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La columna de Latorre. Licha López, Carlos Tevez, Enzo Pérez... líderes positivos que van sembrando su legado mientras vencen al tiempo
Lisandro López, Carlos Tevez, Enzo Pérez, Leo Ponzio...pero también Pepe Sand o Maxi Rodríguez. En casi todos los equipos del fútbol argentino hay jugadores que han superado con creces la barrera de los treinta años y que estiran su vigencia y competitividad para convertirse en referencias, por su identificación con sus clubes pero también por su jerarquía y liderazgo dentro y fuera de la cancha. Licha López en el Maracaná y Tevez en el Beira Río dieron los últimos ejemplos durante la última semana.
Hubo un tiempo en el que el futbolista era parte del patrimonio y casi del escudo de un club. Representaba incluso su idiosincrasia y a través de los años generaba un vínculo con el sentimiento de la gente, que lo veía crecer y desarrollarse hasta consolidar la relación. Hoy esto ya casi no existe. El hincha deposita una ilusión a veces desmedida cuando irrumpe en su equipo un jugador "diferente", pero sabe que inevitablemente lo verá crecer a la distancia, por televisión y con otras camisetas.
Estos jugadores especiales que han construido sus trayectorias basados en la calidad están dejando un legado, pero como se vio en los casos de Gago y Mascherano tienen fecha de vencimiento y el futuro se presenta desalentador. No hubo en los últimos tiempos una producción de jugadores con ese mismo lazo con sus orígenes ni que estén forjando trayectorias tan exitosas en los principales clubes europeos. Lamentablemente, no se percibe una continuidad y es otro de los tantos males que afectan a nuestro fútbol.
No creo en líderes que sólo aportan personalidad de caudillo; por el contrario, pienso que el liderazgo debe estar sustentado en las condiciones futbolísticas, ahora mucho más que en otras épocas. Las dinámicas dentro de los planteles de fútbol han cambiado. El tiempo en que el chico que se incorporaba a la Primera miraba al veterano con devoción, admiración y un respeto casi reverencial que a veces le impedía hablarle, pertenece al pasado.
Cuando me tocó subir al primer equipo en Boca, mis compañeros eran Gatti, Krasouski, Juan Simón, Giunta, Marangoni...y no resultaba fácil conectarse con ellos. Por como uno los veía y porque ellos imponían distancias más allá de sus calidades humanas. Ocurría que la concepción del liderazgo era por entonces más verticalista y autoritaria, regida por una disciplina rígida, casi militar. A un chico que subía, casi siempre en tiempos de crisis, se lo sometía a un escrutinio total, debía pasar pruebas de personalidad –por lo general poco agradables– cada día, en cada entrenamiento. Había muchas barreras y romperlas dependía del propio líder.
Hoy, por fortuna, esas relaciones se dan de un modo más natural. Los pibes van integrándose rápidamente y de manera más numerosa a los equipos. Ya no sube uno solo que se siente desprotegido, sino cinco o seis juntos que, por las necesidades económicas del club, ocupan lugares de forma masiva en los planteles. Esa realidad le brinda al líder una visión distinta. Entiende que el capital del club también se apoya en los más chicos y lo impulsa a ayudarlos y apoyarlos. Su rol se ha modificado, creo que positivamente. Es más comprensivo y está más capacitado para ser un guía desde la emoción y la inteligencia; para entender dónde estamos y hacia dónde vamos, sin autoritarismos.
Cumplir esta nueva función exige cualidades diferentes a las de antaño. Todavía guardamos en el ideario la concepción del líder como la del futbolista que defiende a sus compañeros o es el intermediario con los dirigentes. Esto puede ser válido, quedan algunas muestras como Sergio Ramos, pero la actualidad va dando paso a otra época que pide, sobre todo, conocimiento del juego y representación futbolística como condiciones para marcarle el camino a los demás.
Los ejemplos que tenemos en el fútbol argentino rellenan esos casilleros, y si lo hacen es porque persiguen objetivos concretos que les generan ilusión para mantener las ganas de seguir entrenando, al margen de sus edades. La Copa Libertadores, el orgullo, terminar la carrera en paz con uno mismo y sin deudas que saldar...cada uno tendrá su propio desafío.
Pero además, los jugadores de la calidad de quienes hablamos saben que pueden alcanzar sus retos. Vimos en estos días las imágenes en blanco y negro de Maradona y su sueño de ser campeón mundial cuando todavía era muy chico, y después las históricas con la copa en México 86; recuerdo a Riquelme en 2007. Los casos abundan. Nadie gana solo, pero tener ese espíritu y sentir que uno está en el lugar que quiere, otorga una fortaleza que arrastra al resto y posibilita el éxito.
Aquel Maradona infantil me lleva a pensar también la necesidad de rescatar al pibe que empezó pateando una pelota y jugaba solo por el hecho de jugar. Estoy convencido de que futbolistas como Licha, Tevez o Sand saben de la responsabilidad que implica asumir que son parte de la historia de sus clubes, son conscientes de que están dejando un legado y que detrás hay un vacío que al fútbol argentino le será difícil rellenar. Pero aun así, estoy seguro de que –lo sepan o no– hoy entran en la cancha llevando aquel pibe adentro, ese chico que es feliz jugando y que nunca debería perderse de vista.
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