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Luis Enrique, el mejor DT de Qatar 2022: se fue el conductor que expone su corazón adentro y afuera de la cancha
Una eliminación sorpresiva pone en riesgo al padre de una España que es mucho más que un traspié con Marruecos
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DOHA (Enviado especial).- Le molestan las luces, porque el Education City Stadium dispone de una cantidad de iluminación que complica a cualquiera cuando levanta su mirada. Finaliza la búsqueda y saluda, siente la necesidad de hacerlo, no sabe otra manera. Está parado adentro de una cancha, porque necesitaba volver a vivir, el fútbol le devolvió ese deseo de seguir adelante. Pero más allá de su amor por el juego, su corazón está en la tribuna, en su familia, su razón más consistente. No hay decepción que pueda cambiar eso, los golpes de la vida le enseñaron esas cosas. Se mueve como endemoniado, como cuando estaba en la cancha, con los pantalones cortos. Sanguíneo, directo, pasional, Luis Enrique es el autor intelectual de esta España que en Qatar sufrió una eliminación inesperada, que le duele en el alma, que lo pone en jaque, que acumula frustraciones, que es mucho más que un streamer de Twitch. Mira al cielo, no dice nada, pero dice mucho. Luis Enrique es el mejor, se fue de estas tierras el mejor. Es el que expone el corazón acá y allá arriba con su Xana.
Se pone al frente, no le teme a las luces de los flashes, se hace cargo de todo, dice que está orgulloso de sus jugadores, se responsabiliza de la elección de los ejecutantes de los penales que lo dejaron afuera a su equipo y enfrenta las cámaras sin problemas ni complejos y combativo como siempre: “¿Has estado en el partido? ¿Qué has estado, de espaldas? Si algo hemos hecho ha sido dominar el partido. Se nos puede achacar haber generado pocas ocasiones. Nos ha faltado el gol. Estoy más que satisfecho con lo que ha hecho mi equipo, que ha ejecutado a la perfección mi idea de fútbol”, dijo Luis Enrique tras la eliminación.
Manos en los bolsillos, gestos, gritos, indicaciones por millones para Marcos Llorente, porque cubre la banda que está junto al banco de España y la pasó mal por momentos con Sofiane Boufal. Va y viene hasta el banco de los suplentes para tomar agua. Lo hace casi por acto reflejo y de paso aclara un poco la garganta porque no para de vociferar. “Tenía ganas de volver a recuperar la vida, volver a hacer lo que más me gusta, relacionarme con el fútbol, y demostrarle a mi familia que la vida continúa”, fue la frase que usó Luis Enrique, después de estar varios meses afuera de la selección de España y regresó al proyecto al que él le dio toda su impronta. Y que defiende aun en el peor momento, cuando todos lo señalan. Un ejemplo de tener claro cómo hacer las cosas.
Y cómo no va a enfrentar todo esto con la naturalidad del caso, si él tiene la piel ajada por la vida, si recibió la estocada más traicionera que la vida puede darle a un padre: el 29 de agosto de 2019, 71 días después de su desvinculación de la selección de España, la familia de Luis Enrique informaba que Xana, su hija más pequeña, había fallecido a los 9 años, tras luchar durante cinco meses contra un osteosarcoma, un cáncer de los huesos. ¿Cómo puede asustarlo un traspié deportivo? ¿Cómo va sentir que no puede seguir adelante? Cómo no va a decir: “No puedo decir nada de mi futuro, porque no lo sé. No es el momento ahora. No tiene importancia. No tiene interés. Mi contrato se acaba, pero estoy muy a gusto en la selección y en la federación. Por lo que significa el presidente [Luis Rubiales] y el cariño de Molina [director deportivo], si por mí fuera seguiría toda mi vida. Pero no es el caso. Tengo que pensar con tranquilidad qué es lo mejor no solo para Luis Enrique, sino para la selección. Cuando hable con las personas interesadas, todo va a influir, claro, todas las situaciones que se han dado”.
Se pone en cuclillas, da más indicaciones, regresa al banco de los suplentes, habla con algunos de sus asistentes. Regresa y observa detenidamente cómo su equipo maneja el balón mientras Marruecos es intenso y lo pone incómodo. Se fastidia también cuando corren peligros innecesarios por la toma de mala determinaciones. Es que no sabe vivir de otra manera, todo es con una intensidad que abruma.
Esta Copa del Mundo no fue una más para él. Llegó aquí y por primera vez desde aquel mes de agosto de 2019, volvió a hablar en público de su hija, justo en el partido en el que España se enfrentó con Alemania: “Hoy no sólo jugamos contra Alemania, hoy también es un día muy especial porque Xanita cumpliría 13 añitos”. La recuerda a cada paso, por eso mira al cielo siempre que puede y la noche de la caída ante Marruecos no fue diferente.
Y esa forma que tiene de observar a sus jugadores cuando se desarrolla en el campo tiene una lógica. Es casi como un padre que custodia cada expresión futbolística de su equipo. Si cuando se entrenan sus muchachos Luis Enrique contempla como un emperador desde la altura de un andamio lo que hace su grupo de jugadores y se comunica con cada uno de sus futbolistas con un walkie talkie y controla a través de GPS y sondas colocadas en sus chalecos sus movimientos, cuánto corren, a qué velocidad, con qué potencia y frecuencia cardíaca. Quiere compromiso, que nadie se relaje, de lo contrario, no puede estar dentro de su grupo.
No renuncia a las formas. No se va a permitir hacerlo, puede cambiar de nombres, pero la genética de la España de Luis Enrique no cambia por un resultado sorpresivo y en contra. Contrariado, cabeza gacha, tomó cientos de sorbos de agua. Se acomodó sus zapatillas y prácticamente no pudo sacarse las manos de sus bolsillos. Sufrió, desobedeció en más de una oportunidad las indicaciones de uno de los asistentes del árbitro, se abrazó a cada uno de sus jugadores cuando la decepción los sacudió.
La mirada acuosa de Luis Enrique permite entender que ese lugar donde sintió que todo su mundo era casi perfecto se derrumbó. Que sus charlas por Twitch, desde Doha, fueron una forma de comunicarse con los hinchas sin tener que trenzarse con los periodistas, a los que no les deja pasar ni una coma. Que no se siente mal porque la prensa española escriba “Luis Padrique”, en forma burlona porque sobreprotegió y quiso controlar todo en la selección. Siente que sus formas de conducir fueron las que aquí, en Qatar, todos entendiesen que su equipo era un serio candidato a pelear por la corona y todos todavía se pregunten cómo fue que España salió del mundial.
Cómo pensar que Luis Enrique no es una joya a la que cuidar si en esta Copa del Mundo hasta tuvo tiempo de dejar mensajes que son más profundos que una eliminación: “Cómo cuesta luchar contra el ‘¿Cuántos goles has marcado?’ ‘¿Habéis ganado?’ Padres que piensan que si no ganas los partidos el niño no está aprendiendo o no se lo pasa bien. Busquen entrenadores que sólo quieran formar. Y formar significa que los niños tienen que jugar en esas edades en distintas posiciones. No especializar a un niño. Que prueben hasta de arquero. Y, sobre todo, que jueguen todos”.
Volvió a vivir gracias al fútbol, le encontró sentido a todo gracias a la pelota. Una derrota, una eliminación no puede borrar que su equipo le dio sentido al juego, que es mucho más que un grupo de 1000 pases y pocos disparos al arco. Luis Enrique dejó Qatar, se fue de estas tierras un entrenador con todas las letras.
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