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Lionel Messi, un jubilado más en las playas de Miami, con el blindaje del bisht
Hace un tiempo, la Copa del Mundo, dorada, hermosa, pasó a tener forma humana. Desde siempre hay dos figuras que sostienen el orbe, pero a partir del 18 de diciembre de 2022, vista desde Argentina posee silueta de persona. Para algunos, de extraterrestre. Lionel Messi, dorado, brillante, está sobre ese pedestal y lo cubre una pátina de gloria a prueba de balas. El bisht con que lo honró el emir de Qatar en el podio se volvió un blindaje contra todo cuestionamiento desde esta porción del planeta, su patria.
No pasaron seis meses desde aquella gesta y Leo nos anuncia que ya está bien, que se va de la elite del fútbol de clubes. En medio del Mundial parecía que estaba por firmar una renovación con Paris Saint-Germain, que intentaría otra vez asaltar Europa con una camiseta que nunca la había conquistado y que tanto se obsesionaba con ello. Los silbidos (¡silbidos!) que lo maltrataron en la Ciudad Luz le hicieron añorar más que nunca el Camp Nou, Castelldefels, llevar a los chicos al colegio y buscarlos, él mismo, sí. Las vueltas de Barcelona, entre sus líos económicos –lo mal que hay que administrar para poner de rodillas a ese més que un club– y sus pujas internas –lo miope que se debe ser para evitar que Messi permanezca/regrese–, lo disuadieron. Cerrar el círculo de una carrera fastuosa, terminarla donde comenzó, quedó como anhelo incumplido. El final, dentro de un tiempo, podrá ser feliz, pero no ideal.
Al borde de su cumpleaños 36, el rosarino no quiso incertidumbre como la tuvo en 2021 ni volver a quedar como el malo de una película que miraron unos cuantos en la Ciudad Condal. Bajas de sueldo a futuros compañeros para hacer espacio presupuestario para su salario no sonaban bien. La estrella consagrada que se queda con euros de los menos renombrados: ¿qué podía pasar en ese vestuario desde el día 1?
Y entonces Leo eligió. A otras grandes entidades europeos ni las escuchó. Era Barça o salir del Viejo Continente. No fue Barça, y entonces era la cordillera saudí de dólares u otro lugar lleno de arena pero con agua salada en vez de petróleo. Messi optó por ser un jubilado más en Miami. Un jubilado del fútbol de máxima exigencia, de máxima presión. De máximo premio, también. Seguirá entrenándose, y con la “responsabilidad” que prometió, con el profesionalismo que siempre tuvo. Se tomará en serio la Major League Soccer y no escatimará ganas en la Conchampions si le toca protagonizarla. Pero no estarán enfrente los pesos pesados, los grandes equipos, las estrellas mundiales vigentes. Lionel Messi se retiró de ese fútbol. Y aquí, el punto: ¿qué pasaría si esta decisión no hubiera sido antecedida por la gloria de Qatar?
Análisis contrafáctico. ¿Es riguroso? No, en absoluto. ¿Es interesante? Sí, seguro. ¿Sirve? A veces. Cuando permite comprender, cuando deja conclusiones.
Por cierto, quizás esta mudanza a Estados Unidos no existiría si Qatar 2022 no hubiera terminado como terminó. Pero supongamos que sí, que la Copa y el bisht hubieran ido al capitán francés, o que México o Polonia hubiera sacado demasiado temprano de acción de los muchaaachos. ¿Qué sería hoy del 10 argentino en su Argentina, decidido a correrse de la escena grande para mudarse a las plácidas playas de Florida?
Fressi, Pechi y todo tipo de apodos hirientes resurgirían. Quedaría cuestionado el lugar del zurdo en la historia. En la del seleccionado y en la del fútbol. Quizás, las banderas de los hinchas en los próximos mundiales tendrían un solo ídolo, el del pobre de Villa Fiorito que se les plantó a los poderosos desde un club chico de Italia, y no al GOAT que se habría ido a la tierra del capitalismo para estar cerca de Disney World.
¿Y si se hubiera decidido por Arabia Saudita y sus 400.000.000 de dólares anuales? Terminaría siendo el pesetero que por no aceptar ganar menos dejó el Barcelona que lo buscó de niño y lo bancó tantos años en el tratamiento de crecimiento. El avaro que finalmente pactó con el país en el que los derechos humanos son una quimera. El que mandó a sus chicos a un lugar inhóspito donde se habla un idioma imposible, lejos de todo. Con la facilidad de que el gobierno, y los hinchas (aquél “Where is Messi?” fue una mera cargada momentánea), le desplegarían alfombras rojas a cada paso.
Tal vez ésas serían las reacciones. Tal vez.
Pero el barniz del éxito nacional-mundial lo pone a salvo. A resguardo de esas eventuales críticas por una decisión de vida. Al cabo, Lionel es dueño de su destino. Como cualquier persona. Y una parte grande de sus determinaciones está en su familia. ¿Está mal, en el país que se precia de ser tan familiero?
