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Diego Maradona en Cuba: las fiestas interminables, su relación con Fidel Castro y sus mujeres
Luego de encontrarse en enero de 2000 al borde de la muerte, el Diez se trasladó a la isla para un tratamiento; su estadía, finalmente, duraría cinco años y tendría múltiples excesos
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La casa 2 estaba perfectamente diseñada para que Diego Maradona se sintiese a gusto. Lo necesitaba. Debía calmar su infierno interior. Un monitor profesional de 21 pulgadas de la marca Samsung y una TV Sony de 38, regalo de la producción del viejo programa “Sorpresa y ½”. Un sillón enorme, mullido y de colores claros. Un escenario perfecto para pasar horas y horas delante de las pantallas mirando fútbol, películas y Discovery Channel. Un poco de paz después de una nueva caminata por la cornisa. La casa 2 era algo más modesta en su decoración, aunque tenía sus detalles, porque allí se hospedaba su ladero y todas las visitas. El Complejo de Salud La Pradera, en plena barriada de Siboney, al lado nomás de Miramar, pretendía ser la vía de escape para seis meses de “limpieza”. Apenas duró un puñado de meses toda aquella calma. Finalmente resultaron cinco años de locura. La experiencia Cuba, adonde llegó en el momento más dramático de su vida, fue un mojón para Maradona.
“No quiero dejar este mundo. Voy a luchar para seguir viviendo”. La frase fue pronunciada por Maradona minutos después de dejar el Sanatorio Privado Cantegril de Punta del Este. Era enero de 2000, Diego tenía 39 años, un sobrepeso acechante y un vértigo diario imposible de dimensionar. Guillermo Coppola, desesperado, levantó un teléfono y se comunicó con el doctor Jorge Romero para pedirle ayuda.
–Hola, soy el doctor Jorge Romero. ¿Me puede contar lo que pasa?
–Acá Guillermo Coppola. Estoy con Diego Maradona, que duerme desde hace dos días. No logramos que se despierte.
–Pero si está así desde hace dos días no está durmiendo: está en coma...
Romero se trasladó hasta la chacra del empresario Pablo Cosentino, donde estaba Maradona, y el cuadro era tremendo. Lo trasladaron, le salvaron la vida en el sanatorio, pero como todo en la vida de Maradona, el crucial momento iba a tener un toque dramático. “Cuando vamos de viaje [desde José Ignacio hacia Cantegril], a Cóppola se le ocurre parar en la estación de La Barra para cargar 70 litros de combustible. Estuvimos 15 minutos con Maradona en coma mientras cargaba nafta. ¡Lo quería matar!”, contó Romero en una entrevista con el diario El País.
Operativo Cuba, para alejarlo de la vorágine
Al ingresar al sanatorio Cantegril, Maradona fue diagnosticado con una “crisis hipertensiva y una arritmia ventricular”. Tras aquel episodio, el operativo Cuba se puso en marcha con el objetivo de alejarlo de la vorágine en la que estaba inmerso y torcer el rumbo de su vida…
El 18 de enero desembarcó en Cuba. Y dos días después de su internación para desintoxicarse, recibió la visita de Fidel Castro. “Comandante, en esto es muy fácil entrar y muy difícil salir”, le dijo Maradona al por entonces presidente cubano, según contó hace unos años, el médico personal de Diego, Alfredo Cahe, que explicó que fue un encuentro de tan sólo 20 minutos, pero que había resultado “terapéutico” para el ex futbolista.
Compartía la casa número 2 con Claudia Villafañe y allí, en las primeras semanas, Dalma y Giannina, sus hijas, le dieron el impulso necesario para recomponer su salud. Fueron jornadas lejos del universo tóxico en el que habitaba. “Soy cubano”, había dicho Maradona en una charla con LA NACION, en la que mostró una libreta verde que le había enviado el gobierno de Cuba y que lucía como un DNI argentino. En letras doradas se podía leer: “República de Cuba, carné de identidad para extranjeros”. Su número era el 6010307788 y en la ocupación se hizo poner: “Deportista paciente”. “Siento que esto se lo tengo que agradecer a Fidel Castro y, en su nombre, a todo el pueblo cubano. Para mí, es el más grande gesto de confianza que yo pueda recibir de parte de ellos, justo en el momento en el que se empiezan a hablar giladas en Buenos Aires”, había dicho Maradona en aquella charla con este diario.
La primera etapa en La Pradera la compartió con sus padres, Don Diego y Doña Tota; con Claudia y sus hijas, y con sus suegros, Coco Villafañe y Ana María Elía. Tenía controles diarios: contaba con una ambulancia, una enfermera, un paramédico y un chofer personal, Alfredo, que lo trasladaba en un Mercedes-Benz negro, con chapa roja NH 0024, vehículo en el que se solía llevar a primeros ministros y dignatarios desde el aeropuerto a las reuniones con Fidel Castro.
