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Marcelo Bielsa hundió el dedo en varias llagas, pero la Conmebol calla y otorga
MIAMI (enviado especial).- Esta vez no fue el Bielsa habitual de las conferencias, el que mira a un punto fijo de la mesa que tiene adelante; el monocorde, el que ingresa en laberintos dialécticos, el que contradice sin alzar la voz ni los ojos. Este fue un Bielsa volcánico, que puso el dedo en varias llagas. La primera, el periodismo: acusó a parte de la prensa de ser cómplice del poder. La segunda, la organización de la Copa América; es decir, la Conmebol. La tercera, el anfitrión, Estados Unidos. Con un discurso impulsivo, desordenado, el DT de Uruguay no solo no midió las consecuencias de sus palabras, sino que justamente dejó latente que durante el torneo muchos debieron cuidar lo que decían por temor a represalias. Y lo dijo con nombre propio: “Scaloni”.
Lo central e incontrastable de su disertación fue la defensa férrea del accionar de sus futbolistas, a la que fue y volvió en varias ocasiones. “¿Sanción para los futbolistas? ¡Pero por favor!”, una expresión en la que el Bielsa de verba intrincada dio paso al más llano. Aquí se le presenta un dilema a la Conmebol. ¿Sancionará con dureza a quienes, argumentan, defendieron a sus familiares en una situación de absoluto descontrol, o será un castigo pour la gallerie? Y aquí otro punto clave en el que Bielsa indagó: ¿qué responsabilidad le cabe al organizador por la falta de control y prevención para que ello no sucediera?
Por qué pasó lo que pasó. Cada ciudad, cada estadio tiene sus reglas, más allá de Conmebol. Los hinchas están mezclados, con sus camisetas, no hay zonas prefijadas para dividirlos. Cada uno compra su asiento y allí va. Más allá de alguna trifulca mínima, no hubo en el resto de los partidos situaciones de violencia. Fue un hecho atípico, pero la organización deberá estar alerta para que no se repita en la final, con colombianos y argentinos distribuidos sin orden. Y con alcohol en sus organismos: la venta es libre, como en cualquier espectáculo de este país.
En el revuelo de indignaciones, Bielsa aprovechó para poner en altavoz lo que otros ya habían dicho y luego callado: muchos campos de juego no estuvieron a la altura de la competencia. Es algo que Conmebol no vio, no quiso ver o vio tarde, algo para que FIFA tome nota de cara al Mundial de 2026: la mayoría son escenarios utilizados para eventos y no canchas de fútbol. El fútbol, en este caso la Copa América, es, para los estadounidenses y, sobre todo, para los que manejan los estadios, una actividad de esparcimiento más en sus calendarios. Colocar el césped dos o tres días antes de un partido –más allá de los adelantos tecnológicos y operativos con los que cuentan- es antinatural. Las canchas lucieron mal. Y quienes alzaron la voz luego dejaron entrever que hubo una bajada de línea para que terminaran con las críticas. Scaloni, por caso. Conmebol no se pronunció sobre el deficiente estado de algunas canchas, no hubo ningún mea culpa. Si no se habla, no ocurrió. En lugar de ello, según Bielsa, un subrepticio pedido de silencio a las voces disonantes.
Tampoco calló Jesse Marsch, el entrenador de Canadá, que sin llegar a la erupción de Bielsa, fue contundente. Asevero que el torneo no fue profesional y que han sido tratados como “ciudadanos de segunda”.
Bielsa deja en carne viva una sensación que estaba subyacente, la de un torneo que Conmebol le entregó a Estados Unidos para que someta a sus caprichos y reglas. Campos de juego sintéticos que se transforman en naturales en dos días, shows de entretiempo alla Super Bowl, animación durante los partidos... No es un acontecimiento que mueva la aguja en este país, lo que no impide que muchas de las canchas tengan una buena convocatoria. La apatía general es lógica en un lugar donde el soccer no está entre sus prioridades. Bielsa puso el dedo en varias llagas. Y seguramente sus elocuencias y verborragia ya habrán llegado a oídos de la FIFA, que en dos años tendrá que lidiar con estas cuestiones. La Conmebol, en este caso, calla y otorga.
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