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Lucas Ocampos, la llave de Sevilla campeón: la revancha de un todoterreno que dejó hasta lo que no tenía
Lleva la camiseta número 5, pero podría tener la 3, la 4, la 7, la 8, la 9, la 10 o la 11. Lucas Ocampos juega donde el equipo lo necesita. Y exprime al máximo su técnica y su talento para potenciar su impresionante nivel de adaptación. Siempre procura lucirse. Pide la pelota y encara. No teme a nada. Y disfruta en el campo. Se lo nota feliz con la pelota en los pies. Hoy su carrera llegó a un pico, pero parece no tener techo todavía. Y la expresión del atacante desde la tribuna cuando Diego Carlos celebró una histórica chilena para el 3-2 sobre Inter lo dijo todo: Ocampos se tomó la cabeza con las dos manos. No es incrédulo, sino que sueña despierto. Confía en quién es. Sabe lo que busca. Y lo consigue.
El 16 de mayo de 2018, Ocampos jugó la primera final continental de su carrera en la Europa League. En la temporada en que inició su afianzamiento en el fútbol del Viejo Continente, la ilusión se quebró en tan sólo 55 minutos. En el Parc Olympique Lyonnais, cuando su Olympique, el de Marsella, ya perdía por 2-0 contra Atlético de Madrid, fue reemplazado por el delantero camerunés Clinton N'Jie. La derrota por 3-0 aplastó el sueño del joven que todavía no había cumplido 24 años. Hoy, a los 26 y con los flashes apuntando a él, se consagró en el Rhein Energie, de Colonia, Alemania, y logró el primer gran título de su carrera.
Una vez más, lo entregó todo. No dejó ni una sola bala en la recámara. Fundió su motor por completo al exigirse hasta más que lo que debía. El maldito dolor en la rodilla derecha no iba a impedirle estar presente en la definición que tanto ansió. "A veces hay que saber que convivir con el dolor", dijo al diario Marca en las horas previas. Se tragó las molestias, pisó más fuerte que nunca y salió al campo de juego. Había que jugar. Costara lo que costara. Y duró 70 minutos hasta que el físico le dijo "basta". Salió con el partido 2-2 y terminó festejando emocionado con sus compañeros.
La conquista del extremo argentino, que había festejado solamente el ascenso de River en 2012, tras una temporada interminable en la B Nacional, y la Ligue 2, de Francia, como futbolista de Monaco en 2013, no sólo es la de su primer título en la máxima categoría. Es la consolidación total de su figura en los grandes planos del fútbol mundial. Ocampos transformó su catálogo de promesa en una realidad. Es presente y futuro. En Sevilla y en la selección argentina. Y mientras Real Madrid ya aparece en el radar, la cláusula de 70 millones de euros que le impuso el club andaluz parece más que oportuna.
El director deportivo Monchi lo descubrió en Italia y el entrenador Julen Lopetegui lo hizo explotar al máximo en el esquema 4-3-3 en el que tan bien se siente Ocampos. Y aunque el argentino no brilló en la final, selló su 2019/2020 con un trofeo. Acumuló 17 goles y 5 asistencias en 44 partidos (41 como titular) en su mejor temporada desde su arribo al fútbol europeo, que ocurrió hace ya ocho años.
Así se volvió la llave fundamental de un equipo que logró su sexta Europa League (triunfó en todas las finales que jugó), que finalizó cuarto en la liga de España y clasificado para la Champions League, y que no pierde un partido oficial desde el 9 de febrero (2-1 contra Celta). En el medio, doce triunfos y nueve empates, incluidas las victorias frente a Roma (2-0), Wolverhampton (1-0), Manchester United (2-1) e Inter (3-2) en la burbuja de Alemania para ser campeón en el segundo plano continental.
Inferiores en Quilmes y River, un traumático año en el equipo millonario en el ascenso, dos temporadas y medias en Monaco, una y media en Olympique, seis meses en Genoa, seis en Milan y otras dos temporadas en Olympique. Así llegó Ocampos a su presente en Sevilla. Fueron ocho años intensos, de altibajos, en los que desarrolló su mente, su temple, su talento y su físico, a punto tal que dejó atrás los 78 kilos que pesaba en la Argentina y alcanzó los 85. Siempre tuvo en claro su camino. Y nunca se alejó de la idea del progreso.
Dio sus primeros pasos con Matías Almeyda en el país. Siguió con el italiano Claudio Ranieri y el portugués Leonardo Jardim en Monaco. Después aprendió conceptos e ideas de fútbol con Marcelo Bielsa en Olympique. En Italia fortaleció su mentalidad, sin tantos minutos de juego, bajo las órdenes del croata Ivan Juric y el italiano Vincenzo Montella. Se afianzó gracias al francés Rudi García. Y explotó por el español Julen Lopetegui. De todos, el extremo se nutrió y aprendió, con lo bueno y lo malo, para forjar su actualidad.
Llegó al fútbol europeo con 18 años y apenas 40 partidos en River y a los 26 está transformado en el todoterreno que sorprende a propios y extraños. Hoy es el tercer futbolista que más aumentó su valor desde el inicio de la pandemia: su cotización pasó de 25 a 50 millones de euros y se acerca a aquella cláusula de salida que Sevilla fijó el año pasado en 70 millones, cuando lo compró por 15 millones a Olympique.
Mediocampista, extremo o delantero, gracias a su alto nivel de adaptación se vuelve un jugador brillante que combina técnica, potencia, velocidad, compromiso y mentalidad. Siente la competencia al máximo. No se achica en los momentos cúlmines. Por eso quiso estar en la función final pese a los dolores. Aquel joven que arribó a Europa caminó por cuatro clubes durante ocho años hasta encontrar su lugar. Bastante alto, por cierto.
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