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“Los Pibes del Fibrón”: la historia desconocida del peor día del peor año de la historia de Boca y qué pasó con aquellos chicos
Hace 40 años, un grupo de juveniles debió afrontar un partido oficial frente a Atlanta, con camiseta improvisada y en un contexto muy complejo
- 12 minutos de lectura'
El domingo 8 de julio de 1984 fue el peor día del peor año de la historia de Boca. Hace exactos 40 años, el equipo salió a jugar ante Atlanta con futbolistas de la cuarta y quinta división, camisetas blancas y números improvisados con fibrón. Se trató del último eslabón de una cadena de situaciones complejas, que terminaron de complicarse tres semanas antes.
Por entonces, la renovación de los contratos de Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca era un asunto crucial para una institución golpeada económicamente desde la contratación de Diego Maradona (y otros futbolistas), que en 1981 había firmado sus vínculos laborales en dólares en un país que experimentó, un año después, una fuerte devaluación del peso. Eso provocó que se complique cumplir con esos compromisos.
Con todo acordado entre el joven representante Guillermo Coppola y el tesorero xeneize, Héctor Martínez Sosa, los números para las dos joyas del semillero azul y oro eran acordes a la época: US$ 50.000 para el delantero y US$ 20.000 para el defensor. La fecha inicial de pago (22 de junio) no se cumplió y el asunto comenzó a escalar. A pesar de la tensión reinante, y tras la amenaza de no jugar, ambos futbolistas fueron titulares ante Vélez el domingo 1º de julio, por la fecha 14 del campeonato Metropolitano. Fue triunfo 2 a 1 en Liniers. ¿Los goles? Gareca. ¿El arquero local? Carlos Navarro Montoya. Además, ese día, un emblemático número 9 de Vélez disputó su último partido oficial y colgó los botines. ¿Su nombre? Carlos Bianchi.
Sin ninguna novedad sobre la firma del contrato y el pago prometido, todo se complicó el miércoles 4, ya que al conflicto puntual con Ruggeri y Gareca por la renovación de sus contratos se le sumó otro que afectaba a todos: los premios del plantel por los triunfos logrados en el primer semestre y una deuda antigua jamás resuelta con el delantero Carlos Randazzo.
De manera imprevista, el viernes 5, y sin haber podido resolver nada, el tesorero Martínez Sosa presentó la renuncia. Esto encendió todas las alarmas en los futbolistas, quienes a esa altura ya evaluaban no presentarse a jugar el domingo frente a Atlanta, como medida de protesta. Desesperado, el presidente Domingo Corigliano (que en su asunción había afirmado que se había terminado la época de atrasos en los pagos) le rogó a Coppola que convenza a los jugadores de evitar la huelga.
Cuando el sábado 7 por la tarde los únicos dos convocados que aparecieron por La Candela fueron los defensores Pablo Segovia e Ivar Stafuza, el técnico brasileño Dino Sani y el propio Corigliano ratificaron que la huelga del plantel profesional era un hecho y que en menos de 24 horas había que afrontar un partido. Y comenzaron los llamados telefónicos a contrarreloj para citar a juveniles de la cuarta división.
La tarde del fibronazo a Fabián Peruchena le tocó la camiseta número 10. Así narra su odisea a LA NACION: “Eran tiempos sin celulares. Me entero de la citación cuando el club llama a mi casa y atiende mi mamá. Ella llama al restaurante que tenía mi viejo en Belgrano, donde yo estaba con amigos, y ahí me avisan que me tenía que presentar urgente en la concentración, en la Candela. También me pidieron que, si tenía teléfonos de otros compañeros, los contacte. Así fue como me comunico con Fornés y Manfredi, que entonces éramos muy unidos, me fui hasta la casa del Flaco y de ahí salimos rumbo a San Justo”.
El conflicto continuó hasta la madrugada. Hubo presiones del propio Corigliano e incluso integrantes de la barra brava que lideraba El Abuelo dialogaron con los jugadores para interiorizarse de un asunto que ya sabían. Pero nada alteró la decisión del plantel profesional. “Nos subimos a un micro en la Candela y llegamos a la Bombonera sin saber si íbamos a jugar o no, porque la Primera había sido citada para que se presente a las 13 del mismo domingo en el vestuario. Pero los utileros ya sabían que no iban a ir”, resume Néstor Tessone para compartir aquellas horas de incertidumbre.
Rubén Manfredi agrega: “Esas horas previas las vivimos con la ansiedad de jugar en Boca, que es el sueño de cualquier nene. Cuando nos confirmaron que jugábamos nosotros, lo vivimos con mucha adrenalina. En realidad, no teníamos conciencia de que íbamos a jugar en la Primera de Boca”.
