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Lionel Scaloni, la construcción del entrenador mesurado y de sangre caliente, que aprendió a disfrutar y convenció a los de adentro y a los de afuera
A los 44 años, fue aprendiendo de cada detalle y se convirtió en un conductor que definitivamente reconcilió a la selección argentina con la gente
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DOHA (Enviado especial).- Se le humedecen los ojos. Se permite que suceda, rezonga porque no quiere que pase. Cuando le tocan fibras aparece el Lionel Scaloni más Scaloni, el mejor Scaloni. Y cuando se trata de trabajo, cuando se corre de la escena y mira a sus jugadores cómo celebran lo que tanto les costó, se muestra el que supo exactamente cómo construir. No quiere caer en lugares exagerados. Hace un trabajo intenso por ser el entrenador que es. No es sencillo, porque es de sangre caliente, porque su naturaleza es más volcánica, puede perder por momentos un poco ese costado, pero se esfuerza porque su perfil se mantenga como un conductor de aplomo. Curtido por el fútbol y excelente observador, supo qué quería para su construcción como DT. Tuvo experiencias que lo marcaron para saber qué es bueno para este grupo que conduce, cómo se sienten ellos, sus jugadores, a gusto con su postura, con su decir, con sus ideas, sin festejos alocados. Y él asume con firmeza esa posición.
Reconoce que aprende. Advierte que lo hace, especialmente con 44 años. Escucha, fundamentalmente escucha. Cuando le advierten que algo está fuera de su lugar, acomoda las piezas de su tablero emocional y se mantiene. Cultor del perfil de José Pekerman, no le gusta levantar la voz, incluso, hasta cuando se molesta. Porque no es fácil dominar su temperamento cuando advierte que no le fueron tan sinceros, como cuando encontró diferencias en los criterios de qué era estar pleno físicamente o no con alguno de sus futbolistas. Porque no pudo esconder su fastidio, ni quiso hacerlo, porque se filtró alguna información por el caso De Paul y por eso tuvo que mandar mensajes internos y externos para que no se otorguen ventajas al rival. Es que es un obsesivo, por más que su bandera es “al final, es fútbol”, este juego representa mucho más que eso para Scaloni, porque él tiene un sentir muy profundo por la pelota.
“Tenemos un cuerpo técnico muy bueno que no deja nada al azar, que te hace saber cada detalle de cada partido y eso es una gran ayuda para nosotros. En ningún momento nos sentimos perdidos en el campo, sabemos lo que tenemos que hacer en todos los partidos. Sabíamos que el partido iba a ser de esta manera”. El elogio de Lionel Messi permite comprender cómo Scaloni se metió en el grupo. Supo ser bastón cuando era asistente de Jorge Sampaoli, entendió cuándo debía hacer silencio cuando tuvo su chance como entrenador principal, delegó en sus futbolistas responsabilidades para que se sintiesen seguros, tuvo muñeca para saber hasta dónde debía ser complaciente y tomó las riendas, fundamentalmente en esta Copa del Mundo, cuando advirtió que su empresa en Qatar podía estar en riesgo de no cumplir con su objetivo.
Sabe qué decir, no quiere nunca ponerse por delante de la escena. El entrenador mesurado es la mejor construcción que Scaloni en la selección argentina. Porque era lo que este grupo necesitaba y él también. Porque sigue siendo el mismo gringo de Pujato al que le cuesta dormirse, el que se pasa horas mirando los partidos que ya jugó su equipo, el intenso discutidor, el que charla y charla con sus colaboradores, el que come Sugus de frutilla antes de los partidos, el que encontró en la bicicleta la forma más saludable de descargar tanta adrenalina, el que se puede poner a pedalear en la concentración en la Universidad de Qatar en la madrugada mientras todos ya están descansando.
Inteligente para decir, aunque impulsivo en algún momento, muy perspicaz a la hora de elegir y bien pasional cuando se incomoda. Pero siempre con el libreto a mano. No se puede permitir romper con su propia elaboración. Y en ese contexto es que también conformó su grupo de trabajo. Scaloni, Pablo Aimar y Walter Samuel se conocieron justamente cuando eran chicos. Formaron parte del largo y exitoso proceso que José Pekerman llevó a cabo en las juveniles de la selección. Integraron aquel gran plantel que, en Malasia 1997, se quedó con el Mundial Sub 20.
Supo que Pablo Aimar le podía aportar una mirada deportiva profunda, pero que también despertaba respeto y admiración en los futbolistas, en especial en el capitán de la selección argentina. Recurrió a Walter Samuel -enemigo de la exposición, pero sí muy amigo de Scaloni-, que está pendiente de cada detalle táctico; es su apoyo de consulta y con quien más dialoga durante los partidos. Roberto Ayala se sumó a su grupo de trabajo como tercer asistente y le aportó una cuota de experiencia por haber sido parte de varios procesos de la selección argentina. Y Matías Manna, el analista técnico, resultó una pieza importante a la hora de acercarle más información a un entrenador por demás atento a cada detalle.
“Hemos vivido cosas muy fuertes en la selección. Hay tantos momentos entre los integrantes del cuerpo técnico, que creo que es positivo. Es positivo que estén los exjugadores. Creo que tenemos un cuerpo técnico que vive para la selección. Que sufre como la hinchada. Para los que no son argentinos, es difícil verlo, pero creo que tenemos que buscar el equilibrio”. Y en esa última frase permitió comprender cómo lo marcó a fuego aquella experiencia de Rusia 2018; por lo tanto, no se va a permitir corridas exageradas, caminatas frenéticas, ni insultos al aire. Apenas algunas lágrimas sentado en el banco de los suplentes, de satisfacción, de desahogo y alivio en Aimar... Un Scaloni el que sabe administrar emociones, el que elige la mesura forma de expresarse.
“Estoy en el lugar soñado para cualquier argentino. Todos actuarían de la manera que actúo yo. Cuando representas a tu país, es imposible no hacer lo que hacen estos chicos. Lo de la gente también. Al final, va todo de la mano. Argentina está en el pedestal del fútbol”. Lionel Scaloni pronuncia estas palabras y se le escapa una sonrisa, se lo permite, no siente que rompa con su entrenador interno. Le hierve la sangre, siente que este momento es de Elisa, su pareja, con la que lleva 14 años de camino recorrido. Ella es su principal cable a tierra. Ella lo impulsó a hacer el curso de técnico cuando lo vio tirado en un sillón, sin enrgías, porque se había retirado del fútbol. Fue el motor para que pida trabajo como DT de Son Caliu, donde empezó con el equipo de Cadetes A de Mallorca. Y que este momento también les pertenece a sus hijos Ian y Noha, su mejor conexión con el mundo.
Scaloni, el entrenador que luce mesurado, el que torció miradas desconfiadas, el que logró que la gente se reconcilie definitivamente con la selección argentina, tuvo la capacidad de entender todo, de soportar todo y por eso hoy se permite disfrutar, aunque no duerma, siga con una Mac en el pecho por las noches y haga kilómetros y kilómetros sobre una bicicleta fija.
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