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Lionel Messi, PSG, Mauricio Pochettino: ¿quién compra un Picasso para dejarlo en el garaje?
Ken Furphy, inglés de Stockton, mejor DT que jugador, dirigía en 1975 a Cosmos cuando Pelé llegó a Nueva York de la mano de Henry Kissinger y de la Warner para revolucionar al fútbol de Estados Unidos. “Tendrás el mismo trato que cualquier otro jugador del plantel”, le dijo Furphy. Cosmos, que unos años antes apenas juntaba a cientos de personas por partido, sumó hasta ochenta mil hinchas en el estadio. La primera temporada terminó con una dura caída en cuartos de final de los playoffs. La segunda temporada comenzó bien, pero Furphy siguió sin darle titularidad al peruano Ramón Mifflin y al brasileño Nelsi Morais, amigos y viejos compañeros de Pelé en Santos. Furphy amagó inclusive iniciar un partido con el propio Pelé en el banco. Cuentan que Steve Ross, propietario de Warner Communications, llamó desde Hollywood ese domingo de junio de 1976 y ordenó su despido con una frase histórica: “¿Quién compra un Picasso para dejarlo en el garaje?”.
Cincuenta y cinco años después, las noticias se fagocitan ahora minuto a minuto. Porque el domingo pasado PSG parecía Cosmos; Qatar, la Warner, y Lionel Messi era Pelé. ¿Mauricio Pochettino era entonces Furphy? Leo cumplía el domingo su esperada presentación en el Parque de los Príncipes. Boletos a reventa récord, camisetas número 30 por todos lados y nuevos patrocinadores. “Messi es una mina de oro”. El argentino lideró en el primer tiempo contra Lyon, pero se apagó en el segundo, comenzó a tocarse una rodilla y Pochettino lo sacó. PSG ganó con un gol agónico y los hinchas terminaron felices. “¡Qui ne saute pas / est un Lyonnais!” (”el que no salta es un lyonés”). El canto de la multitud, ironizó una crónica, bien podría haberse confundido con un “¡qui ne saute pas / est Lionel!” (”el que no salta es Lionel”). Porque Messi, enojado, era acaso el único del estadio que seguía sentado.
El gesto de Messi y esa primera conferencia de Pochettino reivindicando autoridad dieron más letra a la polémica. Peor fue al lunes siguiente el tuit de Mohamed bin Hamad bin Khalifa Al Thani (hermano menor de Tamin bin Hamad Al Thani, el jeque qatarí dueño de Paris Saint-Germain) avisándole puerta de salida a Pochettino (“Londres es una bonita ciudad, ya lo sabés”). En realidad, Mohamed bin Hamad está lejos de PSG. Fue célebre su paso por Los Ángeles en 2011, la ciudad a la que muchos ricos van a divertirse y a la que él fue a “estudiar”. Llegó con jet privado, escuadrón de sirvientes, hotel de “Pretty Woman”, box VIP para ver a Lakers, Ferrari, viajes a Las Vegas, regalos generosos, facturas superinfladas y estudios dudosos, con inasistencias crónicas y exámenes delegados a terceros (Qatar es el mayor financiador extranjero de las universidades estadounidenses). El príncipe tuitero, me aseguran desde Qatar, está a miles de kilómetros de las decisiones pesadas que pueden tomar en Doha acerca de PSG. La familia real sabe poco de fútbol. Ostenta fichando a supercracks. Y los supercracks tienen sus egos. Igual que los jeques.
Un DT que supo dirigir hace no mucho a estos egos graficaba meses atrás en un off de qué modo suelen medirse los supercracks. “Si uno llega cinco minutos tarde al entrenamiento, al día siguiente el otro llega diez minutos tarde”. ¿Copiarán entonces enojos Neymar y Kylian Mbappé cuando, inevitablemente, Pochettino deba ordenar sus reemplazos? La lesión detectada este martes a Messi, que lo marginó del partido de este miércoles, ante Metz (en un mes de calendario recargado con Champions y eliminatorias), modificó en apenas horas la mirada sobre Pochettino. Hay crónicas audaces, es cierto, que sospechan que la lesión de Messi puede ser una salida elegante, y hasta mencionan a Zinédine Zidane como futuro recambio. Como sea, el DT argentino restableció rápido su autoridad. Pero PSG sigue sin jugar bien. Y el martes próximo puede sufrir mucho ante el juego más colectivo del Manchester City de Pep Guardiola.
El fútbol, reino de la inmediatez, competitivo y muy expuesto, es una fábrica inevitable de egos. Cristiano Ronaldo, todavía goleador a sus 36 años, jamás ocultó el suyo. ¿Pero no tuvo él en Real Madrid a un DT, José Mourinho, que era “The Special One”? ¿Y no tuvo además a un presidente, Florentino Pérez, que era un “ser superior”? Egos de traje y corbata. Diego Maradona, siempre con el pecho inflado, llegó a los golpes con Carlos Bilardo porque el DT lo había sacado una vez en Sevilla.
Messi, claro, es de otro estilo. Pochettino también. El ego más expandido sigue siendo hoy el de Zlatan Ibrahimovic. Hay que leer su autobiografía. Cuando Pep Guardiola lo relegó en Barcelona, Zlatan acusó al catalán de haber comprado un Ferrari (él mismo, claro), pero sin cargarle nafta premium ni subirlo a una autopista, sino metiéndole diésel y usándolo para dar una vuelta al campo. “Para eso”, dijo Zlatan, Guardiola “debería haberse comprado un Fiat”. Cuando jugaba en Ajax, el goleador sueco trató peor al DT Ronald Koeman. “¿A qué idiota se le ocurre sacarme?”. Cuentan que cuando Pablo Picasso, el verdadero, ordenó la cuenta y el maitre aprovechó para solicitarle un autógrafo, el pintor español precisó qué quiso indicar con su gesto: “Le pedí la cuenta, no el restaurante”.
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