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En 1975 alcanzó un récord que aún se mantiene vigente en el fútbol argentino: metió 60 goles en un año. Los hizo en 57 partidos. Sólo unos pocos iluminados en el mundo, encabezados por Lionel Messi, han conseguido superar esa cifra en una temporada. Dueño de un cañón en su pierna derecha, es el 5° goleador histórico de San Lorenzo, con 140 gritos, y de haber metido dos más estaría 3° en el ranking. También la rompió en el Sevilla, convirtiendo 64 goles en 4 temporadas, y una bandera del Sánchez Pizjuán lo recuerda en cada presentación. Es recibido con honores cada vez que viaja allí (salvo para algún técnico argentino que no sabe quién fue) y su nieto Valentino intenta continuar con el legado, destacándose en el filial del Sevilla, aunque ya ha debutado en el primer equipo. La pasó muy mal al dejar de jugar, estuvo tres años deprimido, salió adelante con escuelitas de fútbol, superó dos operaciones difíciles y hoy disfruta trabajando en su querido San Lorenzo, aunque también ha tenido que pasar tragos amargos en su segunda casa. Contesta las 100 preguntas, mostrándonos las reliquias y trofeos de su hogar, y lamentándose de que los delanteros ya casi no patean de lejos al arco, un hombre de pueblo, de San Justo, provincia de Santa Fe: Héctor Horacio Scotta. El Gringo.
-Era picante, eh. Pasa que algunos decían que no era muy técnico, que era medio bruto. Como pasó después con Palermo. Entonces, los hinchas de San Lorenzo me defendían con el cantito: “Dale Scotta, dale Scotta, dale Scotta, dale Scotta / y al que no le gusta Scotta que nos chupen las pelotas”, ja, ja, siempre original la gente de San Lorenzo.
-No me lo tomaba mal, para nada. Siempre acepté las críticas, porque te ayudan a mejorar. El goleador está dispuesto a hacer goles y a errarlos también. Y yo era muy consciente de lo que tenía y de lo que me faltaba.
-Lo hicieron los chicos del grupo artístico de Boedo. Yo había salido de la operación de cáncer de colon, en 2018, que después me agarró una peritonitis y casi me muero, y por intermedio de Luis Velázquez, un amigo, aparecieron de sorpresa un día a las 9 de la mañana con tachos de pintura y pinceles. Se fueron como a las 12 de la noche e hicieron esta hermosura. Son unos chicos que hacen murales por todo Boedo, también han ido a Europa, y hasta el día de hoy cada tanto les regalo un tacho de pintura, porque se lo merecen, son unos fenómenos. El día que vinieron yo estaba en la cama y salí un par de veces a ver cómo iba quedando. Sólo les pedí un favor: que pusieran los dos escudos, el de San Lorenzo y el del Sevilla también, porque son los dos clubes que más quiero. Es muy lindo poder ver ese mural todos los días en casa.
-Es del Viejo Gasómetro. Estaba tirado en la Ciudad Deportiva, lo vi un día y le pedí permiso al intendente para llevármelo. Pasa que esos bancos los cortaban, hacían varios chiquitos y los vendían (risas). ¿Te imaginás lo que significa para un hincha de San Lorenzo tener un pedacito del Viejo Gasómetro en su casa? ¡Y para mí, que jugué tantos años ahí!
-Nahhh, era hermoso, espectacular. Atrás de un arco había una platea de los jubilados, de españoles, estaban pegados a la cancha y yo festejaba los goles pasando las manos por el alambrado y tocándolos a ellos (se emociona). Nooo, era divino, como el Viejo Gasómetro no hay otro. Llegar a la mañana, entrar por Avenida La Plata, caminar por debajo de la tribuna de madera, pasar la oficina, tomar algo en el bar grande, y después venía el hall y los vestuarios. Cuando te cambiabas en los partidos sentías a la gente zapateando ahí arriba, el techo de los vestuarios eran las chapas de las tribunas, se movía todo (risas).
-Vivíamos cerca, yo en Munro y el Oveja en Villa Adelina, entonces íbamos una semana en cada auto. Nos pasábamos a buscar uno al otro temprano, nos tomábamos un café en el bar de abajo de la tribuna e íbamos a jugar a la paleta con la pelota chiquita, al frontón. Jugábamos una hora más o menos y después íbamos a entrenar con los muchachos.
-Yo estaba en España y me dolió muchísimo porque amaba ese estadio, como ese estadio no hubo. A San Lorenzo lo querían sacar de ahí hace rato, decían que era para abrir las calles y jamás las abrieron, si los militares se lo vendieron a Carrefour. Era una gran mentira, un negocio bárbaro.
-Si lo hacen, aunque tenga 85 años, te juro que entro de rodillas (risas). Eso, ponele la firma.
Campaña por el regreso a Boedo
La imperdible charla del Gringo Scotta, con su nieto, sobre sus recordados goles en el Viejo Gasómetro. San Lorenzo vuelve a su casa y dos generaciones se unen. pic.twitter.com/OQRZ9ETdmt
— SportsCenter (@SC_ESPN) June 5, 2019
-Un chico de pueblo, rodeado de gente humilde, con un padre que era policía y una madre que limpiaba casas y lavaba ropa para darle de comer a sus cuatro hijos varones. Yo era el más chico de los cuatro. Como futbolista, empecé yendo a ver a mi papá, que era el arquero de Colón de San Justo, en Santa Fe, y cuando terminaba iba a mi casa, que tenía mucho fondo, y ahí me ponía a jugar solo. Me había hecho un arco con dos cañas y un hilito arriba como travesaño y me la pasaba pateando todo el tiempo. Y relatando mis goles. Tenía 7 años.
-Es que no jugábamos con pelota de cuero, no alcanzaba la plata para comprarlas. Nosotros jugábamos con la famosa pelota de trapo: le robábamos las medias de nylon a mi mamá y le metíamos adentro trapos, trapos y más trapos, ja, ja. Después vino la pelota de goma, la pulpo.
-No era habilidoso, era un tipo con velocidad y remate. Y aprovechaba esas virtudes. Soy sincero: si en un partido no metía goles, llegaba a casa y decía “¿cómo no pude hacer un gol hoy?”. Me quedaba mal, aunque ganara mi equipo.
