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Lionel Scaloni: el perfil de un obsesivo del juego que nunca pierde el buen humor
Faltaba poco para el Mundial de Alemania. José Pekerman había concentrado a parte del plantel argentino en el convento de Boadilla del Monte, en las afueras de Madrid. En la madrugada del día del cumpleaños de Leandro Cufré, mientras el defensor dormía, Lionel Scaloni no tuvo mejor idea que rociarle el pelo con el aceite para los masajes. Justo a Cufré, que cuidaba su cabello con la paciencia y el esmero de un monje tibetano. Scaloni vivía al acecho de sus víctimas. Ya tiene 40 años Scaloni y dos hijos, Ian y Noah. La sonrisa no se le borra, aunque crecieron las responsabilidades. En unas horas llegará la final con el Sub 20 en el torneo de L’Alcúdia y, en algunas semanas, el debut como entrenador interino de la selección mayor. ¿Quién es este hombre que se marchó de la Argentina hace más de 20 años?
"Voy y vengo, dijo Cerezo, y estuvo tres años preso." La humorada de pueblo se transformó en latiguillo y lo acompaña a Scaloni desde hace tiempo. Aparece su Pujato natal, el espíritu campechano del Gringo jamás va a desaparecer. Ni su humor. Las bromas fueron una constante en su carrera como infatigable volante derecho. Pero él siempre se ocupó de que el personaje no tomara trazos caricaturescos. "Ojo, no quiero que se piense que estoy en la selección porque ando con el bonete y una nariz de payaso, la gente se va a creer que viene para divertir al grupo. Es importante que eso se entienda", le aclaró a La Nación…, no ahora, sino hace 12 años en una entrevista. Meticuloso, perfeccionista, obsesivo. Ayer y hoy. Dos carriles. En Alemania 2006, en definitiva su único Mundial, compartió el cuarto en el búnker de Herzogenaurach con Carlos Tevez. Sin dudas se trató de la pieza más divertida. Costaba soportar el gusto musical de Tevez, pero hasta en eso Scaloni era el compañero ideal para cualquiera: aceptaba el volumen alto de Piola Vago, la Mona Giménez y la Nueva Luna. La tolerancia del Gringo obedecía a que al menos se trataba de canciones en español. A Scaloni no le hace ninguna gracia que canten en otro idioma.
Paisano y campero aún, pese a las décadas europeas. Sobre la ruta 33, en el departamento de San Lorenzo, muy cerca de Rosario, ahí está Pujato. Los ‘gringos’ del sur santafesino son porfiados, valientes. "Aunque me traten de loco lo veo normal. No es normal que me hayan dado la selección, sino normal que como entrenador de fútbol vaya a entrenar a un equipo. Desde el momento en que me lo propuso [Claudio Tapia, presidente de la AFA], dije ‘dale para adelante’, acepto el desafío. La magnitud es otra cosa, pero al fin y al cabo es entrenar", contó en una entrevista con Infobae. Scaloni se recibió de técnico en la Federación española y trabajó en las divisiones menores de Mallorca. Pero en realidad, desde sus días juveniles habitaba un entrenador en él: obsesivo con las anotaciones tácticas, en su círculo íntimo cuentan que los cuadernos de Scaloni también tienen sus historias. Computadora, mate y termo hace años que son sus inseparables compañeros de viaje.
Retirado del fútbol en Atalanta hace tres años, luce físicamente casi como cualquiera de los 23 jugadores que estuvieron en Rusia. Muchas veces él se mezcló con ellos en en el complejo de Bronnitsy, en esos días de tensión con Sampaoli que Scaloni intentaba armonizar. Llegó a Rusia por Sampaoli, porque desde el ciclo en Sevilla que el DT de Casilda lo había sumado a su equipo de trabajo como analista de los rivales. Surgió en Newell’s, en 1995, y solo 12 partidos después pasó a Estudiantes. Y solo dos años después se fue a Europa. Transitó 17 temporadas en el el Viejo Continente. Pasó por España y dejó una huella, conoció la Premier League y se retiró en el calcio. En Deportivo La Coruña es ídolo; su camiseta, la 12, un manto venerado. En aquella temporada que terminó con el Depor de Javier Irureta campeón, la 1999/2000, jugó 14 partidos con sus 21 años. Creció, claro, llegó a símbolo y capitán. Desde ese título, el único en la historia gallega, pasaron ya 18 campeonatos y apenas Valencia (2001/02 y 2003/04) y el Atlético de Madrid de Simeone (2013/14) pudieron colarse en la rocosa hegemonía de Real y Barcelona.
