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La vida de Ramón Díaz en Paraguay: el fin de la picardía, tereré, seguridad, la amistad con Domínguez y la ventaja que le lleva a Boca
Ramón Díaz acaba de cumplir 61 años. La picardía y la improvisación son señales del pasado. Se convirtió en un hombre amable, prudente, un estratega. La relativa efervescencia en el fútbol paraguayo ayuda a su nueva vida: se recuesta en el confort de un medio que lo respeta y admira. Semanas atrás, cuando su continuidad pendía de una moneda en el aire, ofreció sus argumentos, se ofreció vulnerable. La decisión de evitar el bullicio mediático, multiplicar horas de trabajo y recuperar la clase de su enciclopedia, transformaron la escena: Libertad lleva tres victorias en serie, con 10 goles a favor, y quedó a tres puntos de Cerro Porteño, el líder del certamen guaraní. Pero el asunto es Boca, este jueves, a las 21, por el Grupo H de la Copa Libertadores.
Uno de los más grandes de la historia millonaria, Ramón es algo más que un calificado adversario para Boca por su pasado. Sin embargo el problema es el presente: el Gumarelo le lleva una amplia ventaja: 11 partidos de diferencia. Más de 1000 minutos de distancia de competencia. El sábado pasado, superó por 2-0 a General Díaz por la fecha 19.
Paraguay no es una isla: el coronavirus lleva unos 28.000 contagios y más de 500 muertes. La pelota volvió a rodar con recaudos. Ramón no se confía: ni por el brote de infectados xeneizes, ni por el tiempo transcurrido sobre el campo de juego. Es otro. "Creo que tenemos que pensar que Boca es un club grande, con mucha experiencia, con un plantel muy numeroso. Por ahí tienen algunas bajas, pero siempre el partido que te va a proponer el equipo y el club va a ser a nivel internacional", reflexiona.
Emiliano es algo más que su hijo. Es el ayudante de campo, su mano derecha, el especialista en los ensayos de balón detenido. Junto con el Malevo Ferreyra y Jorge Pindal, el preparador físico, son el núcleo argentino en la estancia guaraní. Pero Emiliano lo es todo: fue él quien eligió vivir en Paraguay. Se sintió a gusto luego de un fugaz y frustrado paso por Guaraní en 2010. No debutó a causa de una seria lesión, pero se quedó encantado. Sobre todo, por la tranquilidad, por la seguridad de las calles principales de Asunción. Su familia se siente paraguaya. Ese impulso sentimental y racional motivó al veterano conductor, que en diciembre pasado volvió a Asunción. Libertad era su norte: algo más que una palabra, algo más que un club. Era volver a disfrutar de la pasión por el fútbol, luego de sus pasos por Arabia Saudita y Egipto. Los millones –y los triunfos-, ya no le bastan: Ramón precisa sentirse querido.
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Lo había sido en la travesía en el seleccionado guaraní, en donde estuvo casi dos años, entre triunfos, derrotas y polémicas. Lo había contratado Alejandro Domínguez, por aquel entonces, presidente de la Asociación Paraguaya de Fútbol. Hoy, maneja la Conmebol y mantiene una excelente relación con Ramón. Son amigos.
Vivía en el complejo Los Aleros, el escenario que supo ser el búnker de Olimpia. Instalado en Fernando de la Mora, suerte de oasis en las afueras de Asunción, Ramón soñó una revolución que quedó trunca: el cambio de mando en las altas esferas lo sacó de escena. "Aquí recuperé la tranquilidad. Me compré una casa en el Paseo Carmelitas, un lugar espectacular. ¿En qué otro lugar voy a vivir?", le preguntaba, con chispa, en un encuentro con LA NACION en octubre de 2015. "Estás en un país extranjero, en donde hay que demostrar el doble. La gente está contenta, mi llegada le renovó la expectativa al pueblo, porque nunca tuvieron un entrenador tan prestigioso y que haya conseguido tantos campeonatos…", decía. Hoy es otro: se ríe de vez en cuando. No solo está grande: ya no quiere pelear.
Un mes atrás, cuando su silla tambaleaba por un par de tropiezos, el Pelado se reunió con el vicepresidente Jorge de los Ríos, convencido de que era el principal responsable. "Estamos en deuda con el club, con el presidente, con todos, porque hemos dejado pasar una gran oportunidad. Ya no tenemos más margen de error. Si los resultados no se dan, nosotros solos... hablaremos con el presidente", advertía. Se refería a Horacio Cartés, ex presidente de la República, con quien mantiene una relación fraterna. No fue necesario: el equipo empezó a soplar como un huracán.
Mantiene su esencia: desecha el furor por el 3-4-3 que gobierna en buena parte de Europa. Se inclina por el clásico 4-4-2, con el respaldo de caciques: siempre le pareció indispensable la voz de mando, la experiencia. El arquero es el uruguayo Martín Silva, de 37 años. No suelen ser titulares, pero son fundamentales Paulo Da Silva, un inoxidable: el zaguero tiene 40 y Tacuara Cardozo, de 37, reemplazado por el argentino Adrián Emmanuel Martínez, surgido en Defensores Unidos y de convincente paso por Atlanta.
Aqui la lista del Gumarelo para la reanudación de la #Libertadores#VamosGUMA#LibertadEsFamiliapic.twitter.com/YR5haiZ1Nd&— Club Libertad (@Libertad_Guma) September 14, 2020
"Por su edad, es una persona de riesgo. Pero la pandemia no le va a costar mucho a papá: es de quedarse en casa, viendo fútbol", cuenta Emiliano. No sale mucho: de la casa al trabajo y del trabajo a casa. El complejo deportivo de Libertad es un lujo: está enfrente de la sede de la Conmebol, fruto del poder que años atrás sostenía Nicolás Leoz. En realidad, Libertad es un club modelo, que tiene varias sedes y un bonito estadio. Ramón quería jugar contra Boca en su cancha, pero no fue habilitado. Jugará en la Nueva Olla, de Cerro Porteño, la más moderna del medio, rodeada de una zona de clases bajas.
Extraña su casa, extraña a River, pero no se engaña: está entregado en conseguir un título internacional, para recuperar el fuego sagrado y para demostrar el "olvido" que la selección argentina tuvo con su trayectoria. No extraña la carne argentina: hay excelentes parrillas en la ciudad. Se acostumbró a disfrutar del tereré por el contexto: el fin del invierno invita con temperaturas de 37 grados por las tardes. El tereré es un aliado sorpresivo, indispensable.
Su estreno fue el 19 de enero, cuando el mundo era otro. La cancha de 12 de Octubre ofrece las mínimas garantías de seguridad y confort. Estaba en Itaguá, a 30 kilómetros de Asunción, la casa de Salvador Cabañas. Más allá de las precariedades, el fuego: parecía que el termómetro tocaba los 45 grados. Ramón estaba impecable, de traje. Al rato, se metió en el barro: acabó con la camisa regada de transpiración. No se sentó: todo el partido lo disfrutó (padeció) parado, porque el banco de suplentes tenía algunos remiendos. De antigua fama europea, el de las viejas grandes ligas, Ramón igual se sintió pleno, en el folclore del fútbol local. El 3-0 fue un impulso.
No grita, no silba, no hace gestos estrafalarios. Susurra voces en el oído de Emiliano y el joven se acerca al mostrador del partido y lanza la advertencia. Ramón aguarda detrás de escena, como si se tratara de El Padrino que sube y baja el pulgar, sereno, analítico como nunca antes, feliz de su nueva vida.
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