-Llegué a Unión como mediocampista, aunque también jugué de 4, y cuando al año siguiente me vendieron a San Lorenzo, Rogelio Domínguez, el técnico, me dijo: “En el medio estás bien pero vos tenés velocidad y remate, para mí el puesto tuyo es el de puntero derecho”. Yo no estaba muy convencido, pero como sin jugar en la Primera de San Lorenzo no me iba a quedar, acepté su sugerencia. Me fue mal en los primeros partidos y me recontra puteaban, me decían que volviera a Santa Fe. No sentía ese puesto al comienzo, pero me adapté y con el Toto Lorenzo me empezó a ir muy bien.
-No tengo idea, creo que ya vino de nacimiento, porque un hermano de mi papá, que era zurdo, también le pegaba fuertísimo. Un detalle importante, sí, era terminar con el cuerpo hacia adelante, seguir el movimiento al patear, porque si te quedás parado después de patear, o si te vas para atrás, el remate sale muy alto. Eso les enseño hoy a los chicos del Recreativo de San Lorenzo. También practicaba mucho en mi época, eh. Después de cada entrenamiento me quedaba media hora pateando: le tiraba centros a Victorio (Cocco) y al Lobo (Fischer), con el Oveja (Telch) practicábamos tiros libres.
-En San Lorenzo me lo pusieron, creo que porque venía de un pueblo, del campo. En ese momento, San Justo era un pueblo, no había fábricas, era campo, hoy es una ciudad. Y me quedó Gringo hasta el día de hoy, toda la gente me llama así. Mi apodo de la infancia es Chiquito, en realidad, porque mi mamá me decía así desde muy niño, y a mi hermano Néstor le decían Tola.
-Mi padre era de Boca, un hermano mío era de River, otro de Boca, y a mí me gustó Independiente. Recuerdo que veníamos a visitar a la familia de mi madre en Munro y en ese tiempo vendían las fotos grandes en los kioscos de diarios y yo me llevaba las fotos de Bernao, de Savoy, de Rolan y Navarro. No sé por qué, pero me gustaba el Rojo.
-Los cuatro hermanos jugábamos, y el más habilidoso era el mayor, Ángel Alonso, el único hermano que me queda vivo, porque los dos del medio fallecieron. El Tola, por el accidente en la ruta, en 2001, y Juan Carlos, por un infarto hace un par de años. En mi época, el trabajo era muy importante. Cuando empecé a jugar en Colón de San Justo, el presidente del club me consiguió un trabajo como ordenanza municipal. Tenía 15 años, y cuando Unión me llamó para probarme, yo no quería arriesgar a ir y quedarme sin trabajo. El presidente del club me bancó y a los 2 o 3 años dejé el trabajo y me fichó Unión. Mi hermano el Tola, dos años mayor que yo, también era delantero y le fue muy bien: jugó en River, en Racing anduvo bárbaro, y metió un montón de goles en el Deportivo Cali dirigido por Bilardo, con el que llegó a jugar la final de la Libertadores 78 contra Boca, entre otros clubes.
-No, más vale lo contrario. El viejo nos mandaba a estudiar, pero con el Tola nos escapábamos siempre a jugar a la pelota, yo era el que más me escapaba. La maestra iba a casa a hablar con mis padres. “¿Qué pasa con el Chiquito que no va a la escuela?”, les decía. La verdad es que a mí no me gustaba estudiar. Hoy, estoy arrepentido. Es lo que les inculqué a los chicos cuando tuve escuelitas de fútbol: primero está el estudio. Yo tuve la suerte de que me fuera bien, pero llegan muy pocos. Y, además, la carrera se termina pronto y después se hace un vacío grande. Cuando ya jugaba en San Lorenzo e iba de visita a San Justo, por ahí pasaba la maestra a saludarme y me decía: “¡Qué vago que eras!”.
-Ahí, en el campo, con amigos. Después, los fines de semana se armaban campeonatos por el lechón y el cordero, en San Justo y en los pueblos cercanos de la zona. Ahí no era cancha, era campito: se cortaba el pasto, se hacían dos arcos con unos pedazos de árbol redondo y listo, se jugaba. Yo ya estaba en la Primera de Colón de San Justo, pero igual jugaba esos picados con amigos contra otros barrios. Por lo general, esos partidos no terminaban bien, o más bien, no terminaban (risas), porque había piñas…
-Mi papá era policía y lo fueron ascendiendo hasta llegar a comisario. Atajaba en Colón de San Justo. Tenía 5 hermanos, había primos, y hasta otros Scotta que no eran parientes. Una vuelta, Colón hizo un torneo comercial de noche y el equipo estaba integrado por 11 Scotta, ja, ja, increíble.
-Jugué un solo año, 1970, y descendimos. El Bocha Maschio era el técnico, yo jugaba de 8. El último partido lo perdimos 6-0 con River.
-Me había incorporado al servicio militar, me había tocado marina, que eran dos años, y Unión pidió si me podían dejar en tierra. Por suerte accedieron y me quedé en Guadalupe, provincia de Santa Fe. Estaba haciendo la instrucción y vinieron los dirigentes de Unión a decirme que me habían vendido a San Lorenzo, que tenía que ir a firmar a Buenos Aires porque cerraba el libro de pases. Me vino a buscar una avioneta, le decían “avión taxi”, había lugar para el piloto y para mí al lado. En mi vida me había subido a un avión, ¡imaginate mi susto! En fin, me tuve que subir, llegué a Buenos Aires y firmé, pero no sé quién me había pedido.
