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Las gambetas de Gauto, el mejor afiche para la venta de “la liga del fútbol campeón del mundo”
Claudio Tapia, presidente de la AFA, busca resaltar cada fin de semana que en la Argentina se juega la “liga del fútbol campeón del mundo”; sin embargo, la organización doméstica está lejos de la elite
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Pasaron dos meses de la consagración de la selección argentina en Qatar, pero esa sensación positiva de lo que fue capaz de generar como grupo el plantel liderado por Lionel Scaloni perdurará por mucho tiempo. Casi que cada argentino, orgulloso por lo que sintió y vivió, lo quiere capturar para sí por siempre en algún rincón de su ser. Ese momento, ese instante. Y, por qué no, también sentirse (a su manera) campeón del mundo. Ese simpatizante que salió a festejar por un Obelisco que se transformó en ciudad y que también fue a recibir al ómnibus de la Scaloneta, en un hecho sin precedentes en la historia argentina.
Los dirigentes argentinos, encabezados por Claudio Tapia (presidente de la AFA) también buscan darle continuidad en los festejos. Por eso la cantidad de homenajes en cada estadio, las réplicas de las copas del mundo en protagonistas que supieron hacer honor de ese galardón en el 78 y 86, por eso los amistosos programados para la ventana de marzo tienen más que ver con la fiesta de los jugadores con los hinchas que pensados en conseguir rivales competitivos.
Cada detalle sirve para “sacar pecho” y gritar a los cuatro vientos que en la Argentina se juega “la Liga del fútbol campeón del mundo”. Hasta en las transmisiones de TNT Sports y ESPN Premium o la TV Pública se comienza remarcando ese latiguillo: “la Liga del fútbol campeón del mundo” es argentina. Hay que decirlo. Hay que venderlo. El tema es ¿qué se vende?
Ahí es cuando, lo que se ve como producto, no se condice con lo que supieron conseguir entre Lionel Messi, Dibu Martínez, Julián Álvarez, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister, Cuti Romero, Otamendi, Lionel Scaloni y Cía… Porque “la liga del fútbol campeón del mundo” sigue estando a años luz de estar a la altura o ser campeona del mundo. La estadística fría dice que sólo Franco Armani, como representante local, fue parte de los 26 que dieron la vuelta olímpica. Pero eso es sólo el principio. Condicionada por una economía del país (aquí los dirigentes sí no pueden hacer demasiado) lo que se ve luego en los campos de juego está lejos de acaparar los ojos del mundo. O, si lo hacen, no es precisamente para vender cosas positivas o generar elogios.
Ojalá fuera distinto, pero en este arranque de la Liga Profesional 2023, lo que mejor “vende” la liga del fútbol campeón del mundo es un alto nivel de sospechas. Sospechas en los arbitrajes, sospechas que el VAR manejado por humanos no sólo no logró evaporar sino que, todo lo contrario, potenció. La tecnología es una cosa, cómo se utiliza es otra. Porque lo que se escucha cada jornada de partidos son polémicas y líneas trazadas que fomentan las suspicacias. Claro, nadie tiene pruebas, pero todos (jugadores, entrenadores, dirigentes, periodistas) miran de reojo los arbitrajes y las decisiones que se toman hasta en un lateral. Hay quejas y hasta resignación, como sucedió con Gabriel Milito, DT de Argentinos, en el último partido con River. La desconfianza puede ir en todas las direcciones, incluidas las periodísticas. Se vive en un país en donde se duda de todo y el fútbol no está al margen. Por el contrario, forma parte de…
Esto va más allá de lo que sucedió con River y Argentinos porque las polémicas dominan la escena en todos los partidos, como pasó en Racing vs. Tigre, como también en Barracas Central vs. Unión. Y la lista podría ser interminable. La falta de credibilidad entre lo que se ve y termina sucediendo incluye a todas las camisetas. Y también involucra la fuga de futbolistas que, cada vez menos seducidos por quedarse en el país, se van libres. Prefieren quedarse un año sin jugar a que renovar por la oferta argentina. Eso debilita a los clubes. Y eso, en el peor de los casos. Ni que hablar de la desvalorización de una liga que ya no sólo no puede competir a nivel contractual con Europa, Estados Unidos o Rusia, sino ahora tampoco con Asia, México y Brasil.
