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Las virtudes comunes de Boca y River para afrontar con garantías las semifinales de la Copa Libertadores
Pocas veces un superclásico jugado en vísperas de unas semifinales de Copa Libertadores ofrece tantas aristas interesantes como el disputado el sábado. Como hace dos años, Boca y River vuelven a enfrentarse a equipos brasileños en esa instancia de la Copa Libertadores, y lo visto hace 48 horas en la Bombonera descubre las características y virtudes comunes que vienen exponiendo en las últimas ediciones de los torneos continentales.
La esencia del jugador argentino está atravesada por la manera en que vivimos el fútbol. Nuestros equipos tienen muy incorporadas las consecuencias que implica perder; la histeria y el drama que sobrevendrán tras el tropiezo. Pudo verse el sábado, incluso en un encuentro sin público y por una competición devaluada. Todos fueron perseverantes y porfiados más allá de los errores individuales y colectivos, lo cual llenó el partido de detalles y produjo un ida y vuelta constante.
La Copa Libertadores tiene una peculiaridad: se convive todo el tiempo con el riesgo. Una jugada aislada puede dejarte afuera, y el jugador puede sentirse eliminado durante un lapso más o menos prolongado de un partido. Es ahí, en los momentos de mayor adversidad, cuando se precisa que afloren las respuestas, futbolísticas y anímicas, y es donde el jugador argentino brinda un plus, tal vez porque sabe de supervivencia. En definitiva, el futbolista es parte integrante de la sociedad en la que crece, se impregna de su cultura, y en nuestro país la vida misma suele ser un acto de supervivencia.
El fútbol en su conjunto no deja de ser una suma de complementos, y el carácter es uno de ellos. Se demuestra con la rebeldía ante la derrota, pero también con la capacidad de dejar de lado el miedo a jugar en los momentos de extrema dificultad, con el temperamento indispensable para pedir la pelota y obligarse a participar si la situación es negativa, porque el carácter sin juego tampoco vale de mucho.
En este punto aparece el otro factor común que lleva a River y a Boca a alcanzar año tras año las instancias finales de la Copa: reúnen algunos de los pocos futbolistas de jerarquía que permanecen en el continente. Ambos han logrado sostener sus estructuras, en las que habitan hombres como Tevez, Enzo Pérez o Matías Suárez, que no se encuentran fácilmente en el deprimido panorama sudamericano.
El 2-2 de la Bombonera dio nuevos ejemplos al respecto. Entra Tevez y vemos que el paso del tiempo puede ser un atributo; salta Borré en el momento exacto y le gana por arriba a un defensor diez centímetros más alto que él. Al mismo tiempo, el partido del sábado volvió a demostrar que existe una falsa consagración de la modernidad. En el fútbol no se trata de correr mucho o poco sino de ser inteligente, de tener astucia y pericia para leer esos mismos espacios que existen desde el día que los ingleses inventaron este juego. Todo mantiene su vigencia, y pretender llevar al fútbol al terreno científico resulta poco útil.
Tevez es un jugador veterano que perderá en una carrera de velocidad lineal, pero que solo acomodando el cuerpo es capaz de eludir a un adversario, y con el amague puede hacerle creer al rival que está yendo hacia un lado para terminar metiendo un pase de gol hacia el otro. Del mismo modo, Nacho Fernández tiene la repentización indispensable para darse cuenta que para que Borré le gane a Izquierdoz necesita un centro cortito y pinchado, y ninguna otra cosa. Y el pibe Girotti posee la viveza para arrodillarse en el área chica y meter un gol como si estuviera jugando un cabeza en la playa. Porque en eso de la picardía al jugador argentino tampoco le gana nadie.
En Brasil la situación es diferente. El éxodo a Europa de futbolistas de primera, segunda y hasta tercera línea lo ha perjudicado. No es lo único. Antes había una gran cantidad de jugadores con el sello distintivo de aquellos que aprendían a dominar la pelota en la playa. Hoy, lamentablemente, ese estilo de jugador parece agotado. Quizás siga existiendo, pero cuando entra en un régimen formativo de divisiones inferiores se le exigen las pautas que marca la globalización y de esa manera va perdiendo los rasgos propios de su idiosincrasia, su categoría natural, incluso la alegría. Y si no es así y apunta para ser una joya, se lo llevan a Europa a los 16 o 17 años.
Jerarquía, personalidad y el mantenimiento de líneas de juego muy definidas hacen sobresalir a Boca y River sobre los demás, incluso a pesar de sus defectos. Como la querencia de Boca por resguardarse en chispazos de juego, a pesar de haber demostrado -en la revancha contra Racing- que puede llevar el dominio de un partido durante períodos más prolongados. O los problemas defensivos de River cuando el rival supera la primera línea de presión, agravados a partir de la marcha de Martínez Quarta, el central que mejor entendía la mecánica del achique y el anticipo.
Santos y Palmeiras son conjuntos que responden a esta actualidad algo difuminada del fútbol brasileño. Por todo lo dicho, Boca y River parecen contar con los argumentos necesarios para enfrentarlos con suficientes garantías de éxito.
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