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Lionel Scaloni y el plan imperfecto que lo emparenta con Menotti y Bilardo
Los tres técnicos tuvieron la enorme capacidad de cambiar sobre la marcha y adaptarse ante la necesidad de sus equipos, que fueron diferentes a lo que habían imaginado
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En los primeros días de abril de 1978 la selección argentina estaba entrenándose en el complejo del Sindicato del Seguro, en Moreno. Faltaban dos meses para el Mundial, y el plantel contaba con Osvaldo Piazza. César Luis Menotti había seguido su rendimiento en el club Saint-Etienne y viajó personalmente para convocarlo. “Quiero que seas titular y capitán en mi zaga central”, cuentan que le detalló. Piazza, crack en el fútbol francés, claro que se sumó. A los pocos días, ya en la concentración, lo notificaron de una tragedia: su mujer, con sus dos hijas pequeñas, habían sufrido un grave accidente automovilístico camino a Cannes. Regresó a Francia, y aunque desde la AFA le ofrecieron esperarlo todo lo que fuese necesario, Piazza ya no volvió. Sólo muchos meses después de la Copa del Mundo su familia estuvo totalmente recuperada.
La pareja de centrales hubiese sido Piazza-Passarella, y no Luis Galván-Passarella. Hasta el plan maestro puede tener héroes impensados y giros fuera de registro. Sucedió en las tres obras cumbre, en los tres campeones del mundo de la Argentina. A un año del Mundial 78, Jorge Carrascosa era el lateral izquierdo de la selección, y también llevaba la cinta aunque estuviese Passarella en la cancha. Atajaban Gatti o Baley, porque Fillol ya no pertenecía al ciclo desde 1975. Tarantini jugaba por la banda derecha, y Jorge Olguín era el número 2. En los 22 partidos anteriores al debut en la Copa contra Hungría, Mario Kempes no estuvo. En los cuatro primeros encuentros, Daniel Valencia fue el Nº 10 y a partir del clásico con Brasil, Menotti retrocedió a Kempes para hacerle lugar en el ataque al tridente Daniel Bertoni, Leopoldo Luque y el “Negro” Ortiz.
La tarde de la angustiante clasificación para México 86, el 2 a 2 con Perú y la corajeada de Daniel Passarella, fueron titulares Fillol, Trossero, Julián Camino, Juan Barbas y entró Ricardo Gareca para el empujoncito final. Ninguno se alojaría en la concentración del Distrito Federal. El Tata Brown iba de complemento e hizo olvidar a Passarella. Checho Batista apenas sumaba cinco partidos el día del debut contra Corea del Sur, porque el N°5 del ciclo había sido mayormente Miguel Ángel Russo. El Negro Enrique debutó en la selección el 30 de abril de 1986, en una derrota contra Noruega en Oslo, a sólo 33 días de la Copa.
Olarticoechea viajó como suplente de Batista y el Vasco lo reemplazó en los cuatro primeros encuentros para fastidio del ‘Checho’ con el Doc Bilardo, hasta que ante Inglaterra la selección cambió definitivamente su fisonomía: desapareció el 4-4-2 y se instalaron los carrileros, el líbero y los stoppers y el 5-3-2 que Bilardo se jactaría de haber inventado. Se desactivaron los laterales Clausen y Garré. En el amistoso ante Israel, previo al desembarco en México, Bilardo había apostado por Almirón de 9 y le devolvió esa confianza con tres goles, pero en la Copa comenzó con Pedro Pasculli, luego le abrió la puerta a Claudio Borghi y terminó por jugar sin una presencia de área, con Jorge Valdano, Jorge Luis Burruchaga y Diego Maradona ‘llegando’.
¿Por qué esta pequeña muestra de archivos desclasificados? Porque hasta en las conquistas más valiosas el destino se reserva trazos insospechados. Porque del 78 al 86, hasta el diagrama más estudiado y ensayado tuvo cracks accidentales. Y no importó la escuela futbolística. Giros imprevisibles, nombres que no estaban en ninguna carpeta. Futbolistas secundarios que de repente fueron llamados por la providencia. Y en 2022 iba a suceder lo mismo. Porque casi nada se pareció al final.
Sin ir más lejos, el comienzo fue de casualidad. Sentado en el lobby de un hotel de Almussafes, un pequeño pueblo a 30 kilómetros de Valencia y a media hora de las playas del mar Mediterráneo, Scaloni pensaba y pensaba. Él se había quedado en la AFA pese a la salida de su jefe Sampaoli y era el técnico de la selección Sub 20 en el torneo de L’Alcudia. Por teléfono había escuchado el ofrecimiento del presidente Claudio Tapia: ser el técnico interino de la mayor por unos meses, mientras se apagaban los ecos del derrumbe de Rusia 2018. En una caminata por la playa con Pablo Aimar, Lionel le comentaba: ‘Agarra vos’, y Pablo le respondía: ‘No, tenés que agarrar vos’. Así, iban y venían. Hasta que Aimar dijo: ‘Acá, con el que hay que hablar es con el 10′. Viajaron a Barcelona y le explicaron a Messi la propuesta porque sentían que el rosarino era el que tenía más para perder con un cuerpo técnico inexperto. ‘Vamos para adelante’, se entusiasmó el crack y ya no hubo dudas.