-Sí, en esa época era muy difícil zafar de la colimba. Y te cuento una increíble. Al comprarme San Lorenzo, me hicieron el traslado y me dejaron en Palermo, pegado al Regimiento Patricios. Iba bien temprano ahí y después, al entrenamiento. No era fácil. Encima, nuestro jefe era el teniente general Anaya, muy bravo, nos tenía cagando. Cuando se produjo el levantamiento de Azul, en el 71, jugábamos contra Boca, yo estaba en el hotel y escuchaba por la radio que se tenían que presentar todos los soldados. Estábamos con Raúl Giustiozzi, el 3 de River, que también hacía la colimba, y los dos dijimos: “No vamos”. Jugué contra Boca, metí dos goles y al día siguiente nos presentamos como siempre y el teniente general Anaya me dijo: “Escuchaba sus goles, mientras nosotros estábamos para el combate”. Y ahí nomás me metieron 15 días de sanción sin salir. Y con eso no se jodía, había que cumplirlo, no podía ir ni a entrenar ni a jugar. A Giustozzi le pasó lo mismo. ¡Hoy parece increíble!
-Era un buen equipo, con grandes jugadores, bastante similar al que dos años después fue campeón con Zubeldía. Lorenzo venía de Italia, con las ideas del fútbol italiano que acá mucho no se conocían. Las trasladó y le fue bien. Zubeldía te daba la charla en una lámina, ponía los nombres, hacía flechas, y después te regalaba la lámina. En cada partido, le daba la lámina a un jugador distinto. Zubeldía te hacía practicar mucho los tiros libres, córners, pelota parada, offsides, fue un innovador en ese sentido.
-¡Un año! Fue en el Gasómetro, una tarde lluviosa y con barro. Jugábamos contra Estudiantes, el Toti Veglio me puso una pelota en profundidad, Leone se arrojó al suelo y le quedó la rodilla levantada, yo lo salté pero me quedé corto. Y mi tibia pegó en su rodilla: sentí un ruido como si se hubiera quebrado una madera. En ese momento no me dolió, pero cuando me quise parar, el pie se me iba para el costado. Fueron 3 meses en cama y un año con un yeso desde la punta de los dedos hasta arriba. Me agarró una úlcera de estómago, de los nervios.
-Tuve la mala suerte de no quebrarme el peroné, sólo me rompí la tibia, entonces tenía que esperar que se hiciera el cayo de la tibia. Fueron 3 meses en cama, 3 meses caminando con muletas, 3 meses caminando con un taco y 2 meses de recuperación. Me bañaba con un nylon. Me picaba mucho, y mi novia (hoy mi mujer) me daba una de esas agujas largas, de tejer, y me rascaba con eso (risas). Yo iba a ver los partidos a la cancha con las muletas. “El Gringo ya no vuelve, no puede jugar más”, decía la gente. Cuando me saqué el yeso, la pierna era finita, no tenía nada de músculo, era puro pelo.
-Sí, porque al Toto le molestaba que hiciera la recuperación al costado de la cancha, mientras ellos entrenaban. El plantel se fue de pretemporada a Mar del Plata y Lorenzo llevó a Rezza con un yeso, recién operado de los meniscos, y a mí no me llevó, que ya estaba recuperándome. Me llamó el profe Jorge Fernández, que estaba en Argentinos, un tipo bárbaro que conmigo se portó de mil maravillas, y me propuso ir para allá, entonces se lo planteé al presidente Valiño. “¿Cómo te vas a ir de San Lorenzo, Gringo? Vos no te vas de acá”, me dijo. Lo llamó a Lorenzo y al otro día me hicieron viajar a Mar del Plata.
-Para nada. Empecé a trabajar, luego a participar de las prácticas y volví en un partido de Reserva contra Boca, en cancha de Boca, ya en 1973. “Metelo un rato en el segundo tiempo”, le dijo al técnico de la Reserva. Íbamos ganando 2-0 y me hizo entrar. “Dale, Gringo, metele con todo que no tenés nada”, me dijo. Entré y metí 3 goles. Al partido siguiente, Lorenzo me puso en el banco contra Rosario y ahí arranqué de vuelta.
-Y… como siempre, por protestar. Yo protestaba por los orsai (sic), les levantaba las manos a los líneas, y me vivían sacando tarjetas amarillas. Había árbitros que lo manejaban muy bien, como Luis Pestarino, un tipo bárbaro. Me decía: “Gringo, déjate de romper las pelotas, vas a perder el premio del partido porque te voy a echar, no seas boludo”. Así me calmaba, se daban esos diálogos con algunos árbitros. A mí nunca me echaron por pegar una patada o un codazo.
-¿Cómo hice? No sé, es muy difícil (risas). Bueno, nada, teníamos un gran equipo, y un puntero izquierdo, el Negro Ortiz, que era un fenómeno, me hizo meter un montón de goles. Yo ya sabía lo que hacía: amague, desborde y centro. No picaba hasta que el Negro no tirara el centro. Siempre lo nombro porque fue clave. Después, metí muchos goles de tiro libre y de penal. En los tiros libres, el Oveja ponía el pie arriba de la pelota, la movía y puffff, yo sacaba el cañonazo.
-Sí, andaba con una confianza increíble, pateaba de cualquier lado y entraba. Otros que me metían pelotas en profundidad eran el Toti Veglio y el Tano García Ameijenda. La confianza es muy importante en el goleador: yo aprovechaba lo que tenía. Sabía mis virtudes y mis limitaciones. ¿Qué era lo mejor que tenía? El remate. Entonces, pateaba. Si no metía goles en un partido para mí no había jugado. Sentía eso.
-No, no, en Argentina casi nadie patea de lejos. No entiendo por qué. ¿Será por miedo a tirarla afuera? ¿Sabés cuántas pelotas tiré yo por arriba del travesaño? ¿Sabés cómo me puteaban a mí al principio? Ojo: en Europa sí se patea de afuera ¡y hay cada golazo! Acá son pibes muy habilidosos pero pareciera que quieren entrar al arco con pelota y todo, ¡no patean!
-Para nada. Es más: me enteré el mismo día que rompí el récord, antes de entrar a la cancha. Jugábamos contra Boca en la Bombonera y en el vestuario me dijo Valiño, el presidente: “Si hoy hacés 2 goles, batís el récord de Erico”. Le metí dos goles a Biasutto nomás y ganamos 5-3. Metí uno de media distancia, de zurda, que nunca metía de zurda, y otro de tiro libre: estaban haciendo la barrera y le grité al árbitro “no quiero barrera”. Me dijo que pateara y la metí. Los dejé a todos protestando, y el árbitro contestó: “No pidió barrera”. En ese entonces, si le pedías barrera al árbitro, tenías que esperar el silbato, pero cuando yo iba a acomodar la pelota, si veía que estaban medio distraídos o recién empezando a acomodar la barrera, iba y pateaba directamente. Metí varios goles así.