Hay actitudes positivas, como podría ser la voluntad (y realización) de tener mejores estadios –como se preocupó -y ocupó- la gestión de Jorge Brito en River para encarar una muy buena obra y llevar su capacidad de ingresos del Monumental a 83.000- o hasta buscar la forma de darle más espacio a los socios antiguos que a los turistas en la Bombonera –como se enacrgó la gestión de Ameal-Riquelme en Boca-, pero aun así hay sospechas (según la Justicia) de que en los últimos partidos hubo exceso de aforo. Hay tribunas clausuradas o intenciones de clausura. Ahí le apareció un rayón al auto. Pero se mira lo macro y la liga del fútbol campeón del mundo, en materia de espectadores, sigue sin encontrarle la vuelta (en organización y seguridad) para jugar con hinchas visitantes.
También pueden haber buenas intenciones cuando en la mayoría de las canchas se busca tener un buen campo de juego. Si hay un terreno a la altura de la cita, el nivel de los equipos debería tender a subir. Pero en eso tampoco la liga está invicta: no será la primera (ni la última vez) que un equipo chico empobrece su césped en las dos semanas previas a recibir a un equipo grande porque siente que así le dará mayor oposición deportiva.
Pero también falta entregar otras señales y mensajes. Antes del partido con Platense, Juan Román Riquelme, en su rol de vicepresidente xeneize y presidente del Consejo de Fútbol, desafió a los periodistas con una pregunta: “¿Quién juega lindo en el fútbol argentino?”, y tras unos segundos de silencio, él mismo asumió la respuesta: “Nadie”. Se entiende que Riquelme quiso defender a los suyos, habló (y con lógica) de lo complejo que es volver a jugar luego de tres meses justamente por el calendario modificado por el Mundial de Qatar, buscó respaldar a su entrenador Hugo Ibarra reconociendo que pueden jugar mejor, pero que esto es sólo el comienzo. Pero con ese tipo de definiciones, además, se corre el riesgo de “equiparar para abajo”, de conformarse con no jugar lindo… total, ¿quién lo hace?. Se puede coincidir o no con su apreciación, se pueden marcar diferencias de continuidad y proyecto, pero si nadie juega lindo en el fútbol argentino, no habla bien de “la liga campeona del mundo”. Si eso sucede, entonces el juego no capta atención en los demás continentes, los jugadores no se cotizan, las ventas rutilantes al exterior pasan a ser cada vez más excepcionales, como pudieron ser las de Julián Álvarez a Manchester City o la de Enzo Fernández a Benfica (y posterior salto a Chelsea).
En un fútbol cada vez más profesionalizado (y sospechado por lo que también sucede en el ascenso hace años), una imagen del viernes por la noche apareció como bocanada de esperanza. Fue en la cancha de Huracán. El juvenil Juan Gauto, de apenas 18 años, hizo el 2-0 ante Barracas Central y fue directo a la platea para abrazarse con su mamá, que rompió en llanto. Emotivo, conmovedor, la postal que el fútbol de la liga campeona del mundo sí debería mostrarle a todo el mundo. Es lo que debería viralizar. Es de lo que debería sentir orgullo. Porque no se trató sólo del resultado. Minutos antes a su golazo de contraataque, el delantero había mostrado una rebeldía y desparpajo a pura gambeta. ¡Y antes se había equivocado! En una situación anterior, había gambeteado al arquero Desábato pero su remate se había ido desviado. No le importó. Y estuvo perfecto que no le importara. Porque los errores forman parte del fútbol. Los errores sí, el conformismo o la chatura no. En la siguiente gambeteó hasta levantar a todo el estadio Ducó de admiración y luego sí, estallaron todos con ese toque sutil a la red.
Ese abrazo de Gauto con la madre es lo mejor que hoy puede venderle al resto del planeta “la liga del fútbol campeón del mundo”. Porque Gauto tiene un futuro enorme, y ojalá su familia, el entorno, el cuerpo técnico de Diego Dabove y sus compañeros, y hasta los dirigentes de Huracán le generen el contexto para poder seguir creciendo y explotando esos recursos genuinos del potrero argentino sin quemar etapas. La misma figura podría servir para Equi Fernández o Exequiel Zeballos en Boca, Esequiel Barco o Franco Alfonso en River… Y así se puede tomar un ejemplo en cada club, como lo hizo Agustín Alonso para Platense cuando ingresó ante Independiente.
El arte de gambetear (y de ir para adelante) no se consigue en todos lados. ¿Y si la AFA empieza a tomar lo que sucedió con Gauto como afiche promocional de lo que más debería verse cada fecha en el fútbol argentino? Cambiar la imagen de la liga profesional argentina (puertas para adentro y para afuera) llevará su tiempo, pero por algo se puede empezar.
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