Por aquellos días, Scaloni hablaba de su ideal futbolístico. “Me gusta que mi equipo ataque. Si puede llegar en tres segundos al área contraria mejor, porque cuanto antes llegue, al rival lo vas a encontrar peor parado. Pienso que lo importante es que el jugador sepa entender que cuando recupera la pelota, la recupera para atacar y no por la posesión en sí”, describía. Audaz. Estaba convencido del valor del atrevimiento. Después de la Copa del Mundo en Rusia, en la que intervino como integrante del staff de Sampaoli, participó de un workshop organizado por la FIFA, en Londres, donde se analizaron todas las estadísticas de aquel certamen. “Allí vimos que Francia, campeona del mundo, estaba en el puesto 13 o 14 en posesión de pelota. Y esas cosas te van sirviendo para que tu cabeza te vaya diciendo que hay algo que acá hay que modificar”, le contaría tiempo después a LA NACION. Su plan, eléctrico y vertical, quedaba a la vista. Y su etapa interina, entre septiembre y finales de 2018, con seis amistosos, lo certificó. Un equipo intenso, con piezas veloces, siempre listas para las transiciones rápidas. Nada de perder el tiempo y siempre dispuesto a agarrar de la solapa al rival. Lo intentó contra Irak y Guatemala, pero también frente a Brasil y Colombia. Un sello bien arriesgado.
Después, cuando Scaloni fue ratificado en el cargo, comenzó a adaptar la propuesta. Entró Messi en el ciclo a partir de marzo de 2019 y el entrenador entendió que su selección tendría que absorber los compases de la pausa. Comprendió que debía ser elástico para adaptarse, en definitiva, se trataba de un técnico en construcción. Con los meses (y los partidos), se fue rodeando de trazos más económicos. Como en la Copa América 2021, cuando exasperaba ver a un equipo que se ponía en ventaja y elegía dormir el partido aunque tuviese campo, tiempo y jerarquía a favor. Fue la línea rumbo al título; luego, como sucede siempre, el éxito desatendió el debate. Para qué analizar, si las victorias no se auditan.
En la antesala del Mundial de Qatar, Scaloni reforzó su posición. “Más que decir que el Mundial lo ganan los equipos que defienden bien, digo que lo ganan los equipos inteligentes, cautos, que saben cuándo atacar, cuándo defender. Raramente lo gana un equipo que avasalla, que está constantemente en campo contrario. Eso lo tenemos claro y nos tenemos que adaptar a eso. La inteligencia forma parte del fútbol”. Esa fue su idea, bien utilitaria.
Puro pragmatismo en Qatar: cuando pudo atropellar al rival, lo hizo. Cuando debió resistir, se atrincheró. Progresivamente modificó la partitura, y ya en el Mundial, declarada la emergencia tras el derrumbe con Arabia Saudita, también renovó los intérpretes. Buenos reflejos para salvar errores de origen.
Apareció por pasajes —hasta entonces, sólo utilizada en algunas prácticas— la línea de cinco defensores y, especialmente, sumó a otros jugadores. Que acudieron puntuales a la cita, porque ese resultó su mérito enorme: no defraudar ante la oportunidad que nadie intuía. Alexis Mac Allister ya se había ganado un lugar en la lista de Scaloni, había convencido al entrenador. Una opción, porque el puesto era de Giovani Lo Celso. Lesión, incertidumbre, angustia y operación del rosarino. Un puesto vacante: a ‘Papu’ Gómez prácticamente lo arrastró el vendaval del debut con Arabia Saudita. Turno para Mac Allister y el socio silencioso se comunicó con todos.
Después, los imponderables, la fortuna o vaya a saber qué se ocupan del resto. Nunca se había disputado un Mundial en noviembre/diciembre, siempre su fecha en el almanaque fue junio/julio. Entonces… si no se hubiera trasladado cinco meses por el sofocante verano qatarí, ¿Enzo Fernández hubiese siquiera participado de la Copa? Nadie lo sabe, pero los datos están ahí: recién iba a debutar en la selección el 23 de septiembre de 2022 contra Honduras, y la consideración de Scaloni por la Liga argentina está muy clara: de 26 casilleros, apenas rellenó uno con Franco Armani. Estaba en el radar del cuerpo técnico albiceleste, claro, pero su transferencia a Benfica –debutó el 9 de agosto de 2022 en el club portugués– y su natural adaptación al ritmo europeo, especialmente constatado en los juegos de la Champions League, aceleraron su elección. Si el Mundial empezaba en junio, como siempre, Enzo Fernández estaba en River…
¿Y Julián Álvarez? La fecha también lo ayudó, porque su fantástica irrupción en el Manchester City lo graduó rápidamente en la vidriera internacional. De todos modos, Julián ya era un alumno aventajado del ciclo, desde que el cuerpo técnico se convenció de su jerarquía y montó un operativo extraño para llevarlo a la Copa América 2021. Claro, porque el delantero no había sido incluido en la nómina preliminar de 50 futbolistas, y la única manera de que pudiera disputar el torneo en Brasil era ingresando en lugar de un futbolista lesionado. Entonces se lo anotó a Lucas Alario, que de ninguna manera podía participar porque el mundo sabía que sufría un problema en el tendón del muslo derecho… y se concretó el reemplazo.
Las vueltas del fútbol, la mejor indefinición para explicarlo. En 1978, en 1986 y en 2022 también. Es fútbol. Y en ocasiones, hay razones que ni la razón comprende.
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