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Las ‘Águilas’ nigerianas y el viaje del pánico al guiño
Una sombra negra ya mandó alguna vez al diván a la selección argentina. Los ojos del mundo descubrían a Nwankwo Kanu, Okocha, Amokachi, Ikpeba, Babayaro y Taribo West. La aparición espectral de Emmanuel Amunike cuando se agotaba el tiempo reglamentario, detrás de un achique mal tirado, le arrebataba a la Argentina la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Nigeria campeón. Se creía que África acababa de dar el primero de muchos zarpazos, que todavía se están esperando. Nigeria se instalaba como un tormento para la Argentina. Algunos años antes, en el Mundial Sub 17 de Japón 93, en Nagoya, las ‘Águilas’ habían arrollado a los chicos que dirigía Merlo: 4 a 0, con Oruma, Babangida, Babayaro y, desde ya, Kanu. En Estados Unidos 94, en el inolvidable partido de la enfermera llevándose de la mano a Maradona para el antidoping, la selección de Basile comenzaba en desventaja y dos goles de Caniggia rescataban al equipo. En los 90, con sólo mencionar a Nigeria se agitaba un tembladeral.
Pero el panorama frente a los nigerianos comenzó a volverse venturoso. Tanto, que se convirtieron en la barrera previa a dos coronaciones argentinas. Dos alegrías para jugadores que ahora están en Rusia. Dos penales de Messi condujeron a la selección a derrotar a las ‘Águilas’ y alzar la corona Sub 20 en el Mundial de Holanda de 2005. Ese conjunto de Ferraro venció 2 a 1 y, además de la Pulga, contaba con Lucas Biglia y Sergio Agüero. De aquella Nigeria juvenil a esta, sólo se mantiene un jugador emblemático, el volante John Obi Mikel. Y en la última conquista albiceleste, como un preanuncio de buenas noticias, nuevamente apareció Nigeria. Esta vez en los Juegos de Pekín 2008 la medalla dorada brilló sobre el pecho de Javier Mascherano, Messi, Agüero y Ángel Di María, autor del gol en la final tras una asistencia de ‘Leo’ y una larga corrida.
Pasó el temblor y los mundiales se convirtieron en un talismán. La Argentina desarrolló la destreza para amaestrar a las Águilas. El adversario indócil que despertaba pesadillas se convirtió en un eslabón hacia los mejores sueños. La selección domó al fantasma. El sorteo colocó a los nigerianos en el estreno de la Copa del Mundo de 2002: en Ibaraki, un córner de Verón y un cabezazo de Batistuta sellaron el triunfo. Las casualidades y el azar cruzaron nuevamente a las ‘Águilas’ en la ruta mundialista, y en otro debut: en 2010, en Johannesburgo, y volvió a ganar la Argentina, por la mínima: córner de Verón y cabezazo del ‘Gringo’ Heinze. Cuatro años más tarde, en Brasil 2014, otra vez apareció Nigeria, pero ahora para cerrar el grupo: en Porto Alegre, dos gritos de Messi y un rodillazo de Rojo cerraron la cosecha perfecta de la selección en la primera rueda. "No es de este planeta, no señor... Quizá sea de Marte o de Júpiter, pero de acá no es", contaba entonces con resignación el técnico nigeriano Stephen Khesi. Hablaba de Messi. Paradójico, hoy la Argentina lo necesita con los pies sobre la Tierra.
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