-Noooooo, con Huracán toda la vida, el clásico de barrio de San Lorenzo es Huracán.
-Lo que recuerdo es que vino Guillermo Nimo a felicitarme. Nimo no me quería para nada, pero ese día se quiso hacer el amigo, entró al vestuario, estaba hablando conmigo y con el presidente y de atrás vino el Oveja y le tiró un balde de agua encima, ja, ja. Se fue re enojado, a las puteadas.
-Fuimos a la casa de Erico, creo que era en Castelar. Una persona muy sencilla, humilde, un tipo bárbaro el paraguayo, me recibió muy bien. Después fuimos a sacarnos unas fotos a la plaza y se empezaron a acercar policías y nos llevaron a la comisaría, porque no se podía sacar fotos ahí. “Es el señor Erico, goleador histórico de Independiente, ¿usted no lo conoce? Y este es el Gringo Scotta, que hoy le metió dos goles a Boca y ¡los está llevando a la comisaría!”, les decía el periodista a los policías. Al final, estuvimos unos minutos y nos fuimos, pero fue muy curioso.
-Fue el único año que Adidas entregó ese trofeo en Argentina, Kempes se llevó el de plata. Yo era modelo de Adidas: iba y lo representaba. El utilero me lustraba los botines y yo le decía: “Acordate de limpiar bien la franja blanca y pintala”. Me llevaba la pintura blanca de Adidas en un frasquito, porque con el uso se iban desgastando las tiras, entonces, para que lucieran bien era importante pintarlas.
-Sí, sí, lo sé.
-Por mí, ojála (sic) que no. Es difícil, date cuenta de que yo antes peleaba la tabla de goleadores con Kempes, metíamos 25 o 26 o 27 goles por campeonato, fíjate por cuántos goles pelean para ser goleador hoy, no llegan a 20.
-No, nunca hablé con él. Sí con Diego (Maradona), que me pidió la camiseta cuando nos enfrentamos en Boca-San Lorenzo en la Bombonera. Yo me quedé con la suya y la tengo encuadrada. Según Diego, su padre era de San Lorenzo y después se hizo de Boca, no sé, eso me dijo. Otro tremendo jugador al que enfrenté fue Cruyff. Ayyyy, un día me hizo la bicicleta en el estadio del Sevilla, le metí una patada y lo tiré a la mierda, ja, ja, se vino a quejar, andá a cagar (risas). Neeskens era otro crack: jugaba como defensor, pero era mediocampista, delantero, de todo.
-Me gusta Messi como jugador, por supuesto, pero para mí Maradona fue el mejor de la historia, después Pelé y tercero, Messi.
-Es exactamente como lo dijiste: “Lo obligaron”. Pasa que en ese puesto estaba René (Houseman). René fue un gran compañero, un jugador espectacular y era el preferido de Menotti. En el 76 hubo un cuadrangular con Paraguay, Uruguay y Brasil, creo que era la Copa Atlántica, yo estaba con René en la pieza y me dijo: “Gringo, me llamó Menotti y me dijo que vos vas a jugar hoy con Paraguay y yo con Brasil en cancha de River”. Le contesté: “René, yo te quiero mucho, no vamos a estar peleando por un partido, no te hagás problemas y el que tenga que jugar, jugará”.
-Contra Paraguay, en Asunción, me puso a mí. Era mi debut en la Selección: ganamos 3-2 con 3 goles míos. Unos días después, contra Brasil, no me podía sacar, pero apenas empezó el segundo tiempo, salí para que entrara René. Cada vez que miraba al costado y veía que René entraba en calor, ya sabía que salía. Contra Polonia, en Chorzow, el famoso partido del 24 de marzo de 1976, el día del golpe militar, perdíamos 1-0, miré para el costado, lo vi calentar a René, justo Luque me puso un pase en profundidad, empaté el partido y seguí derecho para las duchas. Después René metió el 2-1.
-Anduve muy bien en esos partidos del 76, metí 5 goles en 7 partidos, en los pocos minutos que jugaba. Pero por otro lado, sabía que Menotti no me quería. No me quería a mí ni a ningún otro jugador de San Lorenzo, habrá sido porque él era de Huracán, para mí hubo algo de eso. En la gira por Europa me agarró el Gordo Muñoz y me dijo: “No puede ser que este tipo te saque, si vos siempre metés goles”. Ya en el 76, me fui al Sevilla. Me hubiera encantado jugar un Mundial, incluso estaba entre los seleccionados para el del 74 en Alemania pero tuve un esguince de tobillo y no pude viajar. Por lo menos pude salir campeón con la selección en los Panamericanos de Colombia, en el 71, con Rubén Bravo de entrenador.
-En el último partido de esa gira de la selección jugamos contra Sevilla y ahí hablaron los dirigentes del club con René. Lo buscaban a él, pero René no quería estar en otro país, quería vivir acá con los suyos, en la villa, ese era su lugar en el mundo, ahí se sentía bien, y está perfecto. Y resulta que en ese partido entré en el segundo tiempo y anduve muy bien. Hasta pateé un tiro libre que pegó en el travesaño y la pelota fue casi hasta la mitad de la cancha, ja, ja. Esa pelota era mucho más liviana que la Pintier que usábamos en Argentina. Llamaron a San Lorenzo y me compraron.
-No sé, porque había otros interesados. El Real Madrid también me quería, después me llamaron de Italia…
-No, ¿qué iba a dudar? En nuestra época, todos queríamos rajar, si no cobrábamos. En San lorenzo cobraba salteado, y muchas veces ibas con el cheque al banco y te echaban flit, eran cheques voladores.
-¡Más complicado! Allá era todo fuerza, un trabajo físico durísimo. En la pretemporada había que subir una montaña y los primeros días perdí a mis compañeros, me dejaron atrás los hijos de puta. Estaban acostumbrados, entonces bajé a la ruta, paré un auto y le pedí que me llevaran al hotel (risas).
