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Las argentinas alcanzaron un empate imposible ante Escocia y esperan un milagro para clasificarse
PARÍS.– ¿Cuándo fue que estas jugadoras rajaron la tierra para tomar el cielo por asalto? ¿En qué instante lograron que el Parque de los Príncipes, el mismo donde se jugaron los Mundiales de varones de 1938 y 1998, fuera un puño apretado gritando por Argentina? ¿Fue acaso la Copa América 2018 el inicio de esta transformación futbolística y también cultural? ¿Aquel Topo Gigio para decir sin decir que querían ser escuchadas? ¿Habrá sido quizás el primer partido de fútbol de mujeres jugado en 1923 en la antigua cancha de Boca –una historia jamás contada– el impulso para barrer con todo y armar un fútbol nuevo? ¿Aquel 4 a 1 en el Mundial de 1971 cuando Elba Selva anotó cuatro goles frente a Inglaterra ante 90 mil personas?
El Argentina 3 vs.Escocia 3 no define nada y sin embargo revoluciona la historia. Este equipo no sabe aún si estará en octavos de final, pero tiene la certeza de que habrá un antes y un después de este Mundial.
Circula en el ambiente del estadio una felicidad que no parece tener fecha de vencimiento. En la cancha hay contradicciones: estas futbolistas no imaginaron llegar hasta esta instancia, ni empatar contra Japón, perder por la mínima diferencia contra Inglaterra y terminar jugando así. Con bronca, con la sensación de que se podría haber ganado si no fuera porque la árbitra norcoreana Ri Hyang-Ok apagó el partido en un segundo: después de que la pantalla había mostrado que iba a adicionar 4 minutos, cortó la térmica y dejó a Argentina con bronca. ¿Qué sería de toda esta historia si el partido hubiera tenido 4 minutos más con un equipo que pasó de estar 3 a 0 abajo a lograr el empate?
El partido empezó con una Selección con modificaciones. Después de ser elogiada por la prensa mundial por un catenaccio que funcionó a la perfección, Borrello cambió el esquema. Ruth Bravo, habitual volante central, pasó de 4. Afuera quedaron Adriana Sachs y Miriam Mayorga. Vanesa Santana ingresó para marcar y armar juego desde el círculo central; y Mariana Larroquette para aportar velocidad y acompañar a Soledad Jaimes arriba.
La modificación quedó clara en los primeros minutos, con un equipo parado más adelante, con Estefanía Banini más suelta y con una selección dueña de la pelota. A los 17, Larroquette tuvo una chance clara con un cabezazo tras un centro de Florencia Bonsegundo, pero la pelota dio en el travesaño. En la cancha, por la tele y en las tribunas generó expectativa un equipo que se plantó de igual a igual.
Escocia aprovechó eso. Cuatro minutos más tarde, una falla de Agustina Barroso en la salida le dejó la pelota a Cuthbeth, que avanzó entre cinco jugadoras y, después de una tapada de Correa, le dio el pase a Little para que anotara el primer gol. En la cancha, el gol lastimó el ánimo. Argentina intentó, se apoyó en Banini y en Bonsegundo, que mostró siempre, en cada minuto, sus ganas de jugar; pero no encontró el juego. En el segundo tiempo quedó 3 a 0 abajo a los 24 minutos.
Ahí fue cuando Borrello apostó al futuro. El hombre que dirigió a esta selección en todos los Mundiales que jugó decidió sacar a la capitana y a Soledad Jaimes. En sus lugares puso a Milagros Menéndez, delantera de la UAI Urquiza, de 22 años, una jugadora que no había ingresado hasta ayer. Y a Dalila Ippolito, delantera de River, la más chica del plantel, con 17 años.
En la primera pelota que tocó, Ippolito la pisó, amagó, y llenó los ojos de fútbol. Este equipo también transforma la realidad porque construye una dimensión de futuro. Las nenas en Argentina tienen ídolos y modelos dentro de la cancha; las jugadoras que surgen tienen en la sangre la misión de romper lo establecido: quieren hacerse protagonistas también del momento.
Ippolito tuvo que viajar aquí con un permiso de sus padres por ser menor y en la concentración vuelve rápido a su cuarto para hacer la tarea y tener la carpeta completa (está en cuarto año de la secundaria). Ella transformó el ritmo del partido.
Su desfachatez pura, las medias un poco bajas, los brazos en movimiento para pedirle al público que alentara a Argentina, la hicieron a ella también viajar en el tiempo: al finalizar el partido dijo que sintió que estaba jugando en el potrero de su barrio, en Villa Lugano, donde empezó a soñarse futbolista.
Dalila se juntó con Menéndez, y Bonsegundo siguió corriendo, intentando. El papá de Mili había pedido que le dieran diez minutos a su hija: que podía cambiar la historia. Ella anotó el descuento y Bonsegundo descontó con un remate desde afuera que pegó en la mano de la arquera Lee Alexander y se metió.
Un par de minutos antes del final, a Aldana Cometti le pegaron en el área. Bonsegundo fue a patear el penal. El VAR ayudó a Argentina: primero se lo atajó Alexander, pero como se había adelantado, se repitió. En el segundo intento no falló. Fue un empate con sabor a hazaña. El Parque de los Príncipes tuvo ahí un clima efervescente.
En la película "Medianoche en París" el protagonista se detiene en una callecita de esta ciudad. Un auto antiguo se detiene cerca suyo. Lo llaman y sube. Y viaja en el tiempo. Conoce así a toda la bohemia de la década del ‘30, del París que era una fiesta: Hemingway, Picasso, Dalí, la bailarina Joséphine Baker. Cada noche, entonces, va a esa calle para viajar en ese auto a otra dimensión.
Por momentos pareciera que estas jugadoras hacen lo mismo. Como si viajaran a aquel primer partido de 1923, como si hicieran una parada en México 1971 para charlar con Betty García, Marta Soler o Teresa Suárez; como si se juntaran en os potreros y entre todas –las jugadoras que ya no están, las que fueron catalogadas como machonas o varoneras, y ellas mismas– hubieran imaginado todo esto. Como si esta reparación histórica a la que ellas le ponen la firma fuera un objetivo sin tiempo ideal. Una misión que engloba pasado, presente y futuro.
Ahora hay que esperar si el camino en este Mundial sigue. Pero hay algo que ya no requiere espera. El fútbol femenino en la Argentina ocupa otro lugar. La historia, escrita y protagonizada hasta aquí por varones, ya no es la única válida.
Hay gente que llora por este equipo, por la identidad de juego construida, por las luchas ganadas y por la toma del poder. De ahora en más la pelota no tiene género.
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