Finalmente el domingo 8 de julio de 1984, Boca alineó a Walter Medina, Javier Franco, Rubén Manfredi, Marco Dos Santos, Jorge Latorre, Néstor Tessone, Roberto Fornés, Fabían Peruchena, Denny Ramírez, Gustavo Tuta Torres y Gabriel Vales. La dupla técnica la conformaron Ernesto Grillo y Alberto González, más conocido como Gonzalito. El preparador físico fue Jorge Callace, el mismo que trabajaba en esa época con esos chicos.
En Atlanta había tres personas que tuvieron vínculo con Boca poco tiempo después. El técnico era Jorge Habegger (condujo al Xeneize en 1993), y dos futbolistas que tiempo después se pusieron la camiseta azul y oro: el lateral derecho Rubén Gómez y el delantero Alfredo Graciani.
El contexto ya era triste: por ejemplo, la Bombonera solo tenía habilitado el anillo inferior como consecuencia de una denuncia realizada por un empleado despechado, que alertó a la Municipalidad de Buenos Aires por un supuesto riesgo de derrumbe. El estadio de Boca jamás tuvo real peligro de caerse, pero -ante la duda-, se tomaron los recaudos pertinentes.
A eso se sumaba que la huelga en Boca era general: las deudas salariales también afectaban a los empleados del club, que ese día no trabajaron. De hecho, los que cortaron boleto en el ingreso del público fueron integrantes de la comisión directiva y otras personas que ayudaban en tiempos agitados, por amor al club. Pero todo podía ser peor. Entonces, cuando Boca salió con su habitual camiseta y Atlanta hizo lo propio con una casaca azul con detalles en amarillo, el árbitro Juan Bava y el DT Habegger le pidieron al local que cambie su vestimenta.
Sin que nadie pudiera llegar a tiempo a San Justo, donde estaba ubicada La Candela, para buscar las camisetas suplentes de esos días, alguien planteó la solución más veloz, sin medir las consecuencias históricas: utilizar unas camisetas de entrenamiento blancas, con las tres tiras de la marca que vestía al equipo de color azul y amarillo.
El paso siguiente, entonces, fue definir cómo identificar a los jugadores. Fue así que varios integrantes de la utilería utilizaron unos fibrones y fueron escribiendo los números del 1 al 11 en cada dorsal. Uno de ellos fue Hugo Maio, quien años más tarde ejerció como periodista partidario de Boca y falleció en julio de 2019. “Cuando vi salir al equipo me puse a llorar. Fue el peor día de mi vida”, le contó a LA NACION en 2017.
Al minuto, Graciani puso el 1 a 0 para el Bohemio. Lo empataron los pibes con un fuerte tiro libre ejecutado por Dos Santos a los 18, que desató la euforia de los pocos asistentes a una Bombonera tan gris como la jornada invernal.
Nada podía ser más penoso. O sí, porque la misma transpiración de los jugadores y una tenue llovizna hizo estragos en los números improvisados, que con el correr de los minutos se fueron destiñendo y mutando a manchones oscuros sobre las espaldas de los chicos. “Me tocó la 6 y a los dos minutos ya estaba todo borroneado”, ilustra Manfredi.
Apenas fueron 45 minutos. Para la segunda etapa, el árbitro Bava se apiadó de Boca y validó que los chicos salgan a jugar con la tradicional casaca azul y oro. A pesar del esfuerzo de los juveniles, a los 24 minutos Alfredo Torres marcó el 2 a 1 que selló el triunfo visitante. Los chicos, muchos de los cuales debutaron ese día en la Primera de Boca, se fueron aplaudidos.
“Más allá de la diferencia física, hicimos un partido muy bueno, a la par de Atlanta. Muy tranquilos porque era casi un grupo de amigos, entonces fue más fácil afrontar ese compromiso. La gente nos apoyó una barbaridad”, recuerda Tessone. Y agrega: “Para muchos era la primera vez que pisábamos la cancha de Boca, así que fue una mezcla de emociones, y al mismo tiempo una oportunidad para mostrarse. Pese al contexto, para mí fue inolvidable. Tenía 19 años”.
Lejos de resolverse, el conflicto continuó. Esa misma noche, la Comisión Directiva suspendió a 17 profesionales que se adhirieron a la huelga. Los que no fueron sancionados decidieron plegarse, en solidaridad. Ante la situación, caótica por donde se la mire, Boca pidió de manera oficial suspender su próximo compromiso. Huracán accedió y el domingo 15 no hubo actividad.
Cuando se preveía que el lunes 16 comenzaría a resolverse el conflicto, el presidente Corigliano no tuvo mejor idea que pedirse dos meses de licencia. ¿Cómo logró salir Boca de semejante crisis institucional y deportiva (en las primeras 15 fechas solo había ganado tres partidos)? Con el vice, Pedro Orgambide, también de licencia, el club le ofreció a Horacio Blanco que asumiera. Pero el hombre lo rechazó y nombró a Cándido Vidales para que no haya acefalía.