-Espectacular. En Sevilla me atendieron de maravilla siempre. Cuando va un extranjero, por lo general piensan que vas ganando mucho más que ellos, pero no era el caso, y tuve buena aceptación de todos. De hecho, a fines del 2022 volví a Sevilla después de 8 años y nos juntamos con varios muchachos del equipo a comer. Bueno, con los que quedamos, en realidad (risas): Juanito, Gigi, el arquero Paco, Julián Rubio, que era el Negro Ortiz del Sevilla, el que me asistía siempre. Después llegó Bertoni e hicimos una gran dupla.
-Les metí goles a todos, porque me fue realmente muy bien: al Real Madrid, al Barcelona, al Atlético. Pero si tengo que elegir uno, me quedo con el primero, en el clásico. Fue apenas llegué, el Torneo Ciudad de Sevilla. Era un cuadrangular y nos tocó con Cruzeiro. Terminamos 0-0, fuimos a penales y me tocó el último. La cancha llena, con gente adentro hasta la línea de meta, porque antes no se metían en el campo, no cruzaban la línea: estaba la ley de Franco y el que ponía un pie en la cancha, chau, ¿sabés cómo te daban? Metí un bombazo arriba en el penal y pasamos a la final con el Betis. Y en la final, recibí un pase de Rubio, esquivé al arquero y metí el gol del triunfo. “Ya está, hijo, ya está”, me decían los hinchas. En el primer clásico de la liga, en el campo de ellos, fue igual: ganamos 1-0 con gol mío.
-Con la gente fue impresionante, hasta el día de hoy lo siento. Por los goles, pero también por el comportamiento, porque yo me daba con todos, me quedaba charlando con la gente. Ahora, que fui a visitar a mi hija y a mis nietos, que viven en Sevilla, por la calle me reconocían y en el club me recibieron espectacular. Como digo siempre: cada vez que voy al Sevilla tengo que llevar el traje, porque al palco tenés que ir con traje o con ropa sport elegante. Y cada vez que viajo a Sevilla, me invitan al palco.
-Sí, tuve suerte. Había un hombre de Jerez con una peña que me dijo de ir y llevar unas banderas a los argentinos. Al terminar el entrenamiento se acercaron Papu Gómez, Lamela, Acuña, Montiel, todo bárbaro estuvo, nos quedamos charlando un rato.
-Sí, sí, incluso hay una bandera que dice “Curva Scotta” que ponen casi siempre en el Sánchez Pizjuán, cerca del córner. La gente me quiere mucho, me saluda, me dice lindas cosas cuando voy a los bares.
-Después de saludar a los muchachos, el encargado de prensa le dijo a Sampaoli: “Venga maestro, que acá está Scotta, salúdelo”. Y este señor, que no sé bien que dirigió, creo que ganó una Copa en Chile, le contestó: “¿Quién es Scotta?”. Le dije al de prensa que no se hiciera problemas y me fui. La verdad que no me molesta, me da lo mismo, pero me llamó la atención, son cosas que pasan en la vida (risas).
-Volví porque el técnico del Sevilla, que era Miguel Ángel Muñoz, no nos quería ni a Bertoni ni a mí. Hablé con el presidente, si era por él no nos vendía, pero como yo quería jugar y me pidió Ferro, me vine. Después Griguol casi no me ponía, jugué un par de partidos y nada más. Y ahí pude irme a San Lorenzo.
-Fue muy triste. Encima, en el antepenúltimo partido le ganamos 2-1 a River en la cancha de Ferro con dos goles míos y me echaron y no pude jugar los últimos dos partidos. Y en la fecha final perdimos 1-0 con Argentinos y tuvimos un penal a favor, que Alles se lo atajó a Delgado. Si hubiera estado, lo habría pateado yo…
-Claro, sí, estuve en la platea con mi cuñado y unos amigos y luego fui al vestuario a estar con mis compañeros. Lloré como un hijo de puta esa tarde, no lo podía creer. Nadie lo podía creer. El técnico era Lorenzo y vivíamos concentrados, no nos dejaban salir, estábamos en Ezeiza. En realidad, el que nos mandó al descenso fue Cocco, el Toto agarró en las últimas fechas. Me dolió muchísimo, era el primer grande en irse al descenso.
-Porque no me dijeron de quedarme, yo hubiera jugado sin ningún problema. Quedé libre, cerraba el libro de pases y hablé con Carmelo (Faraone), que era mi amigo y estaba como técnico de Boca. Ya tenía una edad en la que, si me quedaba un año parado, no jugaba más. Carmelo me dijo: “Vení a Boca, cobrá por los partidos que jugás y cuando tengas equipo y abra el libro de pases, te vas”. Lo hablé con el presidente Noel y lo aceptó. Jugué 4 partidos y metí 2 goles, estaban Brindisi, Gareca, Gatti, Diego ya estaba con la selección.
-Así es: Deportivo Armenio, All Boys, Nueva Chicago, Villa Dálmine, San Miguel, Estudiantes de Buenos Aires y ahí terminé.
-En todos metí goles y en todos me quieren. El otro día me llamaron de San Miguel porque inauguraban una tribuna pero no pude ir porque coincidía con mi trabajo en San Lorenzo. En Chicago salí máximo goleador del campeonato, en San Miguel también y perdimos la final con Almirante Brown.
-No eran canchas buenas, aunque las de Chicago y San Miguel estaban bien. Igual, el Gasómetro tampoco era una alfombra verde, eh, ja, ja, ojála (sic) nosotros hubiéramos tenido estas canchas de ahora.
-Puffff, ¡mamita querida! Las pelotas livianas las agarré en Sevilla y con la selección, salían como un balín.
-En Estudiantes jugué poco porque me agarró apendicitis. Estaba el Hueso Glaría de técnico y mi hermano el Tola, como ayudante. Llegué a un entrenamiento y le dije a mi hermano que me sentía mal. “Dale, dejá de hinchar las pelotas, lo que pasa es que no querés entrenar”, me decía. Me revisó el médico y me diagnosticó “gases”. A la noche le pedí a mi hermano que me llevara a la clínica. Era apendicitis y me operaron. Ya era grande y después de la operación no tuve más ganas.
