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Magic, Jordan, Leo y Ney: el espejo extraordinario
La final del sábado abre la puerta a un duelo único entre jugadores superlativos decididos a marcar una época
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1991. El mundo mira y disfruta de un enfrentamiento personal. Los Ángeles Lakers y Chicago Bulls juegan la final de la NBA. Está pendiente del duelo soñado entre Magic Johnson y Michael Jordan. Magic representa al artista carismático, creativo, divertido y relajado. Siempre con una sonrisa. No importa cuantos lo marquen. Él se escapa. Mira para un lado y la pasa para el otro. ¡Showtime! Michael simboliza a la máquina competitiva, intimidante, con mirada asesina y sin piedad. La rutina de lo extraordinario. Sus números en todos los aspectos del juego limitan su dimensión en el presente y en la historia del deporte. Ambos regalan jugadas increíbles, de esas que se comentan al día siguiente en el lugar de trabajo con un “¡viste lo que hizo este tipo!”.
Saben que ganarle al otro será mucho más que conquistar el campeonato. Ellos discuten su lugar desde una liga superior. No han jugado juntos ni son amigos. Se convertirán en inseparables luego de los Juegos de Barcelona ’92. La NBA se frota las manos. No hay mejor final para seguir exportando su producto cada vez mejor elaborado. Lo consolidará con el Dream Team un año después.
2021. Brasil y Argentina jugarán la final de la Copa América. A diferencia de aquel Lakers-Bulls, el mejor clásico de selecciones del planeta tiene historia. Las últimas tres finales fueron para los de amarillo. Copa América 2004, Copa Confederaciones 2005 y Copa América 2007. Brasil jugará su octava en 20 años. Ganó todas: un Mundial, 3 Copas Confederaciones y 3 Copas América. Argentina perdió las seis que jugó durante ese período: una Copa Confederaciones, un Mundial y cuatro Copas América. El último gol en partidos decisivos lo marcó Pablo Aimar en el 4-1 brasileño en Confederaciones 2005.
La Conmebol se frota las manos. No hay mejor final para un torneo que se postergó, mudó sus sedes por razones políticas y se organizó en una semana aquí en Brasil. Si no hay una catástrofe de última hora, se anotará el éxito sanitario con menos del 0,7% de positividad en testeos diarios para todos los actores involucrados en el desarrollo del torneo. Había armado un fixture para que un eventual tropezón de los dos gigantes no le impidiera tener este duelo en el Maracaná. No cruzó al primero y al segundo de cada grupo, como en cualquier competición con eliminación directa. No hizo falta. Ambos ganaron su zona en el generoso formato de cuatro clasificados sobre cinco.
El choque era casi inevitable y servirá para discutirle la atención a una Eurocopa casi perfecta en organización y en juego. Italia con la revolución Mancini, e Inglaterra con el apogeo de su proyecto formativo, están en la final de Wembley, el templo. Hemos visto partidazos, definiciones dramáticas, festivales de control y pase, futbolistas capaces de interpretar el fútbol como Pedri a sus 18 años. Fiestas con público. La distancia con Sudamérica crece año tras año.
El lúcido colombiano Eduardo Ustariz (@10Kundera en Twitter) se pregunta en su blog del diario El Espectador: “¿Somos tan buenos? Los resultados en las últimas Copas del Mundo han afectado nuestra autopercepción. ¿Son nuestras tradiciones competitivas? La respuesta la tenemos frente a nuestros ojos: Neymar y Messi son los mejores del mundo. Juegan fútbol contracultura. Se atreven, arriesgan, inventan, gambetean. Más que nadie. La salvación del fútbol sudamericano tiene muchas aristas, pero en el centro debe estar esa: creer en nuestros mitos. Volver a aprender a disfrutarlos. No tenemos el monopolio de la gambeta, pero para ser los mejores quizá deberíamos creerlo”.
El 10 de Argentina simboliza la máquina competitiva, intimidante, con mirada asesina y sin piedad. Es la rutina de lo extraordinario. Sus números en todos los aspectos del juego limitan su dimensión en el presente y en la historia del deporte. El 10 de Brasil representa al artista carismático, creativo, divertido y relajado. Siempre con una sonrisa. No importa cuantos lo marquen. Él se escapa. Mira para un lado y la pasa para el otro. ¡Showtime! Ambos regalan jugadas increíbles, de esas que se comentan al día siguiente en el trabajo o con amigos: “¡Viste lo que hizo este tipo!”.
Saben que ganarle al otro será mucho más que conquistar el campeonato. Discuten su lugar desde una liga superior. Se enfrentaron hace 10 años en la final del Mundial de Clubes. “Nos enseñaron a jugar al fútbol”, dijo Ney tras la sandunga del Barça de Guardiola, la última obra maestra de ese equipo. Ellos sí son amigos. Jugaron juntos y fueron inseparables durante cuatro temporadas en Barcelona. Ganaron todos los torneos posibles. En 2017, Neymar hizo maravillas para el milagroso 6-1 ante Paris Saint Germain. Pero la tapa fue el festejo de Messi, que había jugado un partido normal. Ney entendió el mensaje. Para superar a Jordan, debía dejar de ser Pippen e intentar ser Magic Johnson. Aún no lo ha logrado y estuvo a punto de regresar a su rol de Scottie.
La final le ofrece la gran chance para mandarle un mensaje al Rey. Messi es el amo del juego. Sabe todo. Domina como el MJ del segundo tricampeonato 96-98, desde los conceptos y desde la cabeza. Pero también es el de 1991, desesperado por ganar un título que lo alivie definitivamente. Será en el mítico Maracaná, tan templo como Wembley. Argentina-Brasil, el clásico inevitable. Como hace 30 años, el mundo mirará y disfrutará. Europa tiene casi todo. Sudamérica ofrece lo que le queda: Messi vs. Neymar. No es poco.
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