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Lorenzo Faravelli brilla en Ecuador como un futbolista diferente, juega pensando en el retiro y afirma: “Yo crecí solo después de los fracasos”
El volante, figura de Independiente del Valle, va a disputar la final de la Copa Sudamericana, pero la cúspide no le cambia la vida; “juego sabiendo que me voy a retirar”, sorprende
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Abre y cierra cajoneras. Embala, sella con cintas, reordena estanterías, organiza la sala de estar, entre goles y gambetas. Lorenzo Faravelli, el volante que surgió en Newell’s y se destacó en Gimnasia, tiene casa nueva en Cumbayá, un distrito de Ecuador, rodeado de argentinos. Es el novio de toda la vida de Agustina Giovannetti; padres de Alfonsina, de dos años y medio y de Donato, que en febrero conocerá la magia de la vida.
Lolo, a los 29 años, es la figura de Independiente del Valle, que este 1° de octubre, en Córdoba y ante San Pablo, va a definir la Copa Sudamericana. Club modelo, base de la explosión ecuatoriana, es candidato, además, de dos competencias domésticas. Sin embargo, Faravelli tiene otras cosas en la cabeza. Muchas, para descubrir a cielo abierto.
“Estoy poco tiempo en casa, es la parte fea de la profesión. Como decía Bielsa: ‘cuanto más competencias hay, cuando mejor te va en la carrera, menos tiempo tenés con la familia, con los afectos’. Lamentablemente, en esa parte me siento un poco en deuda. Estoy poco, es un esfuerzo familiar. Y yo estoy persiguiendo sueños. Trato de devolverle al fútbol lo que me dio y eso se trata de… tiempo”, describe, a la distancia.
-¿Qué significa ir “persiguiendo sueños?
-La mayoría de los que jugamos al fútbol, cuando no había plata, no había hinchas, periodistas, presiones, solo jugábamos por placer. Cuando uno va creciendo, toma dimensión de que el fútbol profesional deforma al amateurismo. A mí me hace feliz entrar a una cancha y jugar a la pelota. Todo lo que rodea al fútbol, lo contamina. Me encuentro en un lugar, en un club, que puedo sentir esa esencia. Me siento un niño que entra a la cancha y juega a la pelota. Persiguiendo sueños… y los voy cumpliendo. Yo quería ser jugador profesional, en mi caso, de Newell’s. Iba con mi viejo a la cancha, como hincha. No quiero perder a ese niño que jugaba a la pelota. Ahora, intento trascender, dejar algo.
-¿Cómo combinas el espíritu de ese niño con las presiones, las obligaciones del fútbol profesional?
-Lo estoy trabajando mucho. Me costó en mi primera etapa en Newell’s, perdíamos un partido y me sentía culpable. Sentía que el verdulero me iba a mirar mal cuando saliera a la calle. Eso lo fui trabajando con compañeros, con psicólogos. Me gusta escuchar. Me alejé de las redes sociales por seis años; recién ahora, en Independiente del Valle, abrí un Instagram, pero casi solo para lo laboral. Maduré, aprendí que cuando termina el partido, tengo que estar con la familia. Antes trasladaba la victoria o la derrota a casa. Ahora lo controlo mejor.
-¿La psicología es esencial en el fútbol? En la Argentina no todos aceptan su ayuda.
-La considero fundamental. Cuando llegas a un nivel en el fútbol, todos somos más o menos parecidos. Hay de otro nivel en Europa, en la selección, pero después la mayoría de los jugadores somos parecidos. La diferencia la hacemos con la cabeza, la mente. Lo entendí hace poco y a partir de ahí, mi carrera hizo un giro para bien. No podemos separar al ser humano del futbolista; somos uno, el mismo. Pareciera que el futbolista es un intocable, o está en un lugar de privilegio. Tenemos los mismos problemas que todos. Nuestro cuerpo, nuestra cabeza, habla en la cancha. La psicología me va a acompañar toda la vida.
En el tiempo libre, Lolo consume fútbol, pero no resulta un extremista. Es inquieto, curioso. Ya terminó el curso de entrenador y lee, lee todo lo que puede. Novelas, historias de vida. Ahora, toma apuntes de Open, la biografía de André Agassi. “Me interesa cómo funcionan las cabezas de los tipos que llegaron lejos. Y ahora, estoy metido en las historias de Los Estoicos, la filosofía que ellos tenían y cómo la puedo trasladar al día a día de hoy”, describe, a carne viva, por la rama de la filosofía que predica el valor de la razón.
-¿Después del futbol, qué? ¿Ser entrenador, escapar del fútbol?