-La verdad que la pasé mal, muy mal, me agarró una depresión fuerte al retirarme. Me lo había comentado Raúl Madero, cuando jugué en Boca y él era el médico. “Gringo, te voy a dar un consejo, porque yo la pasé muy mal: andá dándote una idea de que tenés que dejar el fútbol”, me dijo. Pero no lo pude evitar. Me levantaba a la madrugada con una sensación horrible y me iba a la guardia de la clínica que está acá cerca. Los médicos ya me conocían y cuando me veían venir me decían: “Gringo, déjate de joder, te vas a volver loco”.
-En ese momento no lo sabía, pero sí. Entonces volvía a casa, me tomaba medio tranquilán, una pastilla que me daban en la guardia, y me dormía. Después le agarré hasta miedo a la ruta. A mí siempre me gustó manejar, me subía al auto y arrancaba para la costa o para San Justo y un día nos íbamos de vacaciones a Mar de Ajó, donde tenía una casita, y a las 30 cuadras me tuve que volver.
-Qué sé yo, que uno tuvo su laburo durante tantos años, que te levantabas todas las mañanas temprano, ibas a entrenar, descansabas, jugabas, y de golpe, siendo joven, con 35 años, se te corta todo. Por eso me arrepiento de no haber estudiado, porque dejé el fútbol y me preguntaba “¿en qué mierda me meto ahora? Si no tengo estudios”. Yo no comía, me sentaba en aquel rincón (señala desde la galería hacia el interior de su casa) y fumaba y fumaba mientras veía la tele. Estaba flaco, era piel y hueso. Mis hijos se preocuparon y me sacaron el sillón y lo escondieron, para que no me sentara más allí. Fue muy duro, habré estado así unos 3 años.
-Un día se me antojó y dije: “Me voy al hipódromo a caminar solo; si me muero, me muero”. Y así arranqué y empecé a ir todas las mañanas al hipódromo de San Isidro, que está acá a unas 7 cuadras, y se me fue pasando. Al mismo tiempo, Raúl Giustozzi me impulsó a acompañarlo en las escuelitas de fútbol y me enganché con eso. Hoy agarro la bicicleta, voy hasta al hipódromo, doy una vuelta, transpiro, después camino, y me vengo para casa. Lo hago casi todos los días. Empecé a hacer bici, porque tengo una artrosis muy grande en la rodilla derecha y el médico me dijo: “Gringo, si vas a caminar mucho, todo el peso de tu cuerpo va a la rodilla. No te digo que no camines, pero metele un poco de bici”.
-Tuve varias escuelitas de fútbol por la zona donde vivo, en Martínez, San Isidro…. El otro día los chicos de las categorías 2002 y 2003 hicieron una comida por los 20 años y me invitaron. ¡Qué alegría me dieron! Los tuve de chicos y ahora son hombres. Después de unos años, un amigo abogado me dijo lo siguiente: “Gringo, no es que yo quiero que vos dejes, pero tené cuidado, porque se te llega a lastimar un pibe y vas a perder todo lo que tenés”. Aunque yo pedía certificado físico y médico, y tenía una ambulancia en las escuelitas y todo organizado, lo pensé y dije: tiene razón. Así que dejé las escuelitas. Y hace unos años me llamó San Lorenzo para trabajar con chicos y estoy ahí.
-No. Que tenga que estudiar, hacer un curso y pagar para recibirme de entrenador, cuando fui jugador de fútbol, me parece que no corresponde. Creo que los jugadores de fútbol ya por el hecho de haber sido jugadores tienen que poder ejercer como entrenadores. Nunca quise estudiar ni hacer un curso.
-Patear al arco (risas), si no pateás al arco es imposible que metas un gol. ¡Y hoy no patean! Después, hay otras cuestiones técnicas, como te decía, eso de seguir el movimiento del cuerpo y demás. En el área te tenés que mover e intuir dónde va a caer la pelota, eso es importante también.
-Sí, sí (risas). Cuando iba a patear los tiros libres, el Gordo Muñoz decía: “Se viene el arrugue de barrera”, porque yo le pegaba muy fuerte y los muchachos de la barrera se corrían. Hay varias fotos de esas en que los tipos se dan vuelta. En España, cuando iba a patear un tiro libre, la gente del Sevilla empezaba a cantar: “Pssss pssss, que viene, que viene”… que viene el gol, claro.
-Ja, ja, eso lo decían en Sevilla. Un día le pegué un tremendo pelotazo en la boca del estómago a Juan Manuel Asensi, un gran jugador del Barcelona que estaba en la barrera. Cuando fui a auxiliarlo, se levantó la camiseta y tenía todos los gajos de la pelota marcada (risas), pobre.
-Todo verso. Sí es verdad que antes las redes las hacían con hilos más finitos y en ese tiempo no se sacaban del arco, entonces les agarraban lluvia, rocío, humedad y el hilo se iba pudriendo. Era más común meter un gol y romper la red. Y seguramente algún cartel habré abollado, pero tampoco que los rompía siempre.
-Y… alguno que me conocía, me jodía durante el partido. “Gringo, dejá de hinchar las pelotas con los tiros libres, que hoy tengo que estar en la barrera”, ja, ja, me decían en broma.
-Ah, sí, sí, los penales siempre los pateaba arriba, a la izquierda del arquero, y fuerte. Ahí no había otra chance, porque si lo pateás abajo, el arquero puede llegar, pero si va fuerte y arriba, no llega.
-Por supuesto, es un riesgo, pero prefiero ese riesgo a cómo los patean ahora, que van caminando, se frenan, amagan, la tiran a un costadito, ja, ja, no lo entiendo, de verdad. Me acuerdo del tucumano Albrecht: se ponía de espaldas al arquero, se daba vuelta, sin carrera, y pim, la pateaba contra un palo. ¡Y esos que la pican! No, no, no entiendo los penales de ahora.
-Yo nunca fui egoísta: si veía a un compañero mejor ubicado, se la pasaba. Después, me tenía confianza para patear de cualquier lado y meterla. Como metía muchos goles así, era en favor del equipo. Y si no metía goles en un partido, volvía mal, porque lo llevaba en la sangre, en mi espíritu.
