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Luis Suárez fulminó a Marcelo Bielsa y abrió la grieta de un juego peligroso: el legado del Loco se puso en duda
Las duras afirmaciones del delantero, un histórico de la selección de Uruguay, descubrieron un mundo; qué puede pasar con el DT rosarino
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Otra vida, otros tiempos. En la teoría, otros códigos. Julio de 1999. La zona de embarque del aeropuerto Silvio Pettirossi, de Asunción, era el camino de la partida del seleccionado argentino luego de la eliminación de la Copa América. Un amargo 1-2 con Brasil, con goles de Rivaldo, el Gordo Ronaldo y Sorin. De pronto, se produjo un efervescente diálogo, que por poco no alcanzó la agresión. Sin embargo, no eludió el escándalo, entre Marcelo Bielsa, el entrenador, y José Luis Calderón, uno de los citados, con Marcelo del Arco, un fotógrafo de DyN (una antigua agencia de noticias) como ocasional y privilegiado testigo periodístico.
Tiempos sin celulares de alta gama, libres de redes sociales.
–Simeone, Ayala, vengan que quiero hablarles. A ustedes y al resto (Bielsa).
–Calderón, no mereciste haber venido. Cómo pudiste haber dicho públicamente que acá estuviste de más. Le faltaste el respeto al grupo (Bielsa).
–Es que yo estuve de adorno, reconocelo. Para que carajo me trajiste (Calderón).
–Sos una basura por decir eso (Bielsa).
–Vos sos un h... de p.... (Calderón).
Al parecer, el delantero (en ese momento, de Independiente), ofreció un rato antes una entrevista por radio en la que advirtió su malestar. Cuando el Loco se enteró de esas palabras, a través de una charla telefónica con Buenos Aires, encaró al jugador en una actitud que pudo derivar en una pelea corporal. Los dos dieron un paso adelante para enfrentarse ante la mirada de todos.
Hay que encontrar en el archivo un asunto puntual (hay otros, menos relevantes, lógicos en una carrera de 34 años) para descubrir retazos del otro lado de Marcelo Bielsa. La historia oficial, es la que conocemos todos: un DT extraordinario que deja su legado en cada club que dirigió, en (casi, casi) cada jugador que le dio una indicación.
Hay múltiples casos que se replican en su trayectoria: el Loco es símbolo, bandera, estadio de fútbol (la cancha de Newell’s lleva su nombre). Los valores, la sencillez, el juego ofensivo que sigue moviendo montañas, su voz pausada, su pensamiento doctoral. Estudioso, apasionado, enamorado del jugador de fútbol, enemistado con los medios “de pensamiento hegemónico”. Algunas de sus conferencias de prensa quedaron en la historia: de su cabeza siempre salen conceptos para coleccionar.
Sus equipos suelen volar en un principio y acaban destrozados físicamente en el final. Suele atacar del mismo modo, desprecia otro plan y se despreocupa (un poco) por la defensa. Suele suscribir contratos millonarios y a su foja de servicios no le sobran trofeos: eso también es cierto.
Como a los grandes paradigmas de nuestro país, algunos lo “aman”, otros lo “odian”. Sin embargo, de Pep Guardiola hasta el más joven entrenador que hoy está imaginando su primera práctica, todos quieren ser como él. “Se puede ganar o perder, lo importante es la nobleza de los recursos utilizados”, es una frase que trasciende generaciones. Hasta que un día, Luis Suárez, el goleador histórico de Uruguay, semanas después de renunciar a la Celeste, abre un juego peligroso. Descubre (según su visión, en teoría acompañada por los referentes de la selección) su otro lado, que unos pocos, a lo largo de su historial, contaban debajo de la mesa. Nada de juego, ni de fútbol: sus modos. El respeto.
Suárez rompió un código futbolero histórico, de los tiempos de traje y corbata, de 1999 y de 2014. De siempre: todo debe quedar bajo llave, en el vestuario. Tal vez, el íntimo amigo de Lionel Messi (el crack rosarino, de la misma cuna leprosa, seguramente sabía que el uruguayo algo iba a decir públicamente) hable desde el dolor de ya no ser. Pero... Que los jugadores tuvieron una reunión para sugerirles que los saludara. Que algunos “iban a explotar”, que seguramente no iban a vestir más la camiseta nacional. Edinson Cavani, Fernando Muslera y Matías Vecino se despidieron con cierta amabilidad públicamente.
Pero fueron cayendo unos a otros. El intendente del complejo celeste. Alberto Pan, el histórico médico del plantel. Videoanalistas, un kinesiólogo. Carlos Nicola, el entrenador de arqueros. Y lo que en el paisito más fastidia. Edgardo Di Mayo, conocido popularmente como Minguta, el utilero de toda la vida. “Ha estado con la selección durante 30 años, nunca se queja y sigue haciendo su trabajo porque ama a la selección. Sin embargo, ahora tiene que ir por la parte de atrás del complejo para comer en el área de la parrilla. No puede pasar por la cocina”, afirma Lucho.
En toda su vida, Bielsa fue exigente. Con él mismo, en primer lugar. Es probable que el modo campechano del Maestro Tabárez (15 años en su segunda etapa, dejó el cargo a los 74 años), haya sido una constante del exitoso laboratorio de Uruguay. El de toda la vida. Bielsa no negocia su método, muchas veces al borde de la razón. Lo expresa Suárez: cuenta que le abrió su corazón durante seis minutos sin respiro y el entrenador rosarino, de 69 años, lo despidió. “Me miró y me dijo ‘muchas gracias, Luis’. Y me levanté y me fui”, contó.
Es evidente que su estrategia apunta a consolidar un equipo sin caudillos. Uruguay le ganó a Brasil (pudo golearlo), le ganó a la Argentina en la Bombonera (la diferencia fue abismal), quedó eliminado por penales de la Copa América, tiene recambio, tiene futuro. ¿Y ahora? Algo (grande) se rompió. La armonía. Los códigos, el respeto. La intimidad. ¿Cómo seguir? ¿Cuánto pone en juego? Suárez es el recuerdo del ídolo. Suárez es Uruguay.
El legado de Bielsa tiene ahora un incómodo asterisco. Y no se trata de fútbol.
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