Fueron casi dos meses en los que logró recuperarse casi por completo. Comenzó a correr en compañía de Claudia, jugaba al fútbol-tenis en una canchita que tenía detrás de su casa y a la que bautizó, haciendo pintar una pared, como “La Bombonerita”. Lucía físicamente estable. Unas semanas más tarde, la familia, al ver a Diego enfocado en su tratamiento, tomó la determinación de retornar a Buenos Aires. Todo continuaba bajo la supervisión de Cóppola y del secretario de Maradona, Gabriel Buono.
Allí comenzó una “nueva vida de Maradona en Cuba”. Los días aburridos que suponía estar en La Pradera, la falta de acceso a las cosas, apenas poder comprar galletitas Vocación, quedaron en un archivo y todo se volvió mucho, pero mucho más intenso. Las anécdotas de aquellos días son interminables y los señalamientos por los excesos se multiplican…
En plena internación, Maradona no podía escapar de los temas que involucraban a su entorno. Estaba Diego siguiendo paso a paso la detención del ex juez federal de Dolores, Hernán Benasconi, que había ordenado el encarcelamiento de Coppola en 1996. LA NACION estuvo presente en una charla que mantuvo Diego por este tema: “A mí no me j... Bernasconi; me j... la Justicia. Voy a golpear todas las puertas para que a este tipo le den 35 años, lo juro por mis dos hijas. Voy a llamar a De la Rúa, a Chacho Álvarez, a todo el mundo”. Dentro de la piscina de su casa en La Pradera recibió el celular de manos de Guillermo Cóppola y escuchó la voz del vicepresidente de la Nación...
–¡Hola, Chachito, maestro! ¿Cómo anda? Yo bien, acá, mucho mejor de salud, cada vez mejor... Me tenés que venir a visitar, así me ves.
–...
–Bueno, Chacho, una cosita sola, Chachito, ¿qué pasa con Bernasconi? Lo vi en la televisión y no lo podía creer. ¿Por qué sin esposas, por qué? Vos sabés que a mí, cuando pasó lo de Franklin [NdR: el departamento de Caballito del que salió apresado], cuando yo caí en cana, no me las dejaron sacar ni para saludar a mi vieja... ¡Y yo no había matado a nadie, Chachito!
–...
–Pero Schlägel [NdR: Roberto, ex secretario del Juzgado de Dolores] la otra vez y ahora él, van sin esposas, ¿entendés lo que te digo, Chachito?
–...
–Es algo para que lo tengan en cuenta vos y todos allá... Porque a mí en Franklin me esposaron, aunque le pedí al pibe que no lo hiciera.
–...
–Bueno, Chachito, a ver si hacemos algo, ¡no me obligues a ir para allá!, ¿eh?
Tras aquella charla, unos 20 minutos después, Maradona miró a su gente y le dijo: “Chachito me entendió”.
“Fierrito”
La figura de Maradona se multiplicaba en todos lados. Las visitas a La Pradera de varias personalidades comenzaron a ser más frecuentes. Algunos de sus acompañantes detonaban el día a día. Y “Ferrito”, como le decía Diego a Carlos Ferro Viera, que fue secretario y mano derecha del ex futbolista, resultó una bomba de tiempo de aquellos días. “En 2004 me fui por consejo de Alfredo Cahe, que me dijo: ‘Andate a La Plata con tu familia porque te morís’. Y era la realidad, era verdad: nosotros estábamos en una danza con lobos”, dijo Ferro Viera en una entrevista con Radio Realpolitik.
Un choque en septiembre de 2000 comenzó a encender algunas alarmas. Maradona había viajado a comer un asado a Guanabo, una playa situada a media hora de automóvil de La Habana, y de regreso a La Pradera sufrió un accidente. Diego manejaba una camioneta 4x4 y se estrelló de frente contra un ómnibus de turistas. Emilio García, integrante del Destacamento Especial de Rescate y Salvamento de La Habana contó que sacó al ex futbolista del vehículo y que le costó porque su pierna izquierda había quedado atrapada. “Estaba vivo, aunque en shock, con el volante que la apretaba el vientre”, contó en el portal Cibercuba. En la camioneta viajaba también Ferro Viera, que no sufrió ninguna lesión. Tiempo después, aseguran que algunos de los allegados de Maradona concurrieron al lugar cuando se enteraron de lo sucedido y que retiraron una botella de whisky del asiento trasero.
Las historias hablan de fiestas interminables, de peleas de Diego con enfermeros de La Pradera y una vida fuera de control. Lo que está claro es que Maradona ya no tenía la calma de los primeros días. En una visita del cantante Rodrigo, allá por 2000, las cámaras de TV capturaron todo lo compartido entre ambos. “Me tocó llevar a Rodrigo a cantarle a Diego La mano de Dios personalmente. Fuimos con la novia de él, Alejandra Romero, a Cuba como parte de una nota de Versus”, contó Jimena Cyrulnik, la conductora del aquel ciclo de TV. La noche en la que llegaron Rodrigo y su novia fueron a cenar a la casa de los Tedeschi, una familia amiga de Maradona en Cuba: “Es en el lugar donde se registran fotos en las que se tiran a la pileta. Esa noche, Rodrigo se ofrece a hacer el asado. Había ya una persona designada para hacerlo, pero él insistió en hacerlo, era un excelente anfitrión y era algo que le gustaba mucho. Así que a pesar de no estar en su lugar de pertenencia, hizo todo para agasajar a todos los presentes”, recordó Cyrulnik.
