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Los que nos quedamos
Pues bien, acá estamos. Estamos casi todos. Faltan los que pudieron viajar a Brasil, que considerados proporcionalmente de acuerdo al total de la población general de la patria son un número ínfimo. El único grupo argentino que estará sólidamente representado serán los barras. No fueron todos, claro que no. Que a los mundiales no viaja cualquier soldadito de cuarta categoría, dentro de los peculiares escalafones de esos peculiares ejércitos. Pero generales, capitanes y sargentos, de esos tendremos en abundancia. Que para algo son hinchadas, para algo son unidas, y para algo son argentinas, canejo.
Pero como dije al principio, la mayoría nos quedamos acá. Casi ninguno de nosotros ganó uno de esos concursos que poblaron la televisión, los diarios y las radios durante los últimos meses. Juntamos tapitas, llenamos cupones, ingresamos en las páginas web para cargar nuestros códigos, se nos borraron las huellas dactilares de los dedos de tanto marcar el 0-800 que nos depositaba en Río de Janeiro, y sin embargo, aquí estamos, sin suerte y sin entradas.
Una buena noticia: esa andanada de publicidades que nos invitaba con vehemencia singular a raspar, destapar, llamar, ingresar y otros verbos de primera conjugación, ha terminado. Ya partieron los aviones o están definidos los cupos. Pero por lo menos ya no escuchamos esas publicidades que nos refregaron en el rostro lo esquivo de nuestra fortuna.
Es cierto que ahora enfrentamos otro grupo de publicidades, al que me atrevo a calificar de peor que el anterior. Pero paciencia. Porque desaparecido el universo publicitario de "Subí que te llevo" es la hora del abigarrado bloque intitulado "Soltame unas lágrimas por Argentina". Definamos un poco el estilo: Dos colores dominantes, por supuesto, mucho (casi todo) celeste y blanco. Mucha (casi toda) cámara lenta. Mucho montaje de gente. Gente muy variada, pero fácil de catalogar. Debe haber gente linda, gente fea, gente joven, gente vieja, gente de clase media, gente humilde (casi escribo pobre, pero me di cuenta a tiempo de que no era políticamente correcto).
Cuidado, que también debe haber mucho grupete de amigos con cara de nervios amuchados en un sillón, mucha lluvia de papelitos confundida con hay gorro-bandera y vincha. Y mucha, pero mucha diversidad geográfica que denote la enorme extensión de la patria y su variedad de relieve, clima, flora y fauna.
Yo no soy de apostar por plata, pero ganas no me faltan de jugarles a los lectores unos manguitos, a ver si encuentran una, solo una, de esas publicidades, que carezca de chicos descalzos jugando en la Puna. Así como no parece concebible una publicidad de yogur sin casa con jardín y con perro, no parece admisible una de Argentina en el Mundial sin pibes descalzos en cancha de tierra.
El audio depende. Ahí no les prometo certezas. Puede ser que tengamos texto emotivo anticipatorio de la comunión identitaria que va a embargarnos, o compases del Himno Nacional, o rezos laicos dirigidos a los jugadores de la Selección para que adviertan que nos merecemos ni más ni menos que la Copa, qué tanto, a ver si se ponen las pilas y me empiezan a eliminar rivales.
Seguro que alguna de esas publicidades, en algún Mundial que otro, resulta una linda pieza de colección. Pero ésas son tan difíciles de encontrar como los marcadores de punta con desborde, no se crea. Por cada lateral de esos, uno debe tolerar cincuenta burros. Bueno, con las publicidades memorables de las Copas del Mundo debemos andar en estadísticas parecidas.
Pero no nos queda otra. Si hubiéramos destapado la tapita correcta o llenado el cupón adecuado, otro gallo nos cantaría. Pero como no tuvimos esa suerte, la que nos canta es esa publicidad que nos invita a formar parte de esta súbita hermandad albiceleste que cuenta con los auspicios empresariales más diversos.
Tengo para mí que esas publicidades no están dirigidas al futbolero hecho y derecho. O a la futbolera de iguales hechuras y derechuras. Me parece que están pensadas sobre todo para las personas que se asoman al fútbol únicamente en estas situaciones especialísimas, cada cuatro años. Esas que se sentarán a ver los partidos con una mezcla de curiosidad, de asombro por la parafernalia de un torneo así, de lejanas reminiscencias de algún Mundial que los deslumbró cuando eran personas chicas y las cosas resultaban deslumbrantes por eso, no por mundiales, sino por ser de la infancia.
