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Maradona eterno: emoción y memoria para llenar el enorme vacío del primer aniversario
A un año de su muerte, cuyas circunstancias están siendo investigadas por la Justicia, la figura de Diego es evocada por el mundo del fútbol, desde los hinchas hasta Messi
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En el soleado mediodía del 25 de noviembre de 2020, cuando no pasaba nada, de repente pasó lo definitivo: la muerte. Un país quedaba anonadado, postrado, impávido. La onda expansiva enseguida se hizo global, incontenible. De la Argentina hacia el mundo. El sentimiento de tristeza y turbación se filtró hasta el rincón más remoto del planeta. Había muerto Diego Armando Maradona y la vida del resto quedaba suspendida, en pausa, petrificada, retorcida por la pena y la compasión.
Un año sin Maradona fueron 12 meses con un Diego omnipresente en la evocación, los recuerdos, los homenajes y la veneración. Y también en la polémica, su eterna compañera de viaje. Se fue para quedarse. Se hizo memoria para combatir el olvido. Continúa reviviendo en centenares de banderas, murales, estatuas, tatuajes, plegarias, documentales, series, películas, canciones, estadios, torneos y recintos rebautizados. Es la manera más humana de atraparlo, de retenerlo para desafiar la ley de la vida y la muerte. Habrá algún hincha que lo convertirá en estampita para rezarle en medio de una tribuna por la suerte de su equipo.
Quien tuvo el mundo a sus pies moría casi en soledad, mal atendido. Más escondido que cuidado. El producto más genuino y auténtico de los polvorientos potreros argentinos se apagaba en la habitación de un bucólico country. Un lugar (mal) pensado y elegido para la rehabilitación se convertía en su penúltima morada. Incomprendido e inabordable, como en tantas etapas de su vida, solo que ahora su corazón había llegado al límite de resistencia, se había agotado de una existencia convertida en un thriller incesante.
Maradona nos había acostumbrado tanto a sus proezas futbolísticas como a esquivar a la muerte que en más de una ocasión lo empujaron sus excesos. ¿Cómo que se murió Maradona?, fue la reacción instantánea al impacto de la noticia. Pero si lo creíamos un especialista en celebrar el milagro de la vida en circunstancias más angustiantes. Esta vez no había resurrección ni otra oportunidad.
Maradona había ejercido el derecho de cansarse de ser Maradona, una experiencia intransferible e incomparable en sus 60 años. Daba vértigo de solo observarlo subido a la montaña rusa en que había transformado su existencia. Jorge Valdano, compañero de la gesta del Mundial ‘86, lo despidió con el corazón estrujado: “Y quienes lo conocimos, lloraremos aún más por aquel Diego que, en los últimos tiempos, casi había desaparecido bajo el peso de su leyenda y de su exagerada vida”.
¿Y después de Maradona, qué? ¿Qué hacer con esa sensación de vacío inconmensurable? Como primera medida, habría que tomarle prestada y honrar una de sus tantas frases célebres, disparada en un estudio de televisión: “Lástima a nadie, maestro”.
El genio que llenaba estadios abarrotó las calles cuando la pandemia no había remitido para despedirlo con funerales de estado, que por cierto fueron organizados en la Casa Rosada con la improvisación e irregularidades endémicas de la Argentina. Las camisetas de River y Boca se estrechaban en un abrazo desprovisto de rivalidad y encono. No había grieta, solo una tristeza profunda. Los devotos maradonianos dejaron caer la lágrima que también rodó por las mejillas de aquellos que no consentían al personaje desaforado y proclive a los desbordes.
Como había sido su vida, el post morten de Maradona también transcurre a cielo abierto: litigios judiciales por negligencia en la atención médica recibida, por su indescifrable herencia y patrimonio, por una descendencia que se desconfía y recela entre sí, por su borrascosa etapa en Cuba, a partir de las revelaciones de Marvys Álvarez, que siendo menor de edad cayó en las redes del sórdido entorno del N° 10.
No quedó un Maradona de una sola pieza. El más entrañable es el futbolístico, el admirado por inigualable. De un legado póstumo, un material irremplazable en las videotecas.
Lionel Messi nunca supo ni quiso ser Maradona, aunque es el que más se le acerca en el dominio de las artes del juego. La inteligencia de Messi pasa también por tomar el consejo general que alguna vez dio Maradona: “Yo no soy ni quiero ser ejemplo de nada. Que cada uno tome el ejemplo de sus padres”.
De los incontables homenajes que hubo en las canchas, el de Messi fue uno de los más simbólicos. Llevaba más de 15 días sin convertir goles en Barcelona. El primer partido del Barça tras la muerte de Maradona fue cuatro días después del deceso. El 4-0 a Osasuna se cerró con un golazo de Messi, similar -la pelota entró por el otro palo- al de Maradona a Grecia, el último por los mundiales. En el festejo, Messi se sacó la camiseta y quedó vestido con la que Maradona usó en sus contados encuentros en Newell’s. Sin ceder a la sensiblería, la escena contenía una carga emotiva muy fuerte. Al rey le llegaba la dedicatoria cifrada de su más conspicuo discípulo: descansa en paz.
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