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Lionel Messi, Jorge Almirón, Fernando Gago y… la frase de Giannis Antetokounmpo: ¿existen los fracasos en el deporte?
Una palabra genera sensibilidad extrema y el debate se abre sobre la dedicación, el aprendizaje, los éxitos y las derrotas
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En la Argentina, como en otros tantos lugares, es muy difícil aceptar un error. Cuesta demasiado explicar o revertir algo que sale mal, obviamente, de manera involuntaria. Una equivocación. Nadie está exento. El personalismo –o lo autorreferencial– todo lo puede. La vanidad es ponderada en algunos oficios en afán de la excelencia, pero conviene alejarse de ella. En realidad, ¿en qué ámbito sería buena consejera? Nubla. Distorsiona. Demasiado cuesta admitir una falla. Pero, ¿quién se equivocaría a propósito? Nadie. Alguien trata de hacer lo mejor, pero no sale. Convivir con el error y superarlo será la cuestión, mucho más si se trata del deporte, ámbito sensible para este país, pero nada comparable con el delicado momento social, la cruda y verdadera problemática. ¿Cómo revertirlo? ¿Cómo evitar los encasillamientos? “Fracasado”, dirán. Pero, ¿qué es el fracaso? Habrá que pensarlo detenidamente, sobre todo, para beneficio de los más chicos.
Días atrás, un gigante de la NBA, Giannis Antetokounmpo, dio cátedra en una conferencia de prensa luego de una pregunta directa, tras la eliminación de Milwaukee Bucks, frente a un periodista que le sugirió la palabra fracaso con cierto morbo. “Dios mío... Me hiciste la misma pregunta el año pasado. ¿Vos conseguís un ascenso en tu trabajo o uno nuevo? No, ¿verdad? Entonces, ¿cada año que trabajás es un fracaso? ¿Sí o no? No, cada año trabajás para conseguir algo, una meta: sea un ascenso, cuidar de tu familia o a tus padres”, subrayó Antetokounmpo.
“No es un fracaso, son pasos hacia el éxito. Michael Jordan jugó 15 años, ganó seis campeonatos. ¿Los otros nueve años fueron un fracaso? ¿Eso es lo que me estás diciendo? Es una pregunta equivocada. No hay fracaso en el deporte. Hay días buenos y malos días. Hay días en los que triunfás y otros en los que no. Algunos días es tu turno y en otros no. De eso se trata el deporte. No siempre ganás. A veces otras personas ganan. Y este año alguien más va a ganar, así de simple”, prosiguió el basquetbolista. Contundente.
Acá es cuando convendrá aferrarse a una frase de Antetokounmpo que regirá hasta el final: “No hay fracaso en el deporte”. Aunque no todos harán caso de esa afirmación ni la compartirán. Al menos, sería saludable hacer el ejercicio de tratar de entenderla, de desmenuzarla hasta llegar al núcleo del mensaje.
Si Juan Román Riquelme, vicepresidente de Boca, pero con el bastón de mando hace rato, se hubiera regido por los resultados, Jorge Almirón nunca hubiera asumido la conducción técnica del conjunto de la Ribera. El entrenador viene de tropiezo en tropiezo desde que, en 2017, fue subcampeón de la Copa Libertadores con Lanús. Desde entonces, nunca más le fue bien, entre pizarrones borroneados y críticas radiales que lo devastaron. Al menos desde el punto de vista de lo que el mercado entiende como ‘irle bien’. La sucesión de clubes en los que no logró los objetivos fue larga: Atlético Nacional (Colombia), San Lorenzo, Al-Shabab (Arabia Saudita), Elche (España, en dos ocasiones) y la segunda etapa en Lanús.
“No soy la misma persona, hablo de este momento. Era natural que después de Lanús –el primer ciclo– el momento ganador pudo haber llegado, que era lo más fácil. Después tomé otros caminos y los resultados no fueron tan buenos como en Lanús. Pero el proceso de los equipos y con los jugadores fue bastante bueno. Tengo un análisis personal sobre eso. Cuando estuve en los clubes lo analicé, lo hablé y ahí quedó, muy en lo personal. Ahora creo que estoy en un gran momento. Las cosas llegan a su momento y estoy preparado para eso”. Almirón se envalentonó y, curiosamente, Boca lo contrató en la peor etapa de su carrera. Nadie sintió lo anterior como un fracaso. Ni el director técnico ni los dirigentes. Ellos sabrán los motivos.
Fernando Gago siempre evitó la palabra fracaso. “¿Sabés cuántos títulos perdí en mi carrera? Un montón. ¿Sabés cuántos gané? 17, un montón también. Pero perdí un montón más de los que gané. Perdí una final del mundo, perdí una final de Libertadores, perdí partidos, perdí tres finales de Copa América... Esto es así, gana uno solo”, declaró en una ácida conferencia de prensa en Racing. Él pensó que trataban de sacarle la palabra con un alicate. “Si no salgo campeón vas a decir que no cumplimos el objetivo, ¿no? Ah, bueno. ¿Seguro no lo vas a decir? Listo, entonces te lo digo: voy a ser campeón este campeonato, ahí tenés el título. Pero si no llegamos a ser campeón, quiero ver el título tuyo. Listo, perfecto”. Jamás lo pronunció: fracaso.