Rodrigo y Alejandra volvieron a la Argentina el 14 de junio de 2000. Diez días después, Rodrigo perdió la vida en un accidente en la autopista Buenos Aires-La Plata cuando volvía de brindar un show. Maradona viajó desde Cuba para despedirlo. “Potro, escucho tus canciones, te busco, y no te puedo encontrar... Vas a estar por siempre en mi corazón. Un abrazo a toda Córdoba”, se publicó alguna vez en las redes sociales de Diego.
Nada era a medias para Maradona por aquellos días. Había puesto la energía en jugar al golf, pasaba horas y horas en el campo que estaba cerca de La Pradera. Mariano Israelit, “el Feo” –como le decía Diego–, uno de sus amigos de toda la vida, contó que podía estar desde las 8 de la mañana hasta las 22 jugando. “En un momento, Guillermo Cóppola había comprado unos cascos con unas luces de minero y unas pelotitas transparentes, a las que rellenábamos para que se hicieran fosforescentes. Porque era tal el fanatismo que le había agarrado a Diego que quería seguir jugando a la noche. Me acuerdo que íbamos con Omar Suárez [NdeR: el propietario del boliche porteño Cocodrilo] y Mariano Castro [médico que acompañaba a Maradona] a hacerle el aguante”, contó hace un tiempo Israelit, que fue compañero de la primaria de Hugo, uno de los hermanos de Diego.
Los grises parecen no haber formado parte de su vida y mucho menos en aquellos años en Cuba. Una muestra de ello se refleja en lo que Coppola contó sobre uno de los encuentros con Fidel. Recordó que una noche habían salido a comer y a tomar algo con Diego y de vuelta a La Pradera se cruzaron, a altas horas de la madrugada, con la comitiva presidencial. La camioneta en la que ellos viajaban quedó delante del desfile de los mandatarios socialistas y Maradona no dudó en asomarse, con el torso desnudo por la ventana, y a los gritos saludó a Castro: “¡Presidente, presidente!”.
Regresaron a la casa y unos minutos después apareció Fidel en el lugar. “Yo lo saludé gritando, para que Diego me escuchara y cerrara su habitación con llave, porque teníamos un arsenal ahí adentro”, relató el empresario Suárez en Radio Mitre.
Al salir Maradona, lo hizo sin remera, descalzo, con un short de Boca y con una tabla de inodoro colgada del cuello. Ante la cara de asombro de Castro, el ex futbolista le dijo: “Comandante, este es un regalo para usted”. Se sacó una tabla de inodoro del cuello y en la tapa había una foto de George Bush, ex presidente de Estados Unidos. Se la acercó a quien era el mandamás cubano y le comentó: “Para que cada vez que la use, se lo dedique”, contó Cóppola.
En esa etapa, Maradona afianzó su vínculo con Fidel Castro, cuyo rostro se tatuó en una pierna. Por entonces, los rumores de que tenía protección del gobierno local eran muy intensos. De la misma manera que volvieron a tomar energía las historias que lo vinculaban con mujeres. Una de ellas es Mavys Álvarez, que hace unos días contó en una entrevista en TV en Estados Unidos que lo conoció en septiembre de 2000, después de que Ferro Viera pasase un buen tiempo convenciéndola de que era importante que ayudara a Maradona. Entonces Álvarez tenía 16 años: “Estuvieron más de una hora convenciéndome de que era importante ayudar a Diego, que era una figura mundial, amigo de Cuba, y estaba deprimido. Y finalmente acepté”. La relación, según relata la propia mujer, duró un tiempo y convivió con él en La Pradera.
Otras mujeres aseguraron haber estado allí con Maradona. Su ex abogado Matías Morla, tras la muerte del ex futbolista, dijo que creía que fuera posible que hubiera tres hijos no reconocidos en Cuba. En un programa de El Trece, el abogado aseguró que Maradona convivió en la casa 2 de La Pradera con otra chica, de 20 años, Adonay Fruto, que decidió quedarse allí pero acompañada de su madre, Marlén Cánovas. “Con una pareja, con quien tuvo una relación más estable, tuvo un varón y una mujer, que –creo– se llevan dos años de diferencia”, dijo Morla en el programa El diario de Mariana, conducido por Mariana Fabbiani.
Una etapa increíblemente intensa, de cinco años, pero que cuando se lo traduce al “mundo Maradona” pueden ser 10 o 20 de cualquier mortal. De los días mirando a las Torres Gemelas de San Antonio Spurs (David Robinson y Tim Duncan) a mirar documentales en Discovery y el fútbol tenis en “La Bombonerita”, a la furia absoluta. Sin términos medios. Diego Maradona.
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