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Lionel Messi, héroe nacional: de los días ásperos al título más poderoso que ganó en la Argentina
La devoción que generó el seleccionado tras la conquista del Mundial de Qatar fue tan grande que dos hombres fueron capaces de descolgarse de un puente para caer dentro del ómnibus descapotable que llevó al plantel por la ciudad en la caravana de los campeones. Uno lo consiguió, aunque inmediatamente fue “desalojado” del coche. Otro resbaló por el costado del vehículo y cayó sobre el pavimento ardiente. Ese delirio albiceleste lo consiguió un equipo que jugó en equipo, con un capitán, Lionel Messi, que entró en el Olimpo de los deportistas.
Es cierto que Messi ya tenía ganados los corazones de los hinchas antes de la inolvidable final frente a Francia. Pero el beso a la Copa del Mundo fue como el cuento del príncipe que rompe el hechizo y se lleva el amor más deseado, el que buscó toda la vida, con casi cinco millones de fanáticos por las calles, en una marea humana que, de a ratos, impresionó y atemorizó.
Hoy da la impresión de que Messi todo lo puede. A los 35 años, como él dijo, ganó lo máximo, lo que siempre deseó, ya quizás en el tramo final de su carrera. Un recorrido de 17 años con la camiseta argentina mayor que, allá por agosto de 2005, no había empezado del todo bien. Porque, aunque parezca lejano, el hoy capitán fue expulsado en su debut. Supo de reprobación y abucheos en su país. Y hasta un par de veces dijo que su ciclo con la albiceleste estaba cumplido. Por todo lo mencionado, el final de esta historia se vuelve todavía mucho más épico.
Messi cambió demasiado desde aquella presentación frente a Hungría, de la mano de José Pekerman. El chico tímido, al que pocos conocían, le dio paso a este hombre más impulsivo, aunque los que más lo conocen juran que, puertas adentro, siempre tuvo algo para decir.
Argentina vs. Francia, el resumen
Tras aquella convocatoria de apuro en 2004 para que no se lo llevara España, las conquistas en los juveniles fueron su carta de presentación para el gran público, las que generaron la esperanza de que la Argentina estuviera frente al nuevo Diego Maradona. La mención no es antojadiza. Porque ahí, precisamente, estuvo el primer gran error con Messi, al que nunca le sentaron bien las comparaciones mientras corría como un rayo por el Camp Nou.
Siempre había algo alrededor de Messi que no encajaba con los hinchas. Un pero. Que no era decisivo. Que le faltaba temperamento. Que era más español que argentino. Que lo único que le importaba era la camiseta de Barcelona. Que no cantaba el himno porque no sabía la letra. Él sufría por eso, insistía en su búsqueda y, cada vez que podía, se refugiaba en Rosario, su remanso.
El título en el Mundial Sub 20 de Países Bajos 2005 y la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 parecieron un trampolín hacia el gran anhelo: una vuelta olímpica con el conjunto mayor. Tardó. Y tardó demasiado.
Las decepciones se encadenaron mientras pasaban jugadores y entrenadores. En cierto modo, Messi parecía bloqueado. Los mundiales se derrumbaron como fichas de dominó. En Alemania 2006, en el que marcó su primer gol; Sudáfrica 2010, dirigido por Diego Maradona, en el que no convirtió; Brasil 2014, con un subcampeonato y cuatro tantos, aunque ahí se dieron los primeros indicios de una reconciliación con el público, a partir de un equipo mucho más guerrero que lucido, del pizarrón de Alejandro Sabella y el compromiso de todos, y, para el final, el desastre de Rusia 2018, el punto final para el ciclo de Jorge Sampaoli y varios de los futbolistas históricos.
Las copas América también se sucedieron con más o menos el mismo desencanto, con una en particular: Argentina 2011, la que parecía hecha a medida del rosarino y terminó en la más cruda desilusión; es más, Messi fue silbado y abucheado en su país, en Santa Fe, precisamente. Antes, Venezuela 2007, con un subcampeonato; después, Chile 2015 y Estados Unidos 2016, con los mismos segundos puestos por penales, que parecían los del renunciamiento; hasta que el asunto empezó a enderezarse en Brasil 2019, ya con Lionel Scaloni, que poco a poco, entre dudas, empezaba a moldear el equipo campeón, frutilla que coronaría en Brasil 2021, en el mismísimo Maracaná, donde Messi, definitivamente, encontró la llave de los grilletes.
En la sucesión de hechos, Messi fue ganándose el corazón argentino en su totalidad. Tenía otro aire, otro impulso, otras contestaciones, algunas muy cerca de los límites. La mayoría aplaudió ese cambio, más cerca del crack rebelde. Ese, evidentemente, también es Messi.
El seleccionado atravesó la vida de Lionel Messi. Al adolescente y al hombre. Al esposo y padre. Al hijo, al hermano y al tío. Al de uno y mil looks: pelo largo, corto, barba y un sinfín de tatuajes. Todo retratado por el transcurrir del tiempo en medio de diferencias que saltan a la vista con lo único que se mantenía intacto: la camiseta celeste y blanca.
Messi se volvió una ilusión caminante. Para los argentinos, pero también para buena parte del mundo, para esos chicos a los que los ojos se le transforman en estrellas cuando lo ven. El N° 10 logró una reconciliación eterna. Ya lo había hecho antes de Qatar 2022. Pero todo es mucho más lindo con el mundo dorado en sus manos, una vez consumada la vuelta olímpica en helicóptero por encima del Obelisco, con millones de personas alabándolo. Nada más se podría pedir.
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