Habría que preguntarle a Emanuel Ginóbili si nadie le dijo nada por su decisión de no acudir al Mundial Turquía 2010. Desde las páginas de LA NACION, Manu impactó al país deportivo al anunciar que no se pondría la camiseta celeste y blanca esa vez, porque quería compartir los primeros meses de sus mellizos, Dante y Nicola, fuera de la panza de Manu Oroño. La actitud de un padre, un padre primerizo. Pues no faltaron hostigamientos al crack que había renunciado por un torneo, no definitivamente.
Y Messi es, como pocas figuras internacionales, un referente de familia. En tiempos en que lo que para muchos importa en las redes sociales es mostrarse atlético, bello y alegre en lugares de lujo u ocasiones prestigiosas, Leo se deja ver feliz con cuatro personas, siempre las mismas: Antonela, Thiago, Mateo y Ciro. Mientras otros desensamblan y ensamblan matrimonios e hijos como si fueran sociedades comerciales, él protege esa célula básica. Se molestó “un poco” (en Messi básico eso es “mucho”) cuando se dijo mediáticamente que uno de sus chicos la había pasado mal en París. Contó que su padre llamó a LaLiga para ver si era verdad que estaba usando a los suyos. “Cuando se meten con mi familia...” fue la frase de su momento de mayor contrariedad en la entrevista en que reveló su pase a Inter Miami.
Y la familia Messi vivirá contenta bajo el sol de Miami. Atrás quedarán los grandes choques. Con Real Madrid, con Bayern, con Manchester City. Con Benzema, con Lewandowski. Las finales de Champions a partido único, con la expectativa y la magia única del mejor torneo de clubes del mundo. Y los récords importantes que aún quedaban por batir –sí, todavía los había–. El de máximo goleador, porque los 129 tantos se quedaron cortos ante los 140 de Cristiano. El de copas, porque Leo levantó cuatro veces la Orejona, contra cinco de CR7, de Benzema y de muchas figuras de ese Madrid dominante. Ni qué decir de las seis de Paco Gento, otro prócer merengue. Que el gran Lionel Messi se haya quedado con cuatro (¡cuatro!) tiene sabor a poco, sí.
No para él. Lo que vivió es suficiente. El maravilloso trofeo de Silvio Gazzaniga era lo único que le faltaba. Lo que venga es todo yapa. Incluso en el seleccionado, que lo tendrá por unos cuantos amistosos, la Copa América del año próximo y ¿el Mundial de 2026? Que juegue en Estados Unidos intensifica la esperanza. Queda por ver en qué nivel estará a los 38/39 años. No es la primera figura que se va a una competencia de segundo o tercer orden internacional. Son pocas las que volvieron en alto nivel luego de esas temporadas sabáticas.
Gabriel Batistuta, Andrés Iniesta, Claudio Caniggia, David Beckham, Gonzalo Higuaín, Javier Mascherano ya no fueron los que eran una vez que tocaron tierras exóticas. Carlos Tevez es una excepción: luego de acumular billetes en China, volvió a Boca, fue finalista por la Copa Libertadores y decidió una Superliga. Ramón Díaz hizo algo parecido en River tras incursionar por Japón, pero hace muchos años. ¿Ibrahimović? Zlatan estuvo en la propia MLS, regresó a Milan y tuvo un entusiasmante inicio, que pronto se apagó. Justo el sueco, que obligó a Pep Guardiola a elegir entre él y el ascendente Leo como faro de los ataques de Barcelona –y perdió–, dejó hace un tiempo el vacío de una superestrella en la liga estadounidense, como para que ahora lo cubra Messi.
Lionel empezó a decir “adiós”. Seguiremos a Inter Miami, claro. Habrá liveblogs, memes, partidos con largas transmisiones previas. No será lo mismo. No lo rodearán los mejores de Europa –del planeta–, no tendrá grandes trofeos de clubes en juego. Nos deja un poco vacías las tardes/noches de Champions. Pero entregó 19 años de primer nivel. No nos debe nada. No nos lo debía antes, cuando la Copa del Mundo era un pendiente. Cuando la Copa América era un pendiente. Él tomaba todos los vuelos que hacían falta, se ponía la camiseta celeste y blanca para jugar amistosos en los rincones más lejanos y de menor poderío futbolístico del orbe para llenar las arcas siempre sedientas de AFA, se entrenaba a fondo sin causar polémicas.
En estos tiempos en el mundo se viene debatiendo cuál debe ser la edad mínima jubilatoria. Cuántos trabajadores deben aportar por cada ex trabajador que debe cobrar, para que el sistema no colapse. Si habrá visto el 30 de PSG las protestas en París por ese tema... Pues ciertamente, a esta altura y con todo cumplido, Lionel Andrés Messi, que aportó como nadie en términos deportivos, merece la jubilación “anticipada”. Y dónde mejor que en Miami.
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