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Argentina-Paraguay: Lionel Messi viajó de la noche perfecta a la protesta desafiante contra el árbitro
Dos años tenía pintados con resaltador Lionel Messi: 2020 y 2022. ¿La despedida? La última Copa América y el último Mundial. La pandemia de coronavirus le espantó la posibilidad de atrapar esta temporada ese título imposible; en realidad, se la trasladó para mediados del próximo si el planeta se abraza a la calma sanitaria. Por entonces cumplirá 34 años. Para Qatar, el tramo es todavía más largo: quedan 15 partidos, 15 aventuras por América del Sur. Anoche, el incómodo Paraguay le recordó que ese ticket obligará a transpirar. Cerca de la Navidad de 2022, irá camino a los 36 años. Casi nadie –el alemán Miroslav Klose, en Brasil 2014– logró trascender en una Copa del Mundo a esa edad. Messi quiere intentarlo. Caprichoso y audaz. Renunció una vez y se arrepintió casi de inmediato. Con la selección nunca dejará de intentarlo. Ese combustible lo entusiasma, esa terquedad es elogiable.
La noche pudo ser perfecta para Messi, pero se interpuso correctamente el VAR. Más allá de la decepción del empate, se ha invertido la carga en los nuevos tiempos: Barcelona es un mar embravecido y la selección el remanso reparador. Y Messi es un poco responsable, ángel y demonio en ambas márgenes del Atlántico. Un pestañeo, un chasquido de dedos y la atmósfera cobra otra electricidad. Es el patrón allá y acá, por acción u omisión.
Messi no puede desentenderse de nada de lo que ocurre a su alrededor. Pero si pisar su país era exponerse al desamparo, hoy la Argentina es el refugio. El clima de la selección, y los resultados, responden al ánimo del capitán. "Se va realmente muy dolido cuando hablan mal de él. ¿Por qué siempre contra él! Sufre mucho. Después le cuesta reponerse", revelaba hace varios años Celia, con angustia –y rabia– de madre. Nuevamente arropado, en Barcelona recuperaba su dimensión galáctica. Esa dinámica se repitió como una insobornable rutina de centros al segundo paño. Ya no.
Nunca le quitó compromiso a los dos únicos escudos que vistió como profesional, pero que haya aceptado jugar sólo los segundos 45 minutos con Betis, justo antes de la doble fecha por las eliminatorias, muestra donde ubica sus prioridades. ¿Aceptó o propuso? Su influencia es determinante, se sabe. Reservó el molesto tobillo en Cataluña para darle uso ilimitado al borde el Río de la Plata, y seguramente también en Lima. Ya verá, al retornar, cómo sigue la historia en la Ciudad Codal. Internas, filtraciones. Miradas recelosas, desconfianza.
El malestar que Setién ya no quiso disimular, la tumultuosa relación con el expresidente Bartomeu que aceleró la despedida institucional, el horroroso plan estratégico del burofax que lo obligó a apagar la asonada cuando leyó la letra chica de su contrato. Las pérdidas de Luis Suárez y de Vidal en ese vestuario que siembra tantas intrigas. La relación todavía en estudio con Ronald Koeman. Un plantel blaugrana que no parece llamado a reescribir la historia, y menos sin Ansu Fati, ausente los próximos cuatro meses por lesión. El exrepresentante de Griezmann que ventila intimidades inconvenientes, y la UEFA que elige promocionar un documental sobre el lado desconocido de los árbitros con una escena de ‘desacato’ de Messi. Y justo anoche volvió a protagonizar momentos de irritabilidad con la terna brasileña. Se quejó siempre, y verbalmente se excedió después de la intervención del VAR. "Ya nos cagaste dos veces, ya nos cagaste dos veces", le disparó al árbitro.
Le costó desequilibrar. Pateó un tiro libre que pegó en la barrera en el primer tiempo; otro se lo sacó el arquero en la parte final, y uno más chocó con la muralla guaraní. Pocas veces filtró pases. Se retrasó a medida que se impacientó al no recibir la pelota. No participó para nada en el gol del empate. Ejerció de líder: protestón con el árbitro y contenedor con sus compañeros. En el festejo del tanto, en esa ronda, improvisó una pequeña arenga. ¿Pero acaso no hizo un gol, el 72 de su carrera albiceleste? Sí..., pero no. El VAR se lo anuló acertadamente por una infracción de Nico González en el origen de la maniobra. Nunca se recuperó: hasta esperó, desafiante, la salida del campo del juez Claus. Esa pose innecesaria. A la vista de todos, como si quisiera demostrar autoridad. En vano. Di María lo 'invitó' a marcharse de allí.
Con Barcelona ganó todo y su futuro es una moneda al aire. Con la selección mayor no ganó nada –cuatro mundiales, cinco Copas América en el camino– y lo anima imaginar el horizonte. Orgullo, voracidad. Y algo de venganza, también. Preso de la rutina del despellejamiento durante años, Messi disfruta de su país. Lo quieren, ya no hay descalificaciones. Pese a que la selección no abandone ese interminable estado de ensayo, por eso entusiasma y se desorienta a la vez. Aunque allá y acá la mecánica futbolística cruje, ahora al catalán se le frunce el entrecejo cuando recuerda que en unos días tendrá que volver a cruzar el Atlántico.
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