-Al contrario, te digo más, con un ejemplo muy curioso. ¿Vos sabés que el año en que metí los 60 goles no concentraba? Nunca me gustó concentrar, la pasaba mal por la ansiedad previa a los partidos, iba de un lado para el otro, no dormía bien y encima despertaba a mi compañero de habitación. “Gringo, dejá de romper las pelotas que quiero dormir”, me decía el Oveja. Además, en esa época tenía a mi hijo recién nacido. Entonces lo encaré al Toscano Rendo, que era el técnico. Me dijo que él no tenía problemas pero que hablara con mis compañeros. Pidió una reunión, conté lo que sentía y los muchachos me dijeron: “Andá, Gringo, mientras vengas y metas goles, está todo bien”. Y bueno, algunos goles metí ese año (risas). Yo me dormía temprano en casa, tranquilo, estaba con mi hijo, me levantaba, desayunaba, agarraba el coche y me iba al hotel.
-¿Colocar? Nahhh, ¿qué es eso? Que la coloquen los habilidosos, yo era bastante guaso (risas).
-Hoy en día no veo, Batistuta tenía un estilo semejante al mío, ya no hay muchos de esos goleadores.
-Mirá: pasar entre Rogel y Nicolau, en Boca, era durísimo, era como ir contra una valla; el Chivo Pavoni también era durísimo para marcar: muy limpio y muy fuerte.
-Zubeldía y Lorenzo, los dos. Más allá del encontronazo con el Toto, el odio no corre conmigo y le reconozco su capacidad.
-Nunca tuve problemas con nadie, y me hice amigos en todos los clubes. Fui muy muy amigo del Lobo Fischer. Me dio mucha pena su muerte, ya venía con problemitas de cáncer, y hablaba seguido con él, salíamos a comer o iba a su casa hasta su muerte. Lo sigo queriendo como un hermano. El Oveja fue otro gran amigo, compañero de viajes y de concentración. Y el Sapito (Villar) es otro: como no quiere manejar más, lo levanto en la colectora de la Panamericana los sábados para ir a la Ciudad Deportiva, y después lo traigo. El Negro Irusta es otro gran amigo.
-Bueno, mucho no tiene, ja, ja, va bien arriba de cabeza, algo que yo no tenía. Es lateral derecho, tiene mucho despliegue, para mí es más mediocampista que lateral porque corre un montón, va y viene, mete. Juega en el filial del Sevilla, pero ya debutó en el primer equipo.
-Y… en una de esas quizás se despierta un técnico y lo pone de mediocampista, ja, ja… (“Pero no tenés un solo nieto, tenés cinco”, acota su esposa desde el living).
Con su nieto Valentino Fattore
-Sí, están Giani y Valentino en España, que son los hijos de mi hija Cintia y Maxi Fattore. Y acá hay otros tres varones, que son los hijos de mi hijo Leo y de Caro Wolff, la hija de Quique: Joaquín, Santino y Lautaro. Con Quique fuimos rivales en Racing-San Lorenzo, en River-San Lorenzo y también en España, él en Las Palmas y en Real Madrid y yo en Sevilla y nos vemos en las fiestas o en algunos cumpleaños.
-Mi hijo jugaba muy bien, era goleador, lo llevamos a River, quedó, pero vio cómo echaban a los chicos y se quiso ir. Después jugó en los campeonatos de GEBA y se dedicó al estudio. Y de los nietos de acá, Santino andaba bien, lo llevé a San Lorenzo, lo vio Hugo Tocalli y me dijo: “Le falta fuerza”. Le contesté: “Vos fuiste jugador de fútbol, Hugo, no podés decirme eso. Cuando yo empecé pesaba 72 kilos, era un palito”.
-Sí, en el Recreativo de San Lorenzo, hace unos tres años. Es como una escuelita de fútbol, hay unos 20 o 30 chicos que juegan y se divierten y si vemos que hay algo interesante, lo mandamos para que lo tengan en cuenta para las inferiores. Vamos todos los sábados a la Ciudad Deportiva. Estamos con el Sapito Villar, con el Tano García Ameijenda y el Negro Ortiz. El otro día empezamos con chicos de 3 y 4 años.
-Mal, muy mal, anda jodido, y estoy muy preocupado por él. Se le murió la mujer con un cáncer fulminante en 15 días, y la mujer le manejaba todo. El Negro no tenía teléfono, para hablar con él tenías que llamar a la mujer. Encima lo operaron de la columna y lo operaron para la mierda. Tiene una tristeza muy grande ese muchacho. No atiende a nadie, mirá que yo hablaba, no te digo todos los días pero sí muy seguido, y ahora no te atiende.
-Muy de vez en cuando, ahora hace mucho que no voy. No me gusta, sufro. Lo sufría como jugador, que no podía dormir a la noche, y recién me calmaba cuando entraba a la cancha. Mi hijo y mi nieto van siempre de local, tienen sus plateas sur. Yo ni miro los partidos por la tele porque me pongo nervioso. Te digo más: en el último Mundial estaba en España, porque había ido a visitar a mi hija y mis nietos, y cuando llegaron los penales con Francia me fui, bajé a pasear a la perrita y no quise verlos. Vi hasta la atajada del Dibu y ahí no pude más. Me fui al parque y había un departamento con el balcón abierto, con argentinos que gritaban los goles, así que supuse que la cosa iba bien.
-A Sevilla me invitan y voy al palco. Acá, la verdad es que no me invitan. Cuando Tinelli hizo esa fiesta grandísima por los 100 años del club, que cantó Cacho Castaña, también La Mosca, había una pasarela y por ahí entraron un montón de exjugadores y desfilaron. Yo quise pasar y no me dejaron entrar, no me reconocieron. Como no me iba a andar peleando nos fuimos a la platea sur con unos amigos de una peña y lo vimos desde ahí. A veces voy a los partidos con mi hijo y mi nieto, mi hijo paga su platea y su estacionamiento, como corresponde, y mi nieto me pide que los acompañe, le gusta que vaya con él. Pero por ahí algún muchacho que cuida la puerta no me reconoce y no me deja pasar. Ojo, los respeto, son trabajadores, entonces le tengo que decir que llamen a algún superior de mayor edad y ahí me dejan pasar. Pero esas cosas no me hacen sentir cómodo, entonces prefiero no ir. En una época teníamos un carnet de exjugadores pero tenía fecha de vencimiento de un año. Y nunca más nos lo volvieron a dar.