Pero después están los otros. Y a estos otros, esas publicidades no les causan demasiada gracia. No es que les molesten. No me atrevo a decir tanto. Cuando digo "los otros" me refiero a los que suelen tener al fútbol como un elemento cotidiano y profundo de sus vidas. A los que lo cargan un poco como una bandera y un poco como una cruz de las que no quieren ni pueden desasirse. Pues bien, a esos otros, esas publicidades no creo que les hagan mucha mella.
Y no porque les moleste ese despliegue de cotillón nacional. No. Tal vez los tenga sin cuidado. Pero no los veo prestándole atención porque ya están atentos a otras cosas. A cosas que tienen que ver con qué excusa deberán inventar para ausentarse del trabajo ese dichoso miércoles que se juega contra Nigeria, a quién se le ocurre poner el partido a la una de la tarde. O a decidir si con Bosnia hay que protegerse un poco o los fulanos tienen que ser fáciles de puro nuevitos en esto de jugar mundiales. O a buscar la manera de ver los cuarenta y dos partidos de las otras siete zonas para que no se nos escape nada de nada, ningún detalle, ningún tapado de esos que de repente se inspiran y pueden resultar fatales a partir de los octavos.
Porque ahí sí que no hay tu tía, eh. En la zona de grupos vaya y pase. Pero desde el 28 de junio se acabó lo que se daba. A cara de perro y si ganás, pasás, y si perdés, te vas. Y no te va a salvar ninguna publicidad de vamos Argentina cómo te quiero ni ninguna bandera en cámara lenta.
O no sé. Tal vez exagero. En una de esas estoy así de serio, así de poco comprometido con el fenómeno comunicacional de la argentinidad al mango como antesala del Campeonato del Mundo de puro resentido, porque no ligué a la hora de juntar tapitas ni de ingresar códigos ni de nada de nada. Y como no tengo contactos en esas hinchadas tan unidas y tan argentinas tampoco viajo con ese selectísimo grupo de excelsos varones del tablón.
Sí, debe de ser eso. Puro resentimiento. Seguro que sí.ß
Pues bien, acá estamos. Estamos casi todos. Faltan los que pudieron viajar a Brasil, que considerados proporcionalmente de acuerdo al total de la población general de la patria son un número ínfimo. El único grupo argentino que estará sólidamente representado serán los barras. No fueron todos, claro que no. Que a los mundiales no viaja cualquier soldadito de cuarta categoría, dentro de los peculiares escalafones de esos peculiares ejércitos. Pero generales, capitanes y sargentos, de esos tendremos en abundancia. Que para algo son hinchadas, para algo son unidas, y para algo son argentinas, canejo.
Pero como dije al principio, la mayoría nos quedamos acá. Casi ninguno de nosotros ganó uno de esos concursos que poblaron la televisión, los diarios y las radios durante los últimos meses. Juntamos tapitas, llenamos cupones, ingresamos en las páginas web para cargar nuestros códigos, se nos borraron las huellas dactilares de los dedos de tanto marcar el 0-800 que nos depositaba en Río de Janeiro, y sin embargo, aquí estamos, sin suerte y sin entradas.
Una buena noticia: esa andanada de publicidades que nos invitaba con vehemencia singular a raspar, destapar, llamar, ingresar y otros verbos de primera conjugación, ha terminado. Ya partieron los aviones o están definidos los cupos. Pero por lo menos ya no escuchamos esas publicidades que nos refregaron en el rostro lo esquivo de nuestra fortuna.
Es cierto que ahora enfrentamos otro grupo de publicidades, al que me atrevo a calificar de peor que el anterior. Pero paciencia. Porque desaparecido el universo publicitario de "Subí que te llevo" es la hora del abigarrado bloque intitulado "Soltame unas lágrimas por Argentina". Definamos un poco el estilo: Dos colores dominantes, por supuesto, mucho (casi todo) celeste y blanco. Mucha (casi toda) cámara lenta. Mucho montaje de gente. Gente muy variada, pero fácil de catalogar. Debe haber gente linda, gente fea, gente joven, gente vieja, gente de clase media, gente humilde (casi escribo pobre, pero me di cuenta a tiempo de que no era políticamente correcto).
