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Los 9 de hoy, goleadores como los de siempre
Los centrodelanteros han tenido que sumar aptitudes para intervenir e integrarse en el conjunto; deben ser parte de un engranaje
Qué implica hoy ser número “9”? La pregunta surgió en una reunión de amigos y me invitó a la reflexión. Entonces imaginé a Martín Palermo formando la actual delantera de Boca junto a Centurión y Pavón y llegué a la conclusión que tal vez le sería un poco más adverso jugar al mismo nivel que lo llevó a romper todas las estadísticas. Es cierto que los grandes rematadores siempre se las ingenian porque poseen el “talento madre” de marcar goles, pero si uno observa a los nueve de hoy se da cuenta que el fútbol ha cambiado y que al centrodelantero clásico se le han acumulado las exigencias.
En efecto, el “9” ha dejado de ser un tipo anclado en el área rival, indiferente al juego, cuyo encargo exclusivo era ponerle el punto final a las acciones ofensivas del equipo. Hoy los entrenadores tienen otras inquietudes, otras búsquedas, y de este modo a su responsabilidad goleadora los centrodelanteros han tenido que sumar aptitudes para intervenir e integrarse en el conjunto, deben ser parte de un engranaje.
El “9” puro sigue existiendo. En nuestro medio, Pavone y Gigliotti serían buenos ejemplos de esa manera de ejercer la función de centrodelantero. En el otro extremo encontramos el “9 líquido” o “falso 9”, una ruptura conceptual recuperada por Lionel Messi en los tiempos modernos pero que mucho tiempo atrás ya habían utilizado los húngaros del 50, los austríacos del 30 o la histórica Máquina de River. Es el “9” que desaparece de la escena, que de pronto no está para ser perseguido por los centrales y resurge en el momento preciso.
La actualidad se mueve entre uno y otro modelo, y se asienta en la formación como base para lograrlo. El futbolista de hoy primero se hace futbolista y después ocupa un puesto determinado, difuminando de esta manera la especialización.
El “9” que pretenden los entrenadores actuales interpreta el fútbol y llega al gol jugando sin la pelota, mirando a los centrales para tirarse atrás y generando huecos para la incorporación de volantes y wines. Como también se ha suprimido el “10”, aquel jugador que caminaba la cancha y estaba solo para crear, hoy se busca que el “9” tenga cerebro de “10”. En ese sentido, no hay mejor ejemplo que Karim Benzema, un jugador subvalorado porque no registra 40 goles al año pero que los aporta desde su visión integral del juego, convirtiéndose muchas veces en el arquitecto de los ataques del Real Madrid y en socio perfecto de Cristiano Ronaldo.
¿Tenemos en la Argentina ese tipo de centrodelantero? Sí, afortunadamente no estamos mal de “9” adaptados a las necesidades del fútbol actual.
Lucas Alario , por ejemplo, es un “9” completo y uno de los mejores jugadores del fútbol argentino, porque tiene finura para hacer lo inesperado y conserva el don del goleador específico. Combina lo temporal con lo atemporal, lo que necesita un equipo y los valores esenciales de un “9”. Va bien de cabeza, sabe cortar en el área para ir al primero o al segundo palo, pero sobre todo posee una notable capacidad para manejar la parte superior del cuerpo, lo que le permite hacer lo que pide la definición.
Está Gustavo Bou , que se ha transformado en el atajo para que su equipo sea inquietante aun prescindiendo de la elaboración. Con su potencia, cambio de ritmo, su gambeta indescifrable y su pegada Bou abre caminos que parecen cerrados.
Con otras armas, Darío Benedetto logra resultados semejantes porque no se limita a ser un “9” de área. Arranca con la jugada, abre calles, atrae a los centrales para que sus compañeros lleguen por sorpresa… En Boca es esencial que el “9” participe de los triángulos que el equipo arma por afuera con los laterales y los wines y Benedetto cumple muy bien esa función.
Pero si hay un caso que testimonia mejor que ninguno la transformación y adaptación de los centrodelanteros a las exigencias actuales es el de Pepe Sand . Por sus características de “9” puro era válido suponer que su llegada al Lanús de Almirón podía significar el final de su carrera. Y sin embargo ha demostrado un notable progreso en su juego: se tira atrás, participa en la elaboración, activa los ataques, y todo esto sin bajar su cuenta de goles. En definitiva, demuestra que el proceso de aprendizaje nunca se detiene y que a cualquier edad hay tiempo para entender y jugar mejor al fútbol.
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