Como les ocurre a Aimar y a Placente, José Pekerman está grabado en su piel. Campeón del mundo Sub 20 en Malasia 97, convirtió dos goles camino al título: en el debut ante Hungría y otro muy especial a Brasil, en los cuartos de final. Casi una década después, Pekerman lo llevó al Mundial de Alemania. Con el N°13 en la espalda, solo disputó un partido, contra México, en los octavos de final, el día del golazo de Maximiliano Rodríguez en el alargue. En definitiva, jugó pocos partidos en la selección. Solo siete; debutó con Marcelo Bielsa en un amistoso con Libia. Y pocas veces fue titular. Solo cuatro. Pero una de ellas fue muy especial: el 17 de agosto de 2005, en Budapest..., el debut de Messi.
"Yo con Lio Messi hablo mucho, es un pibe que necesita que le hablen. Es un gran jugador, un gran pibe ¿Qué edad tiene? ¿18, 19 años?... no puede madurar antes que los demás. Yo viví la situación que está atravesando él, aunque con una repercusión 80.000 veces menor claro. Hay que darle tranquilidad. Eso es lo que él necesita. Sabe que tiene una gran responsabilidad sobre sus hombros; sabe que todo el mundo lo pide y él quiere responderles a la gente y a sus compañeros, pero tal vez sea demasiada la presión que le están poniendo. Es obvio que la prensa lo ponga ahí arriba, pero hay que pensar un poco en él y por eso le hablamos y le decimos que en definitiva se trata de un juego. Por eso él debe divertirse en la cancha, nada más". Palabra de Scaloni. ¿Ahora? No, en 2006. Todo contacto con la actualidad es pura coincidencia. Tienen una estrecha relación.
"Estamos quedando muy atrás, pero lo mejor es que hay materia prima". Esta frase también es de Scaloni, pero actual. No se engaña. Su perfil extrovertido se oculta cuando empieza a debatir sobre el juego. "Yo nunca pude divertirme en una cancha. Sí Messi, Román o Aimar. El tipo que está acostumbrado a hacer el trabajo más oscuro es difícil que se divierta", asume. No se ata a los sistemas tácticos, convencido de que la diferencia la hacen los intérpretes. Del más puro manual bielsista, quiere que su equipo ataque siempre y recupere alto para ahogar al rival. Detesta la posesión improductiva. Confiesa que su paso por Lazio durante cinco temporadas lo transformó en un futbolista más completo. Tuvo por compañeros a Simone Inzaghi, Muslera, Klose, Pandev, el francés Cissé…
Siempre durmió poco, no es un fenómeno atado a las nuevas responsabilidades. Ocurría lo mismo cuando lo dirigía su papá, Ángel, en el club Matienzo de Pujato. Está convencido de lo quiere hacer, hoy contra Rusia en la final de L’Alcúdia y el 7 de septiembre cuando debute en la mayor ante Guatemala. Hasta hace muy poco residía en Mallorca con su mujer, Elisa, y los chicos, pero ha llegado la hora de mudarse a la Argentina. Quizá por poco tiempo, ¿o quién lo sabe? Eléctrico, intenso, no disimula su felicidad por los pasillos del hotel en la pequeña comunidad valenciana de Almussafes, donde se aloja el Sub 20. Solo quiere ser cuidadoso, prolijo, pero el bromista no descansa, la chispa está a salvo de cualquier reto. ¿Cómo sos cuando tenés un mal día?, le preguntó hace algunos años La Nación.
–Yo, si me caigo, no lo demuestro. A mí nunca me van a ver triste.
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