Gago está más allá. Él nunca se permitirá, y es justo decirlo, aferrarse a la decepción, desilusión, cualquier palabra que se aproxime. Se cayó mil veces y se levantó mil una por una serie de lesiones que, de a ratos, lo agobió. Pero se retiró de pie, en Vélez. Hizo lo que pudo. No hay fracaso posible en la resistencia, en el rechinar de dientes. ¿De qué estamos hablando? De esa gente que jamás se quebrará; a lo sumo, frente a la tempestad, se doblará para luego recuperar su posición. Y eso, habrá que creerlo, ya será demasiado.
Hay quienes asumen posiciones defensivas y hablan del fracaso con ironía, de contraataque. Gabriel Heinze se sube al ring en cada conferencia de prensa y hace guantes imaginarios con los periodistas. Mueve el cuerpo, a lo Nicolino Locche. Esquiva golpes dialécticos. “Yo no miro el resultado. Me hago responsable. Seré el fracasador más grande del fútbol argentino, pero si tengo que volver a jugar este partido, lo juego de la misma manera”, dijo el Gringo, tras una estruendosa eliminación de Vélez en la Copa Argentina ante Real Pilar, en 2019, por entonces en la Primera D.
Gabriel Heinze, el “fracasador”
Un año antes, en el mismo torneo, pero afuera con Central Córdoba, Heinze también se indignó con la prensa: “Lo que pasa es que nunca vas a estar ahí adentro. Eso es una diferencia tremenda, porque no vas a sentir lo que es estar en esa situación. Nunca lo va a entender tampoco. Yo tiré penales. Lo viví, erré, fracasé y también tuve éxito. Como entrenador y como jugador. Yo perdí, yo erré y yo gané. Claro que las viví. Capaz que vos no las viviste…. La tenés que vivir. ¿Me entendés?”. El debate quedaba exento a partir de los límites que puso el entrenador. A su modo, sin quererlo, se hamacaba de un lado al otro. De la consagración al fracaso.
El fútbol es una ambiente mucho más acalorado e intolerante que otros. Pocas veces se valoran los subcampeonatos o una buena campaña, como sí sucede en otras disciplinas que también se juegan de corazón, demandan dedicación absoluta y una alta inversión de dinero y energía. El rugby, el básquetbol, el automovilismo, el tenis, por citar algunas, por lo general, se mueven bajo otros parámetros y evaluaciones.
Bien sabe de eso Lionel Messi, que un par de veces amagó con dejar el seleccionado porque los títulos se le negaban. Cuánto se hubiera perdido si no hubiera asimilado esos continuos “fracasos”. Es más, algo de eso está atravesando por estas horas el N° 10 –ya mucho más maduro, en otra etapa de su carrera, por supuesto– en Paris Saint Germain.
Fanáticos insultaron al argentino en la sede del club. No sólo a él. También a Neymar y al DT Christophe Galtier por la frustración en la Champions League y por unos últimos erráticos partidos en la Liga de Francia. Los hinchas sienten que esos “millonarios” no se esfuerzan lo suficiente para sacar al equipo del “fracaso” internacional. Como si las agresiones los impulsaran para salir adelante o sacar un plus en los momentos decisivos.
Todo se potenció por un inoportuno viaje comercial de Messi a Arabia Saudita en plena crisis del PSG. Y tanto fue el revuelo que el rosarino se disculpó este viernes en video difundido por las redes sociales.
Lionel Messi se disculpó en PSG
Antetokounmpo tiene razón. Sería injusto hablar de fracaso en un resultado deportivo. Eso sí, el fracaso existe en el ambiente, pero uno mucho más profundo. Se lo podrá reconocer en algún niño subido al alambrado y de cara bordó por los insultos que lanza con un mayor arengándolo. Estará en ese grupo que en cada córner concreta “su hazaña”: escupir al adversario hasta el cansancio. Se lo verá en cada avivada, deslealtad, gesto fuera de lugar o palabra hiriente, las más terribles.
También se lo verá en cada tribuna visitante vacía en las canchas argentinas. Dirigencial y gubernamental. La Primera División se disputa desde hace casi una década sólo con público local, después del asesinato del hincha de Lanús Daniel Gerez, en el estadio Ciudad de La Plata, tras un incidente con la policía, en junio de 2013. Diez años. Nadie pudo –ni quiso– encontrar la solución para garantizar la seguridad dentro y fuera de los estadios en el campeonato local.
Es un puñado de ejemplos. Habrá otros tantos. Sobrarán los casos en los que, realmente, se podrá hablar de un fracaso. Y no se tratará de un resultado deportivo.
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