza en marzo pasado; levantó la Libertadores en Madrid ante el máximo rival.
“Le quiero decir gracias a las personas que me acompañaron durante estos 8 años. A todo mi cuerpo técnico, a la gente que ha trabajado conmigo y que me ha empujado a tener fuerzas para seguir en una vorágine permanente de muchísimo esfuerzo. Quiero agradecerle al hincha, que desde que he asumido en 2014 en cada homenaje que me han hecho al entrar a un campo de juego será un recuerdo imborrable para mí”. Palabras que mezclan sensaciones, de dolor por el pronto adiós y de eterno agradecimiento. Es que se trata del final del ciclo de Marcelo Gallardo, simplemente, el dueño de la historia de River.
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