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Lionel Messi, capitán de la selección. El traumático estreno de la cinta de plomo en un Mundial
El primero que lo alertó fue Verón. La ‘Bruja’ conocía el fastidio de Lionel Messi mejor que nadie porque compartían la habitación N°10 del HPC de la Universidad de Pretoria, el búnker de la selección. También Javier Mascherano y Gabriel Heinze le avisaron a Diego Maradona que se iba a encontrar con un jugador obstinado desde su frustración. La Argentina había derrotado a Nigeria y a Corea del Sur en las dos primeras fechas del Mundial de Sudáfrica, pero Messi todavía maldecía a Vincent Enyeama y Sung Ryong Jung, esos arqueros que le habían negado el gol. Y no una, sino varias veces. Sacarlo del equipo no iba a ser sencillo porque Messi sólo perseguía venganza. Y rápido.
Maradona se reservó una carta y la iba a jugar en el momento exacto. Aunque sabía la respuesta, lo intentó igual. El entrenador le explicó a Messi que pensaba rotar varios nombres para enfrentar a Grecia, en el cierre el grupo. "No Diego, no, yo estoy bien, yo quiero jugar, dejame en el equipo", escuchó la leyenda, con tono de súplica en boca del heredero. Dejó pasar algunos minutos Maradona, apenas para dilatar lo que pensaba comunicarle. A su manera, el ‘Diez’ hasta había imaginado un acting. Nada de improvisación. No pensaba proponérselo, sino ordenárselo. "Bueno, ok... ¡Ahora vas a ser el capitán!", disparó.
A Messi lo petrificó la noticia. No se la esperaba, claro, y no se alegró especialmente. No deseaba esa cinta, por entonces disfrutaba de que nadie le exigiera liderazgos afuera de la cancha. Pero había quedado acorralado: ¿cómo negarse?
Con el equipo en la cabeza, ya sin el capitán natural en la cancha, Mascherano, ni tampoco Heinze en la alineación contra Grecia, a Maradona se le ocurrió que la cinta podía darle más confianza a Messi. Más determinación. Era como una caricia, pero Messi no la necesitaba. Messi únicamente precisaba jugar y hacer goles para saciar al animal competitivo que ya llevaba adentro. El gesto encerraba mucho simbolismo, claro, la cinta se la daba Maradona, el capitán por antonomasia de la selección. ¿Quién había sido el último número 10 que había lucido el brazalete en un Mundial? Maradona, en 1994. ¿Y contra quién? Sí, contra Grecia. Datos que para ese Messi de 22 años no representaban nada. Aquella tarde en la helada ciudad de Polokwane pudieron ser Verón, Demichelis o Burdisso los capitanes. O hasta Diego Milito, semanas antes el héroe de Internazionale en la final de la Champions ante Bayern Munich. Pero no, fue Messi por determinación de Maradona.
Cuando el entrenador le comunicó la novedad, todavía faltaban un par de días para el partido. Serían los peores para Messi en la Copa del Mundo, al menos, hasta la paliza que le daría Alemania a la selección en los cuartos de final. "¿Y qué digo?’, ¿Qué hago?, ¿Qué tengo que hacer?", le preguntaba a cada rato a Verón, en la intimidad de la habitación. "Decí lo que sentís y te va a salir solo. Pero no es fácil", intentaba tranquilizarlo..., a medias, la 'Bruja'. Verón por aquellos días no estaba con el mejor humor. Si bien iba a ser titular contra Grecia –por última vez en el certamen–, algo se había roto con Maradona. Messi ya no dormiría bien.
Con siete modificaciones respecto del equipo que había goleado 4 a 1 a los coreanos, la Argentina se enfrentó con los griegos, que sumaban tres puntos y si ganaban muy probablemente accedían a los octavos de final. Algunos compañeros de Messi se enteraron quién sería su capitán en las mismas entrañas del estadio Peter Mokaba. Él tenía en su brazo izquierdo la cinta amarillo flúo. Entonces, llegó el calvario: la arenga. Nunca lo habían visto así. Tan tenso, tan incómodo. Intranquilo, se trababa, no conseguía hablar. "Terminamos ayudándolo un poco entre todos. Creo que vivió ese momento como si hubiera sido una agresión", recuerda el profe Fernando Signorini. "Dijo algo, se trabó, aceptó que estaba nervioso y entre todos salvamos el momento. Con un par de gritos del grupo salimos de ahí y nos fuimos a jugar. La estaba pasando mal, pobre...", le confió otro titular de aquella tarde a LA NACION. Y uno más, agregó: "Dijo algo que nos hizo reír, se trabó, claro, nunca había pasado por una situación así. Él no levantaba la voz ni se hacía sentir; sí, el suyo, ya era un liderazgo futbolístico. En ese partido, sin ir más lejos, fue nuestra figura. Estaba nervioso, tenía 22 años..., hizo lo que pudo".
Con el tiempo, Messi confesaría el mal momento. Pero también se defendió: "La primera vez que fui capitán me costó hablar en el vestuario. No soy de hablar mucho, creo que cada uno sabe qué hacer en la cancha y la importancia del partido que va a jugar. Soy capitán a mi manera. Me tocó crecer en otro lado, agarré otra costumbre. Puyol tampoco era de dar charlas o arengas", comparó. Y se diferenció de un estereotipo nacional.