-No, no, en los dos lados, aparte los sábados que estoy con los chicos, vienen los abuelos que me vieron jugar y me piden fotos, me saludan, nos quedamos charlando. Me siento muy querido y reconocido acá también. Cuando voy a la cancha me saludan, me piden fotos, esto que lo otro. Muchos jóvenes me mandan mensajes pidiéndome si los puedo saludar con un video por el cumple del abuelo, me dicen que eran hinchas míos. Al final, me la paso haciendo videos en la pieza donde tengo las fotos, trofeos y camisetas, ja, ja. Apoyo el celular contra algo y me filmo.
-El año pasado estuvo en Argentina, yo estaba trabajando con los chicos en la Ciudad Deportiva y se acercó un tipo. “Eh, goleador, Gringo”, me decía, con tono gallego, y yo decía: ¿quién es este tipo? No lo reconocí. Al rato me llamó el Toscano, que trabaja en el club, y me dijo: “¡Gringo, estuviste hablando con el Gordo D’Alessandro y no saludaste!”. No lo podía creer. Ahí lo llamé y charlamos por teléfono. Está bien ahora en España. Mientras no se meta con el Loco Gatti, que le baja la caña a todo el mundo, va a estar bien, ja, ja.
-Bien, va bien. No está jugando lujosamente, pero consigue resultados, ya no pensamos en el descenso sino arriba y eso es muy importante. Le tengo mucha fe a Ruben, está trabajando casi con chicos de inferiores, porque no le trajeron figuras. Transmite calma, puso orden, tiene claras las ideas y conoce bien al club.
-Ojála ande muy bien. Va en un momento difícil. Lo único que le puedo decir es que va a un club grande, donde lo van a atender de mil maravillas.
-Allá la paella era buenísima, pero no es lo mismo que acá. La comida principal es el potaje, que es como un locro pero más fuerte, le ponen de todo. Me acuerdo de que a poco de llegar, Bertoni me dijo: “Juanito hace un potaje en la casa, vamos que nos invitó”. Yo le aconsejé que era mejor no comerlo, pero insistió e insistió. Daniel vivía en casa porque su mujer se había quedado en Argentina, estaba por parir. Bueno, Daniel fue solo, comió el potaje y estuvo una semana descompuesto en casa (risas).
-Muy buena, nunca tuvimos problemas, aunque nos enfrentáramos con nuestros equipos. Nos hacíamos compañía, éramos compinches.
-Fue en 2001, tenía 52 años. Me dijo que quería ir a San justo, le dije que esperara unos días, que tenía que arreglar algo y nos íbamos juntos. “Bueno”, me dijo, pero se ve que le agarró la locura y se sacó un pasaje en micro. Tenía asiento abajo, y me contaron que subió una chica que tenía a una amiga abajo, y él se ofreció a cambiarle el asiento y se fue a la parte de arriba del micro. Había tormenta, el micro iba fuerte y en la curva de Campana se encontró con una fila de autos por un accidente, el chofer no lo pudo frenar, lo tiró contra el guardrail, volcó para el otro lado, dio dos vueltas y lo agarró un camión de frente y murieron los que estaban arriba. Si hubiera venido conmigo en auto o si se hubiera quedado abajo, hoy seguramente estaría vivo, porque a las chicas que iban abajo no les pasó nada. Es el destino…
-Estaba en el kiosco de diarios de mi yerno, y cuando llegué a casa, prendí la tele y en el noticiero de Mónica y César dijeron: “Hubo un accidente de un micro en Campana, murió un ex jugador de fútbol conocido”. Yo no sabía que el Tola había ido para allá, de golpe empezaron a llamar por teléfono a casa, vinieron los vecinos a tocar el timbre, pensaban que me había muerto yo. Fue muy triste.
-Nooo, ya no puedo, ¿qué voy a jugar con todas las operaciones que tuve, las de cáncer de colon y la de corazón? El cáncer, por suerte, no era maligno. En la del corazón me pusieron 3 bypass y un marcapasos, eso habrá sido hace un año y medio. Ahí pedí dadores de sangre por redes sociales y fue un montón de gente, por suerte.
-Cuando era joven le tenía miedo a la muerte, pero ya no le tengo más miedo, fui muy tranquilo a las dos operaciones, que no era sencillas. De hecho, a los tres días de la operación de colon me agarró una peritonitis y me tuvieron que abrir de vuelta y limpiar. Un médico de San Lorenzo vino a la habitación y me dijo: “Gringo, ¿vos sabés que me puse a llorar porque pensaba que no te sacábamos?”. Morir nos vamos a morir todos en algún momento, todos terminamos igual, pero en un momento hice un clic y ya no le temo a la muerte. Hoy, gracias a Dios, estoy bárbaro. Mi cardiólogo me salvó. Todavía estoy acá por él.
Héctor Horacio Scotta.
Nacimiento: 27 de septiembre de 1950, en San Justo, provincia de Santa Fe.
Edad: 72 años.
Trayectoria: Colón de San Justo; Unión de Santa Fe (1970); San Lorenzo (1971-76); Sevilla, España (1976-80); Ferro Carril Oeste (1980); San Lorenzo (1981); Boca (1982); Deportivo Armenio (1983-84); All Boys (1985); Nueva Chicago (1986); Villa Dálmine (1987); San Miguel (1987-88); Estudiantes de Buenos Aires (1988).
Selección Nacional: Jugó 7 partidos y metió 5 goles, en 1976.
Títulos (3): Metropolitano y Nacional 1972; Nacional 1974 (todos con San Lorenzo).
+ Posee el récord vigente de mayor cantidad de goles en un año en el fútbol argentino. Fueron 60 en 57 partidos, en 1975: 32 en el Metropolitano y 28 en el Nacional.
+ Es el 5° goleador histórico de San Lorenzo con 140 goles.
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