Cuidado, que también debe haber mucho grupete de amigos con cara de nervios amuchados en un sillón, mucha lluvia de papelitos confundida con hay gorro-bandera y vincha. Y mucha, pero mucha diversidad geográfica que denote la enorme extensión de la patria y su variedad de relieve, clima, flora y fauna.
Yo no soy de apostar por plata, pero ganas no me faltan de jugarles a los lectores unos manguitos, a ver si encuentran una, solo una, de esas publicidades, que carezca de chicos descalzos jugando en la Puna. Así como no parece concebible una publicidad de yogur sin casa con jardín y con perro, no parece admisible una de Argentina en el Mundial sin pibes descalzos en cancha de tierra.
El audio depende. Ahí no les prometo certezas. Puede ser que tengamos texto emotivo anticipatorio de la comunión identitaria que va a embargarnos, o compases del Himno Nacional, o rezos laicos dirigidos a los jugadores de la Selección para que adviertan que nos merecemos ni más ni menos que la Copa, qué tanto, a ver si se ponen las pilas y me empiezan a eliminar rivales.
Seguro que alguna de esas publicidades, en algún Mundial que otro, resulta una linda pieza de colección. Pero ésas son tan difíciles de encontrar como los marcadores de punta con desborde, no se crea. Por cada lateral de esos, uno debe tolerar cincuenta burros. Bueno, con las publicidades memorables de las Copas del Mundo debemos andar en estadísticas parecidas.
Pero no nos queda otra. Si hubiéramos destapado la tapita correcta o llenado el cupón adecuado, otro gallo nos cantara. Pero como no tuvimos esa suerte, la que nos canta es esa publicidad que nos invita a formar parte de esta súbita hermandad albiceleste que cuenta con los auspicios empresariales más diversos.
Tengo para mí que esas publicidades no están dirigidas al futbolero hecho y derecho. O a la futbolera de iguales hechuras y derechuras. Me parece que están pensadas sobre todo para las personas que se asoman al fútbol únicamente en estas situaciones especialísimas, cada cuatro años. Esas que se sentarán a ver los partidos con una mezcla de curiosidad, de asombro por la parafernalia de un torneo así, de lejanas reminiscencias de algún Mundial que los deslumbró cuando eran personas chicas y las cosas resultaban deslumbrantes por eso, no por mundiales, sino por ser de la infancia.
Pero después están los otros. Y a estos otros, esas publicidades no les causan demasiada gracia. No es que les molesten. No me atrevo a decir tanto. Cuando digo "los otros" me refiero a los que suelen tener al fútbol como un elemento cotidiano y profundo de sus vidas. A los que lo cargan un poco como una bandera y un poco como una cruz de las que no quieren ni pueden desasirse. Pues bien, a esos otros, esas publicidades no creo que les hagan mucha mella.
Y no porque les moleste ese despliegue de cotillón nacional. No. Tal vez los tenga sin cuidado. Pero no los veo prestándole atención porque ya están atentos a otras cosas. A cosas que tienen que ver con qué excusa deberán inventar para ausentarse del trabajo ese dichoso miércoles que se juega contra Nigeria, a quién se le ocurre poner el partido a la una de la tarde. O a decidir si con Bosnia hay que protegerse un poco o los fulanos tienen que ser fáciles de puro nuevitos en esto de jugar mundiales. O a buscar la manera de ver los cuarenta y dos partidos de las otras siete zonas para que no se nos escape nada de nada, ningún detalle, ningún tapado de esos que de repente se inspiran y pueden resultar fatales a partir de los octavos.
Porque ahí sí que no hay tu tía, eh. En la zona de grupos vaya y pase. Pero desde el 28 de junio se acabó lo que se daba. A cara de perro y si ganás, pasás, y si perdés, te vas. Y no te va a salvar ninguna publicidad de vamos Argentina cómo te quiero ni ninguna bandera en cámara lenta.
O no sé. Tal vez exagero. En una de esas estoy así de serio, así de poco comprometido con el fenómeno comunicacional de la argentinidad al mango como antesala del Campeonato del Mundo de puro resentido, porque no ligué a la hora de juntar tapitas ni de ingresar códigos ni de nada de nada. Y como no tengo contactos en esas hinchadas tan unidas y tan argentinas tampoco viajo con ese selectísimo grupo de excelsos varones del tablón.
Sí, debe ser eso. Puro resentimiento. Seguro que sí.
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