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Los códigos del fútbol
Mientras la Argentina ya va por el 2017, el fútbol –los códigos del fútbol– propone un país hecho en el pasado, un lento viaje a una cárcel mental.
“Los códigos del fútbol tienen la misma base que los códigos de la mafia: es el silencio, la omertá. Nadie, pero nadie, puede osar contar lo que sucede acá”, entiende el periodista Matías Bauso, compilador de la obra de Dante Panzeri en el libro “Dirigentes, decencia y wines”. Bauso recuerda cuando a Luis Artime –una hermosa bestia que metió 115 goles en 152 partidos en Independiente y River– lo contrataron para dirigir a Atlanta en 1979 y contó algo que había visto: que había equipos, en la Argentina, que se dopaban para activar su superpoder. “Lorenzo (Juan Carlos, técnico de San Lorenzo y Boca) me hizo un juicio, otros jugadores me pidieron que no los ensuciara. Yo sólo tenía miedo de que se muriera un jugador”, le contó Artime a El Gráfico, cuatro décadas después de que el contraalmirante Lacoste lo citara para pedirle que –por favor, si es tan amable– no hablara más. La frase que Alfio Basile ha hecho trending topic es la que impulsa que así terminen las historias: la AFA instaló los controles antidoping y Artime no dirigió en Primera nunca más.
Hay palabras que a Los códigos le despiertan el retrógrado que lleva adentro: drogas, mujeres, libros, homosexualidad.
Mientras jugaba en River, en 2009, a Rodrigo Archubi le encontraron THC en un control. La pena fue de tres meses, pero entre representantes que dejaron de llamarlo y un club que lo mandó a trotar por toda la Patagonia, tardó un año y medio en volver a jugar. Lo hizo en el Kazma SC, de la férrea Kuwait. En 2012, un jugador de la Bundesliga le contó a la revista Fluter que era homosexual. En la entrevista –anónima– dijo: “Tengo que ser un actor día tras día, negarme a mí mismo”. Un año antes, a Manuel Neuer le habían preguntado por el tema: “Quien fuera homosexual debería decirlo. Los fans se acostumbrarán”. Fans que, acá –y perdón por el prejuicio–, inundarían la Plaza de Mayo de tuits.
“Para insultarme, me gritaban filósofo”, ha contado mil veces Jorge Valdano, porque los códigos también vigilan el lenguaje, la manera de pensar. Julio Falcioni dirigió a Vélez en 1999 y se reía al sacarle los libros a un defensor que en las concentraciones estudiaba Medicina. En el mundo que se ha inventado para sí mismo, el fútbol tiene una ley peligrosa: el miedo a cambiar. Muchos jugadores tartamudean ahora hasta para hablar del juego, porque no sea cosa que un compañero crea que lo encanó. “Faltan pensamientos que duren más de un minuto”, dice Fabián Casas –poeta, hincha de San Lorenzo– sobre el periodismo y el fútbol. Es lo que viene después del silencio: el miedo, la incultura, un retroceso mortal.
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