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Luis Zubeldía: la historia de vida de un enamorado del fútbol, que sufre por un oído y que sueña con la gloria postergada
Al mando de la Liga de Quito, va a jugar la final de la Copa Sudamericana frente a Fortaleza, conducido por otro argentino, Juan Pablo Vojvoda
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Debió dejar el fútbol por una seria lesión, sostuvo la esperanza con operaciones sin éxito asegurado, emprendió la travesía de la dirección técnica y, al mismo tiempo, estudiaba periodismo en la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos entre 2003 y 2005. Una vorágine de sentimientos, de frustraciones y deseos. Las operaciones lo martirizaban, las materias lo energizaban: si no era un 10, pegaba en el palo.
Jugador de fútbol de primera (al borde de un retiro anunciado), Luis Zubeldía era humilde, sencillo, cordial. De joven, de grande: siempre fue el mismo, más allá de alguna exaltación pasajera dentro del campo de juego. Nacido en Santa Rosa, La Pampa, vivía en Belgrano: en su automóvil, solía llevar a algunos compañeros de la cursada, como una suerte de gentil remisero con paradas programadas y hasta alcanzaba a su casa al presidente de la entidad, el recordado Carlos Ferraro.
De las buenas calificaciones a la séptima división de Lanús, la casa de buena parte de su vida. Compartía su alegría con todos, cuando el Gran Ramón Cabrero lo sumó a su cuerpo técnico. Entre apuntes de dos mundos complementarios, tomaba el bolígrafo y les mostraba a sus compañeros que soñaban con ser especialistas en la comunicación deportiva, tácticas, estrategias. Garabatos futboleros. Apasionado, meticuloso, exagerado admirador de la disciplina táctica.
A los 42 años, Lucho vuelve a la cúspide con Liga Deportiva Universitaria: el 0-0 con Defensa y Justicia lo lleva a otra final de Copa Sudamericana. El 3-0 sobre los 2850 metros había sido un festín. Al mando de un club grandioso en tiempos de Patón Bauza (y más allá en el tiempo), va a jugar el encuentro decisivo el 28 de octubre frente a Fortaleza, de Brasil. Un humilde equipo, conducido por otro argentino lejos de las luces de otros, Juan Pablo Vojvoda.
Recuperó a Paolo Guerrero, a los 39 años, luego de un breve paso por Racing. Se apoya en jugadores de diversos destinos, también argentinos, como Mauricio Martínez. “Tenemos distintas culturas dentro del equipo y eso nos permite tener matices. Eso me gusta mucho. Hay que disfrutar el momento en el que estamos pasando. Este es un trabajo de todos, en Liga. Desde aquellos que se encargan de la logística, la gente que trabaja día a día de forma silenciosa y ni hablar de los jugadores. La familia, el staff y el hincha. Como dije la otra vez, hay una generación nueva, que no vio a Liga en estas instancias en copa, pasó hace mucho tiempo, se trata de recuperar a una nueva generación de hinchas y eso nos da a todos una satisfacción muy grande”, cuenta, cumplida la hazaña, entre grandes de esta parte del mundo. San Pablo, entre ellos, fue una de sus víctimas.
“El equipo volvió a demostrar que está entero y nos da tranquilidad a los de afuera. Nosotros necesitamos disfrutar de esto. La gente de Liga está muy contenta, la gente de Ecuador debe estar muy contenta, por representar a un país, a una manera de sentir el fútbol. San Pablo fue duro, Defensa fue duro. Ya llegará el turno de Fortaleza”, cuenta el hombre, que en Lanús alcanzó la final de la misma competencia, aunque quedó tendido en un 3-0 ante el Defensa y Justicia de Hernán Crespo en la conducción de afuera y Enzo Fernández en la conducción interna.
Ese es un martirio. Aunque no tanto: dar su primera vuelta olímpica. “El dolor es por perder una final, por el esfuerzo que se hizo. Son 90 minutos donde quien gana levanta la Copa, y en ese partido no nos salieron las cosas como queríamos; pero no puedo dejar de reconocer al plantel y al cuerpo técnico por el esfuerzo que hizo”, contó, tiempo atrás. Estudioso, suerte de profesor antes de recibirse, lucha entre el deseo y la realidad. “Falta el objetivo final, queremos buscar ese título con toda la fuerza del mundo. Lo que demostró el equipo en toda la Sudamericana a mí me da una tranquilidad muy grande. Porque más allá de la fuerza de los rivales y los contextos, este equipo siempre responde”, confiesa.
En una charla con un medio ecuatoriano no tan lejana, exponía ese sentimiento. La ilusión de ganar (que no lo es todo). Y siempre, dueño de enormes campañas. “Lo siento todos los años. Soy muy optimista. Tengo mucha fe. Soy autocrítico con mi cuerpo técnico. Confío muchísimo en la persona que veo al espejo, en mi fortaleza de trabajo, pero sobre todas las cosas, en mi gente. Hay personas que venimos trabajando juntos muchísimos años. Y obviamente en los jugadores que tenemos y en la dirigencia que me rodea. Pero siempre he sido optimista y hemos estado muy cerca muchas veces. Alguna vez se va a dar y cuando se dé, seguramente las primeras palabras que voy a decir son: valoro tanto otras cuestiones que hemos hecho, como haber salido campeón”, explicaba en la web Primicias.
Decía, con el corazón en la mano: “Mi entorno, la gente que me quiere, está deseando esto. Yo lo deseo y la energía que viene desde afuera es mucho mayor que la que uno pueda tener internamente. Para nosotros el proceso es muy importante, porque sino nos estamos olvidando todo lo que vamos transitando. Estamos en un momento de unir todo y que quedemos todos contentos. Nosotros como grupo de trabajo creemos que debemos lograr un título”.
Semanas atrás, sufrió un problema auditivo en el oído izquierdo, por un virus que le dejó ser infectado de Covid-19. Según cuenta, fueron semanas de mucha confusión y pérdida auditiva, hasta que empezó un tratamiento con corticoides y con el seguimiento de profesionales. Libra otra batalla, entre tantas: recuperar parte de la audición perdida.
De pronto, rompe el molde en la celebración, sellada la clasificación final. Un gusto. “El hincha que se tome su vino, whisky y disfrute. Hay chiquitos que no vivieron esto, eran muy chiquitos. No hemos logrado nada porque solo llegamos a la final, pero el que sabe de fútbol sabe que es muy difícil, que lo disfruten”, sostiene Lucho, con 15 años de trayectoria, a pesar de que sigue teniendo la misma mirada de aquel joven que dibujaba tácticas sobre un pizarrón de una antigua escuela.
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