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La tarde en que Maradona quebró las leyes de la física
“E non sanno che se só perso”. (No saben lo que se perdieron)
El cartel ubicado en la puerta del cementerio rezaba una expresión única. Era el lamento de los vivos, incapaces de explicar con palabras aquello que habían tenido el privilegio de apreciar pocas horas antes. Una simple pared marcaba la diferencia.
Esa mañana del lunes 4 de noviembre de 1985, la ciudad de Nápoles amaneció con un pulso diferente. El orgullo de pertenecer es un intangible, pero en el cruce de miradas entre vecinos todos tenían exactamente la misma sensación. Las calles angostas y laberínticas, no aptas para claustrofóbicos, con la ropa colgando de las sogas, atravesando el cielo de balcón a balcón y atestadas de pequeñas motocicletas cuyas bocinas suenan cada un microsegundo, tenían dibujadas una sonrisa en cada puerta de entrada. El cielo gris y otoñal y la garúa que duraba como resabio de un domingo inolvidable le ponían un velo al Vesubio y obligaban a adivinar ese inconfundible paisaje portuario, en el que el golfo marida su amor eterno con el Tirreno.
En los bares de la Plaza del Plebiscito, cualquier votación tendría un ganador absoluto. Cada parroquiano apasionado hablando del "calcio" podía garantizar desde hacía veinticuatro horas que la "ciudad de los siete castillos" había consagrado a su Rey del Fútbol.
La novena fecha del torneo marcaba la visita al San Paolo de la imponente Juventus campeona de Europa, líder con puntaje perfecto producto de ocho triunfos. La misma que días más tarde le ganaría a Argentinos Juniors la final Intercontinental con Platini, Laudrup, Cabrini y Scirea como figuras. La vieja historia del rico desfilando por la casa del pobre parecía destinada a escribir su enésima versión. Pero el rebelde tenía otros planes y cuando a la hora de la siesta, la ciudad se sacudió y no por culpa del volcán, el amor se volvió incondicional e inquebrantable.
A falta de dieciocho minutos para el cierre, y en el mejor de los casos celebrar al menos un empate, Napoli dispuso de una falta indirecta adentro del área rival a escasos quince metros del arco. Eraldo Pecci se paró como lugarteniente del genio, incrédulo de la demanda que le ordenó su capitán. Recibiendo el toque que habilitó su remate, Diego desafió a las leyes de la física y con una suave caricia, con un swing sin recorrido final, clave para que la parábola fuera corta y abrupta, logró que la pelota superara la barrera y cayera justo en el ángulo del arco de Tacconi. La explosión orgásmica posterior fue como la estampida de un hormiguero. Los fotógrafos buscando su instantánea del primer plano del héroe y los hinchas infiltrados resbalando en su desesperada carrera para fundirse en el abrazo al ídolo.
Nunca entenderemos como lo hizo. No era posible, no había chances salvo para él. Como siempre.
El resto de la película está escrita y vista mil veces, pero la maravilla es que nunca nos cansa. El fuego, el mar y el Diego tienen ese poder hipnótico que nos permite mirar sus movimientos, sus colores y su brillo y jamás perder el encanto. Las horas irán curando la herida que aún duele, pero la cicatriz de haber sido parte de la "Generación maradoneana" será el mejor tatuaje que llevaremos con inmenso orgullo. Cuando el fútbol fue lo más importante en nuestras vidas, nadie nos regaló más alegrías y ante tamaño obsequio sin pedir nada a cambio, solo nos queda la gratitud como ofrenda.
La historia del gol de Maradona a Juventus
Se fue el familiar de millones de personas sin que supiera de esa ligazón sanguínea. La empatía que produjo el artista en el campo de juego, es la pena y el duelo que genera cualquier afecto cercano. Todos sabíamos que en algún momento podía pasar, pero nunca nos preparamos para que realmente pase. El dolor y la consumación de su muerte nos atraviesan.
Con la partida de Diego, se apaga el inspirador del sueño del futbolista amateur que todos llevamos adentro. Su historia de video clip, haciendo equilibrio en el precipicio de los excesos, no podía tener como corolario una despedida popular exenta de la misma pasión irracional, locura y adrenalina que siempre generó en vida. La imagen del tránsito detenido en la autopista, para darle la arenga final, nos agiganta por última vez nuestra capacidad de asombro.
Ese gol, desde varios ángulos
Ningún nombre de la política, de las artes, las ciencias o la religión despertó más unanimidad en el ejercicio del amor incondicional que el Maradona futbolista. En tiempos de grietas y por si alguien tenía dudas, el dolor colectivo confirmó que se fue el argentino más relevante de los últimos cien años y uno de los más importantes de la historia.
Dice el poeta: "Separarse de la especie por algo superior no es soberbia, es amor. Poder decir adiós es crecer". .
Nos quedamos sin la figurita que jamás cambiábamos en la escuela. Habrá que repetir muchas veces la noticia para creerla. Imperfecto. Contradictorio. Inimitable. Diego Maradona dejó de ser el mito viviente.
Se murió nuestro póster favorito.
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