-No sé si está bien o mal, pero juego sabiendo que me voy a retirar desde hace muchos años. Es inevitable pensarlo. El retiro lo tengo presente desde los 22 años, vivo pensando en qué voy a hacer cuando no juegue más. Eso me equilibra, me ayuda a entender que esto se termina y que empieza otra etapa de la vida. Que se termina algo importante, sí, pero somos jóvenes y hay vida por delante.
-¿En serio? ¿Pensas en el retiro, casi, casi desde que debutaste?
-Te voy a ser sincero: hasta hace tres años, no disfrutaba nada. Me gusta el juego, pero no disfrutaba de jugar al fútbol. En este club, cambié mi cabeza. Esto me cambió la perspectiva, tanto que ya no voy a retirarme muy joven, como pensaba antes. No lo veo como algo desfavorable, lo pienso sobre todo cuando escucho a tanta gente que le cuesta tanto el retiro; el antes y el después. A mí siempre me hizo ruido eso. Entonces, empecé a prepararme de chico. En lo humano, en lo económico. Yo sé que el nivel de vida que tengo hoy no sé si voy a poder mantenerlo en diez años.
-Lo mental es clave en tu vida, ¿te sentís diferente al jugador de fútbol convencional?
-A veces, subestiman al futbolista. Pareciera que somos todos iguales o salimos todos del mismo lugar. Como en cada ámbito, todos somos distintos, los sueños son otros. A mí me juega en contra darle vueltas a todo, todo el tiempo. Luché mucho contra eso, sobre todo cuando pensaba en el retiro. Lo sigo pensando. Y hasta pensé en no querer jugar más: volver a mi casa, a Rosario y dedicarme a otra cosa, a una vida más tranquila, sin presiones. Tratar de equilibrar la cabeza, en eso estoy.
-¿El marco de Independiente del Valle te ayuda a ser más genuino? Al escucharte, veo imposible que puedas volver al fútbol argentino, a entrar al Parque Independencia…
-Es un tema que me da vueltas en la cabeza: la pasión. A veces, tenemos que lograr separar el corazón de la cabeza. Si fuese por mi corazón, estaría en Newell’s. Trato de luchar todo el tiempo contra el exitismo, no creo que si ganamos somos mejores. A veces, ganar depende de un centímetro y a mí un centímetro no me cambia la vida. La pasión nos lleva a pensar que el que pierde es un inútil, no sirve para nada. El que gana, sabe de todo. Y como decía Bielsa, “huele bien”. Trato de alejarme de eso.
A los 19 años, con los amigos de toda la vida, jugaba al futsal en Tiro Suizo, el club de su barrio. Como Faravelli ya jugaba en primera, dejó de tirar rabonas sobre el parquet y se dedicó a enseñar, educar. Era el entrenador. En esos dos años, descubrió que ser el conductor del equipo iba a ser una pasión. Otra pasión. Hablar frente a un grupo: un deseo a futuro.
“Para ganar, primero hay que perder”. La rúbrica de Lolo en su red social preferida abre otro debate. En realidad, lo extiende. “Perder es necesario. Perder no solo en el fútbol, en la vida. Los momentos en los que más crecí como ser humano fueron después de una crisis. Encontré soledad y crecimiento personal. Fue cuando más me conocí. En los momentos malos, en los fracasos. Lo aplico para cualquier situación. Por ejemplo, un juvenil que está iniciando su carrera, para jugar bien, primero tiene que jugar mal. Es necesario que pase ese proceso. Pero el fútbol no te da tiempo, solo sirve ganar. Es la frase que me acompaña… Yo crecí solo después de los fracasos. ¿De qué estoy hecho? De salir de momentos malos. Eso te da una fortaleza y le da otro valor al triunfo”, reflexiona, celular de por medio.
Antes de las semifinales del segundo torneo continental más valioso de esta parte del mundo, el cuerpo técnico liderado por Martín Anselmi, de solo 37 años (argentino, de Newell’s y de la escuela del Loco), reunió al plantel y se le ocurrió una idea. Sentados, uno al lado del otro, en un círculo, los jugadores debían capturar una pelota entre las manos y decirle a un compañero qué le pasaba por la cabeza. Qué sentían.
Tomó la palabra Faravelli, entonces. Y dijo: “Estoy luchando mucho en mi cabeza para que cuando en noviembre, cuando se acaben las tres competencias en las que el club es protagonista, no me modifique lo que viví en el proceso. Yo juego para ganar, pero no es normal jugar cada tres días, ganar, abrazarnos y volver a empezar. Todo el camino me hizo muy feliz. Voy a ponerme triste si perdemos y contento si ganamos, obvio. Entiendo que la historia la escriben los que ganan. Pero voy a intentar con todas mis fuerzas que, si no pasa, todo lo vivido no me cambie la ecuación. Porque fui muy feliz en todo este tiempo…”
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