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Las razones de una renuncia que desnudó al Gabriel Heinze que nadie conoce
Gabriel Heinze se cansó. Agotado al entender que el propio club parecía entorpecer su proyecto, decidió marcharse de Vélez. Hace tiempo que se habían extraviado las coincidencias imprescindibles para avanzar. La noticia retumbó, todos se sorprendieron menos él, desde luego, que maduró la decisión durante varias semanas. La nobleza, la frontalidad, son valores que Heinze no negocia. LA NACION, a través del pequeño círculo íntimo del entrenador, averiguó que sucesivas "mentiras" fueron desanimando al técnico. "Nadie puede seguir donde sus valores indican que ya no debe permanecer", fue la frase que le murmuraron a este medio para graficar el escenario. Heinze, que tenía contrato hasta mediados de este año, dirigirá la última fecha contra Unión, el próximo lunes en Santa Fe, y se desvinculará de la institución.
Este mediodía mucha gente conoció una cara desconocida de Heinze. Se quebró, se le cubrieron los ojos de lágrimas al referirse a su plantel. Dejó que la conferencia de prensa recorriera temas futbolísticos durante media hora, y cuando se agotaron las consultas, comunicó su despedida ante la sorpresa general. No avanzó en detalles y se reiteró en agradecimientos. No dejaba de golpear con sus dedos en el escritorio de la sala de conferencias y no era por tensión, estaba conmovido. "La verdad ya la saben. El libro de estos dos años ya está escrito. No se puede estar en posiciones tan dispares", fue la frase más contundente que ofreció.
No se había filtrado ni un rumor. No lo sabía nadie. Los jugadores se enteraron esta misma mañana en la Villa Olímpica, de Ituzaingó, antes de comenzar la práctica. Pocas palabras y mucha angustia compartida. Los dirigentes conocieron la noticia a través de Pablo Cavallero, el manager, al que Heinze le trasladó su determinación bien temprano. El DT, anoche, le había pedido una reunión al presidente Sergio Rapisarda, pero compromisos en la agenda del dirigente le impidieron presentarse a primera hora en la Villa. Otra señal inequívoca de la tirante relación.
La verdad ya la saben. El libro de estos dos años ya está escrito. No se puede estar en posiciones tan dispares
Los demás colaboradores del cuerpo técnico lo supieron apenas hace algunos días. Heinze no quería que nadie se desenfocara en la recta final de la Superliga, pero tenía la determinación tomada desde enero, prácticamente cuando se reanudó el campeonato.
Hace varios meses que ya no existían puentes entre Heinze, de modos ásperos y posiciones duras, y los dirigentes, con el presidente Rapisarda a la cabeza. El canal de diálogo estaba roto. En agosto del año pasado, Heinze no ocultó su fastidio ante la venta de Nicolás Domínguez, transferido a Bologna casi entre gallos y medianoche. "Yo entrené con Nicolás Domínguez hasta ayer, así que tuvimos que improvisar un poco. Me enteré que se iba el mismo día, no comparto para nada la forma de nuestro presidente en hacer estas cosas, pero uno tiene que acostumbrarse a esto. No comparto algunas formas y tengo que hablar para que no pasen más, no me gustó lo que pasó", estallaba el entrenador.
Fuentes cercanas al entrenador le contaron a LA NACION que la salida de Gastón Giménez –además de sucesivos vaivenes en el mercado de pases del verano– terminó por convencer a Heinze de que su proyecto estaba azotado por las mentiras. Que cualquier esfuerzo ya no tendría sentido. Las promesas, varias veces, se diluían ante la realidad. La desvinculación del volante, pilar como Domínguez de la idea futbolística, no iba a concretarse antes de junio próximo, y sin embargo el ex Godoy Cruz y Estudiantes ya se encuentra en los Estados Unidos, en Chicago Fire. "No estoy conforme, no fue lo que se había acordado y hablado. Las cosas se deben organizar distinto, antes, porque da tiempo a planificar. Pero ya hablé de este tema. Yo no decido las cosas en este club", volvió a señalar Heinze hace unos días. Demasiados indicios.
El ciclo, después de dos años y tres meses –firmó el 12 de diciembre de 2017–, arroja 70 partidos jugados, con 30 victorias, 22 empates y 18 derrotas, para un 53% de efectividad. Vélez recuperó el protagonismo y definió una identidad agresiva, pero le quedó pendiente estabilizar el nivel para volverse más confiable. Primero se salvó del descenso y luego escaló hasta las copas internacionales, terreno del que se había alejado la institución durante seis años. Supo ganarle, y dos veces, al River de Gallardo, y también, en marzo del año pasado, perdió con Real Pilar, de la D, y quedó eliminado en los 32avos de final de la Copa Argentina. Histórico: nunca un conjunto de la última categoría había eyectado de la competencia a uno de la A. Aquella noche, ante la prensa, Heinze respondió: "Entonces, como usted [por el periodista] lo analiza, seré el fracasador más grande que hay en Vélez, o en el fútbol argentino".
Lo concreto es que Vélez recuperó un espacio que había perdido en las temporadas anteriores. Incluso, hoy está en los 16avos de final de la Copa Sudamericana y en la pelea por conseguir un cupo para la Copa Libertadores 2021. Potenció futbolistas, promovió juveniles y marcha quinto en la tabla de los promedios. Quizás le faltaron matices en el juego y el equipo arrastró un déficit: su baja eficacia. Varios partidos parecieron calcados: Vélez con el dominio, generando sobradas ocasiones de peligro, pero con una pobre vinculación con el gol. Hasta perder partidos de manera tan injusta como incomprensible.
El plantel se cotizó a partir del renacimiento futbolístico del club. Prueba de ello son las cláusulas de rescisión establecidas para Thiago Almada, en 20 millones de dólares, y otros 10 en el caso de Lucas Robertone. Sin perder de vista las ventas: 8 millones de euros por Santiago Cáseres, a Villarreal; 8,5 millones por el 80% del ‘Monito’ Vargas a Espanyol; 9,4 millones por el 75% de Domínguez a Bologna, y 4,7 millones de dólares por Gastón Giménez a la MLS.
"Este club se lleva un pedacito de mi corazón", confió un hombre tan alejado de la demagogia que, nunca, ni siquiera levantó un brazo para saludar a los hinchas cuando lo ovacionaron en el Amalfitani. En todo momento cuidó la imagen del club y la calidad humana de la gente que lo cobijó. No faltaron menciones hasta para la cocinera. Evito un discurso refractario. Eligió irse sin acusaciones ni señalamientos. Sentía que ya no valía la pena; aclaró que todo se lo había dicho en la cara, y en el momento adecuado, a quien correspondía. Muchos episodios anteriores habían sentenciado la salida.
Durante su estada en Liniers, a Heinze lo buscaron varias instituciones. Salvo River, los otros cuatro grandes trataron de llevárselo, por ejemplo. Incluso Talleres, a finales de 2017, le hizo una oferta mucho más atractiva antes de que el entrerriano firmara con Vélez, pero como sería un sello de su gestión, Heinze respondió que ya le había dado su palabra al club velezano. Desde ese compromiso, ni siquiera recibió ni escuchó a emisarios procedentes de Brasil, México, España y Francia. Les pidió disculpas "por sus tonos" a los periodistas, y con la voz quebradiza, desnudó sus miedos en la despedida: "El que la va a tener jodida ahora soy yo, veré como hago, como sigo, Vélez va a continuar porque es un club extraordinario".
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