El extesorero Héctor Martínez Sosa fue el responsable de reunir a un grupo de socios que fueron conocidos como “Los Notables”, cuya intención fue reacomodar todo lo que hasta ese momento era tierra arrasada.
Después de meses de desastre a todos los niveles, con más conflictos con el plantel profesional por falta de pago, una bochornosa gira por Europa (en la que sufrió la peor derrota de su historia cuando Barcelona lo goleó 9 a 1) y dos pedidos concretos de remate de la Bombonera por otras deudas, finalmente Boca, a pedido del propio club, fue intervenido por el Poder Ejecutivo Nacional.
Así fue que el 29 de noviembre asumió como presidente interventor el Doctor Federico Polak, un entusiasta abogado de 40 años, fanático hincha de Racing y muy cercano a Raúl Alfonsín, flamante presidente de la Argentina en esa incipiente democracia que regresaba a nuestro país, y a Antonio Alegre, socio de Boca y dueño de la empresa “Pavimentos Alegre S.A.”, que le prestó miles de dólares al club en el peor momento de su historia.
“Asumí y a los cinco días me remataban la Bombonera”, le resumió Polak a LA NACION en 2019, para graficar el clima desesperante. Pero, al mismo tiempo, el hecho de estar completamente solo a cargo de la institución y poder ir tomando cada una de las decisiones le resultó muy favorable.
De a poco, el club fue saliendo del fondo del pozo. Polak desactivó el remate del estadio con ayuda de Julio Grondona. Como último recurso, le ofreció a la AFA poner como garantía el predio de La Candela a cambio de apoyo económico. Como cláusula le propuso que, si al final de la intervención no se encontraba saldada la deuda de Boca con la AFA, el club trasferiría la propiedad del dominio.
Polak fue reacomodando lo financiero y el equipo contribuyó con buenos resultados que también entusiasmaron a los hinchas. El interventor consiguió dinero de donde nadie antes había pensado. Por ejemplo, vendió de manera anticipada los abonos de la temporada 1985 cuando la Bombonera todavía permanecía clausurada por aquella denuncia de un supuesto riesgo de derrumbe.
Luego, Polak dialogó con Los Notables y entre todos consensuaron de que haya una lista única, para evitar que la pelea política siga lastimando a la institución. Finalmente, como un regalo anticipado de Reyes, el interventor le devolvió el club a los socios el 5 de enero de 1985. Cuando se fue, se negó a firmarle a la AFA la transferencia de la propiedad del dominio de la Candela. “No esperaba menos”, le respondió Don Julio mientras lo abrazaba.
Desde ese día Antonio Alegre y su vice, Carlos Heller, realizaron una gestión ejemplar que volvió a poner de pie a Boca, que más tarde se potenció y volvió a llegar a la cima del mundo apenas 15 años después, ya con Mauricio Macri como presidente y Carlos Bianchi como DT.
“Yo tuve la suerte (y la mala suerte también) de vivir un momento muy difícil de la historia de Boca. De convivir mucho con los profesionales, con la gente que no cobraba realmente”, comparte Roberto Fornés, mediocampista con una presencia física importante (mide 1,92m). Y resume: “Lo que pasaba es que se sabía que no se cobraba en el club. Que siempre aparecía un pagaré, otro pagaré y otro pagaré, pero nunca se levantaban los pagarés. Por eso llegó la crisis del 84. Y era muy difícil convivir con ellos porque eran jugadores profesionales que tenían hijos, su familia, algunos otros desarraigados y no cobraban su sueldo y no tenían para comer ni para vivir. Una situación desesperante”.
El preparador físico Jorge Callace pondera el lugar de este equipo en los libros xeneizes: “Yo creo que es una obligación seguir recordándolos. Estos chicos, porque para mí siguen siendo chicos, formaron parte de un momento muy importante de la historia de Boca. Ellos le pusieron el pecho a esos compañeros profesionales que estaban con un litigio con el club. Salieron a la cancha y fueron ovacionados por la hinchada de Boca. Esa historia, que fue muy linda a pesar de que los resultados no acompañaron, la protagonizaron los Peruchenas, los Tessones, los Fornés, los Manfredis y muchos chicos más, que no dudaron un segundo en ponerse la camiseta y salir por acá por el túnel a representar a Boca en su peor momento”.
Cuarenta años más tarde, aquellos juveniles que afrontaron el peor momento de la historia de Boca caminan por las calles de la Argentina y pasan desapercibidos entre los millones de hinchas xeneizes.
Pero fueron, son y serán por siempre “Los Pibes del Fibrón”.
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