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Los pibes de Boca mostraron en la cancha el proyecto de futuro que imagina Riquelme y abrieron el debate
Es lícito preguntarse si Miguel Ángel Russo es el entrenador idóneo para encabezar la transición
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Todos sabemos qué significa jugar bien al fútbol y las razones por las que nos entusiasman un jugador o un equipo. Esa sensibilidad y conocimiento del juego quedaron expuestos la última semana en los dos partidos que por una situación de emergencia se vieron obligados a afrontar los chicos de la Reserva de Boca.
Gran parte de la excitación y el orgullo que provocó su irrupción entre el público boquense se fundamenta en algo tan básico y primitivo como descubrir que unos pibes insolentes y atrevidos son capaces de jugar y gambetear, de demostrar carácter para pedirla y de animarse a dar pases -4, 5, 6 o los que sean necesarios-, una herramienta sin la cual es imposible jugar bien pero que desde hace un tiempo Boca viene debiéndose a sí mismo en su afán de ser pragmático para alcanzar el éxito.
La disparidad entre el equipo de Reserva y el de Primera resultó evidente, aunque tal vez no debería llamar tanto la atención. En la Reserva, una categoría formativa, es más fácil imponer un estilo y no hay presión por ser campeones. Lo ideal en un club sería que desde el equipo mayor hasta la más chica de las divisiones inferiores existiera un criterio, una línea ideológica de trabajo bien definida y que la elección de los perfiles de jugadores y entrenadores se vayan decidiendo en base a ella. En la Argentina no suele ser así. Hay un montón de otras circunstancias que impiden el desarrollo natural del talento de los chicos. Por ejemplo, la urgencia de resultados que bloquea las intenciones que un club puede tener para ir forjando una identidad y sostenerla pase lo que pase. Si ese club es Boca, donde no se perdona ni el menor desliz, todo es aún más complejo.
Estos dos partidos han servido para abrir un debate así como para empezar a percibir que Riquelme comprende bien cuál es la cuestión de fondo y está buscando que el paso de los chicos de la Reserva a la Primera sea a la vez más frecuente y poco traumático. Su meta final seguramente sea lograr el éxito -que en Boca hoy solo se traduce en ganar la Copa Libertadores, un deseo que ya es una patología-, pero hay otro objetivo que marcha en paralelo: lograr que lo haga con un equipo que juegue bien al fútbol.
Llegados a este punto es lícito preguntarse si Miguel Ángel Russo es el entrenador idóneo para encabezar la transición, porque en apariencia la visión del fútbol que tiene Riquelme parece contrastar con lo que ofrece Boca en la cancha. El actual jefe del vestuario es un técnico futbolísticamente difícil de encasillar. Cuesta precisar qué línea de juego prefiere o cómo conceptualiza sus equipos. Diría que una de sus principales características es su capacidad para amoldarse a las circunstancias y a las puntuales necesidades del club donde está. En lo personal, creo que el crecimiento de un equipo pasa por el convencimiento en torno a unas ideas claras, pero en su caso es parte de su personalidad.
Russo ha demostrado ser una persona muy equilibrada. Vale recordar que llegó al club en un momento en el que había demasiado ruido y pudo dominar bien la escena gracias a su carácter abierto y conciliador. Es un gran contenedor de emociones, un gestor de egos, un buen negociador. Es por ese flanco que puede ser funcional a la mirada y al plan de Riquelme, sin que haya sitio para que una idea de juego provoque una confrontación entre ellos.
El interrogante que marcará el futuro de Boca, por ahora sin respuesta, no es Russo sino el nivel de convicción para sostener un plan al margen de los resultados. La idea institucional parece apoyarse en la promoción de los chicos y en que sea gente arraigada al club la encargada de la formación. En ese sentido, la imagen de Giunta, Pico, Soñora, Pompei o Ibarra detrás de Battaglia me pareció muy potente.
El plan es saludable, aunque habrá que ver hasta dónde llega el tamaño de la apuesta (el hecho de que Alan Varela, el futbolista más destacado en las semanas previas al receso, no haya jugado partidos importantes es un llamado de atención) y el grado de paciencia con que se encara. También el de tolerancia para esperar la consolidación de los más jóvenes y de que lo urgente no vuelva a estar por encima de lo sensato.
Desde lo futbolístico, Barco, Taborda o Fernández demostraron estar preparados, pero no es lo único a tener en cuenta. El salto del anonimato al estrellato es una etapa muy complicada. Te encontrás con un mundo para el que nadie te prepara y en el que de pronto ocurren cosas que influyen en tu vida cotidiana. Es ahí donde el entrenador debe evaluar qué sucede después de jugar tres o cuatro partidos en Primera: si se mantienen la naturalidad y la frescura, si la popularidad o las expectativas de alrededor provocan alguna deformación de la personalidad, el grado de incidencia del entorno.... Es el momento en el que los ex jugadores que están en el club y los líderes del plantel tienen que actuar como guías para que nadie quede en el camino.
Bastaron dos partidos con los pibes para encender un debate que Boca tenía pendiente y destapar un proyecto que el tiempo dirá hasta dónde puede llegar.
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