Regreso a Grecia, a la fría ciudad de Polokwane. Él abrió la fila hacia la cancha, seguido por Demichelis y Verón, que antes le pegaron un cómplice coscorrón en la cabeza. Los otros titulares, ese día, fueron Romero, Clemente Rodríguez, Nicolás Burdisso, Otamendi, Mario Bolatti, Maxi Rodríguez, Sergio Agüero y Diego Milito. En su partido número 48 en la selección, se convertía en el capitán argentino más joven en la historia de los mundiales. Dos días después, el 24 de junio, iba a cumplir 23 años. Para entender la dimensión de todo lo que ocurriría después en su vida: todavía nunca había llevado la cinta oficialmente en Barcelona, apenas se la había afirmado en un amistoso en 2009, contra Los Angeles Galaxy, de pretemporada, y en una formación juvenil del Barcelona B. En el Mundial Sub 20 de Holanda 2005 el capitán había sido Pablo Zabaleta, y en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, Juan Román Riquelme.
Diez años, una década ya. Mascherano recuperó el brazalete en los próximos encuentros con México, por los octavos de final, y Alemania, en el derrumbe. El volante central también la cargó en el siguiente ciclo de Sergio Batista. Hasta que Alejandro Sabella, con un persuasivo trabajo precisamente de Mascherano, apuró la nueva era. El cambio de mando. Entonces sí, Messi aceptó con agrado ser el capitán a partir de septiembre de 2011. Desde ese día fundacional, en Calcuta, en un amistoso con Venezuela, la lució en 78 partidos. Más que nadie en la centenaria historia albiceleste. Más que Daniel Pasarella, el ‘Rata’ Rattín, Roberto Ayala, Oscar Ruggeri o Diego Simeone. Y el propio Maradona.
Regreso a Grecia, a la fría Polokwane nuevamente. El partido fue un 22 de junio, como 24 años antes Maradona contra los ingleses en el Azteca. Esta vez no hubo ‘Mano de Dios’ ni barrilete cósmico. Pero Messi jugó bien, LA NACION lo calificó con un 7. En la cancha, se sabe, para él siempre se terminan los nervios. Los griegos lo golpearon. Sufrió una marca pegajosa y casi personal del griego Sokratis Papastathopulos, un defensor de Genoa –hoy en Arsenal– reconvertido en volante sólo para maltratarlo. El árbitro uzbeco Ravshan Irmatov poco lo resguardó a Messi y hasta pudo amonestarlo al rosarino porque varios de sus reclamos fueron bien elevados.
Maradona vs. Grecia en 1994, y Messi vs. Grecia, en 2010. En el medio, la selección jugó 17 partidos mundialistas. ¿Quiénes fueron los capitanes? Diego Simeone y Juan Pablo Sorin, 4 veces cada uno; Batistuta, Verón, Ruggeri y Mascherano, en dos oportunidades, y Roberto Ayala, en una ocasión.
Pero las patadas no lo amilanaron, en cambio, sí volvió a frustrarlo un arquero. Ahora, Alexandros Tzorvas, que le desvió varios remates, como antes Vincent Enyeama y Sung Ryong Jung. Y cuando no intervino Tzorvas, el poste derecho devolvió un furioso zurdazo de Messi. El mejor resumen de ese encuentro fue su alter ego, el angelado Martín Palermo, que entro por Milito a diez, sí, sólo a diez minutos del final. Slalom de Messi de derecha al centro, latigazo de zurda, el vuelo de Tzorvas para ahogarle otro gol..., y el rebote a disposición de Palermo para empujar al gol y escribir un nuevo capítulo de su vida cinematográfica.
Otro de los pasajes recordados de ese partido, incluso con Messi de protagonista..., se lo robó Maradona. El capitán griego, el intenso y molesto volante batallador Giorgos Karagounis, en un momento se fue encima del rosarino porque entendió que no iba a devolverles a los europeos una pelota que habían sacado al lateral para que atendieran a un compañero. A Messi no se le movió un músculo y lo dejó masticado su bronca. Pero, ¿cuántas veces se ha dicho que Maradona y Messi son bien diferentes...? A los gritos desencajados, el ‘Diez’, protector, soltó el inolvidable "Karagounis, ¿qué carajo le estás diciendo? ¡P...!" . E insistió, caminando al borde de la cancha, de brazos cruzados. Hasta que, quizás recordando el paso del griego por el Inter, disparó con las tripas en la garganta: "¡Vaffanculo!". Messi hacia varios minutos que se había desentendido de la situación.
Ganó Argentina 2 a 0, sin turbulencias. Demichelis había abierto el marcador. Messi terminó su participación en aquel Grupo B con 20 remates al arco después de tres juegos. Más que nadie hasta entonces en toda la Copa del Mundo. Y sin goles. Cero. Contra Grecia, la organización lo distinguió como el mejor..., y poco le importó. En un puñado de minutos, Palermo ya había desenredado lo que Messi no conseguía desbloquear después de tres partidos completos bombardeando a los arqueros rivales.
Maradona, desbordante, salió corriendo para abrazar a su capitán. Messi, como tantas otras veces, sólo se dejó envolver por la efusividad de Maradona. Otra postal de sus contrastes. Ese tortuoso brazalete no lo había ayudado para cortar el hechizo y por eso no lo iba a extrañar. Nunca hay romance en los encuentros forzosos. Todavía no era el momento.
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